23 Susurros
Karin tocó la frente de su hermano una vez más y suspiró. Rodolfo había tenido días difíciles últimamente, y mucho de ello se lo debía a Karin, le gustara o no a ella admitirlo. Haber salido de la forma en la que lo había hecho, haberle dado más atención a cosas que estaban lejos de su control y no haber prestado la debida atención a la salud o a las necesidades de su hermano era imperdonable. Karin era ahora lo único que Rodolfo tenía en el mundo, y ella debía terminar de aceptarlo cuanto antes si no quería que lo poco que aún los sostenía a todos cuerdos se derrumbara.
Las últimas noches habían sido caóticas. Si bien los militares aún no se acercaban a ese sector de la ciudad, su presencia era ya sofocante. Todos en el grupo estaban enterados vagamente de lo que estaba ocurriendo aunque Karin había intentado ser discreta para darle tiempo a Kaltos de arreglar sus asuntos. ¿Pero arreglarlos cómo? Había poco que solucionar en un mundo que había literalmente enloquecido, porque si no era así, no se explicaba cómo la gente había pasado a devorar gente de un día para otro.
Extrajo el termómetro de debajo de la axila de su hermano y puso una mueca cuando lo revisó. El lector marcaba 38.6 grados, y entre las muchas cosas que Kaltos y Fred habían logrado recuperar del refugio del que habían salido huyendo, habían olvidado la bolsita de medicamentos debajo de una de las sillas, donde la había dejado Lex por descuido. Geneve había dicho que Rodolfo había estornudado y tosido los últimos días, pero Karin no lo había notado al estar más pendiente de su transmisor y de lo que Kaltos le informaba con respecto a la búsqueda de su hermano o de los militares, y se sentía terrible por eso.
-¿Cómo está? -preguntó Fred desde la puerta de la habitación.
Finalmente tenían un día despejado luego de casi una semana de lluvia ininterrumpida. Había aún unas cuantas nubes salpicando el horizonte, pero el sol estaba en lo alto, dando un poco de calor en las calles inundadas de charcos e infectados. Karin había pasado toda la noche junto a su hermano, atendiéndolo lo mejor posible mientras el mundo giraba a su alrededor como en cámara lenta. Sin medicina, sin cuidados médicos, sin seguridad, no les esperaba un destino mucho mejor que el presente que actualmente enfrentaban.
-Sigue con fiebre -respondió Karin-. Finalmente está dormido. Pasó una noche difícil.
Evitar que Rodolfo tosiera no había sido tan malo como mirar el sobre esfuerzo que le costaba lograrlo. Lluvia o no, los infectados tenían muy buen sentido del oído, y nadie había pegado el ojo durante toda la noche esperando verlos reptar por las bardas de concreto cuando los ataques de tos abatían al niño y ni siquiera el grosor de las colchas bajo las que ocultaba la cabeza lograban apaciguar el sonido.
-Lamento haber olvidado el bolso -suspiró Fred.
Karin meció la cabeza y corrió las cortinas para que la luz del día alumbrara la taciturna habitación.
-Todos nos alegramos de que estés a salvo. Además, todos huimos sin mirar atrás. Fue muy descuidado de nuestra parte... de mí parte.
-Karin, no puedes controlarlo todo. -Fred entró finalmente a la habitación y tomó asiento en el apoya brazos de un sillón de una pieza que estaba en una esquina-. Para eso que (independientemente que hace unos meses ni siquiera nos conocíamos) somos un equipo. Debes aprender a delegar responsabilidades. ¿No era así cuando trabajabas como policía?
Ella soltó una risilla que le aligeró un poco el ánimo.
-Agente de operaciones especiales -sintió la necesidad de corregirlo por puro orgullo, lo que tampoco valía de mucho en esos días-. Pero entiendo a lo que te refieres. Últimamente he estado muy distraída. No puedo permitir que eso interfiera en mi trabajo, del cual dependen las vidas de ustedes, de Rod. Ahora soy lo único que tiene en el mundo y fui muy egoísta al...
