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Capítulo 3

| CAPÍTULO 3 |

"When you fall asleep tonight,
just remember that we lay under the same stars"
—Shawn Mendes, "Never be alone".

Traducción: "Y cuando duermas esta noche,
solo recuerda que estamos acostados bajo las mismas estrellas"

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ASHTON.

No sabía en qué pensar cuando me dijeron que tendría que volver a vivir con mamá y Richard. Imaginé que sería tranquilidad y cenas incómodas. No esperaba mucho, pero esto no.

El ruido abajo empieza a las siete de la mañana. Parece un chiste. Un gigante chiste que ellos planearon para arruinarme. Sin embargo, el chiste lleva 3 días, dudo que siga siendo para molestarme.

Gruño y entierro mi cabeza en la almohada mientras me cubro con la otra.

Quiero irme de este lugar.

Juro que cuando vivía con dos tipos más era más silencioso que esto.

Richard puede estar sordo por lo fuerte que pone el canal de noticias y mamá también por el tono de voz que usa para hablar. Quizás le esté contando un secreto a su esposo y aún así soy capaz de oírlo.

Odio vivir aquí, y odio más saber que no puedo irme a otro lado. No hasta que esta locura de que todos piensan que voy a matarme en cualquier segundo termine.

Una hora más tarde, la casa queda en silencio porque ambos se fueron a trabajar. Me levanto de la cama sin poder seguir durmiendo y decido hacer algo útil. Estoy seguro de que mi terapeuta estará fascinado de escuchar que estoy haciendo cosas de ser humano funcional.

Después de una ducha rápida, me cambio de ropa a unas zapatillas deportivas y shorts. Estando en rehabilitación, no tenía muchas ganas de ejercitarme. Solo hacia lo necesario, que era lo que pedían como obligatorio. En algún momento tengo que volver a hacer algo y que mejor que ahora.

Bajo las escaleras, pensando en qué voy a desayunar cuando una voz me detiene.

Hay alguien en la cocina.

Alguien desconocido.

Me detengo en el marco de la puerta a observar a la intrusa. Su cabello rubio está atado en una coleta alta y tiene puesto jeans y un suéter rojo. No se dio cuenta de mi presencia porque está de espaldas mientras cocina algo. Mucho menos me escuchó porque está hablando por teléfono.

Carraspeo para llamar su atención.

—Uhg, Rixi, tengo que irme. Ya apareció —contesta antes de colgar sin siquiera girarse.

Frunzo el ceño. ¿Ya aparecí?

La rubia se voltea y es cuando la reconozco por las fotos que me mostró mamá y las que hay alrededor de la casa. Su nombre es Quinn y es la hermanastra que nunca conocí. Y sin embargo, me obligo a preguntar:

—¿Quién mierda eres? ¿Quentin?

—¿Quién mierda eres tú? —contraataca con una ceja arqueada mientras me señala con una espátula. Abre sus ojos marrones grandes. ¿Cuántos años tiene esta chica? ¿Dieciocho? ¿Diecisiete?

Honestamente, no me importa.

—¿Qué haces aquí? ¿No vives en Miami? —le pregunto en un tono cansado. No estoy de humor para gente nueva... Ni para gente que ya conocí si soy honesto.

La esquivo y voy directo al refrigerador. Si voy a tener una mañana pesada, por lo menos que haya jugo de naranja. Mamá no se olvidó de mi obsesión y compró jugo para un ejército.

—Sí, vivo en Miami —responde ella—. Pero estoy de visita. Quería conocer a mi hermanastro.

—Te intriga el hermanastro que se quiso matar, ¿verdad? —inquiero divertido, esperando a que se ponga incómoda como el resto del mundo hace y deje el tema, y de pasó a mi en paz.

—Ese mismo —chasquea su lengua sin siquiera inmutarse—. Lauren me dijo que te gustan los panqueques. Estoy preparando, ¿quieres?

La miro sorprendido. Son mi debilidad.

Tal vez Quentin no está tan mal.

—Sí —me alzo de hombros. Ella asiente y continua con los panqueques, una vez que armó una pila sobre un plato, los deja sobre la mesada y los señala con su cabeza—. ¿No comes?

