Capítulo 17
Volvimos con esta gente loooca.
Hoy son 3 capítulos. Buen lunes;)
No se olviden de votar y comentar, amo leer los comentarios
"Your precious heart
Can't watch it break
So I close my eyes
While you walk away"
Traducción:
"Tu precioso corazón,
No puedo verlo romperse
Así que cierro mis ojos,
mientras tu te vas"
—Lonely Heart, 5 Seconds Of Summer.
AGGIE.
Pasado.
Edad: 16
—Esos saltos necesitan ser pulidos, Monroe. El resto está perfecto.
Subo la cabeza para encontrar a la entrenadora del equipo enfrente de mi. Suelto la pierna que estaba estirando y asiento con la cabeza.
—Voy a practicarlos —le prometo.
¿De verdad mis saltos necesitan mejorar? Dios. ¿Cómo quiero que me hagan capitana del equipo si ni siquiera puedo saltar bien?
Ella aclara su garganta, distrayéndome de mis pensamientos.
—Conozco esa mirada. No te exijas demasiado, Aggie —advierte.
—No me estoy exigiendo mucho —le digo. Me levanto del suelo hasta estar a su altura. Ella entrecierra sus ojos sin creerme—. De verdad.
Respira hondo y asiente. Dudo que me crea, pero por lo menos no va a estar encima de mi.
—Nos vemos el lunes —se despide antes de voltear y salir del gimnasio.
Soy una de las pocas chicas que quedan. Riley tiene una cita con Stefan y se fue hace quince minutos. Quedan unas cuantas chicas de segundo año que están levantando sus cosas para irse. Debería hacer lo mismo.
Volteo justo en tiempo para encontrar una figura entrando al gimnasio. Tiene su mochila colgada de un hombro y su uniforme desaliñado. Tyler Aiken es famoso por tomar siestas en los sofás de la biblioteca. No importa cuan antihigiénico le diga que me parece, lo sigue haciendo. Tiene a las bibliotecarias en la palma de su mano. Les regala todas las semanas chocolates suizos que valen demasiado dinero para el poco gusto que tienen. Aún así, compran su silencio.
—¿Qué haces aquí? —le pregunto.
El entrenamiento del equipo de fútbol fue cancelado porque están renovando el estadio. Está libre hace horas.
—Me quedé dormido en la biblioteca —rueda sus ojos—. Me desperté cuando me corrieron.
Me río y niego con la cabeza.
—¿Qué planes tienes para hoy? —me pregunta—. Liam y yo tenemos cosas que hacer, pero estábamos pensando en juntarnos en casa de Nick esta noche.
—Voy a estar en casa de Nick —contesto en el tono más obvio que tengo—. De hecho, creo que me está esperando afuera.
Tyler frunce el ceño ligeramente. Luce un tanto adorable cuando hace eso. Me recuerda a cuando éramos niños y Liam nos explicaba la tarea de matemáticas. Ponía el mismo gesto.
Tyler Aiken siempre fue uno de esos niños lindos, con sus ojos verdosos y cabello castaño. Creció para ser un chico al que la gente se voltea a mirar. Todas las chicas quieren estar con él. Tiene la fachada de chico bueno. La realidad es que no es tan bueno como aparenta. Sin embargo, a comparación de su mejor amigo Liam, Tyler es el chico bueno. Sin dudas.
—¿Hace cuánto que no vuelves a tu casa?
Me alzo de hombros.
—¿Por qué preguntas?
—Porque estoy preocupado, Monroe —replica.
—Hace... ¿Cuatro días? —ladeo mi cabeza en un intento de recordar desde cuando estoy durmiendo en casa de Nick. Hoy es viernes. Armé un bolso con mis cosas el martes.
Asiente lentamente con la cabeza.
No me pregunta si a mis padres les parece extraño. Ni siquiera lo saben. No es como si vivieran conmigo. Además, odian a Nick. Prefiero guardar el secreto. Y sé que Gloria no dirá nada porque siempre quiere priorizar mi felicidad. Nick me hace feliz. Fin de la ecuación.
Tyler está por decir algo cuando alguien más entra al gimnasio, el cual ya está completamente vacío excepto por nosotros dos y ahora Nick.
—Aquí estás —suelta aliviado.
Sonrío al verlo.
A diferencia de Tyler, el uniforme de Nick luce impecable. Unos cuantos pasos más tarde, está en frente de nosotros. Saluda a Tyler en un gesto con la cabeza.
