36. La rebelión de Claudia
— ¿Qué haces aquí? —preguntaron al mismo tiempo Ian y Alejandro.
—Es la casa de mi hermana y me alojo aquí —explicó—. ¿Qué es lo que tú hacías aquí solo? —Notando lo sospechoso del asunto, se paró firme, bloqueándole el paso.
—Es la casa de mi novia —se excusó con tranquilidad—. Venía por algo que olvidé ayer.
—A Nicolás no le gusta que extraños entren a esta habitación. —Obviando las palabras desafiantes del muchacho, dio media vuelta. El chico pasaba tanto tiempo en esa casa que decidió creerle.
Ian soltó el aire contenido aflojando los músculos. No había elevado sospechas. Sonrió, ahora sólo le quedaba ir a reírse de sus inútiles amigos mientras cambiaban pañales.
— ¿Lo ves? Te queda lindo.
Claudia salió del cambiador con una solera ajustada y unos modernos jeans. Contempló su imagen largo rato, Sophie tenía razón, le quedaba muy bien y el cambio no era exagerado.
Al principio había imaginado que Sophie le realizaría un cambio extremo como en las películas o reality shows, donde la chica queda irreconocible, con la apariencia de una súper modelo.
En cambio ella por fin sentía que usaba ropa a adecuada para su edad, no la que su madre le escogía o la que heredaba de su prima, quien era como quince años mayor; era ella misma, solo que mejor.
Su cabello tenía el cambio más grande, al principio no se convencía, finalmente Sophie logró que se lo cortara en capas y alisara. Se veía bien, más brillante y suave, además que no debería lidiar con su rebeldes y enmarañados rizos cada mañana.
La ropa era linda también, juvenil, no provocativa, más bien moderna y cómoda; era así como se sentía, cómoda y confiada. Tenía el presentimiento de que ya no se ocultaría tanto cuando saliese por la calle.
—Gracias Sophie, la ropa es preciosa, y mi cabello también.
—Te lo dije, los cambios hacen que te sientas mejor contigo misma.
—Nunca tuve una amiga, es lindo ir de compras con una —mencionó algo avergonzada por su declaración.
—Ni yo, bueno si salía con las chicas del curso, pero, no era lo mismo, aprovechaban que yo pagaba todo y que siempre se nos acercaban chicos; después, no les importaba mucho lo que me gustaba, o como quería divertirme, tenía que seguirlas y aguantarme las ganas de ir al arcade. —Sonrió, tenían cosas en común y al mismo tiempo eran muy distintas, parecía cosa del destino el que se hubiesen encontrado, como si un equilibrio entre ambas fuese necesario—. Por cierto —aprovechó de pedirle algo importante—, pasado mañana tengo una audición, es para un show, si me aceptan apareceré en televisión y podré cantar frente a miles de personas, ¿me acompañas?
—No sabía que cantabas —se sorprendió por esa confesión, lo otro no necesitaba pedírselo, por supuesto que iba a acompañarla.
—Sí, me gusta, y mi mayor sueño es ser cantante.
—Siempre pensé que tu mayor sueño era ser médico forense y destripar cuerpos —recordó lo que Sophie mencionaba en el colegio.
—No, de hecho los cadáveres me dan miedo y asco, lo decía para parecer interesante. —Levantó los hombros, mirando el piso mientras caminaba, esa era una de las grandes mentiras que contaba a sus compañeros para que no pensasen que era una niña con sueños de princesa—. Es que si digo que quiero ser una estrella de rock se burlarán de mí, no creo que pueda soportarlo.
— ¿Dijiste que serías diferente no? Y a mí me dices que no debe importarme el resto del mundo, creo que debes tomar tus propios consejos.
Tenía razón, eso era parte de su cambio, ser ella misma, no fingir por caerles bien a un grupo de chicos que poco se interesaban por ella. Además tenía amigos, muy buenos amigos y no necesitaba más. Mantenerse en el grupo popular le pareció tan absurdo y cliché que no imaginaba como hasta hacía un tiempo atrás eso era lo único que le importaba.
