2 - EL BAILE REAL
La muchacha te cepilló el cabello húmedo con demasiada fuerza, pero no la culpaste. No te habías cuidado el pelo desde tu repentina desaparición, y tenías demasiados nudos enormes a lo largo de toda la cabellera morada como las uvas secas en un viñedo.
Te rociaron repentinamente una loción escandalosa con aroma a petunias y vainilla, y el sabor te supo similar a un cubo de azúcar remojado en alcohol cuando se te metió por la boca.
— ¿No podría ir más despacio? —le preguntaste a la muchacha, y esta simplemente negó con la cabeza.
—El Rey Halo fue muy específico en cuanto al tiempo, princesa Yuvia.
Y fue todo lo que dijo antes de que sintieras la textura suave del morado terciopelo costoso entre la piel de tu cuerpo, el aroma del vestido era a nuevo y lo disfrutaste como ningún otro momento, todas las prendas que te habías llevado contigo ahora olían a bosque y a humedad, lo que no te parecía malo, pero el olor de la ropa recién hecha siempre sería un delicioso goce. Tanto como comer galletas de anís, y aprovecharías este día para comerlas en cuanto las vieras.
Otra de las muchachas te puso un tacón tras otro, y sin detenerse, te empezó a colgar un montón de joyería hecha a partir de diamantes, y notaste que su brillo no era ninguna mentira.
Te pintaron los labios, te pusieron colorete, te pintaron las pestañas y a la vez las cejas.
Tus uñas ahora eran color perla.
Las chicas que trabajaban en el palacio te dejaron el cabello suelto pero te enroscaron varias florecillas blancas de los jardines entre varias trenzas, las que iban entre los mechones ondulados y en una sucesión impar. Te colocaron una tiara plateada en la cima de la cabellera, con un diamante blanco en forma de corazón en el centro.
Y cuando te miraste al espejo, no reconociste a la chica del reflejo.
Eras una princesa.
Es decir, lo fuiste desde siempre y en el momento en que llegaste a la tierra, pero, ahora volvías a lucir como tal.
Al salir de la habitación, el pasillo del palacio tenía las paredes oscurecidas y sólo unos cuántos rayos tenues anaranjados de sol se infiltraban por las ventanas.
Las muchachas te guiaron por la colosal construcción atiborrada con elegantes decoraciones, y la música de la orquesta se fue incrementando conforme llegaban al salón principal del palacio.
Y las puertas se abrieron.
Las puertas blancas con forma de corazón y detalles plateados se separaron de par en par, dejando a la vista una sala con un candelabro de cristal colgado al techo y justo en el centro: grande y reluciente.
Las paredes eran blancas y con flores plateadas dibujadas, el piso blanco de piedra tallada de mármol, varias esculturas de hielo en las mesas con bocadillos, a las que te acercaste de inmediato para comprobar si había galletas de anís.
Encontraste tu objetivo y te las metiste a la boca como una chica hambrienta deambulando por las calles, y casi si lo eras, no habías comido nada desde que llegaste al palacio esa mañana y el estómago te ardía como si se hubiera convertido en una fiera de fuego.
Comiste galletas, y luego te fuiste sobre una sopa humeante, que se veía apetitosa y no pudiste soportar no probarla. Las muchachas que te acompañaban se encargaban de pararse delante de ti para que nadie pudiera verte, y tú comías sin parar.
Al terminar las chicas te miraron con gestos reprobatorios, pero te limpiaron de igual manera y volvieron a dibujarte el maquillaje de los labios. Una de ellas te dio a masticar un puñado de hojas de menta, cuyo sabor era amargo y picante, pero tuviste que tragarlas seguidas de un vaso de agua fría.
Las chicas de servicio al palacio te condujeron una de cada brazo hacia el trono para la princesa, ese que era de color blanco y pequeño, justo a lado del de la reina, y te sentaste sin esperar nada más.
El rey Halo Jang yacía sentado al costado.
—Han venido buenos candidatos —te informó—, de todos los reinos incluido este, los siete reinos se encuentran entre las paredes de esta sala real y es un gran honor para nosotros —sonrió—. Sé que tu madre daría lo que fuera por verlo... Pero bueno, ahora tú estás aquí y te conseguiremos un buen partido esta noche, ya sea chico o chica, lo que tu quieras.
El rey te lo informó con una ferviente alegría, y tú le sonreíste de regreso.
