5. Simbología
Me dejé caer lentamente al suelo apoyándome en la puerta. Estaba asustada. Mi respiración estaba agitada. Los latidos eran irregulares y rápidos. Notaba que el corazón me iba como un tambor, temiendo que, en cualquier momento, se me saliera del pecho.
Desde que cerré la puerta, mi cerebro no paraba de repetir la frase que había dicho Marcus y que me había dejado sin aliento: "Te encontraré". No solo eso, sino que llevaba un cuchillo en la mano, y, en el rostro, las facciones habían adquirido una siniestralidad que reflejaba venganza ¿Algo de lujuria también? Me recompuse lentamente.
Volví a la realidad que me rodeaba. Pude ver a Daniel y Morfeo delante de mí. Estos iban alternando sus miradas entre ellos, los apuntes que llevaba Morfeo, y yo.
—¿Estás bien? ¿Necesitas que te demos espacio? —La voz de Morfeo era seria. Daniel se le veía preocupado. Sus ojos lo expresaban.
—Si. Es solo que me he llevado un susto al final —intentaba no levantar los ojos hacia los suyos. Aún sentía el miedo. Sentí mis mejillas calientes al hablar.
—Veo que lo has vivido en grande, ¿eh? —sonrió Daniel, aunque me miraba con delicadeza, como si le preocupara que en cualquier momento me fuera a romper—. Y has podido encontrar la puerta —echó un vistazo a esta y luego a mí.
—Sí, pero me ha costado. Empezaba a pensar que no lo lograría —hablé conmigo misma aun aceptando lo extraño que había vivido al otro lado.
—Las cosas se estaban poniendo tensas. He de reconocerlo —miró más allá—. Lo que importa es que estas aquí —colocó una mano en mi hombro en señal de apoyo—. El colgante te ayudó —sonrió indicándome con la barbilla el curioso amuleto.
— ¿Cómo es que el colgante ha brillado? —pregunté con curiosidad. Morfeo me miró con intensidad para luego dirigir la vista hacia Daniel. Escuchaba la conversación con interés, pese a que estaba concentrado, o, al menos, eso parecía a los informes.
—El amuleto te ayudará a "guiarte en tu camino y a ver con claridad entre la oscuridad"—comentó Morfeo serio con una media sonrisa.
Se oyó un ruido lejano.
—Tengo que ir a arreglar unos asuntos —me miraba con profundidad—. Parece que está todo bien. Asegúrate de que vaya bien y si tiene alguna duda, responde—esta vez se dirigió a Daniel—. Nos veremos pronto —nos sonrió a los dos. No sabía cómo identificarla.
—Veo que nos quedamos los dos a solas —me miró, sonrió, y levantó las cejas con segundas intenciones. Después se río.
—¡Qué gracioso! ¿siempre es así? —indiqué con la cabeza a Morfeo mientras salía por la puerta. Me dio la sensación de que estaba algo nervioso desde que se escuchó ese ruido.
—¡Hombre! Es el jefe de aquí —mostró los dos brazos—. Cuando te conozca más y te tenga confianza, ya verás que es un payaso —nos reímos.
— ¿El colgante para qué sirve? —señalé el collar y luego levanté la vista encontrándome con unos ojos marinos tranquilos.
—El colgante te ilumina cuando estás en la oscuridad y puedas encontrar las respuestas que necesitas, que no siempre son las que quieres. Hay otras funciones que irás descubriendo con el tiempo —En esto último sonrío con una pizca de picardía—. La espiral también tiene las suyas propias. —bajó la vista hacia mi ombligo. Lo imité.
—Ahora que hablas de eso —meditaba mis palabras—. La primera vez que entré, la vi tanto en la puerta como en la alfombra —comenté mirando hacia arriba.
