Capitulo 1: Un mensaje recibido
"El yo es como un jinete tratando de controlar y guiar a un caballo salvaje, representando los impulsos del ello.'"'
Sigmund Freud
—La verdad, eres un insensato —dijo Liam. Luego esquiva con perspicacia todos los movimientos ofensivos de su amigo Natanael.
—Supongo que soy un reflejo de ti —responde Nate, en un tono agitado. Luego se balancea ligeramente como si fuera un personaje de Capcom, mientras espera el golpe fatal de su adversario.
Aunque los diálogos de estos jóvenes adultos suenan como si de una película de acción se tratara, la escena vista desde una panorámica es la de dos niños que luchan por quién toma el último vaso de refresco.
—¡Para Nate!, tu madre está aquí —dice avergonzado, mientras baja de la cama.
Liam no es una persona vergonzosa, pero suele tener cierto respeto, en especial cuando se trata de Karen. Una señora alta de larga cabellera gris. Aun si se la ve aseada, su aspecto es más que decadente y esto, en parte, se debe a su rostro..., uno en el cual abunda la tristeza.
—Lo siento mamá. Te juro que ordenaré la habitación (...) y todo eso. —Nota cómo su madre observa a su amigo.
La habitación de su amigo es un fárrago de prendas, libros y videojuegos. A pesar de las cuatro paredes que están cubiertas de diversos posters y cuadros, el cuarto sorprende por su amplitud, en especial en contraste con el espacio limitado que conforma el resto del departamento, que es un monoambiente.
—Liam, sera mejor que te vayas... —dice la señora con tranquilidad, aunque en su frente sobresalgan cientos de venas palpitantes.
Liam comprende al instante, podría haber hecho un comentario sarcastico para aliviar el horrible momento pero quizo evitar ser el joven tonto que es con sus amigos. Sin tiempo que perder, toma su celular y se despide se su amigo.
El hotel se estructura en cinco pisos, con algunas plantas que albergan menos habitaciones que otras. Lo que Liam desprecia en gran medida de este lugar es la necesidad de atravesar el ominoso cuarto piso. Cuando las escaleras se sumergen en ese abismo de negrura; pasillos mohosos y de olor putrefacto, el joven se apresura a bajar, a veces con tanta premura que ha tenido más de un percance.
—Dios mío... —Sus palabras se entrelazan con grandes suspiros, de un aire denso en el ambiente invernal de Manhattan.
Aunque las ventiscas son leves y de un empuje casi nulo comparada con la de inviernos anteriores. La mínima brisa hace disminuir su fuerza de voluntad. Las calles, como es de rigor en esta estación, se hallan abrumadas por un manto de nieve, cubriendo las hojas de los árboles que, en tiempos pasados, danzaban con frenesí en los ardorosos vientos primaverales.
Ya sea como desgracia o no, un repentino aluvión de adrenalina envuelve a Liam, ese joven de veinteañero de cabello castaño, al escuchar el sonido de la carne siendo masticada y los huesos quebrándose bajo agónicas inspiraciones.
«¿Qué demonios es eso?», piensa aterrado, mientras se acerca a la boca del lobo, un callejón cerrado entre los edificios abandonados.
Las calles de Lower Eat Side, en medio de la noche, se sumen en un aura de misterio y soledad. La escasa afluencia de transeúntes permite que la quietud impere, y el silencio se cierne como un manto sobre las aceras.
Cuando, tras un temeroso paso, alcanza al fin su destino, lo que se despliega ante sus ojos es una visión aterradora... Una criatura de infausta deformidad: podría engañar al primer vistazo con su aspecto humano, pero basta acercarse lo suficiente para percibirlo con claridad; su cuerpo consumido por la inanición, la prominente joroba que oculta en parte su cráneo, y los globos oculares, cuyas lágrimas negras fluyen como un río interminable surcando sus pálidas mejillas.
