1. El castillo y el extraño
¿Dónde estoy? Me dije a mí misma.
Todo estaba oscuro. Me sentía más ligera, como si fuera una pluma. A medida que avanzaba, la luz se hacía paso hasta que se llenó de color. Tuve que parpadear un par de veces para acostumbrarme a la iluminación.
Miré alrededor.
Delante de mí, había un gran arco formado por las hojas de la primavera. La naturaleza tomaba protagonismo, formado por árboles y diferentes tipos de flores de todos los colores. El suelo estaba lleno de esperanza.
Más allá del arco, me esperaba un largo y amplio puente de madera blanco, con su valla rodeada de piedras que se extendía hasta donde llegaba a alcanzar la vista.
Arriba, un gran mar envolvía las nubes que parecían algodones de azúcar. Me entraba hambre solo de pensarlo.
Mi cuerpo era incapaz de moverse de lo hermoso que era. Daban ganas de tumbarse y olvidarse del mundo. Parecía que habían lanzado un hechizo. Me obligué a mí misma a seguir adelante.
Empecé a andar por aquella madera blanca. Se veía resistente e irreal. Debajo de mí, se esparcía un bello paisaje hasta más allá del horizonte. Algunas bandadas de pájaros surcaban los cielos en busca de su próximo destino. Si afinaba el oído, podía escuchar el sonido de diferentes animales en el río bajo mis pies, las montañas, las flores.
¿Cómo había llegado aquí? No tenía ni idea. Me encantaba el lugar, pero me sentía confusa y perdida. Solo quedaba una manera de averiguarlo.
A medida que caminaba por el puente, un castillo iba aumentando de tamaño ante mis ojos. Era maravilloso y grande. La pared era pura y los tejados de un azul claro. Lo rellenaban grandes y alegres ventanales. El dorado de la puerta con una gran espiral me llamaba la atención. A los lados, había dos charcas con variedad de tipos y tamaños tanto de peces como de pájaros.
Los árboles que, hasta entonces ocultaban las montañas, las dejaban al descubierto. Pasaban bandadas de pájaros volando alrededor del castillo con algún destino fijo.
Cuando llegué, la puerta se abrió. Me asusté.
Desde que estaba aquí, no había visto a nadie y no pude evitar preguntarme, ¿Por qué se había abierto?, ¿no estaba sola? Y en el caso de que así fuera, ¿Quién sería?, ¿cuántos?
Entré algo encogida en el castillo. Sonó una campanilla que hizo que me sobresaltara. Era pequeña y bronceada. Se situaba al lado derecho del interior de la entrada. Noté que alguien me observaba, pero no vi a nadie.
Me sentía mal porque me había metido en un lugar sin permiso. Al sonido de la campana que indicaba que alguien había entrado, no vino ninguna persona, pero ¿Y si aparecían más adelante? ¿Qué explicaciones daría? ¿Qué tipo de personas serían? Esperaba que fuera de las pacientes y no agresivas. Se veía un sitio desértico y solitario.
Tragué saliva y me concentré en mi respiración para relajarme. Inspiré hondo.
Sentí un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo. Tenía la intuición de que alguien me observaba, pero no había nadie. Sin embargo, ese presentimiento no se desvanecía, continuaba apoderándose de mí con fuerza.
Hasta ese momento, no me había dado cuenta de que llevaba un camisón blanco. Iba descalzada. Esa vestimenta era lo único que me daba un poco de intimidad. El cabello oscuro cayó más sobre mi pecho cuando miré el curioso ropaje.
Me dirigí a los pasillos. Había uno a cada lado. Primero fui al de la derecha con la esperanza de encontrarme con alguien y me ayudara a averiguar dónde estaba y cómo había llegado ahí, porque no recordaba nada. Me sentía confusa y desorientada. Las paredes eran el equilibrio perfecto entre la tranquilidad y la perfección.
Intenté abrir la primera puerta. Nada. Piqué en ella.
—¿Hay alguien ahí? ¿Hola? —hablé al vacío. No recibí ninguna respuesta. Me invadió un escalofrío por toda la espalda .
Repetí la misma acción en cada puerta del pasillo de la derecha, y después, el de la izquierda. Al igual que la primera puerta, el resultado fue negativo.
Era raro. No parecía haber nadie. No entendía por qué había una campanilla si el castillo estaba abandonado. Tal vez, en su tiempo, las personas que vivían en él tuvieron que irse de allí deprisa. Y si fuera así, me intrigaba saber de qué.
Volví sobre mis pasos hasta la entrada.
Una vez ahí, levanté la vista. La entrada principal era enorme. Una gran alfombra de color rojo destacaba desde la entrada hasta unas escaleras de madera espaciosas. Fui a verla más de cerca.
