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3. Morfeo

Lo que había soñado era real, pero ¿cómo? me preguntaba a mí misma. Parecía fantasioso. No me lo creía. Sin embargo, había pasado. De la noche a la mañana mi vida cambió y ahora pensaba en qué clase lío me había metido. Percibía que formaba parte de algo, la espiral en el ombligo me lo afirmaba, pero ¿Qué exactamente? ¿Cómo funcionaba? ¿Por qué la tenía ahí? ¿Era una manera de diferenciar algo?

Dejé de darle vueltas. Si seguía así, me estallaría la cabeza. Me encantaba pensar en todo, pero tanto, lo único que conseguía es que me agobiara.

Sentí un escalofrío que me recorrió lentamente por todo el cuerpo. No podía ser bueno. Mis experiencias previas me lo demostraban. Primero, la extraña sensación que tuve en cuanto entre en el Castillo abandonado, y luego, cuando noté que había alguien observándome, del cual, al final, así fue. ¿Qué sería esta vez?

Me giré.

Pese a que era de noche, se podían ver a dos cuervos detrás del cristal de la ventana que me sostenían la mirada con un aire de superioridad y curiosidad. ¿Qué hacían allí? Tenía la sensación que seguían mis movimientos. Me resultaba realmente incómodo.

— ¿Qué queréis? —los intenté echar moviendo el brazo. No se iban. Graznaron a modo de respuesta. ¡Que pesados! Lo mejor era no hacerles caso, pero continuaba notando sus ojos clavados en mí. Mi corazón se hacía algo más pesado debido a eso.

Me miré en el espejo. El cansancio del día se me reflejaba en la cara. Necesitaba dormir ya. Agradecía que fuera de noche, ya que dentro de poco podría cerrar los ojos y desconectar. Tenía ganas de sentir su calidez, haciendo que me sintiera tranquila en su pequeño rincón seguro y que nada malo podría pasarme.

La adrenalina con la que había empezado la carrera, el chico de secretaria que me sonaba familiar y resultó ser Daniel, la mirada irritante de Mar, "El mundo astral" aquel lugar enigmático que me había llamado tanto la atención, David y su tímida forma de entrar, la energía de Emily que siempre la acompañaba con su sonrisa. Tantas emociones y cosas en tan poco tiempo, habían hecho que se agotara mi batería interna. ¿Cómo podía ser posible?

Alaya. Una voz sonaba en mi cabeza. El cansancio me había pasado factura y ahora era mi mente la que me pasaba malas pasadas. Alaya. Se escuchaba muy cerca. Era como si hubiera alguien conmigo, pero mi madre hacía rato que estaba en el comedor, y aparte de ella, sólo estaba yo. Alaya. Ven Alaya. Parecía que me susurraban en el oído.

Me giré por instinto hacia el espejo.

Cerré los ojos y los volví a abrir para asegurarme de que no era mi imaginación. Efectivamente, seguía ahí. Grité. Estaba asustada. Caí al suelo del espanto. Algo había salido de la nada. Sudaba de los nervios. Escuchaba como el corazón me palpitaba tan rápido que temía que en cualquier momento pudiera salir disparado de mi pecho.

Había una mano que traspasaba el espejo y unos ojos azules que me miraban fijamente. Lo sabía porque al levantarme, moví la cabeza a ambos lados y por el rabillo lo observaba. La cosa imitaba mis gestos con los ojos. Alaya. Otra vez. De alguna manera, su mirada hablaba por si sola y me decía que esa cosa era la que susurraba mi nombre. Ven Alaya. Me sentía hipnotizada.

Extendí la mano. La cosa del espejo me empujó hacia adentro hasta traspasarlo. Mientras pasaba a través de él, iba alternando mi mirada del cuarto del baño que estaba dejando atrás al misterioso ser que me llevaba. No veía nada más que no fuera su mano. Era cálida. Demasiado para mi gusto, hasta diría que abrasaba.

