Capitulo 1.5: Felicidad
"La felicidad es el sentido y el propósito de la vida, el fin último y el propósito de la existencia humana."
Liam despierta; ya es tarde. Una voz familiar resuena en su cabeza. De pronto, el aroma a café matutino y ropa húmeda invade sus fosas nasales. ¿Está otra vez en su casa? Sus párpados se abren con dificultad mientras lucha por despegar las pestañas.
—Mamá... tuve un sueño muy raro —dice Liam, en un tono quejumbroso.
—¿Y qué soñaste ahora? —Verónica, su madre, le responde mientras recoge algo de ropa sucia.
—Ya... no lo recuerdo.
Eso es mentira. Claramente, cada momento de la noche anterior está incrustado en su mente: cómo casi muere y cómo un dios lo salvó. Tal vez no valora su vida todo el tiempo, pero ahora es más consciente de su importancia.
Liam se levanta de la cama. No sabe qué le espera ese día. Podría ser algo importante, pero lo más probable es que no. Estira las extremidades, algo quejumbroso, mientras su mente vaga por recuerdos recientes. Todavía percibe el olor de las calles húmedas por la nieve, sus manos entumecidas por el frío y su incapacidad de respirar por la nariz.
—Dios santo, aún tengo la nariz congelada —murmura.
Sale de su cuarto en pijamas y baja las escaleras, deslizándose por la barandilla de metal.
—¿Qué tenemos de comer hoy? Quizás sopa con pan... o pan con sopa.
Se burla un poco de sí mismo antes de sentarse junto a su madre y servirse una taza de té, añadiendo cuatro terrones de azúcar y un chorro de leche fría.
—Hoy nos dan un seminario de filosofía, "En busca de la felicidad". Me alegra que la universidad ofrezca este tipo de cosas, pero el profesor parece un vendedor de estafas piramidales —dice entre risas, antes de dar un sorbo al té.
—Siempre con tus ocurrencias. Más que estudiar relaciones internacionales, deberías ser comediante o, mejor aún, un vago en Nueva York —comenta su madre, una mujer bella de rizos, siempre prudente en sus palabras, cada una dicha con una elegancia natural.
Liam deja de reír de repente. Como si una ola de seriedad invadiera su rostro, se levanta de la mesa y se retira. Verónica siempre encuentra las palabras exactas para irritarlo. Se viste rápidamente: unos pantalones marrones y una camisa negra que claramente no combinan, pero no le importa; nunca ha sido de los que prestan atención a su apariencia.
Se ve a sí mismo como un gran payaso. No tiene un cabello rubio sedoso ni ojos grandes y azules. Pero lo que le falta en apariencia, lo compensa con carisma.
—Adiós, mamá. No me extrañes —dice, tomando una manzana y lanzándole un beso.
—Sin duda faltará algo en la casa... y estoy feliz por eso —responde ella, sin apartar la vista del diario.
Aunque sabe que su madre solo bromea, no puede evitar pensar que ya desea que se gradúe, y se vaya del pequeño monoambiente. Quizás por su propio bien o tal vez por el de ella. No hay tiempo para pensar en eso, pues a la vista está el autobús universitario, un enorme transporte verde.
—Hola, buen día —saluda Liam, mientras sube al autobús y toma asiento junto a su amigo Nate.
—Ayer casi me matan —dice Nate, visiblemente temeroso, algo poco común en él—. No bromeo. Mi madre tuvo un colapso nervioso y me intentó asesinar.
—¿Qué? —Liam se muestra sorprendido por la confesión. La señora K siempre ha sido una mujer tranquila—. ¿Y ahora dónde está?
—La internaron en Manhattan, mientras le hacen chequeos médicos... Tú no viste lo que yo. —Los ojos de Nate se nublan—. Estaba poseída... comenzó a escupir sangre verde.
Liam no puede evitar recordar sus sueños, en los que Hermes le advirtió que la madre de Jace estaba poseída por un demonio. ¿Acaso todo está volviéndose real?
—Bueno, hablemos de otra cosa —dice Liam, incapaz de lidiar con temas serios. Cada vez que un sentimiento negativo aparece, su garganta se cierra y sus palabras se vuelven evasivas.
