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Capitulo 2: Un circulo de rocas

   "Tengo una lista. Y tú estás en esa lista. Todos los que me han hecho daño están en esa lista. Y les voy a cobrar, uno por uno. Solo que hoy te toca a ti."

Beatrix Kiddo (La Novia), Kill Bill: Vol. 1 (2003)

—Esto no se parece a nada que haya visto en la Tierra —murmura Liam, abrumado, al atravesar el portal y sumergirse en un paisaje que parece sacado de un sueño antiguo y profundo.

Frente a él, el horizonte se expande en un panorama de tonos vivos: mares de agua cristalina que reflejan el cielo como un espejo, para luego transformarse en cataratas que caen con elegancia, rompiéndose en mil burbujas de luz que se dispersan en el aire. El aire cálido le acaricia el rostro, suave y revitalizante, con una tibieza reconfortante que le recuerda a los dias que podrias pasar en la casa de una abuela. Los prados y colinas que rodean el mar son de un verde tan vibrante que parecen palpitar bajo el sol, y las rocas, erosionadas pero imponentes, dan al paisaje una belleza salvaje, intocada.

Liam se queda sin palabras, mientras sus ojos recorren cada detalle, como si quisiera absorber y conservar este lugar en cada fibra de su memoria.

—¿Estás llorando? —pregunta Hermes, con una mezcla de sorpresa y compasión, al ver las lágrimas deslizarse por el rostro de Liam.

—Este lugar... me recuerda algo que no sé si alguna vez tuve. Es como si conociera cada rincón de este paisaje, como si fuera parte de mí. —Liam intenta sonreír, aunque sus ojos están empañados.

Hermes coloca una mano firme en el brazo de Liam, infundiéndole seguridad y empujándolo suavemente hacia adelante. Juntos cruzan un arco de rocas que marca el inicio del bosque, donde el sol proyecta juegos de luz entre las hojas diáfanas, iluminando sus pasos. Las sombras de las hojas se dibujan sobre su piel como antiguos grabados, mientras el silencio entre ellos se llena del murmullo de la naturaleza.

Liam se pierde en la majestuosidad del entorno, admirando cada detalle con un respeto casi reverente. —Si alguna vez dudé de lo que es la magia... ahora creo todo hermano. Esto es... increíble.

—Solo asegúrate de mantener los pies en la tierra, literalmente. —Hermes levanta su bastón en un gesto de advertencia, espantando a un grupo de hadas que revolotean cerca, atraídas por la energía de Liam—. No escuches sus susurros. Los seres de esta dimensión pueden parecer fascinantes, pero si cedes a sus encantos, podrías no volver a ser tú.

—Entonces... supongo que será mejor no mirarlas. —Coloca la mano frente a sus ojos, protegiéndose de la visión cautivadora de las hadas, que se desplazan en torno a él con movimientos hipnóticos—. Pero dime, ¿a dónde vamos?

Hermes sigue avanzando sin perder su expresión de alerta.

—Camina y mantente atento a lo que está a nuestro alrededor —responde, sin dar muchas explicaciones, sus ojos recorriendo cada rincón del sendero, observando las sombras que danzan entre los árboles.

—¿Vas a mantener el misterio todo el camino? —dice, tratando de aliviar la tensión—. A veces siento que estamos en una novela de Agatha Christie, siempre dando rodeos.

Hermes no reacciona a su comentario, y su seriedad se vuelve casi tangible, aunque de un modo familiar, como si en su inexpresividad hubiera una aceptación silenciosa de su compañía. —No tengo idea de quién sea esa persona —responde, con una voz suave—. Vamos a encontrarnos con los otros; te lo explicaré cuando sea necesario.

"Los otros." Esa palabra queda suspendida en la mente de Liam, que se encuentra imaginando todo tipo de posibilidades. ¿Serían otros como él? ¿Se trataba de una reunión secreta? De repente, se imagina en una secta religiosa, o aun peor, una "boyband". Aunque intenta contenerse y dejar que las preguntas pululen en su cabeza, no funciona.