—Te estuve llamando —me dice dirigiendo sus ojos a mi.
—Oh. Mi celular está en mi bolso —explico—. Ya estaba por salir. La entrenadora quería hablar conmigo.
Nick asiente y luego mira a Tyler.
—Estamos por ir a la playa —le dice—. ¿Vienes?
—Nop. Tengo planes con Liam. Lo usual —explica—. Pero seguro iremos más tarde.
Nick asiente con entendimiento. Los "planes" que tienen Liam y Tyler incluyen cosas peligrosas la mayor parte del tiempo, pero como sabemos que es por una buena causa, no intervenimos a menos que necesiten ayuda.
—Podemos cenar tacos —sugiero alzándome de hombros—. Y después jugar al Monopoly.
Es innegable que somos el grupo popular de Everdeen, nuestra escuela. Estoy segura de que todo el mundo piensa que vamos a fiestas todos los días, gastamos dinero a lo loco y hacemos líneas de cocaína.
Lo que no saben es que la mayoría del tiempo estamos comiendo y jugando a algún juego de mesa.
Por supuesto que vamos y tiramos fiestas, solo que no todo el tiempo.
Tyler suelta un gruñido.
—La vez pasada este imbécil me golpeó con el tablero en el ojo. Prefiero no morir —responde.
Eso es cierto. Cada vez que jugamos, Nick termina enojándose y tira el tablero. Creo que en todos nuestros años de amistad, solo hemos terminado un juego de Monopoly y fue porque Nick estaba demasiado enfermo como para discutir.
Aunque las discusiones con razón. A Tyler le encanta hacer trampa y Liam disfruta de ver el tablero volando inesperadamente así que siempre busca enojarlo.
Nick bufa.
—Exagerado.
—¿Exagerado? ¿Yo? Tuvimos que ir a la sala de emergencias.
Eso también es cierto.
Pensamos que el daño en el ojo de Tyler era grave así que insistí en que vayamos al hospital. Resulta que no golpeó nada importante, pero si estuvo con un parche por tres días, haciendo que cada vez que lo veamos, gritemos "Aaarggh" como pirata y levantemos una mano fingiendo que teníamos un garfio.
Nick parece recordar lo mismo que yo, porque empieza a reírse. No me aguanto y me sumo a las risas.
—Arrhg —suelta Nick, logrando que Tyler también estalle con nosotros.
Esto es lo que amo de nuestra amistad. Podemos discutir seguido, pero nunca quedarnos peleados por mucho tiempo. Nunca guardamos resentimientos. Siempre seguimos siendo los mismos niños que se conocieron en un evento de beneficencia hace años.
—Dios —Tyler niega con la cabeza al dejar de reírse—. Está bien. Tacos y Monopoly esta noche. Pero Liam va a sentarse a tu lado.
Nick pone sus ojos en blanco.
—Como digas.
Tyler se despide de nosotros y se va del gimnasio, dejándonos a solas.
Nick aprovecha apenas un segundo después de que está fuera de nuestro campo de visión para envolver su brazo en mi cintura y pegarme a él.
—Iugh. Tengo sudor en todo el cuerpo —me quejo intentando apartarme.
—Eso no me frenó antes —declara.
Lo empujo por completo. Tiene razón. Eso no lo frenó antes pero tengo que ser sensata. Estamos en medio del gimnasio de la escuela.
—¿Dijiste que vamos a la playa?
—Así es —contesta.
—¿Podemos llevar las tablas? —pregunto con emoción.
Hace unos cuantos días, estaba en la playa con Riley cuando vi a unos chicos surfear. Me senté en la arena a verlos y fue cuando me di cuenta de que nunca probé surf. Suena divertido.
—No sabes surfear, Monroe.
—Tú tampoco —apunto—. Además, en Miami las olas nunca son ideales pero hoy lo son.
—¿Cómo lo sabes?
—Entré a un grupo de surfers en Facebook —explico alzándome de hombros.
—No, no podemos surfear, pero tengo las llaves del yate. Lo tengo preparado para hoy.
—Oh. Está bien —me alzo de hombros.
Nunca podría decirle que no a un yate. Nick tiene una licencia para conducirlo, así que de vez en cuando, lo sacamos para ir a islas cercanas o solo para relajarnos en el medio de la nada.
—Acompáñame a los vestidores. Tengo todas mis cosas allí.
Tiro de su mano haciendo que me siga.
—Suena bastante indecente —bromea.
Por supuesto que suena indecente.