Como si fuera un regalo del destino, la pequeña pantalla del autobús comienza a proyectar noticias, en lugar de deportes. El titular es "Famosa modelo desaparece en extrañas condiciones". El reportero narra cómo, durante el día de hoy, se ha reportado la desaparición de una modelo llamada Helena D'Paris.
—Una pena, era muy linda —comenta Nate.
—Idiota, ese no es el punto de la noticia... pero sí, era bastante linda.
El autobús llega a la universidad, una catedral que combina arquitectura histórica y moderna. El campus está rodeado de árboles y amplios espacios verdes, creando un ambiente sereno en medio de la ciudad. Edificios emblemáticos como el De La Salle Hall, con su estilo gótico y sus torres de ladrillo rojo, contrastan con las modernas instalaciones de vidrio y acero, como el Raymond W. Kelly Student Commons.
Los dos amigos se despiden; hoy tienen clases diferentes. Liam está a punto de terminar la carrera, mientras que Nate, después de cuatro años, sigue en su segundo año. Liam se adentra en uno de los grandes salones, donde los asientos rodean al profesor como en un antiguo teatro.
El profesor entra, un hombre de mediana edad con el cabello ligeramente despeinado y una actitud relajada. Comienza a caminar por el centro del salón, sin mirar sus notas.
—Hoy vamos a hablar de la búsqueda de la felicidad —dice con voz suave pero firme—. Pero antes de profundizar en las teorías filosóficas, quiero hacerles una pregunta: ¿Qué es la felicidad para ustedes?
Un incómodo silencio se apodera del salón. La mayoría de los estudiantes evitan el contacto visual. Liam, aún distraído por sus pensamientos, mira por la ventana.
—La felicidad... es solo una ilusión —dice una voz desde el fondo del aula. Un chico delgado con gafas y una expresión sombría se atreve a romper el silencio—. Está condicionada por nuestras expectativas, y en cuanto conseguimos lo que creemos que nos hará felices, queremos más.
El profesor sonríe, complacido.
—Es una observación interesante. Platón decía algo similar. Nuestros deseos son inagotables, siempre estamos en una persecución constante.
Liam frunce el ceño, pensando en lo que ha vivido últimamente. ¿Es eso la felicidad? ¿Sobrevivir? ¿O es todo parte de un plan más grande?
—Por otro lado, Aristóteles define la felicidad como un estado de ser —continúa el profesor—. La eudaimonía se alcanza cuando vivimos una vida conforme a la virtud.
Esa palabra resuena en la mente de Liam: "propósito". ¿Cuál es el suyo? Había estado viviendo sin pensar mucho en ello, dejándose llevar por el flujo de la vida, sin cuestionar demasiado. Pero ahora, después de lo que había vivido, algo dentro de él parecía cambiar. Tal vez su propósito no era simplemente existir, sino hacer algo más... algo que aún no comprendía del todo.
—Entonces, ¿qué nos dicen ustedes? —El profesor mira alrededor, esperando que alguien más responda.
Liam, sintiendo una extraña mezcla de coraje y curiosidad, levanta la mano. El profesor asiente, dándole la palabra.
—Tal vez... la felicidad no se trate solo de obtener lo que queremos, o de cumplir con un propósito —comienza, vacilante—. Quizás se trata de encontrar sentido en las cosas que vivimos, incluso en lo más absurdo o en lo más doloroso. Porque, ¿qué pasa cuando todo lo que creíamos se derrumba? ¿Qué pasa si lo que solíamos pensar que era felicidad se transforma en algo más?
El salón queda en silencio. Incluso el profesor parece sorprendido por la profundidad de las palabras de Liam.
—Eso... —dice el profesor, después de una breve pausa— es una idea muy cercana a la filosofía existencialista. Filósofos como Sartre y Camus argumentan que la vida en sí misma no tiene un significado inherente, pero que es nuestra responsabilidad darle uno. Es en ese proceso de darle sentido a lo absurdo donde tal vez podemos encontrar una forma de felicidad.
Liam se recuesta en su asiento, reflexionando sobre lo que acaba de decir y lo que el profesor ha mencionado. Tal vez, después de todo, no se trata tanto de perseguir la felicidad, sino de crearla en los momentos más inesperados.
El seminario continúa, pero para Liam, algo ha cambiado. Las palabras del profesor, las ideas de Platón, Aristóteles, Sartre y Camus, todo parece resonar con lo que ha estado experimentando.