Eché un vistazo a mi alrededor. Estaba todo oscuro, pero extrañamente había diversas luces en todas direcciones que se veían a nuestro paso. Algunas cerca, otras lejos y me intrigaba saber adónde conducirían. Me asustaba el hecho de que estuviera en la oscuridad.

—No cierres los ojos —comentó el ser desconocido que me llevaba. Su voz resonó por todo el lugar.

—No puedo evitarlo —contesté con voz temblorosa. Me sentía incómoda. Miraba el suelo. Si es que había, porque no veía nada aparte de esas luces.

—Tienes miedo a la oscuridad —me dio la sensación de que sonreía, pero como no lo veía no podía asegurarlo. Noté que su mirada traspasaba mis ojos y me hacía sentir algo incómoda—. En la luz siempre habrá sombras y en las sombras siempre habrá algo de luz —esa frase retumbó por todo el túnel.

A medida que nos acercábamos, una luz se iba haciendo cada vez más intensa hasta que pintó todo de blanco puro. Tuve que cerrar los ojos para evitar que me lloraran.

Parpadeé varias veces. Volvía a tener el paisaje de la naturaleza y el castillo. Todo seguía en orden: El arco, los árboles, el puente. Sin embargo, intuía que algo era diferente.

Miré alrededor, pero el ser o la persona ya no estaba. Era extraño, ya que no había escuchado ningún ruido, parecía que se había evaporado de la nada.

Algo si había cambiado. La primera vez que estuve aquí era de día. Ahora, de noche. El hecho de que estuviera oscuro hacía que me entrara el miedo. Una cosa tan insignificante y pequeña cambiaba mi emoción de un extremo a otro.

Miré a mis espaldas. No me había dado cuenta que el cielo parecía una obra de arte. Todas esas estrellas de diferentes tamaños, tan cercanas, y a la vez, lejanas, formaban un bonito cielo estrellado. La luna me miraba sonriente. A ratos, se podían ver estrellas fugaces.

Caminé hacia el castillo. Aún no podía creer que fuera real. Tenía la sensación de que mi vida no volvería a ser igual. Y menos, que había traspasado el espejo de mi baño como si estuviera formado de agua.

A medida que subía por el puente, podía notar el silencio que reinaba en el ambiente de aquella noche estrellada. Cuando me quedaba poco para estar en El Castillo de Morfeo, se escucharon unos grillos cantar entre el césped que quedaba por debajo de mis pies. Unas luciérnagas me envolvieron y protegieron de la oscuridad, quise tocarlas; pero tal como vinieron, se fueron sin hacer ruido.

En cuanto llegué había alguien en la puerta. Estaba de espaldas. No podía ver nada porque la capucha le tapaba la cara y todo el cuerpo, pero por la forma creía que era un hombre. Tampoco ayudaba el hecho de que fuera de noche. Parecía embobado mirando el castillo con curiosidad e interés.

—Disculpa. Tengo que entrar —miré al hombre extraño. Este, movió el ojo derecho para ver quién estaba detrás suyo mientras seguía en la misma posición.

—Te estaba esperando —se quitó la capucha. Se giró y sonrió.

Era hermoso. Atrayente la verdad. Llevaba la túnica que hacía juego con el barro. Su pelo estaba formado por rulos oscuros, tanto como un cuervo. Sus ojos también. La piel era tan clara que parecía nieve, excepto por las dos pequeñas bolas rosadas que se situaban en sus mejillas. Era más mayor que yo, quizá al punto de haber recorrido media vida, pero se le quitaban años de encima por su aspecto juvenil.

—Daniel me ha hablado de ti —aún estaba sonriente—. Muy bien de ti, de hecho —me miraba con curiosidad—. ¿Qué tal si entramos? —me preguntó mientras abría la puerta y me indicaba que pasara.

Entramos los dos en el castillo. Había un montón de gente de todas las edades con camisones blancos. Estaban tan concentrados que no se dieron cuenta de que había dos personas más. Todos tenían al lado, una persona o más con el chitón, himatión blanco, y una insignia de espiral en el hombro derecho.