-Al concentrarte en Kaltos.
Ella puso una mueca.
-Solo quería que él también estuviera a salvo.
-Kaltos es como un caballo salvaje -dijo Fred. Karin enarcó una ceja-. Seh, seh, ya sé que no soy un viejo de dichos ni refranes ni nada de eso, pero ese muchacho es tan testarudo como tú para manejar sus asuntos. Tú estás obsesionada con tener el control de todo y así mantenernos a salvo, y él está obsesionado con encontrar a su hermano. ¿Ves el punto de choque?
-Le ofrecí mi ayuda.
-¿A cambio de qué?
-No entiendo -refunfuñó Karin, mirando con cada músculo bastante tenso al ave que se paró en la cima de la barda.
No pasaron cinco segundos antes de que un golpe contra el concreto la asustara y la criatura alzara el vuelo, lo que afortunadamente no pasó a mayores.
-Repito, trabajar en equipo es delegar responsabilidades. Deja a Kaltos hacer lo suyo y coopera con él haciendo lo tuyo. Estoy seguro que cuando él finalmente necesite tu apoyo, te lo dirá. Es un muchacho bastante prudente... o eso creía hasta antes de todo este desastre con los militares. -Fred se encogió de hombros-. Está buscando a su propio Rod. Piensa en cómo estarías tú si fuera él, -señaló a la cama, donde el niño dormía-, el que estuviera perdido y en peligro.
Karin volvió a suspirar y meció la cabeza.
-Supongo que tienes razón. Debo darle espacio.
-Mmeh, solo aflójale un poco la correa. No mucho para que se suelte y no tan poco como para que ahorque, solo lo suficiente.
-Rayos, Fred, ¿de qué hablas? -gruñó ella sin poder evitar volver a soltar una risilla-. No soy una bruja controladora que quiere dominar al primer extraño que mira y habla con ella. -Miró nuevamente por la ventana. En verdad hacía un día hermoso-. Porque Kaltos es eso en realidad, ¿no? Un extraño en todos los sentidos. Apenas y sabemos un poco de él, lo que él mismo nos ha mostrado. Lo demás es un enigma.
-Yo pensaba que Lex se apodaba así porque se llamaba Alexander. Hasta apenas hace una semana descubrí que ese era su nombre, Lex a secas. Creía que Geneve amaba los garbanzos porque siempre que los cocino los devora de un bocado, y solía darle raciones extra sin saber que en realidad los odia y los come rápido para matizar el sabor con el resto de la comida. Me lo dijo cuando se lo pregunté hace dos días. Durante todo este tiempo creí que habías sido policía, y hace apenas hace tres minutos me enteré que eras de esos agentes que visten de negro y usan camionetas de vidrios polarizados.
Karin volvió a reír.
-Las cosas que dices. Estaba en una unidad de operaciones especiales, enfocada en asalto y recuperación. Hacíamos muchas cosas, pero fueron contadas las ocasiones en las que viajé dentro de una camioneta de vidrios polarizados al estilo Hollywood, y en ninguna fui de traje -continuó riéndose ella-. Tal vez recopilar información no sea tu fuerte, pero siempre ha sido el mío. Es costumbre.
-Sé que te preocupas por Kaltos -dijo Fred tras una pequeña pausa-. Y él también lo hace por ti. -Sonrió cuando Karin le disparó una mirada un tanto ácida-. Pero...
-Lo sé, debo dejar que la gente piense por sí misma -lo interrumpió Karin sutilmente-. Lo único que me preocupa es si aún habrá tiempo para remediar las cosas cuando se dé cuenta que solo quiero ayudarlo -murmuró, volviendo su atención al rostro enrojecido de Rodolfo.
Karin se armó con lo que tenía disponible. Se cubrió los brazos con plásticos moldeables que habían encontrado en la cochera de la casa; lo mismo hizo con sus pantorrillas, y se caló uno de los chalecos antibalas que Kaltos había llevado algunos días atrás, preguntando inocentemente si los necesitarían.