—No eso —es su respuesta al arrugar su nariz con asco. Está perdiendo puntos si no le gustan los panqueuques—. Traje donas por si quieres.

Lo tendré en mente.

Asiento y llevo mi plato a la mesa. Quinn se sirve café y se sienta a mi frente, donde hay una caja enorme de donas.

—Entonces, —declara cuando estoy devorando mis panqueques. Para alguien que no le gustan, sabe hacerlos bien

—¿Entonces, qué?

—¿Tu nombre es Ashton? —me pregunta.

Este es el encuentro más raro que tuve en mi vida.

Respiro hondo.

—Sí.

—¿Tienes un segundo nombre? —inquiere.

—¿Qué es esto? ¿Una interrogación? —bufo.

—Dios, tienes problemitas, ¿no es así?

Alzo una ceja desafiante.

—Tú dime —resoplo. Acaban de sacarme de rehabilitación porque intenté matarme, decir que tengo problemitas es decirlo de manera ligera.

—Está bien, está bien. Entiendo —suspira con pesadez y alza bebe un poco de café—. Solo quiero conocerte. No es la primera vez que tengo un nuevo hermanastro. Ya pasé por esto.

—¿Tu padre se casó varias veces? —inquiero con mis sentidos en alerta. ¿De verdad mandé a investigar a Richard?

—No, solo dos y la segunda fue con Lauren. Hablaba del otro lado de la familia. Tengo otro hermanastro por ese lado —me dice. Mueve su mano en un gesto para quitarle importancia—. Pero no va al caso. Una historia muy larga.

Me mira, como esperando a que diga "Tengo tiempo." La verdad es que, sí tengo tiempo. Pero prefiero mirar pintura secarse.

—Realmente no me importa.

Estoy buscando enojarla para que se vaya pero al parecer es lo último que estoy logrando porque Quinn se ríe y niega con la cabeza.

—¿Cuántos años tienes? Veinte, ¿verdad? —me pregunta a lo que asiento resignado—. Tengo dieciocho, solo para que sepas.

—¿Y por qué querría saber eso?

—Porque es conocimiento básico de una persona —repone y le da un mordisco a su dona—. Tengo dieciocho, vivo en Miami y estudio allí. Vengo a San Francisco seguido. Ahora más porque hace unas semanas una amiga se mudó aquí y estaba ayudándole a que se acomode en la ciudad. También tengo otro amigo aquí. Sé que estás solo en la ciudad así que... Si no eres un imbécil, quizás puedas conocerlos.

Finjo poner una mueca.

—Soy un imbécil, lo siento. No puedo conocerlos —contesto apenado.

Ella me escanea con sospecha. Le da un sorbo a su café.

—Lauren me dijo que eras difícil pero no que eras tanto —habla finalmente. No me sorprende que esa haya sido la advertencia de mamá. En este último tiempo, soy difícil.

Me alzo de hombros.

—¿Ya terminaste con esta intervención? —le pregunto aburrido.

—No —espeta. Niega con la cabeza y vuelve a beber su café—. ¿Te gusta vivir aquí?

¿Qué mierda es esto?

Decido que tuve suficiente de esta conversación. Le doy el último bocado a mis panqueques antes de levantarme y llevar las cosas para lavar. Ignoro los ojos de mi nueva hermanastra sobre mí, que están observando cada uno de mis movimientos al lavar los platos.

—Nos vemos por ahí, Quentin —le digo antes de irme de la cocina. Para mi sorpresa y mi alivio, no dice nada más ni intenta detenerme.

Vuelvo a encerrarme en mi habitación, tengo que ordenar mi cabeza sobre la universidad. Tengo un puesto en Hastings por si quiero tomarlo, y creo que lo haré. No tengo nada más para hacer.

Solo concentrarme en una tarea que cumplir: Mantenerme con vida.

***

AGGIE.

Mi respiración es agitada y mi cuerpo está sudando para cuando vuelvo a casa. Hoy rompí mi récord y corrí cinco kilómetros. Un kilómetro más que mi antiguo récord, según mi reloj, y solo son las once de la mañana.

