Capítulo 42
"Happiness is a butterfly
Try to catch it like every night
It escapes from my hands into moonlight"
Traducción:
"La felicidad es una mariposa
Intento atraparla como todas las noches
Se escapa de mis manos hacia la luz de la luna"
—Happiness is a Butterfly, Lana del Rey.
ASHTON.
Siento la energía seguir recorriendo mis venas, a pesar de que ya no estoy surfeando o siquiera me encuentro cerca de la playa. Es ese tipo de adrenalina que puedo sentir hasta en la punta de mis dedos y hace que mi corazón lata con fuerzas aún cuando todo terminó. El mismo sentimiento que tenía después de una buena sesión de surf, solo que multiplicado.
Ahora, tiempo después de haberme dado ducha, tengo la tarea de vigilar a Luca mientras Isabella termina de empacar las cosas de ellos dos, así podemos empezar a cargarlas en la camioneta. Tenemos planeado irnos un poco después de almorzar si es que todo sale como planeado.
—¡Pero yo también quiero! —exclama Luca saltando de aquí para allá en la sala de estar principal. Alza con una mano su auto de juguete y lo lanza al suelo con fuerzas—. ¡Quiero una tabla! ¡No un auto!
Apuesto a que cuando tenga 16, va a arrepentirse de decir eso.
Fury está intrigado con el berrinche, porque sigue a Luca a cada paso que da.
—¿Sabes nadar? —le pregunto desinteresado desde mi lugar en el sofá.
Luca se queda quieto en su lugar. Descansa sus manos en su estómago y tuerce su cabeza hacia un costado.
—Eh... Sí —miente en un titubeo.
—¿De verdad? —arqueo una ceja pretendiendo asombro.
Él se balancea en sus pies.
—Sí —responde fingiendo estar más seguro—. Sí sé.
—Bueno, vamos. Te tiro en la parte profunda de la piscina —anuncio levantándome del sofá.
Luca se sobresalta en su lugar. Fury ladra a su lado ante el repentino movimiento.
—Eh... —balbucea el niño. Es bastante inteligente para sus tres años. Quiero ver hasta dónde es capaz de llevarlo—. Okey. Vamos.
Tengo ganas de suspirar.
Le extiendo mi mano. Lo último que necesito es que no sea tan inteligente como le doy crédito y salga disparado hacia la piscina.
Con precaución y sospecha, Luca se acerca a mi hasta sujetar mi mano con fuerza. Inmediatamente la retiro al sentir algo pegajoso en ella.
—¿Qué...? —repongo.
Luca parece no notar nada extraño porque junta sus cejas con confusión.
Agarro su mano y lo obligo a abrir su palma. Entrecierro mis ojos al ver el caramelo pegado color rojo.
—Luca —lo reprimo—. ¿Hace cuánto tienes esto?
—¿Qué cosa? —inquiere jugando al desentendido.
Y es cuando recuerdo que Isabella no lo deja comer dulces sin supervisión. Obviamente va a negarlo hasta el fin de los tiempos con tal de no ser atrapado. Suspiro pesado.
—¿Quentin te dio dulces?
—¡No! —responde al instante y abre sus ojos como platos.
Quentin le dio dulces.
Es la única persona que lo haría. Primero, porque es ella. Y segundo, porque Aggie y yo sabemos bien las reglas de Isabella. Y por último, mamá y Richard ya criaron a sus respectivos hijos. Saben mejor que darles azúcar de más por la mañana.
—No te creo. —sentencio—. Vamos a lavarte las manos.
Luca sigue nervioso, pero parece estar aliviado de no estar dirigiéndose a la piscina. Nos tomamos un pequeño desvío al baño más cercano. Enciendo la luz y alzo a Luca para que esté a la altura del lavabo. Dejo que se lave las manos solo. El jabón está ahí. Sabe que hacer.
Mala decisión.
No sabe qué hacer.
Empieza a salpicar agua con sus manso aprovechando que estoy detrás.
—¡Luca! —reclamo cerrando mis ojos para que no entre agua. Sus carcajadas hacen eco en el baño.
En vez de bajarlo, lo tiro encima de mi hombro y cierro la llave del+ agua.
Me cansé del niño. Voy a llevárselo a Isabella.
Luca balbucea estupideces boca abajo mientras hago mi camino hacia arriba por las escaleras. Habla sobre Moana y surf. O eso creo. Su cabeza a veces golpea mi espalda baja, así que es complicado averiguar qué está tratando de decir.