Realizando las últimas compras, Sophie llamó a Alejandro para que las recogiera, solo habían pasado cuatro horas, pero de verdad extrañaba a Ian.
***
Ian se extrañó al no ver a sus amigos en la habitación de los gemelos. El ruido que salía del baño llamó su atención. Tiago se encontraba empapado, verificando la temperatura del agua, siguiendo al pie de la letra las instrucciones que su madre le dictaba por celular. Alan se encontraba con el pecho desnudo, desvistiendo a los bebés.
— ¿Qué pasó? —preguntó con desinterés.
—Los bañamos ¿qué parece?, Alan tardó tanto en cambiarlos que se hicieron encima.
— ¡No se hicieron encima, se hicieron en mi! Max me orinó también —se quejó mirando con recelo a uno de los recién nacidos.
Ian se apoyó contra el marco de la puerta, esperando ver más del espectáculo y decidiendo si debía ayudarlos. Miró hacia el cambiador, donde la ropa de los bebés se encontraba, y junto a estos, los brazaletes distintivos de cada uno.
—Supongo que esto no es necesario y saben quién es quién. —Tomó ambos brazaletes y los chicos voltearon comenzando a preocuparse.
—Por supuesto que sí, Sebas es este —calmándose, Tiago habló con seguridad levantando a uno de sus hermanos.
—No es él, es él —lo corrigió Alan mostrándole al bebé que cambiaba.
— ¡Por supuesto que no! Éste es Sebastián, el que tú tienes es Max.
— ¡Max me orinó al último y no quise agárralo!
Ian pasaba la mirada del uno al otro, de verdad eran idiotas, habían confundido a los bebés.
— ¿Tiago qué pasa? —Se escuchó la voz de Thaly a través del teléfono.
—Nada, te llamo luego —aterrado Tiago le colgó, sin pensarlo tomó los brazaletes y le puso el rojo al bebé que llevaba, seguramente su madre subiría en cualquier instante y descubriría que la identidad de sus bebés muy posiblemente había sido cambiada.
—Qué haces, no sabes si él es Sebas. —Alan pretendió disuadirlo.
—Qué importa, son bebés, ahora este es Sebastián y punto, si mi madre se entera que los confundimos va a matarme.
Alan lo imitó, colocó un brazalete al otro bebé y se hicieron a los desentendidos cuando llegó Thaly.
En cuanto les informó que era suficiente castigo por un día, salieron corriendo. Ella los miró con extrañeza. Centró la atención en sus bebés para darles un baño y notó que las manillas estaban puestas en el bebé incorrecto.
— ¿Les cambiaron las manillas? Qué tontos —les habló dulcemente a los gemelos, mientras les devolvía sus brazaletes distintivos.
—Este secreto nos lo llevamos a la tumba. —Salieron a la calle y Tiago les hizo jurar que nunca dirían nada sobre la posible confusión de los bebés. Era algo con lo que debería vivir para siempre, mirar a sus hermanos y recordar que posiblemente llevaban el nombre equivocado.
Uno de los autos pasó por el frente y sin darle tiempo a detenerse, Sophie salió de él. Alejandro la regañó por su imprudencia y entró al garaje. A Sophie no le importó, salió corriendo para abrazar a Ian.
Él la elevó del suelo sosteniéndola por la cintura, girando con ella en el aire. La bajó lo suficiente como para que sus ojos estuviesen a la misma altura y se contemplaron.
—Te extrañé dijo Sophie.
—Yo también. —La bajó para abrazarla.
Claudia salió del garaje y los miró con ensueño, preguntándose si alguna vez le llegaría a gustar tanto a alguien.
—Claudia no mires eso, se te quemarán las retinas. —Alan le tapó los ojos alejándola de los dos muchachos que comenzaban a besarse en una escena que parecía simular un re-encuentro tras la guerra.