—Me gustaría ver a los chicos y a las chicas por igual —le informaste—. Es decir, son los chicos los que me interesan, pero... no estaría mal ver todas las opciones, ¿no lo crees? Algunas chicas son demasiado hermosas.
—Y sí que tienes razón.
Y tras esas palabras las puertas de la sala real se abrieron seguidas por el sonido de una trompeta.
— ¡Recibamos a los príncipes de cada reino! —informó el hombre vestido con un traje azul con las mangas abombadas y bigote espeso color marrón—. ¡De los siete reinos han venido y se han congregado caballeros fantásticos, al igual que preciosas princesas en busca de la aprobación de la heredera Yuvia Jang del reino del amor! ¡Pero primero démosle la bienvenida a los príncipes de los otros seis reinos!
Y tras ese anuncio salió un chico de cabello negro y lacio, portaba un jubón verde e iba vestido de ese color por todos lados excepto por los pantalones, que eran blancos. Una capa verde esmeralda caía tras su espalda.
— ¡El príncipe Yoongi Min del reino de la rebeldía! —anunció el hombre de la trompetilla.
Y el príncipe se encaminó dentro de la sala con pasos elegantes, su barbilla permanecía altiva mientras que su porte era inmaculado.
El rey murmuró entredientes.
—Se dice que duerme por los días y desaparece por las noches para irse a los lares bajos, y también se rumorea que recita versos rítmicos con mucha velocidad —masculló el rey Halo Jang como una colegiala—, seguro que también es rápido en muchas cosas más. Parece buen candidato.
El príncipe Yoongi se detuvo justo frente a ellos, te pareció que tenía rasgos felinos e inmediatamente hizo una ligera reverencia, y cuando habló, su voz fue grave y masculina:
—Mis sinceros saludos, rey Halo y princesa Yuvia —entonó con fuerza—. Me alegra estar aquí esta noche y espero ser de su agrado.
—Es un placer —tú y el rey le respondieron a la par.
Él se mantuvo de pie en el mismo lugar.
— ¡El príncipe Jungkook Jeon del reino del oro! —anunció ahora el lacayo.
El chico que se vislumbró por el marco era alto y gallardo, tenía los hombros anchos y su cuerpo daba el aspecto de ser musculoso bajo su traje dorado.
Él se presentó con la misma elegancia y con una simple frase:
—Soy el príncipe dorado del reino del oro, un gusto en conocerlos.
Y el lacayo continuó:
— ¡El príncipe Seokjin Kim del reino de la belleza!
Y vaya que era bello.
Como un príncipe de los que salían dibujados en los libros de cuentos. La vestimenta era rosa y azul, los dos colores combinados, su cabello era rubio y hermoso.
—Hola, me llamó Seokjin y soy el príncipe hermoso de las tierras de Bangtan —se presentó con seguridad.
— ¡El príncipe Jimin Park del reino de lo contemporáneo!
El lacayo lo anunció y el chico de cabello azul intenso entró en la sala con un porte atractivo. Sus labios eran gruesos y su pecho daba el aspecto de ser ancho. Era muy apuesto con ropajes azul marino, y tú estabas demasiado impresionada por ver a tantos chicos guapos en un sólo momento.
Pero ninguno era él.
—Encantado de conocerlos, soy el príncipe Jimin —su introducción fue breve, y tanto tú como el rey le regresaron el saludo.
— ¡Príncipe Namjoon Kim del Reino del Saber!
Vestido de negro y con el cabello grisáceo de punta en su cabeza.
—Es un placer mi querida princesa —lo escuchaste hablar en una lengua extranjera al momento en que él besó el dorso de tu mano, pero lo entendiste porque te habían hecho estudiarla desde niña (o por lo menos algunas frases), la lengua que se hablaba del otro lado del mar de sangre, sudor y lágrimas.
Namjoon te pareció un chico intelectual.
— ¡Príncipe Hoseok Jung del Reino de la Esperanza!
Hoseok era como el mismísimo sol entrando por las puertas del salón real, con un jubón rojizo y anaranjado, con los pantalones blancos y los zapatos crema. Su cabello era naranja y peinado hacia un lado.
—Tú eres mi esperanza y yo soy la tuya, princesa Yuvia —se presentó ante ti con un carisma inigualable y sentiste las mejillas como calentadas por los intensos rayos solares del verano.
El lacayo gritó desde la entrada:
— ¡Y ahora sigamos con las princesas!