Me gustaría enseñarle a Luca a surfear, pero hay que ser realistas. Apenas camina sin tambalearse y aún así tiene coordinación dudosa. Tiene que aprender a nadar, y luego, quizás podríamos hablar sobre enseñarle a surfear. Si Isabella lo aprueba.
—¿Por qué no te caes de la tabla? —habla más fuerte y claro para que pueda oírlo.
—Porque soy Spiderman —respondo.
—¿Quéeeeee? —chilla y luego estalla en carcajadas.
La puerta de la habitación de Luca e Isabella está entreabierta. La empujo y doy unos pasos hacia adentro. Isabella está terminando de cerrar una valija y Aggie descansa boca abajo sobre la cama mientras sujeta su cabeza con sus manos.
Se callan de golpe al escucharme entrar.
Alzo una ceja curioso.
Miro a Aggie, cuyas mejillas se encienden. Estiro una pequeña sonrisa. Me pregunto de qué habrán estado hablando.
—¡Mamá! —exclama Luca. Ni siquiera la vio. Solo sus pies.
Recordando que está colgando de mi hombro, lo recompongo y lo dejo sobre el suelo. Lo sostengo durante un momento para que no se maree y se caiga. Tal vez colgarlo por tanto tiempo así no fue la mejor decisión de todas. Su rostro está rojo.
—Traigo un paquete especial —anuncio.
Isabella me mira con sus cejas arqueadas y una mirada obvia de "te cansaste y lo estás devolviendo". Me alzo de hombros sin revelar mis secretos.
—Ya estamos listas —anuncia ella y luego mira a Luca con el ceño fruncido antes de pasar a mi—. ¿Por qué tiene la camiseta mojada?
El agua, claro.
—¡Quiso tirarme a la piscina! —brama Luca.
Los ojos de Isabella se abren como platos y lleva una mano a su pecho con angustia.
Niego con la cabeza. Retiro lo dicho. El niño es bastante inteligente.
—Lo llevé a que se lave las manos. Y... Alguien estuvo comiendo dulces cuando no tenía —espeto. Planeaba no contar su secreto. Hasta que dijo lo de la piscina.
Isabella pasa su ira a Luca. O eso creo. Se acerca al niño y se acuclilla a su altura. Miro rápidamente a Aggie, quien ya estaba mirándome como diciendo "presta atención, es una super mamá.
—¿Por qué no me pediste permiso para comer los dulces? —pregunta en un tono neutral.
—Mami, ibas a decir no. —espeta.
No le veo fallas a su lógica.
Ella asiente.
—Ya hablamos sobre esto... Varias veces. Muchos dulces te pueden hacer mal. Es mucha azúcar y te pueden dañar los dientes.
Apenas tiene dientes.
—Fue uno —aclara y eleva un dedo para más énfasis.
Más mentiras.
—Entonces iba a decirte que sí podías comerlo. Si era solo uno —razona. Luca parpadea varias veces sin creerlo—. La próxima vez tienes que preguntarme.
—Okay. Perdón. —baja su cabeza.
—Estás perdonado. —le asegura y con sus manos bajo su mentón, hace que vuelva a mirarla—. Si no lo vuelves a hacer.
Luca entrecierra sus ojos.
—¿Y cuando sea grande? ¿Cuándo sea grande tengo que pedir permiso?
—¿Qué tan grande?
Luca se queda en silencio, pensando en su respuesta.
—Muy grande.
—Lo hablamos cuando seas muy grande.
—18 —declara. Arqueo una ceja. Alguien estuvo aprendiendo números en el jardín de infantes—. ¿Cuándo tenga 18 puedo?
Isabella se ríe.
—Sí, cuando tengas 18 te voy a regalar tooodos los dulces que quieras.
Luca asiente complacido con la respuesta. Va hacia la esquina de la habitación donde está su mochila de los Tortuga Ninja.
Isabella se levanta del suelo, resopla y nos mira.
— "Muy grande" puede ser mañana. Hay que tener cuidado con las palabras —nos avisa. Vuelve a abrir la valija y saca de ella una nueva camiseta para Luca. Sin poder evitarlo, me quedo un rato apreciando lo ridículamente pequeña que es toda su ropa.
—¡Esa no gustaa! —exclama Luca al ver la camiseta con la que Isabella intenta acercarse a él. Es simple. Color azul. Nada extravagante. ¿Qué no le gusta?