Me detengo en frente de mi edificio y una vez adentro, saludo al guardia de seguridad. En el elevador, me quito mis auriculares y pienso en todo lo que pasó esta mañana. Hasta ahora, el día viene espectacular. El gato no me arañó y recibí un correo con la confirmación de los horarios de clases que elegí para el semestre. Estoy estudiando periodismo y tengo unas que otras asignaturas que ya hice pero no lo suficiente como para estar en segundo año. Será mitad y mitad.

Abro mi puerta sin prestar atención y juro que me llevo el susto de mi vida cuando encuentro una figura sentada en el sofá.

—¡¿Qué haces aquí?! —exclamo llevando una mano a mi pecho y sintiendo mi corazón a punto de salirse de mi pecho.

—De visita, duh —contesta Quinn Meyer en un tono obvio.

Lo más irónico es que está sentada junto al gato, y le acaricia las orejas mientras el ronronea a gusto. Sin arañazos. Entrecierro mis ojos y cierro la puerta.

—O intentas matarme del susto —declaro dejando las llaves sobre la mesa del recibidor. Me quito mis zapatillas y voy derecho a la cocina porque entre los cinco kilómetros y el susto que me dio Quinn, necesito agua—. ¿Cómo entraste?

—Dejaste una llave enterrada en la maceta, ¿qué esperabas? —resopla y me sigue. Se apoya contra la mesada y recibe la botella de agua que le lanzo—. Traje donas —anuncia, quitándose su suéter rojo y quedando en una simple blusa blanca de tirantes porque encendí el termostato.

Nota mental: No volver a dejar la llave en la maceta.

—Solo te perdono porque trajiste donas —le aviso antes de abrir la caja rosada y encontrar mis favoritas. Glaseado de vainilla con relleno de Nutella y chispitas de colores. Suspiro al dar el primer bocado. Quinn está perdonada.

—Leí la lista —me dice señalando la pizarra en el refrigerador con su cabeza—. Necesitas buscar mejores nombres.

Pongo mis ojos en blanco.

—No necesita nombre. Se llama Gato —le explico—. Es eso o Demonio Obeso.

—Pero es un amor —dramatiza ella con una mirada soñadora mientras mira al gato que se mueve entre sus pies y mueve su cola con el movimiento.

—Mhm, no lo es. Puedes traer a Fury para que se lo coma. Le durará por meses —le ofrezco, haciendo referencia a Fury, su Golden Retriever de casi dos años que Quinn rescató cuando apenas era un cachorro.

—A Fury le encantan los gatos —se alza de hombros—. Probablemente lo bese.

Arrugo mi nariz y limpio la comisura de mis labios que se llenó de Nutella.

—Iugh —balbuceo y cuando estoy por agarrar una segunda dona, recuerdo la pregunta importante. Aclaro mi garganta—. ¿Qué haces aquí? ¿No tienes clases? En Miami —resalto.

Quinn hecha su cabello rubio hacia atrás. Sus grandes ojos café me miran por unos segundos antes de alzarse de hombros.

—Estoy de visita por el fin de semana. Tenía pendiente conocer a mi hermanastro —explica.

De alguna manera, consigo no inmutarme. La vida de Quinn Meyer puede llegar a ser un espectáculo de fuegos artificiales constante. Por suerte las cosas están más calmadas en este último tiempo. 

—¿Tienes un nuevo hermanastro?

—No es tan nuevo. Solo que nunca lo conocí. Se llama Ashton. Conocí a Caroline, que es su hermana melliza y nos llevamos bien, pero no pude cruzarme con Ashton hasta hoy porque.. —se queda en silencio y suspira con pesadez—. Estuvo en rehabilitación. Tuvo un... Accidente hace unos meses.

Parpadeo.

—¿Rehabilitación de...?

—Alcohol, pero principalmente porque fue un intento de suicidio —me explica y traga saliva. Su mirada se entristece. Me doy cuenta de que por más que lo conozca hace un día, se preocupa por él.