A lo lejos, vi a Daniel hablando con una chica vestida como él. Parecía un tema importante y grave por la expresión que tenía en el rostro. El resto de la gente hablaba con sus protectores, escuchaban, o iban una habitación que tenían asignada. Me acerqué a ellos. En cuanto llegué, los dos me miraron a los ojos.

—Hablamos más tarde —le comentó a la chica mientras se despedía y sonreía. Esta afirmó con la cabeza y se fue.

—¿Hay algún problema? —pregunté con preocupación.

—No. No te preocupes —me contestó sonriendo.

El chico que me acompañaba sacó la cabeza detrás mío en forma de saludo. Parecía que se conocían.

—Hombre, no me esperaba que hicieras una entrada tan triunfal con ella —se río mirándonos a los dos.

Daniel quedó sorprendido, y acto seguido, el extraño se acercó a Daniel. Daniel le dio una palmada en el hombro y ambos sonrieron mientras se hacían un saludo. Se pusieron a hablar.

Estaba perdida. Parecía que se conocían de toda la vida. De repente, sentí que era una espectadora viendo una película y me incomodé por estar escuchando una conversación ajena. Estaban concentrados en ella.

—¿Os conocéis? —esperaba encontrar una respuesta. Los dos se intercambiaron miradas. El nuevo se acercó a mí serio.

—Estás en mi castillo —me miró a los ojos—. Soy Morfeo —prosiguió respondiendo mi cara de confusión y estrechándome la mano.

Una mezcla de emociones se despertó en mi interior, sobretodo sorpresa y confusión. La persona que menos me esperaba que fuera. Morfeo. Así, de la nada, había aparecido delante de mí.

—Encantada —le respondí estrechándole yo también la mano y sonriendo.

Ahora me acordaba. Tenía que contarles lo que me había pasado antes de llegar aquí. Tal vez sabrían algo, y me podía ayudar a quedarme tranquila. Volvieron a hablar como si estuvieran los dos solos.

—Antes de llegar aquí —buscaba las palabras adecuadas—. Estaba en mi baño y vi que, en la ventana de la habitación, había unos cuervos —levanté la vista. Los dos me miraban con atención—. No solo me observaban, sino que cuando intenté alejarlos, graznaron como si estuvieran riéndose —mientras lo explicaba estaba reviviéndolo otra vez—. Lo más extraño no fue eso, sino que al darme la vuelta... en el espejo aparecieron dos ojos azules y una mano traspasaba el espejo. Creo que me llamaba. —cada vez estaba más confusa—. Me ha traído aquí y luego ha desaparecido. ¿Sabéis algo de quién o qué puede ser y por qué me vigilaban los cuervos? —la preocupación se me notaba en la pregunta.

Los dos se intercambiaron miradas. Parecía que hablaban con sus ojos. Tenía curiosidad por saber que estarían pensando. Daniel fue quien habló esta vez.

—Probablemente no sea nada —su voz me tranquilizaba, pero sus ojos me decían lo contrario. Parecía una sonrisa forzada—. ¡Oh! ¡Se me olvidaba! —sacó de su mano un colgante—. Hará juego con tu camisón —sonrió mientras me lo ponía. En el colgante, las amapolas rodeaban una nube. Era precioso.

—Tienes razón —sonreí. Me devolvió la sonrisa—. Por cierto, antes de entrar, me has dicho que Daniel te había hablado de mí. ¿Qué te ha dicho? —pregunté con interés. Daniel abrió ligeramente los ojos y sonrío mirando a Morfeo. Este, le devolvió el gesto antes de hablar.

—Eres una persona curiosa y te llama la atención todo esto. Cree que puede esperar grandes cosas de ti mientras estés aquí —se sinceró. Daniel afirmó con la cabeza.

—¿Mientras esté aquí? —repetí las últimas palabras confusa.

—Quiero decir, con lo que verás a partir de ahora. Te lo enseñaremos enseguida. —rectificó Morfeo.

