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17.Contrariedades

Abrí los ojos.

Soledad. Silencio. Vacío. Estas eran las palabras que mejor representaban como me sentía y lo que me transmitía el castillo. Estaba todo lleno de vida y en apenas un parpadeo, todo eso había desaparecido.

Había ido a La sala de seguridad con Morfeo y Daniel. Encontré la escena donde sin duda, debía haberme esfumado como un fantasma, pero por contra, seguí ahí y en vez de que cayera un rayo amatista al suelo, pestañeé un par de veces y vi salir a todos los trabajadores del castillo de su reunión. Ver la cinta de seguridad y descubrir la verdad, no me ayudaba a entrar en un estado de tranquilidad, precisamente.

Algo no encajaba. Si era cierto que no me había ido de ahí, entonces, como era que me volvía a encontrar sola. Tal vez, ¿Quisieran protegernos de algo? ¿No sabían a ciencia cierta lo que era? ¿No decían que este lugar era seguro? ¿Qué podía ser?

Miré por la ventana. La misma en la que me hacía apartarme de los míos y de todo lo que conocía. El viento se levantó con violencia, más furioso que nunca, quería devorar a todo cuanto encontrara a su paso. Las hojas de los árboles intentaban resistir a la fuerza del aire, la mayoría sin éxito. Todo se había apagado ahí afuera. No podía ver las luciérnagas que hacían brillar a las flores. Las nubes oscuras habían cubierto por completo el cielo nocturno, perdiendo de vista la luna sonriente y las constelaciones. Llovía con fuerza.

Ahora que lo pensaba. ¿Cuánto tiempo llevaba aquí? ¿Habían pasado horas o días? Como bien había dicho Daniel, las horas son minutos aquí, el tiempo no funcionaba de la misma manera que en mi mundo.

Noté que alguien, o, mejor dicho, algo me observaba. Los ojos que notaba clavados en mí, traspasaban la barrera de mi piel para impactar en mi corazón, no podía provenir de un ser humano. Solo había una cosa aparte de la persona encapuchada que me hacía sentirme así: Los cuervos. Siempre aparecían antes de que mostrara a su amo, cuya presencia era intimidante y temerosa, eso, sin siquiera verle los ojos porque los mantenía ocultos por la máscara de cuervo que llevaba en el rostro.

Un graznido. Sabía que estaban en algún rincón de este lugar, escondidos, mirándome desde las sombras. Los percibía, pero no podía verlos. Se camuflaban muy bien, había que admitirlo.

Afiné el oído. La lluvia caía con más intensidad, las gotas de agua dejaban sus huellas salpicando los cristales de las ventanas. La fuerza del viento arrastraba consigo varias hojas de los árboles. Se estaba formando un huracán en el cielo tapado por las nubes oscuras. Pese a que todas las ventanas estaban cerradas, por algún sitio entraba un aire frío.

Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo.

Unos pasos se acercaron adonde me encontraba. Al girarme, vi que la persona encapuchada estaba a pocos metros de mí, permaneciendo en ese silencio y manteniendo esa mirada que podía torturarme sin necesidad de tocarme. Con solo su presencia transmitía miedo y respeto. Mis pies querían huir del peligro, pero no tenía adonde ir.

—¿Qué quieres? —le pregunté fingiendo estar segura de mí misma.

Reinó el silencio.

No dijo nada. Se quedó mirándome de esa manera indescifrable. No hacía falta ver sus ojos para sentir que me rompía el alma por la frialdad que transmitía. Mi corazón empezó a latir más deprisa de lo normal, hasta ahora, más o menos, lo había podido controlar. Quería escaparme de este lugar, intentar buscar una salida, pero allá donde iba, me encontraría.

De repente, miró hacia la ventana y por imitación, le seguí. No veía nada. ¿Qué quería decirme? No lo entendía. Me volví para mantener a la persona encapuchada vigilada, para mi sorpresa, había avanzado sin que me diera cuenta hasta estar a escasos centímetros de mí. Literalmente, me encontré con la máscara de cuervo prácticamente en mi cara.

—No puedes escapar de tu destino —me susurró al oído a la vez que escuchaba los graznidos de los cuervos. Se me helaron los huesos—. Está sellado —se apartó y levantó el brazo.

—¿Qué destino? ¿Qué quieres? —pregunté intentando controlar mis nervios, sin éxito.

Se hizo un silencio.

—A ti —contestó lentamente.

Con el brazo ya levantado, chasqueó los dedos. Solo necesitó eso para que el viento se levantara aún más, si podía caber. Las ventanas no podrían aguantar mucho más tiempo. Tardé unos segundos en saber que lo que quería hacer era romperlas. Me tiré abajo y puse los brazos en la cabeza para protegerla de posibles impactos.

El viento se levantó más fuerte y amenazante, sus susurros confirmaban una muerte horrible y segura si te tocaba. Las hojas de los árboles que caían al suelo con violencia habían dejado atrás una vida feliz. No podía ver las flores, más sabía que estarían luchando para mantenerse de pie a sus raíces.

Oí algo ceder y centré mi vista hacia los cristales de la ventana. Aparecían más y más líneas que llevaban a un punto central con cada soplido del viento que se escuchaba, hasta que, simplemente, no pudo aguantar la presión y se rompió. Los trozos de cristal se desperdigaron por el suelo con cierta elegancia, un par de ellos me dieron en los brazos, me esforcé por evitar gritar de dolor.

Aparte del viento, solo había silencio, tanto que era inquietante. Me seguía sintiendo observada e incómoda, pero no como la manera en la que me miraba la persona encapuchada. Desde la primera vez que se me apareció, había notado que sentía odio y repulsión hacia mí. No había hecho daño a nadie ni nada. ¿Por qué era así conmigo?

Me recompuse lentamente y con cuidado para no tocar ningún cristal. Un soplo de aire frío recorrió cada centímetro de mi piel, encontró un sitio en mi nariz para instalarse en mi interior. Se me heló el cuerpo.

Miré a alrededor, pero no había ni rastro de la persona encapuchada. Lo más posible es que se desvaneciera después de apuntar al cristal de la ventana más próxima a mí. Las demás estaban intactas. Aunque ya no quedaba ni rastro de ese extraño ser, aún podía verme a través de los ojos de sus cuervos, los cuales estaban picando la cámara de seguridad que yacía inerte en el suelo, sin vida.

Debía haberse caído al mismo tiempo que se rompía el cristal de la ventana. De lo contrario, hubiera escuchado también su sonido. Si nos protegía de algo hasta ahora, estaba claro que nos dejaba indefensos en la sala principal, y seguramente, en las demás salas del Castillo de Morfeo.

De repente, un rayo de color amatista impacto contra el suelo dejándome a ciegas durante unos segundos. Cuando pude ver bien de nuevo, me di cuenta de que no estaba sola, había dos personas en la puerta de la sala principal.

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