Tiago se aguantaba las ganas de separarlos y estrellar la cabeza de Ian contra el muro. Después de todo, no era agradable ver como besuqueaban a su hermana, a quien siguiendo el ejemplo de su padre, mantenía vigilada y protegida. Solo se aguantaba por las amenazas que su madre les había hecho a él y a su padre, sobre dejar a Sophie tranquila con su novio.
A Claudia el calor inundó de inmediato su cuerpo y subió hasta situarse en sus mejillas. Alan aún no la soltaba y casi sentía el roce de su piel desnuda.
— ¡Tiago! —en medio de su rabia contenida, Tiago sintió un golpe en el estómago, era Grecia, quien había corrido a abrazarlo con torpeza —. ¡Ganaste! —lo apretó lo más fuerte que su pequeños brazos le permitieron.
—Suéltalo Grecia —la seria voz de Evan sonó antes de que pudiesen notar su presencia.
— ¿Qué haces aquí? —preguntó Tiago de mala gana, mientras Evan jalaba a su hermanita, intentado que soltase al muchacho.
—Vine a traer a Grecia para que juegue con tu hermano y su amiguita. Escuché que ganaron, felicidades —habló con sarcasmo, por primera vez su colegio no clasificaba a un nacional y sus mayores rivales ganaban el campeonato.
—Sí, no fue difícil, en realidad fue casi tan fácil como ganarles a ustedes. —Tiago sintió que por fin el flujo sanguíneo regresaba a sus piernas cuando Evan logró soltar a Grecia.
Sophie e Ian se separaron por fin y Alan dejó a Claudia, listo para evitar una confrontación.
— ¿Estás bien? —Evan miró a Sophie e Ian gruñó por lo bajo.
— ¿Por qué habría de estar mal? —con el mismo tono que Tiago, Ian inquirió qué quería Evan con su novia.
— ¿No te contó? Unos sujetos intentaron llevarse a tu chica.
Tras la explicación, Ian volteó hacia Sophie, enojado porque ella no le había contado nada; tampoco le había dado tiempo, pero imaginársela en una molesta situación y él en total desconocimiento no le agradó.
—Sí, estamos bien, después de que tú te fuiste con tu amo, Claudia y yo tomamos otro camino y no nos los cruzamos. —Agarró a su amiga y recién los chicos se dieron cuenta del cambio.
— ¿Es la misma chica? Se ve rara. —Evan se desconcertó, esa no parecía la chica que acompañaba a Sophie un par de horas antes.
— ¡Se ve linda, no rara! —replicó.
— ¿Es lo mismo no? Grecia te recojo mañana, no dejes que ese se te acerque —le habló a su hermanita mirando a Tiago con desprecio.
— ¿No te quedas?—Alan intervino y casi todos lo miraron con odio por invitarlo sin un acuerdo general del grupo.
—No, tengo mejores cosas que hacer, como ver crecer el pasto, antes que estar con ustedes.
Grecia se despidió alegremente de él, volviendo a mirar a Tiago con ilusión.
—Grecia ya entra —Daniel la llamó desde la puerta, pero la pequeña volvió a abrazarse del muchacho de ojos azules.
—Vamos a jugar —dijo Samy con dificultad, jalándola y arrastrándola dentro junto con Daniel, en tanto que Grecia estiraba sus bracitos intentando alcanzar a Tiago.
Alan miraba con burla a su primo, preguntándole por su pequeña novia. Ian volvió a retomar su beso con Sophie y Claudia miraba a todos con timidez hasta que vio el auto de su madre aproximarse.
Una pareja de muchachos besándose en la calle, un chico semi desnudo sentado en la acera y un tercero recostado en la vereda, le pareció una de las escenas más escandalosas que habían presenciado; la cosa empeoró al ver a su hija en compañía de esos adolescentes, vistiendo ropa inapropiada y no sabía qué le había pasado a su cabello.
— ¡Claudia! —le gritó furiosa saliendo del auto y llamando la atención de todos—. Qué haces con estos vagos, váyanse a su casa —les dijo moviendo las manos como si ahuyentase a un perro.
—Vivimos acá —explicó Tiago, algo sorprendido.