—¿Qué soy? —pregunta. Sin poder callar sus pensamientos.

Hermes se detiene un instante, y la leve sonrisa en sus labios parece indicar que entiende la raíz de la pregunta.

—Eres Liam... así te llamas, ¿no? —le responde, pero ve en los ojos del joven que hay algo más en sus palabras. Hermes cambia el tono, su mirada se vuelve más penetrante—. Lo entiendo; eres un semidios, uno de los seres más poderosos del universo.

—¿Soy realmente eso? —Liam observa el bosque en silencio, como si las hojas pudieran revelar algo oculto. Es extraño: pasó de no ser nada a tener el peso de un título, y, sin embargo, su interior sigue vacio.

—Descubrir lo que eres es un trabajo que solo tú puedes hacer —dice con calma, y deja que el silencio se mantenga un momento—. Nadie puede darte una respuesta sobre quién eres... ni siquiera un dios.

La certeza en las palabras de Hermes deja a Liam en silencio, sus pensamientos girando en torno a su propia identidad, aquella que se le escapa entre las manos como el viento. Se siente pequeño, rodeado de la vida exuberante del bosque.

Por un momento, el joven se detiene. Mira en todas direcciones, rodeado de flores que le rozan la cintura y árboles que proyectan sombras densas. Una inquietud se apodera de él.

Hermes se percata del cambio en el semidios y se detiene también. Lo observa un instante con un toque de comprensión en su mirada antes de hacerle una señal para que continúen.

Tras varios minutos de caminata, Liam se da cuenta de que han llegado cuando Hermes se detiene de manera abrupta

—Aquí estamos —murmura el anciano, señalando un conjunto de piedras gigantescas y cubiertas de enredaderas. Los bloques, aunque erosionados por el tiempo, forman un círculo perfecto. La vegetación trepa por sus lados, y las piedras exudan un olor a tierra antigua.

Liam observa el círculo con una mezcla de curiosidad y respeto, pero antes de que pueda preguntar algo, Hermes da un golpecito al suelo con su bastón. Una onda de energía brota de donde golpea, y el suelo comienza a iluminarse en tonos plateados y dorados.

Las enredaderas sobre las rocas, ahora vibrantes y luminosas, parecen revivir, y el brillo sube por los tallos y las hojas hasta cubrir cada piedra con un resplandor suave. La luz blanca y cálida empieza a girar alrededor del círculo, sus destellos entrelazándose como si fueran hilos de magia. Liam observa fascinado cómo las hebras de luz giran y pulsan rítmicamente.

—Es un portal entre dimensiones —dice Hermes con una voz baja, casi reverente—. Adelante, cruza. —Le dedica a Liam una mirada de desafío.

Liam traga saliva y da un paso hacia el círculo, notando cómo la energía blanca parece responder a su presencia, abriéndose en ondas a su paso, como si le estuviera dando la bienvenida. Al cruzar, siente un cambio en el aire, una frescura que le invade los pulmones y le llena el pecho de una extraña sensación de nostalgia. La luz blanca se arremolina en torno a sus pies, ascendiendo en espirales que le envuelven, casi invitándolo a cerrar los ojos.

Cuando los abre nuevamente, se encuentra en un lugar completamente distinto. Frente a él, una colina montañosa se alza majestuosa, rodeada de bruma. Más allá de la colina, el mar se extiende en el horizonte, sus aguas de un azul profundo reflejando destellos dorados y púrpuras.

Unos minutos después, mientras observa el horizonte, escucha un susurro en el aire. Al levantar la vista, ve cómo un portal etéreo se abre en el cielo, y cae la figura celestial del dios.

—Eso sí que dolió —manifiesta Hermes. Con el mismo tono benevolente que trae desde que lo conoció.

—La verdad me comienza a sorprender que siempre suenes tan bondadoso y calmado, incluso cuando dices algo negativo.