Liam retrocede unos pasos con intención de no hacer ruido. Parece fácil caminar con cautela, pero la nieve semi derretida oculta ramas sobrantes de épocas otoñales, es sencillo aplastar una, y llamar la atención de una bestia demoníaca.
—Oh, mierda —dice Liam. Mientras observa a la entidad dar un giro brusco hacia él, emitiendo un mugido ahogado que estremece su cuerpo. La energía que recorre las venas de Liam es abrumadora, pero este queda petrificado frente a la mismísima muerte.
«Muévete... por favor... No quiero morir»
La criatura se abalanza sobre él. Mientras abre su boca de par en par, muestra, quizás, su última vista; unos labios que se funden en el mismo color que toda su pálida piel; su lengua larga y arrugada, que se mueve de forma circular. El aliento... Incluso metros de distancia se olisca la sangre y putrefacción.
«Supongo que voy a morir», pensó él. «No pude despedirme de nadie»
De forma repentina, una luz divina de destellos punzantes lo ciega, de tal manera que cae al suelo e intenta taparse los ojos con sus manos. La luz se percibe cálida y abrazadora, hace sentir a las piernas de Liam un hormigueo constante. El joven destapa sus ojos cuando esa sensación, casi divina, se dispersa en la nada, y por suerte también la criatura.
—¿Qué fue todo eso? —Siente una mano en su espalda, y logra sacar sus movimientos de cinturón blanco al instante, con un recio golpe al aire.
—Deberías relajarte un poco —se escucha una voz extraña—. No es necesario que dañes a nadie.
La voz es tan familiar que Liam se detiene y retrocede. Finalmente, levanta la mirada, para descubrir quién es esa presencia—. ¿Papa?
La apariencia del hombre es peculiar; su cabello es de un gris brilloso, bastante nutrido; las facciones son las mismas que el padre de Liam, solo que con un poco más de arrugas. Unos ojos de un color turquesa intenso, una nariz muy pequeña, y la forma de su cara ovalada. Tiene una bata blanca acompañada de un bastón de roble que hacen su presencia sublime, aún más.
—No soy tu padre, Liam —nombra el anciano—. Suelo tomar la apariencia de tu ser más amado para evitar un enfrentamiento. —Comienza a reconstruir los faroles del callejón, casi por arte de magia—. Los humanos... o seres educados como eso, se ponen muy a la defensiva. Me puedes llamar Hermes, es un gusto conocerte.
La única forma en la que Liam expresa su confusión de todo lo sucedido, desde que se encontró a la bestia deforme... es vomitar
—Lo siento tanto —se disculpa al ver que vomita los zapatos de Hermes. Luego pasa la manga del abrigo color mostaza por su boca, y limpia los restos de lo que parece pizza.
«¿Cuándo comí pizza?...». Agita su cabeza con rapidez, al darse cuenta de que se distrajo de lo relevante.
—No te ofendas, pero la única explicación razonable es que Nate confundió el brownie normal con el mágico.
Hermes le extiende la mano. Entretanto, espera una respuesta positiva del joven confundido.
—Te explicaré todo, pero antes debes levantarte de tu charco de vómito.
Liam acepta su dubitativo y se levanta dando un gran estirón. Antes de seguir, puede notar cómo la bata del anciano está limpia en su totalidad, a pesar de que desecho su almuerzo arriba.
«Qué raro, juraría que había empapado sus pies», analiza bastante desorientado.
Con gran confusión sigue a Hermes, tratando de escuchar por encima del sonido aturdidor del ventarrón invernal, que empeoró desde su experiencia cercana a la muerte.
—Supongo que tu crianza humana afecta bastante a tu afinidad mágica, por eso no te das cuenta del ser dentro del cuerpo de la señora. —Observa a Liam fijar sus ojos llenos de confusión en él—. Los demonios consumen toda la energía de los humanos y los dejan al borde de la muerte.
Liam se detiene por unos segundos y delega su mente en blanco.