Las princesas eran adorables y con una belleza increíble. Pero ninguna de ellas despertó tu interés, parecían demasiado ensimismadas en su propio mundo de tiaras, lo que no era malo, pero simplemente no te atrajo.
El rey Halo Jang te mandó a bailar con cada uno de los príncipes y princesas presentadas, y tú lo obedeciste, pero estabas demasiado nerviosa que no fuiste capaz de entablar una conversación seria con ninguno de ellos. Bailaste con cada uno por lo menos unos tres minutos, tiempo que era vaya que insuficiente cuando tenías que decidir al final de la noche casarte con uno de ellos en un futuro cercano.
«¿Qué te parecieron? ¿Alguna elección?» El rey Halo te lo preguntó en un susurró y cubriendo su cara con una mano mientras te miraba desde el trono a tu costado.
«No lo sé... fue demasiado precipitado» Tú le respondiste y el rey pareció un poco decepcionado.
El baile prosiguió y las chicas y los chicos de la nobleza bailaban entre ellos con alegría. Los príncipes charlaban entre sí, otros comían, otros se reían y unos bailaban con elegancia entre la multitud. Las princesas cuchicheaban entre ellas y compartían bromas de las que se reían al cubrirse los labios con sus abanicos.
Y llegó a su fin.
El lacayo volvió a tocar su trompetilla antes de hablar:
— ¡Ahora la princesa Yuvia Jang del Reino del Amor nos compartirá su elección! ¡Quién será y quién no el o la elegida para ser su acompañante en el reinado del pueblo de los amores!
Tú te quedaste petrificada, nadie te dijo que tenías que decirlo en voz alta y enfrente de todos, y la gente te veía expectante, como si tú supieras lo que debías de decir en ese preciso momento. Pero no lo tenías claro en lo más mínimo, todos los ahí presentes habían resultado ser únicos a su modo, y no te imaginabas el tener que decidirte por uno de ellos tan pronto. Aunque ya sabías que pasaría, pero aún así era escalofriante.
—Di algo, querida... —el rey te lo murmuró mientras se reía mirando a los invitados en el baile.
No sabías que decir, pero entonces, tras haberlo pensado por unos momentos, te pusiste en pie para anunciar tu decisión final:
—Los saludo a todos mi amoroso pueblo —recitaste con amabilidad—. El motivo de su presencia en este día es para presenciar mi veredicto en cuanto a la persona con la que deseo contraer matrimonio, y así, liderar juntos el destino de este nuestro amado pueblo. Más la noche del día de hoy me permito informarles: que no elegiré a ninguno.
Se escucharon un sinfín de exclamaciones, y el rey dejó salir un suspiro ahogado sentado en el trono supremo.
»Esta noche no elegiré a ninguno, pero sí dentro de los veinte días siguientes. Quiero visitar a cada uno de los príncipes en su reino, y pasaré tres días con cada uno de ellos. Los dos días restantes los utilizaré para tomar mi decisión final, y esta es mi decisión por el momento. Quiero saber lo que piensan los príncipes al respecto, ya que, ellos seis son los elegidos por mí. Ninguna princesa ha sido capaz de impresionarme lo suficiente y me disculpo por admitirlo, pero es la verdad. Ahora, por favor, digan lo que tengan que decir.
Nadie dijo nada por unos momentos, pero, el príncipe vestido de verde fue el primero en hablar, nuevamente:
—Acepto la propuesta.
—Y yo —se le unió de inmediato el príncipe de ropas doradas.
Y seguidos todos los seis príncipes aceptaron la condición de la princesa heredera del Reino del Amor.
Tú sonreíste.
—Pero... —escuchaste al rey decir a tu costado—. Alguien tendrá que acompañarte. El camino por los reinos es riesgoso, y no todos los sitios de estas tierras son como este lugar rebosante de afecto y cariño. Tendrás que ir con alguien para que te guíe en tu camino lo quieras o no, Yuvia.
— ¿Quién me acompañará, padre?
Atinaste a formular la pregunta sin moverte de tu lugar, de pie en medio de los tronos reales.
— ¡Ferian! —el rey llamó al lacayo y este se aproximó—. Trae al chico fuerte que cuida a los caballos, ahora mismo.
—Sí, majestad.
Y el lacayo se fue tras haberse inclinado y regreso en menos de cinco minutos.
Y tú...
Tú abriste los labios con infinita sorpresa.
Espero que te haya gustado la lectura♡.
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Gracias por tu apoyo,
Alex.
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