—Yo vivo al frente, pero me quedo a dormir —dijo Ian abrazando a Sophie por la espalda.
—Yo vengo aquí los fines de semana y me quedo a vivir cuando mis padres se divorcian —concluyó Alan con las explicaciones, que para ellos sonaban lógicas y razonables, sin embargo, para la señora Roach era un acto de insolencia.
—Son mis amigos mamá ¿Recuerdas a Sophie?—Claudia se aproximó, interviniendo antes de crear un mal entendido.
La mujer la miró con asombro, incrédula, siempre había luchado por mantener a su hija lejos de ese tipo de compañía.
— ¿Éstos?... este grupo de vagos rebeldes no pueden ser tus amigos, ¡Solo mírate! ¿Qué fue lo que te hiciste? ¿Qué son estos trapos que llevas puesto? —No sabía a dónde dirigir su indignación, a los supuestos amigos de su hija o a la ropa que llevaba.
—No son trapos, es ropa de marca —insolente, Sophie la confrontó, esa mujer no sabía nada de atuendos, a simple vista podía notarse lo fina y costosa que era la ropa que Claudia llevaba puesta.
—Pues es totalmente inapropiado que una jovencita se vista así.
—Yo me visto a así —dio un paso hacia ella.
—Pues no sé qué clase de madre tengas que te permita...
—Una madre que se preocupa por ella siempre y no ve nada de malo en que use los atuendos con los que se siente cómoda. —Ambas giraron hacia la entrada, Thaly miraba hacia la mujer con represión. Se aproximó a ellas, para sacar a su hija de la confrontación.
La señora Roach contempló a Thaly de pies a cabeza. Con una primera impresión podía jurar que se trataba de la hermana mayor de Sophie, no solo se le parecía mucho, también era demasiado joven. Sin embargo, ya había escuchado mucho de ella, las madres de los alumnos del colegio no se guardaban sus opiniones respecto a la joven esposa del director cuando asistían a las reuniones.
Thaly no solía ir a esos eventos, con su esposo como director del colegio de sus hijos, no había tema del que no estuviese enterada y no necesitaba asistir a los encuentros de padres y maestros.
—Su hija es una mala influencia —dijo la mujer cruzando los brazos e irguiéndose. Sophie y Thaly tuvieron un déjà_vu, no era la primera vez que escuchaban eso por parte de alguna madre de las compañeras de Sophie—. No se puede esperar menos de la hija una mujer de clase alta que paga por todo y no sabe ni lavar un plato.
Los chicos abrieron la boca con sorpresa. Previendo lo que podía suceder, Alan agarró a Thaly, pues ella era capaz de brincarle a golpes a esa mujer.
— ¡Como yo crie a mis hijos no es su asunto! —le gritó tras los brazos prisioneros de Alan.
Sophie se molestó más que nunca, miró con indignación a Claudia, quien bajaba la vista, manteniéndose al margen.
—Claudia, sube, no me importa que sea hija del director, no te acerques a ella. Al llegar a casa te cambias de ropa y se la mandas de regreso en un taxi. —Dando por finalizada la discusión, abrió la puerta del auto.
Thaly entristeció, de nuevo trataban a Sophie como una mala influencia y alejaban a su única amiga.
Sophie mordía su labio con fuerza, aplacando la ira, la frustración y las lágrimas.
Ian la abrazó, intentando calmarla y que supiese que él estaba con ella. Ya dirigiéndola dentro, la madre de Claudia llamó la atención de su hija, esta no se movía, permanecía en el mismo lugar mirando al piso.
—Claudia, vamos, ¿qué te pasa?
— Pasa que no puedes tratarlas así —dijo en susurros, aún con la cabeza gacha.
— ¿Qué dijiste?