Respiro hondo y asiento, mi corazón empezando a doler por el chico desconocido. Sé una o dos cosas sobre intentos de suicidios y nunca se vuelve más fácil pensar en ello. Ojalá esté mejor.

—Iba a la universidad de Santa Mónica —continua ella—. Tuvo que dejar por rehabilitación y estuvo tres meses allí, salió hace unos días. Creo que ahora está por transferirse a Hastings. O al menos eso es lo que su madre me dijo. Tengo entendido que Ashton no quiere volver.

Asiento, digiriendo de a poco la información que me está dando.

—Espero que mejore.

—Yo también. No solo por él pero por Lauren y Caroline. Están pasando por un infierno al preocuparse todo el tiempo —me explica—. Este tipo de cosas llevan... Tiempo y paciencia.

—Si hay algo que pueda hacer para ayudar, sabes que cuentas conmigo —le digo. Quinn vive en Miami, si hay alguna emergencia ella no estará. Por otro lado, tengo tiempo de sobra y estoy cerca. Además, iremos a la misma univerisdad.

—Lo sé, Aggie. Cuento con ello —murmura y asiente con una mirada compasiva. Segundos después puedo ver un brillo cómplice en sus ojos—. Eres la mejor... Es por eso que tengo algo que pedirte.

***

ASHTON.

Esto es una mierda.

Es lo único en lo que mi cabeza puede pensar mientras paseo mi mirada por el consultorio de mi psicólogo. Es el mismo que me empezó a tratar cuando apenas tenía ocho años, no fue el primer psicólogo que vi, pero sí con el que me quedé. Lo conozco de... Básicamente toda la vida. Me vio crecer. Y podría decir lo mismo, a juzgar por su cabello blanco y las arrugas en su rostro.

Él antes vivía en Connecticut. Un año después de que me fuera a la universidad, se mudó a San Francisco porque le ofrecieron un trabajo aquí y sorpresa, terminé viviendo aquí. Es como si estuviera destinado a ser mi psicólogo.

Dejé de verlo hace un poco más de dos años, cuando tenía dieciocho y me fui a la universidad. En ese entonces, me recomendó uno de sus colegas que vivía en Santa Mónica. Simplemente acepté la información del contacto y... Pueden imaginarse el resto de la historia.

Nunca conocí a su colega.

Tal vez por eso sea que estamos aquí.

—Un cambio interesante en la trama, no crees, ¿doc? —arqueo una ceja luego de silbar por lo bajo y volver mi vista. Su nombre es Xavier Bennet. Supongo que ya tiene sus sesenta y tantos años, nunca pregunté. Originalmente es psicólogo infantil. Nunca lo adivinarías por cómo sus ojos azules que contrastan con su piel oscura lucen aterradores y helados, ni por su postura siempre en alerta. Pero de nuevo, sé mejor que nadie cuán erradas pueden estar las perspectivas que tenemos en los demás.

Debo ser el único paciente que tiene más de dieciocho años.

No quiero estar aquí.

Sin embargo, no tengo otra opción. El programa de rehabilitación dejó en claro que necesito seguir con mi terapia semanal e ir a las reuniones de AA (Alcohólicos anónimos). No es como si tuviera más que hacer.

—¿Tú crees? —me pregunta y creo detectar un poco de ironía en su voz—. La última vez que te vi estabas emocionado por empezar la universidad y mudarte, y ahora, estamos de nuevo aquí.

Ignoro la sensación horrible que hace fuerza como una bisagra de metal en mi pecho. No se siente bien recordar esos momentos. Esos momentos en los que pensé estar feliz, en los que verdaderamente creí que tenía todos mis demonios encerrados y que por fin estaría bien.

Asiento.

—¿Qué tal tu vida, Xavier? ¿Tus hijos? —inquiero sin moverme de mi postura relajada en el sofá. Él me examina con atención. Siempre odie a los psicólogos. No tengo nada en contra de Xavier, pero detesto la manera en la que sus ojos me estudian, detesto que estoy pagando para que me escuche, detesto necesitar terapia en primer lugar.