—Estás lleno de opiniones hoy —murmura Isabella entre dientes y luego inspecciona la camiseta azul—. ¿Qué no te gusta?
—Quiero blanca. —espeta.
Isabella entrecierra sus ojos. Parece estar intentando descifrar algo.
Acto seguido, voltea hacia mí y suelta un suspiro agotado.
—¿Qué...? —murmuro confundido. ¿Qué hice ahora?
Aggie parece saber qué está pasando, porque se ríe por lo bajo. Al ver que sigo perdido, alza un dedo y señala mi camiseta. Bajo la mirada, encontrando que es una de color blanco.
—Tu camiseta blanca está sucia, Luca —anuncia Isabella volteando a él—. La manchaste con jugo ayer, ¿recuerdas?
Luca pone un puchero y me señala a mi.
—Pero... Ashton...
Si me estoy convirtiendo en el modelo a seguir de este niño, mi recomendación sería decirle que deje de pensarme así. Solo va a terminar en desastre.
Isabella vuelve a enfrentarme.
—Ashton, ¿tienes una camiseta azul?
—Eh, sí —contesto.
A decir verdad, me siento un poco abrumado. De repente, siento un peso sobre mis hombros que no sentía antes. Luca me mira como si yo hubiera puesto las estrellas en el cielo.
—Ve a ponértela, entonces —ordena Aggie en un tono obvio al ver que me demoro en reaccionar.
Asiento con la cabeza y me levanto de la cama. Luca aplaude mientras me voy de la habitación hacia la mía en busca de una camiseta azul. No es el mismo tono que la de Luca. Supongo que va a servir de todas maneras.
Después de buscar entre mis cosas la camiseta azul, me cambio y vuelvo a la habitación, donde Luca ya me espera sentado sobre la cama con su camiseta azul puesta.
Extiendo mis brazos para que me vea y doy una vuelta.
Sonríe contento.
Y mierda si no causa un sentimiento inexplicable en mi pecho.
—Awww, ahora necesito sacarles una foto —declara Aggie en un tono cargado de ternura.
Luca prácticamente salta hacia mi, trepándose a mi cuerpo para la foto. ¿Cómo olvidar que no solo le gusta sacar fotos, sino también aparecer en ellas? Lo alzo y acomodo su camiseta que se torció. Aggie se encarga de sacar fotos mientras Luca se aferra a mi como un koala y estira su sonrisa aún más.
—Ashton, Dios, sonríe —me reclama Isabella desde un costado.
Sonrío hasta que Aggie se cansa de sacar fotos. Bajo a Luca, quien sale disparado a Aggie porque quiere verlas.
—¡Vamos a mostrarle a Laaau! —vocifera en un tono agudo que me hace arrugar mi rostro—. Por fa, por faaaa.
Aggie cede, dándose cuenta de que no tiene escapatoria. Deja que Luca la arrastre fuera de la habitación mientras salta de arriba hacia abajo con emoción.
Quiero suspirar. Nunca entenderé los tres años.
Cuando despego mi vista de la puerta, encuentro a Isabella mirándome con curiosidad mientras vuelve a cerrar su maleta.
—Ashton —me llama, haciendo que parpadee y centre mi atención en ella—. ¿Estás bien?
Aclaro mi garganta y asiento.
—Estoy bien —le aseguro. Sin embargo, no parece convencerla.
—Sé que Luca puede ser mucho —admite y se sienta en la cama con su cuerpo enfrentándome. Echa su cabello castaño hacia atrás y coloca sus manos sobre su regazo—. Si sientes que es demasiado... Solo dímelo.
Frunzo el ceño.
—¿Por qué sería demasiado?
Ella sonríe como si supiera algo que yo no. Aún así, se alza de hombros.
—Porque Luca desarrolló un lazo especial contigo —responde finalmente—. Espero que te hayas dado cuenta.
Un lazo especial.
—¿A qué te refieres con eso?
Isabella ladea su cabeza un poco como si estuviera intentando buscar las palabras correctas. El hecho de que esté haciendo eso me aterra más.
—Pienso que Luca te ve como una... Figura paterna. Te admira y quiere ser exactamente igual que tú. —declara, haciendo que mi sangre se congele—. No lo hizo con nadie más. Ni siquiera con Leo, que lo conoce desde que es un bebé. Entiendo que puede ser mucha presión. —carraspea y busca fuerza en su voz—. Si no te sientes cómodo, tienes que decírmelo así intento que Luca "retroceda" de alguna manera.