Cuando la clase termina, Liam sale del salón aún inmerso en sus pensamientos.
—¡Liam!—una voz familiar lo saca de su trance.
Es Nate, su amigo alto y despreocupado, conocido por su actitud relajada y su habilidad para hacer amigos en cualquier lugar. Nate lo alcanza rápidamente, con una sonrisa amplia en el rostro.
—¿Qué tal la clase de filosofía? —pregunta Nate, ajustándose la mochila en el hombro—. Apuesto a que fue un festín de teorías incomprensibles y palabras elegantes.
Liam esboza una sonrisa.
—En realidad, fue más interesante de lo que esperaba. Estuvimos hablando de la felicidad, pero no la típica charla de autoayuda. Fue más profundo.
—¿De verdad? Eso suena menos aburrido de lo que imaginé —se ríe—. Quizás algún día me pase por una de esas clases, aunque dudo que el profesor pueda con mi genialidad filosófica.
—Seguro que lo desbordas —responde Liam con sarcasmo, dándole un pequeño golpe en el hombro a su amigo.
Ambos caminan juntos por el campus durante un rato, hablando de trivialidades y del próximo evento deportivo que Jace -otro amigo- está organizando. Después de un rato, se despide de Nate y toma el autobús de vuelta a casa.
La ciudad está tranquila cuando llega. Las luces de las calles iluminan los edificios y el aire fresco de la noche se filtra por su chaqueta. Al acercarse al pequeño monoambiente donde vive con su madre, algo dentro de él siente una incomodidad inexplicable. No puede precisar qué es, pero un mal presentimiento lo invade.
Al abrir la puerta de su casa, el ambiente está inusualmente oscuro. El aire es denso, casi irrespirable, como si una presencia invisible lo envolviera todo.
—¿Mamá? —llama, pero no hay respuesta.
Avanza lentamente hacia la sala, donde una tenue luz proveniente de la cocina proyecta sombras extrañas en las paredes. Cuando llega al umbral, lo ve.
Su madre, Verónica, está inmóvil en una esquina, con la mirada perdida y la respiración pesada. Frente a ella, una figura grotesca, alta y deforme, cubierta de una piel rojiza y escamosa, sostiene una cadena de sombras que envuelve a su madre. Sus ojos, brillantes como brasas, se clavan en Liam cuando este cruza la puerta.
El miedo lo atraviesa, pero el instinto de proteger a su madre se impone. Sin pensar, toma un cuchillo de la mesa cercana y lo empuña con ambas manos. Sabe que es una pelea perdida, pero no puede quedarse de brazos cruzados.
El demonio, sin pronunciar palabra, se gira hacia él. Un gruñido resuena desde lo profundo de su garganta, un sonido que parece venir de otro mundo. Antes de que Liam pueda reaccionar, la criatura se lanza hacia él con una velocidad aterradora. El esquiva por poco, cayendo al suelo mientras el demonio destroza el sofá con un solo golpe.
—¡Mamá! —grita Liam, desesperado.
El demonio no responde, no puede. Sus ojos arden mientras avanza nuevamente, su tamaño y fuerza hacen temblar el suelo bajo sus pies. Liam sabe que no puede ganar. Cada golpe del demonio es como el martilleo de una tormenta, imparable y brutal.
Un golpe lo lanza contra la pared. El dolor se extiende por su cuerpo, dejándolo sin aliento. El demonio avanza, su boca abierta, mostrando dientes afilados que relucen bajo la tenue luz del apartamento. Liam intenta moverse, pero el miedo lo paraliza.
De repente, una luz cegadora inunda la habitación. El demonio se detiene, cubriendo sus ojos mientras la luz lo envuelve. Un hombre aparece en el centro de la sala, rodeado por una brillante aura dorada. Es Hermes, el dios de sus sueños.
—¿Qué clase de lío te has metido, mortal? —pregunta Hermes, con una sonrisa irónica, aunque sus ojos revelan la gravedad de la situación.
Liam, aún jadeando por el dolor, apenas puede creer lo que ve.
—¿Tú... de vuelta? —pregunta, su voz temblorosa.
Hermes no responde de inmediato. En cambio, levanta una mano y la luz que lo rodea crece, cegando a cualquiera presente.