—Muy bien. Kailyn está volviendo loca a mi esposa. Está embarazada, dentro de unos meses tendré un nieto.

—Felicidades, Xavier. La última vez que escuché de Kailyn estaba por casarse. —resalto sorprendido. Tampoco me gusta sentirme así por esto.

¿Por qué me sorprende? Las personas crecen, toman decisiones, se casan, tienen hijos, o no, pero de alguna manera, siempre siguen con sus vidas. ¿Por qué no puedo ser normal como ellos?

—Pero suficiente de mi —interviene él, justo como esperaba que haga. Tengo sus frases ensayadas en mi cabeza—. Quiero que nos pongamos al día con tu vida, Ashton.

—Pregunta lo que quieras, doc —comento en un tono divertido. Puede preguntar todo lo que quiera, que responda es una historia distinta.

Él me observa sospechosamente.

—¿Cómo están las cosas ahora? Te mudaste con tu madre y su esposo, ¿verdad?

Me hundo más en el sillón y suelto un resoplido. Estuve toda mi vida en terapia, por esta, situación, por esta otra...  ¿Por qué razón no estuve en terapia? Es la verdadera pregunta. Me sé todo el rollo. Las preguntas, los ejercicios, incluso puedo contar los segundos exactos entre las pausas de Xavier y sus expresiones.

—Sí, es un cambio nuevo —me alzo de hombros—. Richard no me cae bien.

—Richard es el esposo de tu madre, ¿verdad?

Asiento.

—¿Por qué no te cae bien?

—Porque... Sonará tonto, pero es demasiado bueno para ser real. Después de todo lo que mi mamá tuvo que pasar con mi padre... Es extraño. Supongo que estoy esperando a que todo explote. Como siempre —agrego.

Generalmente le respondo una que otra pregunta, nunca todas. Hay que mantener el suspenso, ¿verdad?

—Ya están juntos hace más de un año —me recuerda él, a lo que asiento—. ¿No crees que ya debería haber explotado?

—Supongo.

—Estás esperando que pase lo que pasó con tu padre —declara.

—No. Una situación así no volvería a suceder. Mamá es más fuerte que nunca y estuvo mucho tiempo en ese tipo de relación de mierda. Sabe qué hacer.

—¿Entonces?

Dios. ¿Tengo que explicarle todo?

—Entonces, siguiente pregunta —chasqueo mi lengua. Paso mis manos por mis jeans y elevo la vista hacia el reloj blanco y negro que cuelga en una pared del consultorio. Quedan cuarenta minutos.

Xavier lo nota y escribe algo en su libreta.

Si será...

—San Francisco es una ciudad interesante. Te va a gustar —me dice, volviendo a subir la cabeza—. Cuando me mudé tampoco sabía que tanto iba a gustarme. Pensé que no iba a adaptarme. ¿Yo? Un viejo que se pasó toda la vida en Connecticut, pensé que me quedaría allí toda mi vida pero mírame, me gusta esta ciudad.

—No quiero vivir con mi mamá y Richard —le digo. Si nos quedan cuarenta minutos, por lo menos que sean productivos—. No me importa la ciudad. De hecho, un cambio de aires no me hace mal. Pero no quiero vivir con ellos.

—Ashton, sabes las reglas.

Suspiro.

—Las sé. ¿Cuanto hasta que las reglas desaparezcan? —tamborileo mis dedos sobre mis rodillas.

—Depende de tu tratamiento. Yo diría que no te apures.

Entonces, mucho tiempo. Suspiro y asiento. Él se acomoda en su silla.

—Cuéntame, ¿cómo te sentiste estos últimos días? Es tu primera semana fuera del centro de rehabilitación.

—Normal —repongo sin saber qué decir, y por alguna razón, agrego:— Lo único interesante fue salvar a una chica. La iban a chocar y la saqué de la calle.

Xavier alza sus cejas con sorpresa.

—¿Una desconocida?

—Sí —contesto. Omito decirle que es la desconocida que me dejó boquiabierto, y lo más probable es que nunca vuelva a verla en mi vida.

—¿Qué te hizo querer salvarla?

Arqueo una ceja.