—Mira, me gusta escapar de mis problemas. Pero irme con un drogadicto no es lo ejemplar. —Comienza a retroceder, analizando su entorno en busca de una vuelta a la realidad.
El lugar encapsulado entre edificios tiene un enorme olor a inmundicia, proveniente del conteiner al extremo del callejón. Las luces de farol pintan siluetas de sombras en el rostro del Liam y su acompañante.
—Puede resultar confuso, pero necesito llevarte conmigo. —Hermes da una suave sonrisa.
—No gracias... —Da la vuelta y se incrusta en las calles nevadas. Sus pasos se vuelven dificultosos, mientras sus converse amarillas lo hunden en la nieve.
Liam levanta la mirada, con anterioridad fija en sus pies, y se encuentra con el hombre misterioso, parado frente a él.
—¿Cómo llegaste tan rápido? —Liam queda petrificado por unos segundos, seguido pierde el equilibrio y cae sobre sus isquiones.
—Señorito Liam, no tienes opciones. Ojalá tu posicion como cuasidios te diera la libertad de elegir, pero hoy no. —Hermes sostiene su baston con firmeza, un hermoso artefacto de roble blanco, decorado con doce signos dibujados en tinta dorada.
—Estás muy loco, déjame o llamo a la policía —dice con miedo, pero al mismo tiempo disgusto.
Liam siente sus manos arder tras el constante roce con la nieve. Quejumbroso, toma su celular y marca el 911.
El joven lleva una mano a la oreja, pero enseguida se da cuenta de la ausencia del móvil, que ha reaparecido en las arrugadas manos de Hermes, manos desgastadas por el paso de los años.
—¿No me dejarás hasta que vaya contigo? —dice Liam, exhausto de la situación.
—Creo que no tienes muchas opciones, si quisiera secuestrarte, habrás notado que lo habría hecho hace mucho tiempo. —Hermes señala con la mirada el dispositivo que se balancea en sus manos.
Liam se sumerge en la incertidumbre, sin estar seguro de si se debe a la aceptación de las habilidades extraordinarias del hombre ante él o a la voz interior que le susurra incesantemente: "Huye de tu vida". Se toma un breve instante para examinar a Hermes; su voz irradia amabilidad y, aun en su sarcasmo, destila un desdén matizado con una simpatía casi paternal.
—¿Tengo que leerme la Biblia o algo así? —El joven se esfuerza por apartar la nieve de sus pies.
—No soy ese tipo de dios, pero creemos que la Biblia, como otros libros mitológicos, puede servir a la construcción humana. —dice Hermes, mientras levanta un dedo con altivez.
—Oh, fantástico, clases de filosofía...
Los dos individuos, o más exactamente, un joven y lo que al parecer es un hombre, se aventuran una vez más por los sórdidos y nauseabundos callejones. Liam no puede evitar quejarse un tanto, dejando escapar sonidos de descontento que fluyen con un atisbo de inquietud.
—Iremos a un lugar donde el tiempo sucede de forma diferente —dice con voz apremiante—. Si tienes algo pendiente, soluciónalo con algunas llamadas, cada segundo vale. —Entra por otro callejón y con un simple movimiento de manos, un círculo de colores marinos se abre ante ellos.
El portal que emerge está suspendido a escasos centímetros del suelo, lo bastante alto como para expulsar con fuerza toda la nieve circundante. Este método mágico de transporte, con solo su mera manifestación, irradia una cálida luz, semejante a la del sol primaveral.
—En el viaje me tendrás que explicar que es eso del tiempo y también ¿cómo es que, siendo un supuesto dios anciano, sabes de las llamadas telefónicas? —Liam mira hacia atrás. Simbólicamente, está dejando a un lado todo, por un mundo secreto que ni siquiera conoce—. Esto es muy imprudente y mi madre se preocupará si no llego a las doce en punto... —Aun así entra al portal.
«Del mismo modo se enojará por ensuciarme los zapatos».
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