Me quedo en silencio. Mi cabeza sigue procesando sus palabras. "Figura paterna" rebota en mi mente.
No... No puedo ser la figura paterna de nadie. Al mismo tiempo, alguien lleno de oportunidades como Luca no puede querer ser igual que yo. Dañado y roto.
—Tal vez te haya puesto aún más presión al decírtelo, pero quería ser clara. No... —titubea y luego reformula—: Soy muy cuidadosa sobre con quién dejo a Luca rodearse. Aggie y tú son las mejores influencias que puedo querer para su vida. Siempre voy a estar agradecida porque hayan abierto su corazón a él. Sé más que nadie que a mi hijo le falta familia, e ir construyendo una a su alrededor no suena mal. Es por eso que quiero asegurarme de que... De cierta manera sepas el tipo de responsabilidad que Luca puso sobre tus hombros.
Asiento lentamente mientras siento mi cuerpo tensarse como la cuerda de una guitarra.
—Pero entiendo que no es una responsabilidad que te corresponda. Por eso, sí no te sientes bien con ello, tienes que decírmelo.
Suelto un resoplido nervioso.
—No sé si soy la mejor persona para influenciar a Luca, Izzy —confieso.
—¿De verdad piensas eso? —frunce el ceño, honestamente confundida—. Todos podemos ver lo bien que lo tratas. Lo quieres mucho, lo escuchas y... Dentro de todo, le tienes paciencia. Es más que suficiente. Luca verdaderamente se divierte y aprende mucho contigo.
Trago saliva y asiento. Tal vez sea así. No hay duda de que el niño se ganó un espacio en mi corazón. Sin embargo, es difícil ver las cosas desde una perspectiva que no sea la mía. Más que nada en este caso, cuando se trata de mi.
—No tuve la mejor infancia de todas. Tengo miedo de que eso... Arruine a Luca o algo así.
Isabella sonríe comprensiva.
—Eso es exactamente lo que hará que seas la mejor influencia en él. Por lo menos sabes que no hacer.
—¿De verdad confías en mí tanto? —interrogo completamente asombrado.
Ella asiente.
—De verdad.
***
Faltan dos horas para que nos vayamos. Todos están preparándose para el último almuerzo. Caroline y Frank van a retomar sus vacaciones antes de volver a la universidad mientras que mamá y Richard nos van a seguir de camino a San Francisco. Esta enorme casa volverá a quedar deshabitada.
Es triste ver las luces apagadas y la casa completamente vacía, cuando en el pasado estuvo llena de euforia y vida. Sé que a mi abuela le hubiese gustado esto. La casa llena de gente, toda la familia junta mientras celebramos algo importante. Conversaciones y risas inundando cada rincón.
Sentí su ausencia en todos lados. En el jardín, bajo el gazebo, en la playa, en el sótano, en la cocina, en la fiesta de compromiso, y más aún en la orilla mientras volvía a surfear.
Tengo que aclarar mi garganta y concentrar mis pensamientos en otra cosa para no caer en una tristeza interminable al recordarla.
—Así que cuando estemos volviendo, podemos pasar por allí. Quiero sacarle unas fotos —la voz de Aggie me trae de nuevo a la realidad.
Estamos solos en una de las salas comunes. Es la sala que el gato reclamó para él. Su jaula está abierta en una esquina, y aún así él está adentro. Fury está cerca, siempre atento a si sale o no. La jaula es grande, pero no tanto como para que el enorme Golden Retriever pueda pasar por la puerta. Asumo que es por eso que el gato buscó refugio allí en primer lugar.
—¿Uhm? —le pregunto a Aggie. Su cabeza descansa sobre mi regazo mientras mis manos juguetean con su cabello rubio. Le quité su moño y deshice su coleta hace un tiempo.
Ella eleva la mirada hacia mi.
—¿Estás bien? —me pregunta.
—Sí, sí lo estoy —asiento y aclaro mi garganta—. Solo estoy un poco distraído. ¿Qué estabas diciendo? ¿Dónde quieres pasar?
—Es un acantilado. Queda de pasada —continúa hablando—. Caroline me habló de él. Quiero sacarle fotos, aprovechando que seguro pasaremos cuando esté atardeciendo.