Era mediodía y el resfrío de Rodolfo había cambiado para empeorar. Si bien el niño aún comía, ya se había levantado de la cama y estaba en ese momento sentado en la cocina con Fred y Geneve, Karin no podía esperar a que una vez que oscureciera lo ocurrido la noche anterior se repitiera. Esa tarde la tos de Rodolfo había sido tan mortífera que lo había hecho vomitar sobre su cama, lo que lo había mortificado terriblemente a él y preocupado a ella. No podían permitir que las infecciones o heridas se agravaran, mucho menos ahora que la humanidad sobreviviente carecía de centros médicos.
-Iré contigo -le dijo Lex, entrando al estudio, donde guardaban algunas de las armas extras y equipo que, sí, Kaltos también les había conseguido-. No entiendo por qué no quieres pedírselo a Kaltos por el transmisor y que lo traiga él al atardecer, pero ya que insistes en salir, lo haré contigo.
-Entiendes que esto no es un juego, ¿verdad? -preguntó ella ácidamente.
-Dímelo tú, quieres jugarte la vida innecesariamente teniendo a un distribuidor de alimento y medicina que nos abastece diario.
-Kaltos no es nuestro sirviente, Lex -lo interrumpió Karin, mirándolo hurgar entre las cosas para comenzar a equiparse también él-. No puedo simplemente levantar el teléfono...
-Transmisor.
-... y dictarle una lista de las cosas que se me antoja que traiga. Es una persona que nos ha ayudado bastante hasta el momento y como tal, como una persona, es que debemos tratarlo. Kaltos no tiene ninguna obligación hacia nosotros. No nos debe nada.
-Excepto que a él le gusta traernos cosas sin que se las pidamos. Así ha sido desde que tú y Geneve lo trajeron al primer refugio en el que estábamos quedándonos. -Lex se caló un chaleco antibalas con un poco de dificultad hasta que Karin le ayudó a atarlo y acomodarlo-. Si él no le ve el problema en eso, no entiendo porque tú sí.
Karin torció los ojos hacia arriba y meció la cabeza. Terminó de abrochar el chaleco de Lex y le indicó con un dedo que se protegiera las piernas. Él entendió sin mayores explicaciones.
-Solo no quiero que se sienta atosigado por nuestras demandas, y no quiero esperar más tiempo para darle medicamento a Rod. ¿No te quedaste despierto toda la noche por como tosía?
Lex hizo una mueca que se repartía entre el remordimiento y la obstinación. Era joven aún, quizás por ello era ocasionalmente impulsivo, aunque la mayor parte del tiempo actuaba con lógica y competía con Karin en cuanto a lo de proteger a la gente que le importaba. Si bien eso no evitaba que fuera también pedante, majadero y tosco al momento de opinar.
-Bien, consigamos ese medicamento para que no nos contagie a los demás esa tos de perro tan horrible.
-Le voy a decir que dijiste eso -lo molestó Karin.
-Je -sonrió Lex-. ¿Y tienes un plan para esto o solo piensas salir a preguntarle a los caníbales si saben dónde queda la farmacia más cercana?
-Es peligroso -le advirtió ella como toda respuesta, mirándolo fijamente-. Te recomendaría no ir. Déjamelo a mí. He hecho esto muchas veces y...
-¿Con infectados?
-No, pero...
-Entonces tenemos casi la misma experiencia -espetó él con ligereza. Karin suspiró-. ¿No te molesta que Kaltos haga todo por su cuenta?
-Es distinto.
-Es lo mismo-. Lex tomó el otro rifle que descansaba contra la base frontal del escritorio y revisó que todo estuviera en orden como Karin afanosamente les había enseñado a todos por semanas-. La diferencia entre tú y yo cuando me piden que no haga algo, que yo no entiendo los estate quieto.
-Eres muy osado para ser tan pequeño.
-¡Solo me llevas por diez años! -rezongó él, apuntándola con un dedo-. Y lo de pequeño, muchas te dirían que estás muy equivocada...