— ¡Que no puedes tratarlas así! —gritó—. No conoces a Sophie, ni a su madre, ni a mis amigos. Siempre juzgas a quienes no son como tú, ¡por eso no tengo amigos, por eso nadie se acerca a mí! —Aún no se animaba a explotar del todo, se contenía apretando los puños sin atreverse a mirar a su madre, pero las lágrimas ya surgían—. No soy una niña, me gusta vestirme así, me gusta salir con Sophie, con Ian, Alan y Tiago. Son mis únicos amigos, los únicos que no se hacen la burla de mí.
—Claudia —replicó indignada.
—Si quieres voy a casa ahora, pero no pienso cambiarme, ni dejar a Sophie. —Se decidió a mirarla de frente, con tanta seguridad que no parecía ella misma.
—Métete al auto, hablaremos con tu padre sobre esto. —La señora Roach bajó su tono de voz. El resto miraba anonadado, sobre todo Sophie, quien casi lloraba de felicidad; por primera vez una amiga la defendía frente a sus padres y se jugaba por su amistad.
Claudia obedeció, entró al auto, no sin antes dirigirle una sonrisa a Sophie, asegurándole con la mirada que no debía preocuparse.
Pasado todo el momento, entraron a la casa, Thaly aún tenía ganas de matar a alguien, así que entró a descargarse con Nicolás.
Tiago y Alan se dirigieron a jugar con la consola, Ian detuvo a Sophie para hablar a solas.
—Ahora sí dime de qué hablaba Evan.
—Nada —resopló —, unos chicos molestaron a Claudia, les lancé una pizza, luego querían que me vaya con ellos, no quise, pero insistían; aparecieron Evan con su grupo de idiotas y se metieron; Esteban comenzó a molestarme, lo empujé y vinieron unos guardias —explicó conteniendo el aire.
Ian permaneció impasible, esperando que fuese una broma.
— ¡Qué! —explotó al ver la sinceridad en el rostro de Sophie—. ¿Estás bien? ¿Quiénes fueron? Te juro que los mato, con Esteban me contuve demasiado; voy a buscarlo y asegurarme... —Ya echaba fuego por los ojos. Sophie se asustó, él hablaba en serio, de seguro en su mente ya maquinaba planes para asesinar a Esteban y realizar una búsqueda exhaustiva de ese grupo de chicos.
—No es para tanto, no es la primera vez que un grupo de idiotas trata de arrástrame a algún lado.
—Es que eres hermosa, la verdad, a veces me daban ganas de secuéstrate. —Se serenó de golpe y tomó su rostro con ambas manos, mirándola de frente y sacándole más de un estremecimiento por el ronco y suave sonido de su voz—.Eres un pequeño imán de problemas. ¿Lo haces a propósito para que te salve no?
—Claro que no, solo que los problemas me persiguen. —Lo empujó frunciendo la boca—, pero eso desde que te conozco, tu eres un atractor de problemas.
Ian volvió a jalarla hacia él, abrazándola protectoramente y besando su cabello.
—Dense un poco de oxígeno y vengan. —Desde la puerta, Alan los llamó; Tiago le había prestado una polera limpia y se vestía mientras les hablaba.
Tiago entró a su habitación, esperando a que Alan arrastrase a Ian y lo alejase un momento de los brazos de Sophie. Casi se muere al encontrar una bolsa de dormir rosa en su habitación, un mantel con ositos sobre su cama y un plato con muffins de chocolate. Grecia colocaba unas flores recién cortadas en un florerito de plástico y buscaba en la habitación el lugar más adecuado para colocarlo.
— ¡Grecia qué haces! —preguntó llamando la atención de la pequeña, quien corrió hacia él con los ojos brillándole como estrellas.
— ¡Hoy duermo contigo!
— ¡Claro que no! Tú debes quedarte con Daniel y Samy, lejos de aquí —explicó procurando no gritarle a la niña.
—Te hice muffins —ignorándolo, agarró el plato con pasteles y se los ofreció dulcemente.
Tiago recibió el plato, a veces pensaba más con su estómago y no podía resistirse al delicioso olor a chocolate.
— ¿Grecia qué haces aquí? —Daniel, viendo la puerta abierta, se acercó con Samy—. Ya te dijimos, aléjate de los mayores. —de nuevo los dos niños se llevaron a rastras a la pequeña Grecia, mientras ésta estiraba sus bracitos.