Asiento.
—Creo que sé cual es.
—Perfecto —sonríe.
Paso mi mano de su cabello hacia su mejilla, acariciando su piel suave con la yema de mis dedos.
—¿Cómo te sientes después de hoy? —interroga, acunando su mano sobre la mía en su rostro.
—Normal —me alzo de hombros. Arquea una ceja ante mi respuesta, demandando una mejor. Le doy lo que quiere—. Fue... Fue bueno volver —admito.
Ella sonríe.
—Ahora que estamos solos, puedo decirte que te ves muy bien surfeando. Muy bien.
Eso hace que sonría
—Me veo bien haciendo cualquier cosa, rubiecita —respondo en un tono burlón.
Me da una mirada molesta.
—Solo decía.
—Mhm. Solo dices —repito burlón y luego decido aprovechar la situación—. ¿Qué tan bien me veo? ¿Suficiente para que quieras besarme?
Arquea una ceja.
—Intenta besarme y lo veremos.
Su respuesta me hace querer besarla con aún más fuerzas. Me fascina que Aggie no dé vueltas con lo que quiere. ¿Lo quiere? Lo tiene.
Quita su cabeza de mi regazo al sentarse. Hago que voltee hasta que se sienta sobre mí, descansando sus piernas a los costados de mis muslos. Entierro mis dedos en sus caderas y la acomodo.
Me permito perderme unos segundos en el azul de sus ojos. Ese azul que me pareció tan frío cuando nos cruzamos por primera vez en la calle, y que ahora me hacen sentir como en casa cada vez que me miran.
Con una mano, acuno su rostro y me acerco hasta besarla. Esta vez, el beso no es uno desesperado que lleva a más intensidad y que las cosas escalen hasta que no quede una prenda de ropa en nosotros. No, todo lo contrario. Es lento y es suficiente.
Eso es lo que creo, hasta que Aggie empieza a mover sus caderas sobre mí, y se vuelve complicado mantener las cosas dulces. Rompo el beso y empiezo a reír sin poder contenerme.
—¿Por qué te ríes? —cuestiona y me golpea en el hombro.
—Por nada —contesto intentando ahogar las carcajadas.
Entrecierra sus ojos y espera una respuesta. Al ver que no voy a darle una, intenta quitarse de mi. Por supuesto que no no se lo permito.
—Si no quieres compartir qué es tan gracioso... —empieza en un tono amenazador.
Eso solo hace que me ría más. Echo mi cabeza hacia atrás con la fuerza de las carcajadas.
—Dilo de nuevo. Sonaste como mi profesora de primaria.
Abre su boca ofendida y me golpea en el hombro. Aprovecho su sorpresa para volver a besarla. Aggie siendo Aggie, intenta resistirse al principio. No tiene mucho éxito porque cuando soy yo el que influye los movimientos de su cadera con mis manos, se derrite en mis brazos, fundiéndose en el beso.
—Jóvenes, suficiente —alguien empieza a aplaudir para llamar nuestra atención.
Aggie rompe el beso en un parpadeo y voltea asustada. Me inclino hacia un costado para ver a Quentin entrar a la sala.
—Quinn —suspira Aggie molesta y aliviada al mismo tiempo. Se quita de encima de mí. No dejo que lo haga completamente. Nop, por lo menos sus piernas tienen que seguir cubriendo mi regazo. Si no, la situación sería incómoda en frente de mi hermanastra.
—¿Qué hacían, traviesos? —cuestiona con una mirada divertida.
Fury se acerca a su dueña y empieza a dar vueltas alrededor de ella mientras sacude su cola.
Aggie entrecierra sus ojos.
—Estás interrumpiendo.
Quentin se alza de hombros.
—Mhm no, Monroe. Diría que estoy devolviéndote las interrupciones, ahora que puedo —comenta sonriente antes de agacharse para acariciar las orejas de Fury.
—¡Fue solo una vez! —exclama Aggie—. Y es porque había... —titubea, eligiendo el silencio.
—¿Por qué habías fumado? —cuestiona Quinn elevando su cabeza para sonreír cómplice.
Arqueo una ceja y miro a Aggie, cuyas mejillas están rojas.
Simplemente, no me lo imaginaría de Aggie. No cuando intenta pintar esta imagen de una mujer que lo tiene todo bajo control y nunca la encontrarías con un pelo fuera de lugar.
Mierda, ahora me gusta más.