Lo es.
—Estaba pensando... —hablo cuando entramos. Está completamente vacío. De verdad soy la única en irse hoy—. Creo que volveré a casa mañana.
Volteo a mirarlo para encontrarlo con el ceño fruncido.
—¿Tan rápido?
—Estoy en tu casa hace cuatro días —le recuerdo.
Los padres de Nick tampoco son figuras presentes en su vida. No va a molestarles si me quedo un año entero a vivir. Es una de las cosas que más nos unió cuando éramos niños. Liam tenía a sus padres, que eran increíbles y lo amaban con todo sus corazones, además de sus hermanas. Tyler tenía a su hermana mayor que lo cuida más que a nadie en el mundo.
Las dos personas que no teníamos a nadie éramos Nick y yo. Ni hermanos, ni padres si vamos al caso.
Formamos un lazo especial a base de eso.
Nick se apoya contra los lavamanos y me extiende su mano. La tomo, acercándome a él hasta pararme entre sus piernas.
—Si quieres irte... No hay problema. Pero no lo hagas porque piensas que estás molestando —habla—. Me gusta tenerte cerca. Despertarme contigo, desayunar, hacer cosas normales —se alza de hombros—. Todo se siente tan... Solitario y deprimente cuando no estás, Aggie.
Sonrío apenas.
—Odio estar lejos de ti —confieso—. Es como si me faltara una parte de mi cuerpo y no puedo funcionar bien. Es solo que Liam y Tyler están preocupados de que estemos pasando mucho tiempo juntos.
Nick frunce el ceño.
—Quiero a esos chicos como si fueran mis hermanos, pero no pueden juzgarnos. No pueden opinar porque nadie más que nosotros entiende lo que tenemos —pone sus manos en los costados de mi cuerpo, atrayéndome más a él hasta que no hay ni un centímetro separandonos.
—Te necesito conmigo, Aggie —murmura pegando su frente contra la mía. Paso mis manos por sus hombros.
—Entonces voy a quedarme más tiempo —acepto.
La verdad es que eso es lo que quería. Si fuera por mi, me quedo la vida entera viviendo con Nick pero las advertencias de Liam y Tyler, junto a sus miradas preocupadas empezaron a afectarme. Nick tiene razón. Nadie más que nosotros dos entiende lo que tenemos.
—Te amo, Monroe —habla contra mis labios.
Estiro una sonrisa.
—Yo más —contesto antes de inclinarme y besarlo.
***
ASHTON.
Leo Houston es ese tipo de persona que crece en ti. Como un hongo. Un hongo molesto.
—¿Nunca viste Stranger Things? —él arquea una ceja.
—Sí la vi —respondo y vuelvo a bajar la vista a la pantalla de mi computadora. Estamos supuestamente estudiando.
Reservamos una sala en la biblioteca, así que solo estamos los dos.
—Huh. Hawthrone, eres muy enigmático para mi gusto.
—Y tú eres demasiado abierto.
Leo se alza de hombros.
—Me gusta darle piezas de mi a todo el mundo.
—No deberías.
—¿Por qué?
—Porque van a hacerte daño, imbécil. ¿Por qué más?
Leo vuelve a alzarse de hombros.
—Entregarle tu confianza a alguien es como apostar. A veces saldrá mal, a veces saldrá bien. Para mi, la recompensa es mejor cuando gano.
Pongo mis ojos en blanco.
—Cambiemos de tema de conversación. ¿Quién era la chica de esta mañana? —le pregunto, recordando a la chica de cabello rubio y mechas rosadas que desayunó con nosotros hace unos días. Una invitada de Leo, por supuesto. Se le pegó como una garrapata.
—¿Lindsey? —me pregunta.
—Tú sabrás —espeto.
—Sí, Lindsey. Mhm. Solo tuvimos dos citas. Nada del otro mundo. Creo que ya me aburrí. Ahora estoy hablando con un chico de Tinder. Se llama Oscar.
Entrecierro mis ojos y suelto el lápiz que estaba sujetando.
—Empiezo a ver un patrón. Un chico, una chica, un chico, una chica.
—¿Qué crees? ¿Es parte de un plan o es coincidencia?
—Contigo nunca se sabe —respondo.
—Cierto. ¿Puedo invitar a salir a Aggie?
—Sí —me alzo de hombros—. Invitala.
—¿De verdad? —pregunta, dejando verse emocionado por unos segundos.
Asiento.
—Te dirá que no —le adelanto.