—Soy un dios, no poseo una estructura mental. Simplemente adapto mi ser a la forma más pacífica de vida, física y mentalmente. —Hermes suspira, y acompaña esta acción con un movimiento de manos.

—Acabas de decir que no tienes una estructura mental, pero luego dices que eres pacífico mentalmente, eso es muy contradictorio.

—Exacto, no tengo la facultad de razonar una contradicción. —El anciano, ya un poco fatigado, responde todas las dudas—. Eres tan...curioso.

—Me habrías servido hace dos semanas, en mi trabajo de...—Es interrumpido antes de terminar su oración por una de las rocas, que comienza a brillar—. Lo comprendo ahora. —Liam noto con anterioridad, que seguía rodeado de los mismos objetos rocosos, pero estos imbuidos en la oscuridad, excepto por la piedra gigante que brilló segundos antes, esa seguía refulgente.

—Ya llegaron. —Hermes alza la vista con una expresión curiosa.

—¿Soy yo, o esa piedra tiene el signo de Tauro?

Ante sus palabras, una gigantesca silueta aparece de la nada, justo frente a la piedra señalada por Liam. Primero, todo es un destello tan intenso que apenas se puede distinguir algo. Pero en apenas unos segundos, la luz se dispersa en pequeñas partículas brillantes, revelando la figura de un hombre robusto, casi desmesurado en tamaño.

Liam observa la escena con una mezcla de asombro y autocrítica. *Me siento como un espárrago junto a él*, piensa, consciente de su propio cuerpo, que jamás ha sido un modelo de musculatura o atractivo. No tiene un físico que llame la atención, ni su rostro destaca por nada fuera de lo común: un rostro perfectamente promedio.

—¿Y ese quién es? —pregunta en voz baja, como si aún no pudiera asimilar lo que ve.

—Él es Tauro, conocido en el mundo humano como Holden. —La voz de Hermes llega desde atrás de la imponente figura, y Liam lo ve aparecer de nuevo. Esta vez, el clon de Hermes no es más que una sombra fugaz de luz que se desvanece en un parpadeo.

—Ahora, procederé a retirarme. —Y, en un estallido de resplandor, el clon se disuelve, dejando tras de sí al Hermes original, de pie y tan tranquilo como siempre.

Holden observa, desconcertado. —¿Eso significa que era solo un clon tuyo?

—Técnicamente, era yo. Puedo dividir mi esencia en varias partes. —Hermes extiende los brazos con un gesto dramático. —Bienvenidos al Stonehenge.

Liam mira a su alrededor, frunciendo el ceño. —Esto no se parece en nada al Stonehenge.

—Estamos en un mundo espiritual, un plano donde la percepción humana pierde fuerza y todo se muestra tal como siempre fue. —Hermes sonríe, como si fuera obvio. —¿Nunca te preguntaste por qué ocurren cosas paranormales? El velo entre el mundo humano y el espiritual es tenue, por lo que a veces se filtran fenómenos extraños.

Las rocas comienzan a brillar una a una, cada una emitiendo un resplandor que coincide con su símbolo astrologico. Pero Liam no puede evitar notar algo extraño. Aunque hay doce rocas en total, solo seis de ellas resplandecen, mientras que las otras permanecen oscuras, completamente opacas. Ante las rocas iluminadas, como antes, figuras de luz surgen repentinamente, materializándose en formas humanas que con rapidez toman cuerpo y estructura.

—Ya llegaron. —Hermes sonríe con satisfacción, mientras una nube de moléculas brillantes se agrupa a su alrededor.

—¿Solo seis? —pregunta Holden, el chico musculoso, con una ceja levantada.

—Los otros seis están en un lugar distinto. —Hermes asiente, y su tono se vuelve más grave. —Sería demasiado arriesgado tenerlos a todos juntos en un mismo sitio. La cantidad de energía mágica que generaran atraerá a los demonios, y si llegan a lanzar un ataque suficientemente fuerte, perderíamos nuestra única esperanza.