—¿Así que ahora nos podemos juntar con la señora Bexley a fumar? —le pregunto bromeando, para que sepa que no estoy juzgando.
Pone sus ojos en blanco.
—No, solo a tomar el té —responde.
Voy a llevar un té especial.
—Y no, Monroe. Estoy segura de que fue más de una interrupción. —adelanta Quinn—. Ahora vamos. Lauren te está buscando, Ashton.
Asiento.
Aggie se levanta de su lugar y la sigo.
—Vayan adelantándose. Voy a cargarle agua al gato —les digo.
Quinn y Aggie asienten. Quentin entrelaza su brazo con el de Aggie y empieza a susurrar algo que no soy capaz de oír mientras se alejan de la sala.
Guardo mi celular que dejé en un costado del sofá en el bolsillo de mis jeans. Me acerco al gato, quien sisea levemente.
—Shs, no voy a cerrar tu jaula —le digo. Levanto su tazón de agua vacío del suelo.
Ya casi está todo listo para que nos vayamos. Al menos desde mi lado. Sé que mamá y Richard siguen viendo los últimos detalles para dejar la casa, y es eso lo que está haciendo que nos demoremos.
Salgo de la sala para ir a la cocina más cercana. Cada piso tiene una. Estamos en el segundo, por lo que la cocina no es tan grande como la principal, pero tiene lo necesario.
Enciendo las luces y me acerco hacia el grifo para rellenar el plato.
Una vez que lo hago, escucho mi celular sonar. Dejo el plato sobre la mesada y busco en el bolsillo de mis jeans hasta sacarlo. Quizás sea Aggie. Esta no es una casa en la que pueda exactamente gritar para llamarme. Desbloqueo mi celular sin ver el mensaje.
Una vez que me concentro en el pedazo de texto, entrecierro mis ojos, esperando que mis ojos esten jugando conmigo.
Vuelvo a repasar con la mirada el número desconocido. No me es familiar. Cuando tenía dieciocho, cambié de número asegurándome que solo las personas correctas lo tengan.
Tengo que apoyarme contra la mesada.
Exhalo aire tembloroso.
Vuelvo a leer el mensaje, esperando estar equivocado y que por alguna razón, esté soñando y todo esto sea parte de una pesadilla.
No lo es.
El mensaje es bastante real.
¿Qué está buscando ahora? ¿Después de tanto tiempo? ¿Después de que le haya dejado las cosas en claro sobre cómo funcionaría nuestra relación? Si es que existe una.
Suelto el celular, dejándolo caer sobre la mesada de mármol y cierro mis ojos.
Intento recordar las palabras de Xavier.
Que respire hondo.
Que todo va a estar bien.
Que no es el fin del mundo.
Que todo va a solucionarse.
Es así como intento respirar hondo sin éxito.
Intento convencerme de que todo va a estar bien y no consigo creerlo.
Intento decirme que no es el fin del mundo pero, ¿quién sabe?
Intento creer que todo va a solucionarse, y quiero reír de la ironía. Este tipo de cosas no tiene solución, no importa cuánto quiero que sí haya.
Dejo mis piernas ceder, colocándome de cuclillas en el suelo, sin encontrar las fuerzas para siquiera mantenerme de pie. Cubro mi rostro con las palmas de mis manos.
Mi mente sigue repitiendo el mensaje. Una y otra vez. Fue tan simple. Tan sencillo como un solo mensaje para tirar por la borda todo lo que vengo trabajando hace meses. Hace años.
Es injusto.
Es injusto porque estuve tratando de estar bien.
A pesar de todo, estuve intentando.
A pesar que se siente como si estuviera nadando contra la corriente constantemente.
A pesar de que a veces siento que no tiene sentido, que sería mucho más fácil ceder.
Es un camino colina arriba que recorro sin importar que duela cada paso que doy. Es por eso que es injusto y aterrador que algo tan pequeño, algo que puede ser tan... Insignificante para otras personas tenga el poder de destruirme y de arruinar todo por lo que estuve trabajando.
Cierro mis ojos con fuerzas y cuento. Cuento hasta diez. Luego hasta veinte. Lo repito, intentando ahogar mis malas tendencias. Intentando quitarme del patrón de siempre que repetía cada vez que algo como esto sucedía.
Consigo volver a pararme y respiro hondo, en un mísero intento de calmar los fuertes latidos de mi corazón que se estrellan contra mi pecho hasta retumbar en mis oídos.