—Rápido, ahora es tu oportunidad —dice Hermes, mirándolo con expectación.
Liam, reuniendo toda la fuerza que le queda, se levanta del suelo y toma un trozo de metal afilado que ha caído de un estante durante la pelea. Con un grito de rabia, corre hacia el demonio. La luz lo ha debilitado lo suficiente, y con un golpe certero, Liam le corta la cabeza. Esta cae al suelo con un ruido seco y el cuerpo de la criatura se desintegra en una nube de humo negro.
Liam se derrumba de rodillas, exhausto. La luz en la habitación comienza a apagarse y el cuerpo de su madre desciende lentamente al suelo, liberada de la influencia demoníaca.
Hermes se acerca a él, su expresión ahora más seria.
—Bien hecho, mortal. Pero esto es solo el principio.
—¿Qué... qué quieres de mí? —pregunta Liam, sin aliento, su voz apenas un susurro de desesperación.
Hermes lo mira con gravedad, sus ojos resplandeciendo con una sabiduría antigua y cruel.
—Te lo advertí desde el principio —dice Hermes, su tono firme—. Esto es solo el comienzo. Si quieres salvar a los que amas... —señala a su madre con un ligero movimiento de cabeza—. Lo mejor será que te embarques en esta lucha solo y te despidas de tu humanidad.
Las palabras del dios se clavan en el corazón de Liam como espinas. ¿Acaso ese es su destino? ¿Ha nacido solo para sufrir, para abandonar todo lo que lo hace humano? El dolor en su pecho crece al pensar en lo que significa: dejar atrás a su madre, a la única persona que siempre ha estado a su lado. Si se queda, todos a su alrededor perecerán; si los abandona, podrían vivir en paz. Pero, ¿a qué costo? ¿Está listo para sacrificar todo lo que es, incluso a él mismo?
—Pero... —la voz de Liam se quiebra—. Si me voy, todos sospecharán... Bueno, tal vez no soy tan importante.
Hermes lo mira con compasión, aunque sus palabras son duras.
—Nosotros no podemos intervenir directamente en lo que concierne a los demonios y a ustedes, pero los humanos son nuestras creaciones. No recordarán nada de ti, o quizá lo hagan por unos pocos días... Después, serás solo un eco.
—¿Entonces...? ¿Me tengo que despedir para siempre? —El corazón de Liam se encoge y sus ojos comienzan a llenarse de lágrimas. Quiere ser fuerte, pero la idea de desaparecer de la vida de su madre lo desgarrará.
Hermes suspira, bajando ligeramente la mirada.
—Es probable que sí. Quizá, cuando la guerra termine, encontremos una forma... pero no es seguro.
El silencio que sigue es insoportable. Liam se queda inmóvil, paralizado por el dolor. Su mente vuelve una y otra vez a la imagen de su madre poseída, la única persona que siempre ha estado allí para él, su único refugio. No puede permitir que algo así vuelva a sucederle. No puede vivir con eso. No si ella está en peligro.
Con el alma rota, se acerca al cuerpo inconsciente de su madre. Cada paso le pesa como si llevase un yugo invisible. Se arrodilla junto a ella, su corazón latiendo con una tristeza profunda e insondable.
—Bueno, mamá... —susurró, su voz temblando—. Siempre fuimos tú y yo contra el mundo. Tú me protegiste todo este tiempo... ahora es mi turno de protegerte, aunque eso signifique que nunca me volverás a conocer. —Unas lágrimas resbalaron por sus mejillas, mientras intentaba sonreír, aunque le dolía hasta el alma—. Pero te prometo que siempre te amaré, mamá. Por favor, sé feliz... aunque no sepas por qué.
Liam inclinó su cabeza y depositó un suave beso en la mejilla de su madre, mientras sus lágrimas seguían cayendo. Cada una de ellas llevaba consigo el peso de su amor y su sacrificio. Se levantó con dificultad, y con un último vistazo, dio un paso hacia atrás, colocándose junto a Hermes. Ahora su rostro estaba cubierto por una expresión fría, sin vida, como si acabara de dejar atrás su corazón.
—Vamos... —dijo con una voz apagada.
Hermes asintió con solemnidad y tomó la mano del joven. En un destello de luces, ambos desaparecieron, dejando tras de sí una madre dormida, y un hijo que había sacrificado todo por salvarla.
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