Liam examina el lugar con detenimiento, tratando de captar cada detalle del escenario insólito que lo rodea. Frente a él, Hermes se detiene bruscamente y señala un grupo de figuras que parecen emerger de las sombras. En la tenue luz que se filtra entre las enredaderas y el musgo, distingue rostros desconocidos y escucha murmullos de intriga y expectativa.

—Eso significa que tenemos una gran posibilidad de morir... —dice Liam, forzando una sonrisa para enmascarar su miedo, aunque su expresión traiciona la inquietud.

—Los humanos siempre tenemos muchas oportunidades de morir. —La voz que responde proviene de una figura esbelta, de cabello oscuro, que avanza con una seguridad desconcertante. Su tono denota un sarcasmo tranquilo, como si las amenazas le resultaran cosa de todos los días—. Mi nombre es Helena, también conocida como... —Hace una pausa teatral y chasquea los dedos. No pasa nada; Hermes ha vuelto a su forma original y la ignora por completo—. Perfecto, arruinó mi entrada. Soy Leo, ya no importa. —Suspira, entre ofendida y resignada.

Hermes, sin prestar atención al drama de Helena, toma su bastón y traza símbolos en la tierra, antiguos y cargados de misterio, que emiten un destello leve mientras él se coloca en el centro del círculo. Liam observa la escena, fascinado. No han pasado ni dos horas desde que descubrieron que poseen habilidades especiales, y ya están entrenándose como si esto fuera lo más natural del mundo.

—¿Sugerirías que enfrentemos demonios cuando recién nos enteramos de que somos, básicamente, semidioses? —pregunta Liam, con escepticismo en la voz.

—Semidioses, más bien —corrige un chico bajo y algo ansioso, que usa enormes gafas. Su mirada es inquisitiva y su tono, increíblemente preciso—. Según entiendo, somos mitad dioses y mitad... alguna raza perdida del universo.

—¿Cómo sabes todo eso? —Liam lo observa con asombro.

—¿Soy el único que aprovechó las dos horas, veinticinco minutos y treinta segundos para resolver todas sus dudas? —El chico endereza sus gafas y extiende la mano—. Tristán, soy Virgo, por si alguien lleva la cuenta.

Una risa corta el momento, proveniente de un joven moreno que observa desde una roca con actitud despreocupada.

—Lo siento, es solo que en mi país "Virgo" tiene otro significado... —dice, apenas conteniendo la risa—. Por cierto, soy Aquiles, encantado. Aunque, admito que me sorprende entenderlos a todos tan bien; la mayoría tiene un aspecto poco latinoamericano.

—Es gracias al traductor universal que nos implantaron los clones. —Tristán lo mira con mezcla de diversión y fastidio.

Aquiles se encoge de hombros, esbozando una sonrisa burlona, mientras Liam no puede evitar notar la diversidad que existe entre los presentes. Cada uno parece traer consigo una historia única, y esa idea lo hace sonreír, aunque con una leve nostalgia.

Helena, que sigue jugueteando con un mechón de su cabello, interrumpe el momento.

—El diosito tiene razón. No vamos a esperar a que esas cosas horribles nos desarmen, nos rasguñen y, peor aún, ¡Destruyan toda nuestra colección de zapatos! —exclama, en una mezcla de dramatismo y genuino terror.

Liam desvía la mirada, sintiendo una extraña mezcla de simpatía y fastidio. Las personalidades tan distintas chocan y se entrelazan en el grupo, y él comienza a tener una idea bastante clara de quiénes podrían resultarle más difíciles de soportar en esta aventura.

De pronto, una voces femenina y tranquilas irrumpen desde el fondo.

—Nosotras sí lo sabíamos. —Un par de ojos azules resplandecen en la penumbra. Una de las dos chicas de cabello platino y atuendo llamativo avanza un paso—. En realidad, fue sencillo deducirlo —declara con una seguridad que no admite dudas.