Mi celular vuelve a sonar. Bajo la vista a la mesada, viendo como aparece en la pantalla un nuevo mensaje del mismo número. Sé que no debería, pero de todas maneras lo leo.
Suelto una resoplido tembloroso y cierro mis ojos tras hacerlo.
Siento pura ira acumularse en mi pecho como un remolino furioso. Arrojo el celular de un manotazo, dejando que se estrelle con el suelo.
Dejo que mis manos se apoyen sobre la mesada y hundo mi cabeza, intentando recomponerme mientras ignoro la forma en la que mi cuerpo entero empieza a temblar en búsqueda de algo. Algo que juré no volver a tocar en mi vida.
Trago saliva y me alejo de la mesada. Tengo que irme, tengo que caminar, tengo que pensar en otra cosa y distraerme.
Salgo de la cocina y camino con prisa por el pasillo. Tomo las escaleras de servicio, que son las más cercanas, pero también las más desoladas.
Alguien va a detenerme. Voy a cruzarme con alguien como la vez pasada y eso va a mejorar lo que sea que estoy sintiendo.
No escucho ni un sonido en la cocina del primer piso. Tan solo me rodea el aroma a comida recién hecha. Me detengo en mi lugar. Rogando que alguien me encuentre.
Cinco segundos.
Diez segundos.
Veinte segundos.
No sucede. No hay nadie más que yo.
Decido seguir bajando.
Mis pies me controlan. Mi mente comienza a sentirse cada vez más débil, pendiendo de un fino hilo de voluntad. Mi corazón cada vez late más lento. Es una calma extraña, y aun así conozco el sentimiento a la perfección.
Sigo sin escuchar voces, sin escuchar a alguien. Es extraño. Y al mismo no tanto dado a lo grande que es la casa.
Estoy convencido de que alguien va a detenerme.
Las escaleras que dirigen al primer sótano están oscuras. Sin embargo, conozco cada giro, cada escalón, cada centímetro de lugar. Después de bajar exactamente diecisiete escalones, estoy en una sala principal.
Enciendo la luz. Sé que voy a encontrar calma en este lugar porque solía pasar mucho tiempo aquí cuando era niño. Me sentía más seguro y resguardado del resto del mundo.
Me siento sobre el sofá y paso mis manos por mi rostro. Tengo los meses y días contados que llevo sin probar siquiera una gota.
No puedo echar todo eso a perder.
No puedo, no quiero y no voy a hacerlo.
Sintiéndome decidido, intento buscar mi celular para llamar a Xavier. Me alarmo por un segundo al no encontrarlo en los bolsillos de mis jeans, y luego recuerdo que lo dejé en el suelo de la cocina y que probablemente ahora esté roto.
Maldigo por lo bajo.
Me levanto de un salto y empiezo a caminar por la sala del sótano, como si eso me fuera a traer alivio. Mis pisadas se ahogan con la alfombra que cubre el suelo. Jugueteo con mis anillos, esperando detener el temblor de mis manos.
El mensaje.
No, los mensajes.
¿Por qué tenían que llegar hoy? ¿Por qué no... ? ¿Por qué ahora, cuando estoy tan bien?
Mis pies se detienen en frente del gabinete cerrado como un acto automático.
Aprieto mi mandíbula tan fuerte que tengo miedo de hacerme daño.
Mi cabeza grita que no. Me pide de rodillas que no lo haga con el último trazo de voluntad que nos queda.
Sin embargo, mi cuerpo pide algo totalmente distinto. Que lo haga. Que va a ser que el dolor se vaya. Que nunca voy a poder encontrar una solución a mi tristeza, pero que puedo intentar aliviar el sufrimiento.
Siento mi pecho temblar cuando abro el gabinete.
Observo las botellas de whisky marca Throne perfectamente alineadas. Sus tapas selladas. La etiqueta blanca y las letras doradas resaltando contra el tono cobrizo del líquido.
Siento mi garganta cerrarse de la angustia al mismo tiempo que mis ojos empiezan a arder con lágrimas.
Es injusto.
Y al mismo tiempo, una voz en mi cabeza me recuerda: Es injusto, y es a lo que estamos acostumbrados.
Por fin, el peso de este viaje comienza a caer sobre mis hombros. Estaba viviendo en una nube de felicidad, seguridad y bienestar en la que no estoy acostumbrado a estar. Me creí capaz de darme un momento para ser feliz. Irónico.