-Por Dios -bufó ella, entendiendo perfectamente la insinuación. Él se soltó a reír-. Bien. Vamos, pero harás todo lo que yo diga-. Lex echó a andar y Karin lo detuvo tras sujetar el rifle que él llevaba en las manos. Ahí lo miró fijamente a los ojos-. Y sobre todo, Lex, no dispararás a menos que yo así lo diga.
-Seh, seh, entiendo.
Salieron a escondidas después de informarle a Fred de sus planes. El hombre se negó en un inicio, pero bastó escuchar la terrible tos de Rodolfo al fondo para convencerlo de que no esperar a la noche, con la posibilidad de que Kaltos pudiera o no asistirlos, era lo mejor. Karin temía que por el historial de bronquitis y demás afecciones similares que Rodolfo había sufrido cuando era más pequeño, su actual enfermedad empeorara. A veces solo hacía falta un pequeño trago a un jarabe y una pastilla para marcar la diferencia entre una tarde tranquila y otra noche de fiebre y espanto.
Los primeros tramos del camino transcurrieron sin problema. Lex seguía las indicaciones de Karin al pie de la letra y los infectados se habían dispersado a lo largo de las calles, manteniéndose inmóviles en el centro de la vía mientras murmuraban y se movían como si rezaran y se castigaran ellos mismos por sus afrentas.
La colonia donde estaban quedándose era de calles amplias, aunque un poco atiborradas de vehículos abandonados. Los militares aún no llegaban ahí, aunque estaban cerca. El grupo de Karin ya había discutido la posibilidad de marcharse y todos, menos Lex, habían estado de acuerdo. Él argumentaba que los soldados quizás podrían ayudarlos; ellos no eran los malos de la película, solía añadir, sino los caníbales que convertían a la gente en un monstruo con solamente una mordida.
Karin no podía evitar preguntarse si él tenía razón y ella erraba al dejarse llevar por la cacería ejercida contra una persona a la que apenas conocía. Quizás Kaltos era un criminal terrible que sin importar el estado del mundo debía ser capturado y encarcelado. ¿Por qué otro motivo lo buscarían de esa forma si no había hecho algo tan malo?
Luego pensaba en lo honesto y sincero que parecía ser con ella y con los demás, en el esfuerzo que ponía al conseguir suministros para ellos y en cómo jugaba con Rodolfo cuando no estaba apurado por el tiempo y las dudas la confundían. No se perdonaba a sí misma pensar así de la persona que los había ayudado tanto, pero en los casi diez años que había servido como agente, había aprendido que algunas personas eran muy buenas engañando a la gente. Eran tan buenas que podían construir imperios llenos de seguidores a los que podían manipular para hacer cosas atroces, ya fuera contra los demás o contra ellos mismos, y su papel había sido actuar contra ellos antes de que fuera demasiado tarde.
-Karin -murmuró Lex detrás de ella.
Karin volteó y él señaló al otro lado de la calle, donde tres infectados estaban frenéticos persiguiendo a un gato que afortunadamente logró saltar hacia el techo de un carro, y de ahí al otro lado de un contenedor de basura.
Tuvieron que esperar a que los caníbales perdieran interés en el animal y volvieran deambular con tranquilidad, balbuceando nombres y demás palabras. Solo entonces Karin y Lex avanzaron pegados a la pared, utilizando las hileras de vehículos estacionados como cobertura. El plan era regresar al antiguo refugio donde habían sido descubiertos por los infectados, recuperar el bolso lleno de medicamento y abastecerse un poco más en cualquier lugar donde pudieran encontrar más medicina, sobre todo algo que actuara rápido contra el resfrío.
La suerte estuvo de su lado pese al día nublado. La primera hora de camino fue tranquila pese a que presenciaron tres escaramuzas entre los soldados y los infectados en las que los primeros terminaron huyendo, superados en número. Karin recibió una mordida en la pantorrilla, pero las protecciones que se había amarrado en las piernas evitaron que los dientes del caníbal alcanzaran su piel y entre ella y Lex lo asesinaron de sendos culatazos en la cabeza.