Leo aprieta su mandíbula y asiente.
—Mhm. Sí. Le gustas demasiado. Entendible. Yo tenía un crush contigo cuando éramos niños.
Arqueo una ceja. Lo del crush ya lo sabía. Leo es más obvio que un burro.
—No le gusto a Aggie.
—Sí le gustas, estúpido.
Pongo mis ojos en blanco.
—Terminemos esto —digo haciendo referencia a nuestros estudios que dejamos abandonados.
Leo asiente y se pone a trabajar. Cada tanto agarra su celular para responder mensajes. Seguro todos son de los posibles sabores del mes.
Al cabo de un tiempo, alguien toca la puerta, y cuando se abre, puedo ver que es Cassie. No la veo desde el día que fuimos todos a cenar.
—Hola, Cass —saluda Leo.
—Hola —nos dice esbozando una pequeña sonrisa que resalta sus pómulos—. Mi turno en el café acaba de terminar y los vi aquí, ¿no les molesta si me sumo?
—Sabes que nunca molestas —responde Leo. Ella asiente y luego me mira a mi en busca de confirmación.
—No, siéntate —digo, haciéndome a un lado con mi silla. Cassie estira una sonrisa y se sienta a mi lado. Abre su bolso y saca su computadora.
—¿En qué café trabajas? —le pregunto.
—Se llama Scones, queda cerca del campus. Puedes pasarte algún día. Hago un buen café. Y gratis.
—¿Gratis? —repito.
—Cassie nos da café gratis a todos campeón, no te emociones —se suma la voz molesta de Leo.
Por poco olvidaba que estaba aquí.
—Pero no tan seguido —repone—. Y solo americano.
Asiento.
Tal vez algún día.
Leo le responde algo sarcástico sobre el café y comienzan a pelearse. Decido hacer oídos sordos y concentrarme en el trabajo que tengo que terminar.
Minutos después, la pantalla de mi celular se ilumina, enseñando un mensaje de Aggie.
Aggie: Tacos esta noche. Yo cocino. No llegues tarde.
Corto y al grano, como la mayoría de nuestros mensajes. Arqueo una ceja con interés. Aggie no cocina todo el tiempo, así que vivimos mayormente ordenando comida. ¿Es algo que deberíamos cambiar? Por supuesto. Pero, ¿quién puede decirle que no a una buena pizza?
Yo: ¿Cuál es la ocasión?
Aggie: Es el cumpleaños de Belinda.
Ni siquiera tengo que preguntarme el por qué estamos celebrando el cumpleaños de nuestra vecina. Con el tiempo descubrí que Aggie tiene una debilidad por los cumpleaños. Me pregunto de dónde vendrá eso. Seguro de sus padres que son unos imbéciles, por más de que ella no quiera admitirlo.
Hace unas cuantas noches tuvimos una conversación profunda. Le dije cosas que solo Xavier sabe, que nunca me animé a contarle a mamá o Caroline por miedo a romper sus corazones. Y a cambio, ella me contó sobre sus padres. Hizo que la entendiera más, y al mismo tiempo me enfureció porque nadie debería haber pasado por lo mismo que nosotros.
Yo: ¿Quieres que compre algo?
Aggie: Nop, tengo todo bajo control. Pero puedes comprar helado. Ya no hay.
A los ojos de Agustine Monroe, que no haya más helado es una tragedia.
Yo: Okay.
—¿Es tu Julieta, Romeo? —interviene la voz molesta de Leo. Bloqueo mi celular y subo la mirada hacia él.
—Sí —respondo y arqueo una ceja desafiante—. ¿Celoso?
Leo entrecierra sus ojos, suelta un bufido y se reclina en su asiento.
—Tengo Julianes y Julietas para crear un ejército —contesta.
—Para ello tienes que dejar que uno se quede más de un mes —repone Cassie mientras hojea su cuaderno.
—¿Y qué sabes tú de relaciones, Cassidy Andrews?
—Más que tú, aparentemente —contesta con una sonrisa. Aun así, puedo ver como sus mejillas se sonrojan.
Cassie me cae bien.
Y no digo eso sobre mucha gente.
***
Antes de volver al departamento, paso por el supermercado a comprar el helado de Aggie y más cosas que faltan. En eso, recibo una llamada de mamá, y me tiene los siguientes 15 minutos hablando sobre cuándo volveremos a vernos y que quiere pasar por el departamento uno de estos días.