—Qué bellezas... —murmura el joven robusto, sin poder apartar la vista de las gemelas, ambas luciendo atuendos de colores contrastantes.

—Soy Sophie, y esta es mi hermana Victoria. Somos Géminis. Desde los quince, me he dedicado a investigar fenómenos paranormales, así que esto no es tan nuevo para nosotras. —La joven inclina su cabeza.

—Harvard, ¿verdad? —Tristán, que hasta ahora había mantenido un tono reservado, comenta con una mezcla de respeto y ligera rivalidad.

—Sí, y premio Nobel. ¿Sorprendido? —Victoria le sonríe, con una pizca de sarcasmo.

Hermes interviene, visiblemente fastidiado.

—Bien, basta de charla. Todos a sus asientos —ordena con firmeza. Apoya el bastón en la tierra, y el suelo bajo cada uno de los presentes comienza a brillar suavemente, como si el círculo reconociera sus presencias—. Aunque algunos de ustedes tengan dudas, sepan que este es su destino. Les guste o no.

Los chicos se acomodan en sus respectivos lugares, moviéndose con cierta torpeza, como si sus cuerpos aún no se adaptaran a la solemnidad del momento. Algunos observan el entorno con una mezcla de asombro y curiosidad, dejándose envolver por la atmósfera densa y cargada de un poder antiguo que parece emanar de la tierra misma. Miran alrededor, inquietos, buscando respuestas en cada símbolo grabado en el suelo, en cada sombra proyectada por las rocas que los rodean. El aire es espeso, cargado de una energía que podría ser reverente o amenazante, y el leve resplandor de los signos en el suelo le añade un toque de misticismo que atrapa incluso a los más escépticos.

Helena, sin embargo, permanece ajena a cualquier sentido de respeto o solemnidad. Con el ceño fruncido y una mueca de desagrado, intenta apartar una hierba que ha rozado sus costosas ondas de cobre. Su mano se mueve en un gesto exagerado, como si el contacto con la naturaleza misma fuera una ofensa personal.

—No puedo creerlo —murmura, tratando de sacudir el polvo invisible de sus manos—. Este lugar está prácticamente diseñado para arruinar un buen peinado y ni hablar de lo que le hace a la ropa. ¿Nadie pensó en algo un poco más... digno? —refunfuña, haciendo que varios de sus compañeros rueden los ojos.

—Seguro que las grandes fuerzas del universo estarán muy preocupadas por eso, Helena. —Tristán, que ha tomado asiento con una expresión de calculada tranquilidad, la observa de reojo, reprimiendo una sonrisa burlona.

Ella le lanza una mirada que podría helar a cualquiera, pero él permanece imperturbable, fijando su atención de nuevo en los símbolos resplandecientes que Hermes ha dibujado en la tierra. Los demás, contagiados por su compostura, intentan calmar la agitación interna y concentrarse en el silencio profundo que comienza a envolverlos.

Liam, por su parte, siente que el suelo bajo sus pies vibra ligeramente, como si el círculo en el que se encuentran reconociera su presencia, sus temores y sus dudas. Se permite un respiro, en parte intentando calmar su nerviosismo y en parte fascinado por la extraña solemnidad del momento. El joven, sentado cerca de Aquiles, lanza una rápida mirada hacia él, y busca un destello de cordialidad en medio de lo desconocido. Aquiles, con una serenidad tranquila en sus ojos oscuros, le responde con una pequeña sonrisa. Es un instante breve, apenas una fracción de segundo, pero es suficiente para que Liam se sienta menos solo y algo menos ansioso.

Poco a poco, el murmullo de sus voces se apaga. Las luces en los símbolos del suelo parpadean, como si el mismo lugar estuviera esperando que todos se sintonizaran con el propósito del ritual. En medio de aquella energía pulsante, Liam siente que su propia identidad se desvanece, como si cada miembro del grupo, por diferentes que sean, estuviera a punto de convertirse en una pieza indispensable de algo mucho más grande y misterioso.

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