Los otros chicos entraron para alistar sus cosas antes de salir a cenar y regresar para jugar hasta a tarde y dormir. Tiago abrazó protectoramente sus panecillos. Grecia los había hecho para él y no quería compartirlos.
Con mucha cautela abrió la puerta, no quería despertarla, a media noche había sentido el inaguantable impulso por verla. La luz del pasillo alumbró su rostro y se desvaneció tras la puerta. El cuarto se encontraba iluminado tenuemente, con la claridad suficiente para que él pudiese detallar con privilegio las finas fracciones de su rostro.
Se arrodillo frente a ella, contemplándola dormir, respirando precariamente para no despertarla. Con ternura pasó las yemas de los dedos por el lacio cabello de Sophie, palpando la suavidad de éste, enredando los dedos en lo que parecía una fina seda. Ella abrió los ojos y en la penumbra lo distinguió; no necesitaba verlo en realidad, ¿quién más la acariciaría de esa forma en medio de la noche?
—Perdón, no quise despertarte —le susurró pretendiendo adormilarla con su voz.
Ella sonrió y prendió la luz de la lámpara; le extendió los brazos, invitándolo a arrimarse a ella. Él no pudo negarse, la apretó lo suficiente como para sentirla tan junto a él que podían ser uno.
La noche se veía hermosa, el cielo más claro que de costumbre y las estrellas parecían más numerosas. A él le gustaba ver el cielo nocturno, y en Londres las luces citadinas no permitían que uno pudiese apreciar la belleza de las estrellas. La separó de su cuerpo, dejándola con las ganas de recibir un beso; abrió la ventana y le ofreció su mano para salir.
La ventana de la habitación de Sophie daba al techo del primer piso, un lugar ideal para contemplar las estrellas.
Ian salió por esta e incentivó a Sophie a seguirlo. Se sentó en el tejado con las rodillas dobladas y la muchacha entre estas, de forma que él podía abrazarla por la espalda. Advirtiendo el frío se quitó la delgada chaqueta y la colocó sobre los hombros de Sophie, cerrándola mientras la abrazaba.
— ¿Nunca te ha dado la impresión de que si estiras el brazo puedes agarrar la luna entre tus manos? —Después de agradecer el acto, Sophie estiró a mano en dirección a la luna, deseando sostenerla e imaginando su temperatura.
—Cuando estás conmigo siento que tengo la luna y las estrellas entre mis brazos —le respondió juntando su mano con la de ella, haciendo el ademán de agarrar la luna como si fuese una pequeña esfera brillante.
Sophie se sorprendió, Ian nunca le decía cosas como esa. Su voz, la calidez de sus brazos, las cosquillas que su aliento le provocaban en su nuca junto a la preciosa noche, hacían de ese momento uno de los más románticos y especiales que podía recordar.
—Perdóname. —Ian hundió el rostro en su espalda.
— ¿Perdonarte por qué? ¡¿Qué me hiciste?! —Se preocupó pensando que de nuevo el chico le había jugado una broma.
—Nada —rió—, es que no soy tan cariñoso y romántico como quisieras que fuera; es que soy nuevo en esto de querer a alguien. ¿Pese a que no te lo diga siempre, o no te haga regalos o románticas citas, sabes que te amo, verdad?
A Sophie se le encogió el corazón por oírlo hablar así, no como reflejo a un sentimiento de aprehensión; todo lo contrario, la respuesta resultaba tan obvia, que no comprendía cómo Ian se lo preguntaba.
—Por supuesto que sí, y me gusta como eres. —Giró todo lo que el abrazo de Ian le permitió, lo suficiente para alcanzar a verlo—. Aunque generalmente me sacas de mis casillas, es realmente divertido. Desde el inicio de la vacación que me siento libre, puedo ser como soy. Antes me preocupaba demasiado lo que el resto de los chicos pudiesen pensar de mí, me daba miedo; siempre me rechazan, pero tú sabes como soy, vivo perdida en mis sueños infantiles...