Me paré a observarla. También tenía el mismo símbolo que la puerta: Una espiral. En esta había más y eran pequeñas. Tenía la sensación de que alguien me seguía observando muy de cerca.
Sentí otro escalofrío por todo el cuerpo.
—Veo que te ha llamado la atención —Percibí una voz detrás mío con curiosidad e interés .
Me giré.
—Si. Bueno, el símbolo es el mismo que el de la puerta —señalé los objetos.
—Buena observación —percibí una sonrisa.
Fijé la vista en sus ojos. Con mirarlos me sentía tranquila y en paz. Ocultaban un océano dentro. El pelo era rubio y rizado. Las pecas resaltaban las facciones de su rostro. Le hacían lucir juvenil. La nariz la tenía pequeña y redonda. Los labios eran rojos y carnosos.
Vestía un Chitón y un Himatión como en la antigua Grecia, y era totalmente puro. Destacaba en la parte superior derecha, en el hombro, una pequeña espiral del mismo color que el conjunto. La ropa le ayudaba a que pareciese más fuerte, pese a que ya lo era.
—No hay muchas personas que estén despiertas aquí digamos, ¿Sabes? —prosiguió con tono serio mientras me miraba. Estaba segura que sus ojos me sonreían.
—¿Hay más gente? —pregunté con asombro.
—Sí, pero tú no las puedes ver —respondió mientras se movía de un lado a otro detrás de mí, pensativo.
—¿Cómo es que no los puedo ver? —reformulé su frase. Me acerqué a él.
Si había más gente, no entendía por qué no podía verlos. Estando en el mismo lugar... ¿No se supone que tendría que ser así? Me daba la sensación de que se divertía conmigo. No me había dado cuenta de que, en todo este tiempo, alguien me estuvo observando.
—Para llegar a eso, te falta una cosa —sonrió y se río al mismo tiempo que se ponía enfrente de mí. Su risa me dio miedo. Nos separaban escasos centímetros.
—Ah, ¿sí? Y que se supone que me falta, ¿eh? —el tono era divertido y con una pizca de burla. Crucé los brazos para defenderme.
—¡Vaya! Veo que ya me empiezas a conocer —una carcajada suave, pero intensa se oyó en la estancia, al igual que su mirada—. No te muevas, ¿vale? —me sonrió echando un vistazo a mi estómago. Noté su mano derecha en mi vientre.
Mi mirada se dirigía desde sus ojos a su mano. Un sin fin de emociones me invadían. Sobre todo, el miedo y la curiosidad. No sabía lo que estaba haciendo, sin embargo, me transmitía tranquilidad. Estaba concentrado.
El extraño chico empezó a formular unas palabras en voz alta. Eran de origen desconocido y parecían provenir de la antigüedad. Tenía curiosidad por averiguarlo. ¿Me estaría maldiciendo? ¿Protegiendo? Tal vez sería indiferente. Unas frases sin importancia. Me sentí incómoda. Mi miedo siguió creciendo.
Gemí de dolor.
—¿Qué me has hecho? —pregunté con un tono lo suficiente alto para que se oyera a nuestro alrededor.
Quería mantener la calma, pero el miedo no podía controlarlo. Mis brazos se cruzaron delante de mi pecho para defenderme y mantenerme a una distancia considerable de él.
Sin darme cuenta, algunas lágrimas se hicieron visibles cayendo lentamente por mis mejillas. Las tenía calientes y rojas. No conocía a aquel chico, ni lo que había hecho. Los nervios me encadenaban.
—Antes te dije que te faltaba una cosa para que pudieras ver al resto de la gente que se encuentra aquí, ¿no? —seguía sonriendo y tenía una ceja levantada. Sentí su mirada. Levantó el brazo que hacía un rato estaba en mi abdomen y secó mis lágrimas—. ¿Por qué no miras a tu alrededor? —me animó.
Fijé la vista más allá. De repente, el castillo estaba completamente lleno. La gente entraba y salía de todos lados. Había personas de todas las edades y estaturas caminando por todos los rincones de aquel lugar. Llevaban la misma ropa que yo: Un camisón blanco. Cada uno de ellos iba acompañado de una persona con la misma vestimenta que el chico que tenía delante. Estos hablaban con ellos, y, a veces, recibían respuesta.
Una chica destacó entre las demás personas: Emily, mi mejor amiga. Siempre me había encantado su pelo liso que le llegaba hasta los hombros. Lo tenía de color dorado. Incluso, en ese sitio seguía luciendo tan bien. Amaba su forma de ser y me gustaría parecerme más a ella. Estaba concentrada.
Entró en la tercera puerta del pasillo derecho de la entrada, junto con una chica con el pelo ondulado castaño. Llevaba la misma ropa que el extraño que había delante de mí.