—¿Sabes lo que significa? —sonrío deseando responder igualmente. Negué con la cabeza—. Va relacionado con la vida —juntó las dos manos en la espalda—. Representa el crecimiento, la evolución, y la expansión de las personas —empezó a caminar—. Es decir, la búsqueda de uno mismo, conocerse. Nunca somos iguales, aunque la esencia queda, poco a poco, vamos cambiando, y, con ello, crecemos como personas —resumió mirándome sonriente—. Te ayudará a saber quién eres —me señaló a la vez que se acercaba. Fruncí la ceja ante la confusión—. También, es la vida, la muerte, y la reencarnación. Siempre volvemos a nacer con una misión diferente —acabó perdido en sus pensamientos.
Nos quedamos en silencio.
—¿Quién soy? Soy Alaya. He empezado a estudiar primer curso de la Carrera de Psicología. Me gusta sonreír. Al hablar en público, no puedo evitar ponerme nerviosa —empecé a describirme a mí misma hasta que Daniel se río.
—No me refería a eso —su mirada me tranquilizó de la vergüenza que pasé—. ¿Seguro que sabes quién eres? —se acercó a mí sonriendo ligeramente y mirándome con calma. Me quedé confusa—. Ya lo irás averiguando —me consoló dirigiendo la vista hacia la puerta. Le seguí.
—¿Ahí dentro? —pronuncié adivinando en lo que estaría pensando. Daniel asintió.
Nos quedamos en silencio.
—¿Y la espiral que me hiciste? ¿La del ombligo? —pregunté confundida y curiosa. Me miró fijamente.
—Oh, eso... —se río a carcajadas y me sonrío—. Ayuda a diferenciar los que son "conscientes" de los que no, al igual que el colgante que te di —señaló con la barbilla el amuleto—. En verdad, todos tenéis una —sonrió—. Me explico... Los que no son conscientes tienen la espiral negra, como el que había en la alfombra o en la puerta —me acordé de ellas—. Los que, lo sois, va cambiando de color de acuerdo a vuestras emociones. Cada color es un estado emocional —dirigió la mirada a mi ombligo—. Por último, si la punta mira hacia la izquierda, quiere decir que puedes ir al castillo de Morfeo, y, si mira a la derecha, es hora de volver a tu mundo —sonrío frunciendo una ceja.
Nos quedamos un rato en silencio.
—Donde he estado, era una vida pasada, ¿verdad? —pregunté.
—Si. Todos tenemos vidas pasadas. Algunos tienen más, y otros, menos —explicó con una voz que sonaba lejana—. Pero no todo el mundo puede recordarlo mientras dormimos —me observó de reojo. Veía un punto de ternura en sus ojos.
—Solo "los conscientes"—afirmé con la cabeza—. Al cruzar, Marcus dijo que me encontraría, ¿Quién es? —percibí miedo y preocupación mientras no dejaba de mirarme. Se quedó pensativo.
—Eso has de descubrirlo por ti misma. Es parte de las reglas —abrió los ojos.
—Reglas, ¿Qué reglas? —miré con curiosidad.
—¿Qué reglas? —me repitió sonriendo. Quería distraerme.
—Has hablado que es parte de las reglas. Sí, estoy segura —añadí adivinando lo que pensaba decirme. Suspiró.
—He hablado demasiado —echó un vistazo a alrededor. Quería que nadie lo oyese. Lo imité. Me costó ver que había una cámara de seguridad. ¿Qué hacía una aquí?
Me abrazó y se acercó a mi oído derecho.
—Con el tiempo lo sabrás. Hablaremos de eso más adelante —me susurró—. Ahora necesitaré que vuelvas a entrar ahí, ¿vale? —prosiguió—. Si estás de acuerdo, parpadea una vez —Hice lo que pidió. Nos separamos. Abrió la puerta. Intercambié la mirada entre la puerta y él.
—No te preocupes. Estaré asegurándome que todo vaya bien—sonrió con ternura y diversión—. Me lo pasaré en grande —se río—. No te olvides de recordar donde está la puerta —asentí cruzándola.
—Nos vemos pronto—sonrió tristemente.
Cerró la puerta.
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