—Doc, hablas como si dejarla que la atropellen hubiera sido una mejor idea —apunto en un intento de molestarlo, cosa que logro cuando suelta un casi inaudible gruñido—. Y respondiendo a tu pregunta, supongo que fue instinto. ¿No salvarías a alguien si pudieras?

—Por supuesto —responde y anota algo sutilmente en su libreta.

Cuando era niño, tenía mucha curiosidad de saber qué anotaba. Una vez, después de una sesión le robé la libreta, la puse en mi mochila de los Power Rangers. Es un secreto que me voy a llevar a la tumba. Tenía solo 7, y apenas me encerré en mi habitación, leí todo lo que escribió con bastante esfuerzo porque había aprendido a leer hace no mucho. No recuerdo lo que decía pero si recuerdo haber lanzado la libreta por la ventana de mi habitación y haberme echado a llorar por todo lo que leí.

Desde ese momento, no quiero ni pensar que escribe.

—¿Cómo te sentiste después? —me pregunta.

—Normal.

La verdad es que apenas ella se fue y leí su nombre, la primera sonrisa genuina en tres meses se plantó en mi rostro. No me di cuenta de ello hasta que volví a casa.

***

Estaciono mi camioneta y exhalo aire con pesadez al ver que Quentin sigue aquí. Puedo verla porque dejaron las cortinas de la sala de estar abiertas. Ella está de pie frente al juego de sillones y hablando sobre algo. Debe ser un tema apasionante porque mueve sus manos con desesperación como si quisiera hacer entender su punto a toda costa. 

Subo las escaleras del porche lento, porque mientras más demore estar dentro de casa, mejor. Busco las llaves en mi sudadera y abro la puerta, pudiendo escuchar la voz de mamá desde aquí.

—Quinn, ¿de verdad piensas que es buena idea? —pregunta ella.

—¡Por supuesto, Lauren! —responde Quentin.

Hago saber mi presencia cuando entro a la sala de estar. Richard, mamá, Caroline y Quentin me miran.

—¿Reunión familiar? —inquiero bromeando.

—¿Cómo te fue? —me pregunta mamá, salteando la parte de "¿Cómo te fue en terapia?". No sé por qué. No es como si nadie aquí supiera que necesito terapia y toneladas de ella.

—Normal.

—Ven, siéntate, Ashton-ton —me pide Caroline y palmea el lugar libre del sofá.

—Paso. Tengo sueño —miento. Ni siquiera es de noche.

—Ashton, tenemos que hablar contigo —habla mamá, sorprendiéndome.

Si esto es una intervención... Juro que voy a matarme.

Chiste, chiste.

Inflo mis pulmones de aire y camino hacia donde Caroline me había indicado.

—¿Qué sucede? Supongo que esta reunión no es para decidir qué cenaremos.

Miro a Quentin que ahora se sentó en uno de los sofás. Parece haber terminado lo que sea que estaba hablando antes de que entre. Quentin es algo extraña, pero en el buen sentido. Luce como si fuera capaz de aplastarte con un dedo mientras bebe champagne y se ríe con sus amigas, pero no me da las vibras de una chica egocéntrica y hueca, sino que todo lo contrario.

Me cae bien. Solo que en secreto.

—Sabemos que vivir aquí no te gusta —empieza mamá.

Así que es una de esas conversaciones.

Me acomodo en mi lugar, sabiendo que se viene para largo y con mi mala suerte, intenso. 

—No me malinterpretes, no es que no te guste es que... Estás incómodo, y lo entiendo. Te acostumbraste a vivir solo —ella titubea.

—¿Y qué tiene que ver esto con todos? —interrumpo impaciente. Involuntariamente, mis dedos tamborilean sobre mi pierna.

Mamá respira profundo.

—Tienes otra opción, a eso queremos llegar. Una amiga muy cercana de Quinn se mudó hace poco a la ciudad y está buscando alguien con quien compartir un departamento —me explica ella—. No está lejos de aquí, y tampoco de Hastings, si es que decides ir. 

Frunzo el ceño. Mi mirada se dispara a Quentin. ¿Qué hizo ahora? No la conozco ni hace 24 horas y ya quiere dar vuelta mi vida.