-¿Qué carajo hace tanto soldado por aquí? -susurró Lex luego de recorrer una avenida sin pausa y sin toparse con más gente enferma-. No miré a casi ninguno durante los primeros días de esta mierda y ahora resulta que están por todos lados. ¿Qué carajo es lo que buscan? Ya lo robaron todo.
«Si lo supieras, te sorprenderías».
-Vamos, no perdamos tiempo -contestó Karin, saliendo de detrás de un contenedor de basura para cruzar una de las últimas calles de la cuadra.
Habían estado solo unos cuantos días en ese barrio, pero el sentido de ubicación de Karin era excelente y pocas veces olvidaba una dirección. Lex corrió detrás de ella, brincando cadáveres putrefactos y otros tantos ya secos de alimañas pero empapados por la tormenta. Se metieron en un callejón donde unas manos brotaron de la nada y tomaron a Lex por la mochila, arrancándole un grito que Karin silenció con un siseo mientras se encargaba de golpear al infectado en la cara. Una vez que superó la sorpresa, Lex le ayudó, temblando.
-¡Vamos! -chistó ella-. Debemos salir cuanto antes o nos arrinconarán aquí adentro.
Corrieron con todas sus fuerzas hacia el otro extremo del callejón, escuchando pasos detrás de ellos. Al voltear, el corazón de Karin dio un vuelco al mirar la cantidad de gente enferma que los seguía. No todos corrían, pero los que sí podían hacerlo no daban tregua.
-¡Por aquí, Karin! -gritó Lex, desviándose a medio camino hacia un local que tenía los vidrios frontales cubiertos con una cortina de acero.
Ella lo siguió, torciéndose una rodilla por el cambio tan brusco de dirección y el suelo resbaloso. Cuando llegó al lado de Lex, los dos se giraron y cerraron a toda prisa la puerta de metal y después la de vidrio. El estruendo de las decenas de cuerpos estrellándose contra las rejas de metal fue aterrador. Karin retrocedió lentamente, escuchando su respiración entrecortada por encima de los gemidos y los gritos de los infectados, después se encogió dentro de sus hombros cuando Lex levantó el rifle y disparó a un palmo de su rostro, sacudiéndole el cabello. Cuando iba a reclamarle, escuchando aún campanitas por lo repentino del impacto, escuchó un cuerpo caer y volteó para mirar a la mujer que quedó tendida a sus pies.
-¡Dispara, Lex! ¡Dispara! -ordenó Karin entonces, sacando ella misma una nueve milímetros que había tenido asegurada en una funda que colgaba de su chaleco. Abatió a un niño casi de la edad de Rodolfo, lo que estuvo a punto de hacerla titubear si no hubiera tenido que encargarse de tres personas más que burlaron el fuego de Lex-. ¡Alto! Alto, es suficiente -exclamó cuando el último de ellos cayó-. Están todos muertos.
-Dios... Mierda... ¡Carajo! Creí que nos iban a tragar -chilló Lex. Apoyó el trasero en la pared y se dobló al frente, resoplando. A su costado, los infectados se acumulaban por decenas al otro lado de la cortina metálica-. Debe haber al menos media ciudad lista para devorarnos ahí.
-Busquemos una puerta trasera. Este tipo de locales siempre la tienen -dijo Karin, echando a andar con el rifle en alto tras haber guardado la pistola-. No podemos quedarnos aquí por mucho tiempo. No traemos comida con nosotros y aquí no hay nada comestible.
-Sí, sí, estoy en eso -bufó Lex, siguiéndola-. Eh, ¿crees que puedan romper la cortina de hierro?
-Tal vez. Quítemonos de su vista. Tal vez así se calmen un poco.
La ferretería estaba dividida por cinco pasillos cortos formados por repisas llenas de herramientas que no muchos habían tenido el interés de saquear pese a lo necesario de ciertas cosas para la fortificación de las casas. Las paredes estaban llenas de distintas muestras de tubos, cadenas y llaves de tuercas enormes, pero toda la atención de Karin estaba en el mostrador y en lo que pudiera encontrar detrás. Había una puerta entreabierta al otro lado de la caja registradora. La oscuridad era total. Estaba también la entrada al baño, cuya puerta había sido reventada y la taza y el lavabo estaban oscurecidos por sangre seca.