La tristeza que cargo va a seguirme donde sea. Todas las piezas rotas que cargo en mi interior, seguirán estando rotas sin importar que tan lejos me vaya. No entiendo qué parte de todo eso no entendí con los años.
¿Qué sentido tiene intentar cuando todos los caminos me llevan al mismo lugar?
Soy un imbécil.
Pensé que sería capaz de manejarlo todo.
Aggie y nuestra nueva relación. La forma en la que me mira como si fuera lo mejor que le haya pasado. Incluso me lo dijo. Me dijo que soy lo mejor que le pasó, ¿pero como puedo ser yo lo mejor que le haya pasado? Suena ridículo. Tal vez estaba mintiéndome porque se lo dije primero. Le dije que ella era lo mejor que me pasó en la vida, y es real. Cada palabra que le dije, es real. Aggie fue como un regalo que llegó en el momento que más lo necesitaba. Ese rayito de luz y esperanza que me invadió el corazón, volviéndolo un lugar cálido y eliminando la frialdad en él.
Pensé que podría manejar la presión.
La presión de volver a surfear, de haberme convencido de estar listo cuando en lo más profundo de mi, sabía que no lo estaba. Me engañé a mi mismo, pensando que por tener un momento de valentía, todo iba a solucionarse. Me engañé a mi mismo y repetí en voz alta que podía hacerlo. Les dije a todos que podría. A Xavier, a Aggie, a Caroline, a toda mi familia, incluso a mí frente al espejo.
La realidad es que, sigo estando aterrado del océano. Sigo sin poder hacer las paces con todo lo que sucedió. Porque al principio, disfruté de las olas. Disfruté del sentimiento. Y al final también. El problema fueron los pequeños momentos entremedio que me recuerdan a cómo me dejé caer de la tabla sin seguro, como me dejé hundir en el agua, convencido de que ese sería mi fin. Cómo dejé que mis pulmones se llenaran de agua.
No estaba listo. Fui un idiota al pensar que lo estaba.
Fue estúpido tan solo considerar que las cosas podrían mejorar para alguien como yo.
Trago saliva y aprieto uno de mis puños con fuerzas, esperando no hacerlo.
Y por último, Luca.
Veo tanto de mi en él. Un niño que apenas empieza su vida y que confía en todos. Un niño que se merece algo mucho mejor que yo como "figura paterna". Se merece que lo protejan de todo mal en este mundo, y no soy capaz de hacer eso por más que Isabella me asegure que sí.
La situación me abruma y me supera. Me nubla el juicio, dejando una sola cosa en claro.
Mis manos tiemblan cuando saco una botella del estante, rompiendo la perfecta simetría de como estaban acomodadas. La sujeto con una mano mientras la otra se enrolla en la tapa. Por encima del ruido de mi respiración pesada, escucho como el seguro de la botella cede y la tapa metálica se cae al suelo.
Mis lágrimas vuelven mi vista borrosa, pero creo que es mejor así. Es mejor que no pueda ver la botella porque me doy vergüenza.
Me odio más que a nadie más en el mundo. Y me merezco cada uno de esos sentimientos.
Me llega el claro olor a alcohol. Respiro hondo. Hacía tanto tiempo que no tenía una botella tan cerca.
Cierro mis ojos y llevo la botella a mi boca, dándole un primer trago.
***
FIN
DEL PRIMER LIBRO.
***
→ ¿Cómo ayudar a una persona con alcoholismo?
1. El entorno debe reconocer el problema
2. Realizar la aproximación al tema en un momento de sobriedad.
3. Adoptar una posición de ayuda y no culpabilizar.
4. Expresarse con empatía.
5. Mantener algún grado de control (dinero, etc)
6. Evita la exposición a estímulos que generen la respuesta de beber. (bares, fiestas, beber en frente de ellos)
7. Tener en cuenta el posible papel que ejercemos en la adicción.
8. Acudir a profesionales.
9. Motivarle asistir a grupos de apoyo.
10. Realizar actividades agradables que sean incompatibles con la bebida.
11. Prevención de recaídas (con terapia, grupos de apoyo y otras actividades)
Línea de ayuda en Argentina: 141 (Asistencia gratuita, anónima y en todo el país durante las 24 horas, todos los días del año.)
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pd: nos vemos en la comentada de instagram:)
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