—¿Cómo lo has hecho? —abrí los ojos. Todavía miraba donde hacía un momento estaba mi amiga y su acompañante.
—Tengo mis secretos —acercó un dedo a sus labios mientras me guiñaba un ojo—. He puesto los medios y tú has hecho el resto —soltó una risa corta.
—¿Qué quieres decir? —me asusté al oír sus palabras—. No te preocupes, mira tú vientre —me comentó.
Volví a mirar al resto de la gente. Parecía que tenían un destino final. Estaban concentrados. Como si llevarán toda la vida esperando a que llegara ese momento.
—¿Puedes darte la vuelta? —pedí con la cara llena de vergüenza para tener un poco de intimidad.
Cuando se giró, me respondió sin necesidad de usar la palabra. Me daba mucho corte que alguien viera cualquier parte de mí, porque sentía que rompían mi privacidad. Era estar desnuda. Literalmente.
Levanté la parte delantera del camisón. Lo suficiente como para que me tapara el pecho. Miré el símbolo que tenía alrededor del ombligo: Una espiral. Junté las cejas. Estaba confundida. ¿Por qué había este mismo símbolo por todos lados? Debía ser algo importante, sin duda. ¿Qué hacía uno ahí? La curiosidad por este sitio, y el chico que aún me daba la espalda, creció.
Bajé el camisón.
—¿Qué hace la espiral en mi ombligo? —pregunté confusa. Me di la vuelta.
—Cómo te he dicho, era el pasaje que necesitabas para poder ver al resto. —Se puso de cara. Juntó las manos y las colocó en la espalda—. Solo los conscientes tienen ese símbolo con colores —movió la cabeza hacia donde antes era visible.
—¿Los conscientes, dices? ¿Quiénes son? —mirando a las personas que caminaban entre nosotros con atención.
—Son esas personas que cuando están dormidas, y sueñan, pueden moverse a voluntad propia, incluso manipular los sueños —empezó a explicar caminando hacia la ventana que se encontraba a nuestra derecha. A un lado de la alfombra. Incliné la cabeza a un lado para expresar mi interés—. Aquellos que recuerdan todo lo que ha pasado como si fuera un sueño, o una pesadilla —miró al exterior—. Les parece real, pero ¿Lo es? —me observaba a través del objeto. Esto le parecía divertido por la ligera sonrisa que apareció en su rostro.
—Entonces, son especiales o algo así, ¿no? —seguía confundida. Se notaba en mi tono.
Se dio la vuelta.
—Si. Para que se entienda, sois invitados VIP—se río y se acercó a mí—. Naces con ello o no. No es algo que se pueda adquirir con el tiempo, ¿sabes? ¿Alaya? —levantó una ceja mientras me miraba con intensidad y curiosidad.
—¿Quién eres? ¿Cómo sabes mi nombre? —retrocedí unos pasos asustada.
—Te conozco desde que naciste —sonrió. Cortó la distancia que nos separaba—. Soy Daniel —hizo una reverencia. Cogió mi mano y la besó.
Me sentía débil. Mi cuerpo se le acababa la batería. Mi voz perdía volumen. ¿Cómo podía conocerme? ¡Si nunca lo había visto antes en mi vida! Si alguien me hubiera estado observando todos estos años, lo hubiera notado.
Miré a Daniel. Parecía que se divertía, pero me pareció ver preocupación en sus ojos. Realmente era guapo. Estaba esperando mi reacción a su respuesta.
—¡Vaya! Parece que te has quedado sin tiempo —Miraba un reloj que se encontraba en su brazo izquierdo.
—¿Voy a morir? —abrí los ojos como platos.
Era demasiado joven para ello. No había pensado en la muerte, aunque mi familia siempre la había asimilado como algo inevitable y que formaba parte de nuestra vida. Aún me quedaba tanto por vivir.
—¡No tonta! —negaba la cabeza y soltó una carcajada—. El tiempo aquí no es el mismo que en tu mundo. Las horas son minutos —se río mientras señalaba el reloj—. Estás desapareciendo —prosiguió divertido de la escena. Miré mi cuerpo. Era verdad. Me volvía trasparente con rapidez.
—¡Qué sitio es este! ¡Qué me está pasando! —estaba asustada.
—Te encuentras en El castillo de Morfeo —informó abriendo bien los brazos y mirando lo que nos rodeaba. Sonrió—. Estás despertando —se río—. ¡Nos vemos! —se despidió saludando con la mano sin que desapareciera la sonrisa. Empezaba a pensar que era una característica suya.
En ese instante cerré los ojos. Sentía que mi cuerpo se elevaba y se alejaba de aquel lugar. Era una pluma. Todo estaba oscuro. No veía ni un alma.
De repente, se oyó un ruido.
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