Los cadáveres quedaron atrás cuando Karin y Lex se parapetaron contra las paredes de la puerta que daba seguramente hacia la bodega. En el mostrador, frente a ella, un sándwich a medio comer ya se había secado, un celular abandonado y empolvado reflejaba el vidrio del día al otro lado de las rendijas de la cortina metálica.
Karin se giró y pateó la puerta, después volvió a pegar la espalda contra la pared y esperó a que, si había, los infectados salieran corriendo a atacar, pero pasaron al menos tres minutos en los que no sucedió nada y la presión del tiempo la empujó a encender una lámpara y echar un vistazo por sí misma, con Lex pidiéndole precaución cada pocos segundos.
-Despejado -murmuró Karin, asegurándose de alumbrar hasta el rincón más insospechable del que pudiera brotar lo que fuera-. Mira, ahí está la puerta.
-¿Será prudente salir de una vez? Podríamos esperar uno poco a que las cosas se calmen.
-¿Cuánto sería eso? Rod necesita su medicamento ya mismo. Además, no podemos permitir que nos alcance la noche estando fuera.
-¿Por qué no? Kaltos sale de noche todo el tiempo, y tú Geneve...
-Kaltos no está aquí, y él hace las cosas distinto. ¿Sí recuerdas lo que sucedió esa noche que Geneve y yo salimos, como bien lo dijiste?
Lex miró en otra dirección, ofuscado.
-Sí, perdieron a Joseph.
Karin suspiró.
-Y no es algo que quiero repetir. El día nos favorece en todos los sentidos. La noche...
El chisporroteo de un rifle ametrallando al otro lado de la cortina de metal, por la parte frontal de la ferretería, no solo interrumpió a Karin, sino que la hizo reaccionar en una milésima de segundo para tomar a Lex por la nuca y llevarlo con ella al suelo antes de que las balas que reventaron los cristales los alcanzaran también a ellos.
No se podía escuchar mucho más allá de las cientos de cosas siendo alcanzadas por los proyectiles y los gruñidos de Lex mientras se apretaba la cabeza con ambas manos como si eso pudiera espantar el sonido. Las balas rebotaron en muchas zonas, sacando pedazos de cemento de la pared y proyectando algunas herramientas que estaban colgadas en sus repisas. Un desarmador se enterró en el suelo, a un par de centímetros del brazo de Karin, y un anaquel cayó detrás de ellos, golpeándoles las piernas.
Cuando todo terminó, Karin se acuclilló, recorriéndose hasta la pared para asomar un ojo y mirar a los más de tres hombres que estaban luchando contra el seguro de la puerta de metal. No le dieron tiempo de ordenarle a Lex que se apresurara a escapar por la puerta trasera cuando finalmente vencieron la manija giratoria y entraron con los rifles enristrados.
-Sal de donde quiera que estés. Sabemos que hay alguien. Esas mierdas infectadas no se amontonan en un lugar por nada.
Karin midió sus posibilidades e intercambió una mirada con Lex, que seguía en el suelo. Si se arriesgaba a huir se exponía a ser prácticamente fusilada. Si se quedaba...
-Alto -dijo. Se animó a mostrar una mano, escuchando el chasquido de las armas moverse en su dirección desde el otro lado del local-. Somos dos personas. Nos ocultábamos de los infectados.
-¿Están armados?
-Sí -respondió Karin. Lentamente, bajo la atenta mirada de Lex, retiró su pistola y la escondió en una repisa que tenía a un costado. Luego tomó el rifle y se lo descolgó del hombro-. Vamos a asomarnos con las armas en alto.
-Más les vale -siseó el mismo hombre de voz grave-. Muy lentamente -reiteró-. Cualquier movimiento brusco y los pulverizamos.