—No lo son —la interrumpió secándole una lágrima que había comenzado a caer por su mejilla—. Eso es lo que me gusta de ti, no solo el hecho de que seas la chica más hermosa que he visto, sino la forma en la que miras el mundo, la dulzura de tus actos, y como te esfuerzas en todo, como caerle bien a la gente. No eres común, eres demasiado especial.
—Creo que lo bueno de que hayamos empezado con el pie izquierdo, es que me enamoré primero de tus defectos y cada vez que descubro alguna de tus virtudes me gustas más. Con Esteban fue al revés, me gustaba todo lo bueno de él, las tontas ilusiones que forjé a su alrededor, y cuando me di cuenta de lo idiota que era, todo se desvaneció. En cambio contigo... no hay nada que me sorprenda, ni nada hará que deje de quererte alguna vez.
Ian suspiró al escuchar esas palabras, esperaba que Sophie hablase en serio y no existiese un motivo lo suficientemente fuerte para separarlos.
—Ni yo, nunca dejaré de amarte, aunque tú me dejes algún día...
—Jamás voy a dejarte —le cortó frunciendo el ceño—. Recuerda lo que me prometiste, te quedarás conmigo y luego nos iremos juntos.
—Sí, lo sé, y te juro que voy a cumplir, vendrás conmigo Sophie, no importa lo que pase —habló serio, pensando en los planes que iba maquinando. Deberían hacer algunos sacrificios, pero no había marcha atrás ni fuerza lo suficientemente grande para impedirlo.
—Ian —la dulce voz de Sophie irrumpió en la quietud—, ¿Cuándo empecé a gustarte? —Hacía tiempo que tenía esa duda. Si él le realizaba la misma pregunta no estaba segura de cómo responderle. Sabía cuándo se había percatado del sincero amor que le tenía, pero no el momento en el cual ese inoportuno sentimiento se había colado como un virus en su corazón.
—No voy a decírtelo —negó soltándola y apoyando los brazos en el techo detrás de su espalda.
—Dime —suplicó.
—La verdad —comenzó resignándose a que ella lo atormentaría con la pregunta hasta escuchar una respuesta—, me gustaste desde que entré al salón de clases por primera vez y te vi distraída y soñadora. Es una imagen que se me quedará grabada en la mente para siempre. Me pareciste tan hermosa que lo único que pensé en ese momento era que te quería para mí.
—No es cierto, ni siquiera me prestabas atención.
—Es verdad, ¿Por qué crees que habiendo siete asientos vacíos en el aula justo me senté a tu lado?
—Si te gustaba por qué me dejaste colgada de la azotea o me dijiste que era insoportable y caprichosa...
—Primero, que si me parecías insoportable y caprichosa. Podías ser extremadamente bonita, pero eso no te quitaba lo fastidiosa y ególatra, lo que me hizo suponer al principio que eras igual al común de las chicas bonitas y huecas; y respecto a lo otro... no iba a dejarte, cerré la puerta de la azotea para hacerte asustar, estaba esperando para regresar por ti, cuando estuve a punto de hacerlo apareció Esteban y dejé que el príncipe azul te salvase.
—Vaya príncipe que resultó —ironizó acompañando sus palabras con un movimiento de ojos.
—Después vi lo sola que estabas, y la forma en la que tus amigos hablaban de ti y como hacías de todo porque te aceptasen; eso no me agradó, pero si llamó mi atención. Por algún motivo eres un libro abierto para mí, me di cuenta de que tras esa fachada dura eras una dulce princesa mariposa; y no lo sé, no estoy seguro del momento, pero más que nunca te quise a mi lado. Cuando escuché que nunca habías besado a alguien me encapriche con la idea de ser el primero que lo hiciera. Perdón si te arruiné el momento, pero debía adelantarme a Esteban.