Una vez que llego a casa y me detengo a observar el interior del departamento. La decoración de la sala de estar es toda rosada, y hay un cartel que dice "Feliz cumpleaños, Belinda". Me pregunto en qué momento Aggie hizo todo esto.
Encuentro a la anfitriona en la cocina, con su cabello recogido mientras se mueve de esquina a esquina, ocupada en la preparación de tacos. Luce complicado.
—¿Necesitas ayuda?
Aggie salta del susto, llevando la espátula con la que estaba revolviendo carne al pecho como si fuera un arma. Tiene su cabello recogido en un moño, y viste shorts de pijama junto a una camiseta que le queda unos talles grandes.
—Lleva todo eso a la mesa —apunta con su espátula un costado de la mesada en donde ya hay platos listos.
Asiento.
Aggie se tomó la ocasión especial muy en serio. Preparó la mesa en la sala de estar, decoró todo el departamento e incluso creo que cepilló al gato. Me pregunto cómo salió eso y cuantos rasguños nuevos tiene.
Esquivo al gato que empieza a dar círculos en mis pies y empiezo a acomodar las cosas en la mesa. Después de haber estado toda la tarde sin comer, siento mi boca babear por comida.
El timbre suena unos minutos después cuando estoy terminando de acomodar todo.
—¡Abre, voy a vestirme! Sé amable, por favor —exclama Aggie y pasa por mi lado como una bala hasta meterse en su habitación.
Amable.
Claro.
Puedo ser amable.
Hasta que la otra persona deja de serlo.
Abro la puerta, encontrando a Belinda. De nuevo, luciendo un atuendo dudoso. Lleva lo poco que le queda de cabello en ondas, un sombrero con plumas y un vestido rosado.
—Belin... Señora Bexley, pase —me corrijo rápidamente y me hago a un lado—. Me dicen que hoy es tu cumpleaños.
—Lee el cartel, jovencito. —bufa y apunta con un dedo arrugado al cartel de feliz cumpleaños que hay detrás de mí.
Mientras me da la espalda y se quita el sombrero, pongo mis ojos en blanco.
—Feliz cumpleaños, entonces —le digo.
—Gracias. No todos los días se cumple cincuenta años.
Sí, seguro.
—Mmh —balbuceo en respuesta—. ¿Quieres algo para beber? Aggie está vistiéndose.
—No, gracias. Estoy bien —responde.
La guio hacia la mesa. Una de las cosas que me sorprende es que camine con tanta facilidad a su edad. Se sienta en la punta de la mesa. Aggie incluso se encargó de dejar cartitas con nuestros nombres sobre los platos, por más que seamos solo tres.
Empiezo a entender que además de amar los cumpleaños, esta chica vive por ser la anfitriona.
—¿Sabes? Es muy considerado que Aggie haga esto —comenta de repente, dejando verse vulnerable, algo que no esperaba—. Toda mi familia vive lejos. Mis hijos apenas se molestan en levantar el teléfono y cuando lo hacen, es para insistir que me mude a una residencia para "personas de mi edad".
Asiento.
—¿Tus nietos?
—Mhm, tengo unos cuantos. Pero son demasiado pequeños. Los veo una vez por año, en Navidad —me explica, bajando la vista al cartel con su nombre en cursiva. Lo observa por unos instantes, como si fuera el mejor regalo que alguien pudiera haberle dado—. Aggie es una chica muy especial, Ashton —sube la cabeza hacia mi. Más que es una declaración, suena como una advertencia.
—Lo es —asiento. No hay palabras más verdaderas.
Justo en ese instante, Aggie sale de su habitación. Si antes vestía ropa manchada por comida y un nido de pájaros en la cabeza, nunca lo hubieras adivinado. Se puso un vestido color bordó con pequeñas flores que le llega hasta un poco más de las rodillas, excepto que tiene un corte que muestra toda su pierna. Tiene su cabello en ondas y un labial rojo.
Sin poder evitarlo, mis ojos la recorren de arriba a abajo. Noto que eso hace que Aggie se mueva incómoda en su lugar hasta acercarse a nosotros. Saluda a Belinda con un abrazo. Puedo oler su perfume desde donde estoy. Tengo que acomodarme en mi asiento para que mi cara de imbécil no me delate.
Aggie trae las últimas cosas y empezamos a comer. Para alguien que empezó a cocinar hace poco, Aggie sabe hacerlo bien. O quizás tantos meses internado comiendo almuerzos y cenas sin sabor terminaron de arruinar mis papilas gustativas. Aunque a juzgar por las expresiones contentas de Belinda, sospecho que es la primera opción.