Lex se puso de pie y cruzó la puerta junto a Karin, ambos manteniendo las armas en alto. Al llegar a un costado del mostrador, dos soldados se aproximaron a ellos y les quitaron los rifles, después los cuchillos y cualquier otra cosa que les pareció sospechosa. Eran hombres comunes con uniformes que ya no ostentaban con el patriotismo de antes mas sí con la misma arrogancia y autoridad pedante. Se creían intocables. Lástima para ellos que eran tan vulnerables como cualquier otra persona a las mordidas de los caníbales.
-¿Qué hacen aquí?
-Buscábamos medicina cuando los infectados nos interceptaron en la calle y corrimos a ocultarnos -respondió Karin mecánicamente, aún con las manos en alto.
El soldado, un hombre alto, corpulento y de barba de tres o cuatro días, la miró fijamente por algunos segundos y después asintió, permitiéndoles bajar los brazos.
-¿Para quién es la medicina?
Karin le devolvió la mirada con la misma intensidad.
-Para mi hermano. Tiene ocho años.
-¿De qué está enfermo?
-Resfrío.
El hombre clavó nuevamente sus oscuros ojos en ella, analizándola, mientras otros cuatro hombres investigaban los alrededores y uno les apuntaba con el rifle. Karin se alarmó ligeramente cuando Figes, como decía la etiqueta en el pecho del soldado, metió una mano en uno de los compartimientos de su cinturón, pero no para extraer un arma, sino un dispositivo de tamaño muy similar al de un celular. Al encenderlo, lo manipuló un poco con los dedos y después lo levantó para que ella y Lex pudieran ver perfectamente la pantalla.
La sangre se congeló en las venas de Karin cuando distinguió el rostro de Kaltos en la fotografía. La captura había sido tomada desde un costado, pero el ángulo era lo suficientemente favorable para detallar su rostro por completo. Las cejas pobladas, el rostro delgado, la piel bronceada, los ojos cafés, el cabello cubierto por un gorro... y veía hacia la cámara con una furia que Karin no había visto en él hasta el momento, y que por algún motivo esperaba jamás atestiguar.
-¿Lo conocen?
-No -respondió Karin automáticamente. Reprimió la urgencia de voltear hacia Lex para sugerirle con la mirada que respondiera lo mismo. Claro que los soldados se darían cuenta-. Jamás lo he visto.
-¿Qué hay de ti, muchacho? ¿Lo has visto?
-No -dijo Lex finalmente, luego de titubear-. Nunca... ¿Por qué lo buscan?
Ahora fue el turno de Lex de ser largamente auscultado por Figes.
-Es peligroso.
Lex bufó una risilla y puso una enorme sonrisa en su rostro. Karin creyó que se le abalanzarían encima como perros a la carne, pero Figes y sus hombres mantuvieron la calma.
-¿En serio es más peligroso él que los millones de caníbales que nos cazan en grupo?
Figes sonrió a su vez y guardó el dispositivo en el compartimiento de donde lo había extraído.
-Pareces conocerlo muy bien que crees necesario defenderlo y... no sé, ¿encubrirlo tal vez?
-No lo conocemos -repitió Karin-. Pero su pregunta es correcta. ¿Cómo es posible que les preocupe más un hombre fugitivo que las millones de personas que intentan comernos a diario?
El soldado ladeó un poco la cabeza al tiempo que chasqueó la lengua.
-Vendrán con nosotros. Méndez, empaquétalos -ladró.
Karin se resistió al instante, poniendo en práctica su entrenamiento. Logró romper una nariz de un codazo, asestar una patada en la entrepierna de un soldado que se acercó por su flanco derecho y que terminó retorciéndose en el suelo, y tiró del cabello de una mujer que pensó que por el hecho de compartir su género con ella Karin sería presa fácil. Solo se detuvo cuando otro soldado más, ajeno a la pelea, derribó a Lex con un culatazo en el estómago y le apuntó a la cabeza con su rifle, sembrando una calma engañosa en el ambiente.
-O vienen por las buenas, o no van a ningún lado nunca más -dijo el hombre.
Karin volvió a levantar las manos y asintió. Sería por las buenas entonces.
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