—Te odie por eso, no por el beso, sino por lo que me dijiste. ¿No pudiste ser un poco más romántico? ¿O haber mantenido tu boca cerrada? Te juro que si no hubieses dicho nada habría sido tan perfecto que me habría planteado seriamente el que me gustabas. ¿En verdad cobraste la apuesta? —Se puso triste recordando como los chicos de su colegio pretendían jugar con sus sentimientos por ganar dinero.
—Por supuesto que no, lo dije porque soy idiota, no quería dar mi brazo a torcer y aceptar que te había besado porque me volvías loco; aunque fue tan divertido... ver tu cara de desconcierto después del beso. —Se rió recodando como meses atrás había probado los labios de Sophie por primera vez—. Ya te dije, soy nuevo en esto, y estaba seguro que no te gustaba, no quería quedar como un idiota. Quería ir despacio, pero la diversión por pelear contigo a veces superaba mis intentos por llamar tu atención. Eso hasta que me enteré que estabas con Esteban, no sabes las ganas que tenía de matarlo, se me adelantó, fue tu primer novio, se supone que yo soy el primero en todo —habló con arrogancia.
—Pues para mí no cuenta, tu eres el primero y punto, así como nuestro primer beso fue en el parque. —Aseveró cruzándose de brazos, para ella Ian era su primer amor, y el único, era inconcebible la posibilidad de amar con tanta pasión a otra persona.
—Haces parecer las cosas tan fáciles... ojalá yo pudiera hacer lo mismo, olvidar el pasado y tomar solo los acontecimientos que más me gustaron; hacer de cuenta que el resto nunca sucedió.
—Puedes hacerlo.
—Si lo hiciera tendría que borrar toda mi vida y sólo quedarme con los últimos meses y momentos que estuve contigo. —Dejando la arrogancia y diversión de antes, miró perdidamente hacia el cielo por sobre el hombro de ella, pensando que Sophie era lo único valioso en su vida, la única persona a la que había querido de verdad. Si hubiese alguien por quién podía dar la vida, ella era la que se le venía a la mente.
— ¿Te diste cuenta que es la primera conversación larga que hemos tenido? Y una de las pocas que no termina en discusión. —Sophie se acurrucó mientras él volvía a abrazarla. Era extraordinario como no necesitaban hablar demasiado sobre sus sentimientos para demostrarse lo que sentían, pero en ocasiones como esa, hablar era agradable.
— ¿Pero sabes cómo va a terminar, no? —Curvó los labios acercándose lentamente a ella, fusionándose en un beso más tierno que apasionado, lento, cariñoso, tomándose todo el tiempo necesario para deleitarse con un pequeño instante entre los innumerables que tendrían.
—Mi nivel de dulzura ya está tan alto que comienzo a asquearme. —La voz de Tiago los sobresaltó e interrumpió su momento.
—Yo ya tengo nauseas —dijo Alan
Con deseos de lanzarlos desde el tejado voltearon a verlos. Tiago junto a Alan los miraban desde el interior de la habitación, de seguro hacía mucho que estaban ahí, pero se encontraban tan perdidos en los brazos del otro que no se habían percatado.
—No debes entrar al cuarto de una mujer. —Alan se agachó junto a su primo, sacando medio cuerpo por la ventana para sostener a Ian y arrastrarlo por los hombros.
Con mucho esfuerzo y nada de cuidado lo jalaron de espaldas, haciéndolo caer en el interior de la habitación y luego lo arrastraron mientras él protestaba.
— ¿Qué tanto comes? Eres más pesado de lo que pareces —se quejó Tiago moviéndolo con esfuerzo—. Tú duermes en el cuarto de al lado, con nosotros, donde podemos vigilarte.
Sophie miró por la ventana hacia el interior, Ian cruzaba los brazos y ponía una mueca de desagrado, si no era el padre de Sophie, eran su hermano y su primo; esa familia parecía estar en su contra.
La muchacha rió, realmente hubiese deseado permanecer conversando con Ian toda la noche, por suerte tenían todo el tiempo del mundo para hablar y conocerse, o eso era lo que creía.
Pues bueno... nos vemos mañana
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