—La conozco hace años —habla ella al acomodar un mechón de su cabello detrás de su oreja. Tironea de su suéter rojo—. Es de las mejores personas que conocí. Te va a caer bien. Tiene 19 y está por empezar el nuevo semestre en Hastings.

¿Vivir con una chica que no conozco?

—No —respondo y niego con la cabeza—. Definitivamente no.

—¿Prefieres quedarte aquí? —me pregunta Caroline con el ceño fruncido. 

Me muerdo el interior de mi mejilla. Miro a mamá y a Richard. Amo a mi madre pero no puedo seguir viviendo bajo su techo. Hay demasiadas razones. Razones de las cuales nunca podré hablar.

—No, pero tampoco voy a mudarme con una desconocida —tercio. Es ridículo que siquiera lo consideren. Por primera vez en mucho tiempo, soy el único al que le queda un poco de sentido común.

—No es una completa desconocida  —bufa Quinn—. Es mi amiga. La quiero como si fuera una hermana.

—Entonces múdate tú, Quentin. Es una desconocida para mi —desafío y alzo una ceja.

Ella entrecierra sus ojos. De seguro piensa algo parecido a "de verdad es difícil".

—Ashton, creo que es una buena idea —murmura Caroline. Giro mi cabeza para mirarla atento. Generalmente la escucho porque lo que dice tiene sentido, y más de una vez me salvó con sus consejos y advertencias—. Todos queremos que te sientas mejor, y... Tener tu independencia te hará bien. Si no te gusta la convivencia, puedes... Volver. No tiene nada de malo.

—El departamento es enorme. Dudo que se crucen seguido, cada uno hará su vida y solo estarán conviviendo —interviene Quinn. Hay algo que no me están diciendo y es "Solo estarán conviviendo pero ella te echará un ojo todo el tiempo para asegurarte de que no hagas nada estúpido, como salir corriendo a comprar una botella de vodka o algo peor como cortarte las venas en el baño".

—Es tu decisión, Ashton. Eres más que bienvenido en esta casa —habla mamá con la suavidad que solo ella puede tener—. Pero si no te sientes cómodo, no voy a obligarte a que te quedes. Solo quiero lo mejor para ti.

Asiento lento. Tal vez lo esté considerando.

Quinn aclara su garganta y es cuando veo que tiene su celular en mano. Me lo extiende, y lo tomo algo confundido.

—Es ella. Digo, deberías saber con quién estás por vivir —me dice en un tono obvio.

Miro hacia la pantalla en mis manos.

Tiene que ser una broma.

En la pantalla, hay un perfil de Instagram y es de nadie más y nadie menos que la chica que salvé hace unos días. La identificaría en todos lados, y por si no estoy seguro, su nombre es claro. Aggie Monroe. Ignoro el hecho que tiene muchos seguidores porque era algo de esperar. Luce como la típica chica popular, y no estoy juzgando. Me gusta.

Toco su última foto, es ella en una cafetería. Está sonriendo, su cabello rubio atado en una coleta, sus ojos celestes brillando con diversión. La ubicación pone que es en Inglaterra. La foto tiene algunos meses.

Por poco sonrío.

Recuerdo que estoy frente a gente y aclaro mi garganta. Subo la cabeza. Quinn me está mirando como si supiera exactamente qué estoy pensando.

Ya me compraron.

—Está bien, voy a mudarme con ella.

***

Nota:

Les dije o no les dije que actualizaría antes? Me tienen que tener mas confianza

Encima capítulo mas largo de lo normal;)

Ya pueden ver por donde se va encaminando el libro... Tal vez😌😌😌 Quién sabe que puede pasar?

AMO el humor de Ashton. Es... muy yo. JAJAJAJ. Y bueno, Quentin👑. Por si no se dieron cuenta, va a ser un personaje recurrente en el libro🛐

Espero que les esté gustando conocer mas a Ashton. Tengo TANTO que decir sobre él💆🏻‍♀️

Nos vemos el lunes;)

Love,

Cande ❤️

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