La verdad es que eso solo me hacía sentir más confusa. Mientras esté aquí y veré a partir de ahora ¿Qué significaba? ¿Qué querían hacer? Me puse a darle vueltas a ello.

Nos quedamos en silencio.

—Me contó que te llamó la atención el símbolo que hay en la alfombra —giré la vista hacía Morfeo. Estaba serio. Volví a la realidad—. Tarde o temprano, acabo sabiéndolo todo — añadió como si me leyera el pensamiento. Sonrió cruzando las manos detrás de la espalda.

—Si. Es extraño que haya lo mismo en dos partes. Además, pensaba que esto era un sueño, pero he visto que tenía una espiral en el ombligo —Los dos abrieron los ojos. Daniel me miraba con obviedad. Morfeo sorprendido.

— ¿Lo es? —sonrió Daniel—. ¿No será tu imaginación? —seguía sonriendo.

Estaba segura que me quería comer la cabeza. No podía ser que soñara con él, me contara lo de los conscientes, y que casualmente, apareciera al día siguiente en mi universidad de los miles que hay en el mundo. Además, sin necesidad de decirle mi nombre sabía cómo me llamaba.

—Me hablaste de los conscientes —sus ojos estaban alarmados. ¿Por qué? —. Sabías mi nombre y... ¡No te lo dije! —contesté con voz cansada e irritada. Me estaba cansando de la broma.

—¡Chica lista! —se río. Camuflaba algo—. Hoy vas a empezar a entrar en un lugar al que llamamos "Sala de ensueño", donde vas a tener sueños y/o pesadillas. —me miraba fijamente—. Morfeo nos acompañará el primer día para asegurar que todo va bien — Nos fijamos los dos en él. Este asintió sonriendo ligeramente un segundo y se volvió serio.

Los tres nos dirigimos hacia las escaleras pasando por aquella alfombra carmesí con pequeñas espirales.

Una vez llegamos a ellas, las subimos. Estas iban en dos direcciones en forma de espiral. Fuimos por el de la derecha. Parecían que íbamos a estar subiendo para toda la eternidad. Me empecé a marear de los círculos que dábamos al caminar. Miré hacia abajo y vi que cada una de las escaleras formaba una espiral y se cruzaban entre ellas.

En el piso superior, nos encontramos con un largo pasillo con un montón de puertas en los dos lados. Las paredes eran un equilibro perfecto entre la tranquilidad y la pureza. Pasamos por todas ellas. Una me llamó bastante la atención, estaba separada del resto y se encontraba al final del pasadizo.

Me preguntaba cómo sería el sitio al que me llevaban. ¿Qué secretos escondería? ¿Para qué era necesario que entrara ahí?

—Bueno, aquí está —dijo Morfeo señalando la puerta.

Entramos.

Me fascinaba lo que engañaban las apariencias. Antes de ver el interior, pensaba que sería una pequeña y aislada sala, por eso me llevé una sorpresa cuando me di cuenta que era grande. También, creía que iba a estar llena de mobiliario y cosas, pero solo había una puerta justo en el medio. El violeta de las paredes destacaba en la sala. Pese a estar tan vacía, la sala me acogía y reconfortaba en su regazo, y a la vez, me daba miedo.

Avanzamos hacia la puerta.

—¿Qué hay ahí dentro? —pregunté con temor.

—Tú —me contestó Morfeo.

—¿Cómo? —me giré confusa e incrédula.

—Ya verás lo mucho que te vas a divertir —dijo Daniel sonriendo mientras me empujaba adentro de ella—. ¡Ah! Puede ser que corras peligro. Más vale que te acuerdes de donde está la puerta, porque será invisible una vez estés dentro —continuaba sonriendo—. Si no llegas a ella, te quedarás dentro —sonrío despidiéndose con una mano.

— ¿Qué? —abrí los ojos. Reaccionando.

Es todo lo que pude decir antes de que cerrara la puerta. Me encontraba en un lugar oscuro y silencioso. Sola.

¿Estaba conmigo misma o contra mí?

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