Horas después, Aggie saca un pastel y le cantamos el cumpleaños feliz a nuestra vecina. De nuevo, es uno de esos momentos en los que tengo que parpadear para asegurarme de que esto es real y no estoy viviendo una simulación.
***
Como Aggie cocinó, me toca limpiar todo el desastre. Así que mientras ella se da una ducha, diciendo que huele a tacos —no huele a tacos—, el gato se sienta en la encimera, algo que aprendió a hacer la semana pasada cuando se dio cuenta de que está perdiendo peso y puede moverse más como antes.
Me observa mientras cargo el lavavajillas y limpio la cocina. Estoy terminando cuando un estruendo a mis espaldas me hace saltar del susto. Volteo para encontrar vidrio roto en el suelo y al gato bajando de la encimera de un salto para luego desaparecer en la sala de estar.
—¿Es en serio? —suspiro negando con la cabeza. Tiró uno de los vasos de vidrio que me faltó guardar.
Perfecto. Simplemente perfecto.
Recojo los vidrios rotos y me aseguro de que no quede ninguna astilla en el suelo. El gato me mira desde su esquina designada en la sala de estar. Sabe que acaba de cagarla. Es como si se hubiera puesto de castigo solito.
Cuando termino, paso por la habitación de Aggie pero su puerta sigue cerrada así que me meto en la mía. Me quito la ropa de hoy, dejando unos shorts deportivos que uso siempre para dormir y me cruzo al baño. Salgo minutos después, notando que la puerta de Aggie continúa cerrada. ¿Quizás decidió irse a dormir temprano? ¿Tal vez está ocupada haciendo otra cosa?
No debería sentirme tan decepcionado por no hablar con ella.
Estoy por volver a entrar a mi habitación cuando noto que el gato intenta entrar. Cierro la puerta rápido, dejándolo afuera y lo miro con una ceja arqueada.
—Tiraste el vaso. A la esquina —ordeno.
Sisea y retrocede, dándose cuenta de que no voy a dejarlo entrar.
Mañana me espera otro largo día de universidad, así que apenas estoy debajo de mis sábanas, cierro mis ojos e intento dormir. Aún así, no puedo evitar pensar en Aggie. ¿Las luces que le regalé seguirán funcionándole para dormir? ¿Su insomnio sigue siendo igual de malo?
Sin embargo, estoy agotado que en tan solo minutos, termino durmiéndome.
***
La próxima vez que vuelvo a abrir mis ojos, es porque escucho la puerta de mi habitación abrirse. Mi bolso del gimnasio está en el suelo, cerca de la puerta, por lo cual lo escucho arrastrarse contra el suelo. Mis ojos se disparan abiertos y siento mi corazón subirse a mi garganta.
Volteo de un salto a ver.
Es Aggie.
Reconozco su silueta en el umbral de la puerta. Cierro mis ojos y respiro hondo.
—Lo siento —murmura sonando arrepentida de haber entrado.
Niego con la cabeza.
—No, no pasa nada —aclaro mi garganta, sintiendo los latidos de mi corazón volviendo a la normalidad—. Solo me asustaste, rubiecita.
—¿Estabas despierto? —inquiere.
No puedo verle el rostro debido a la oscuridad de la habitación, pero sé que está frunciendo el ceño.
—No, tengo el sueño liviano —explico.
Ella asiente con la cabeza.
—Ehm... —balbucea y veo cambia su peso de una pierna a otra, señal de que está nerviosa o incómoda. Y sé exactamente qué es lo que quiere.
Me hago a un lado en la cama, levantando las sábanas en señal de que se acerque y entre. Sin dudarlo, Aggie acorta la distancia entre los dos, dejando la puerta entreabierta. Siento su peso a mi lado. Ella sostiene las sábanas, cubriéndose y apoya su cabeza en una de mis almohadas.
—¿No puedes dormir? —le pregunto.
—No —murmura—. Y esta noche es más difícil que otras.
Asiento, sabiendo a la perfección lo que es tener noches peores que otras.
Vuelvo a recostarme sobre la cama, y abro un brazo. Aggie entiende la señal rápido, porque en segundos siento su cabeza recostarse sobre mi pecho y su mano sobre mi piel.
Antes, la simple idea de dormir junto a alguien me parecía lejana e imposible, pero ahora, junto a Aggie, las cosas fluyen con tanta facilidad que ni siquiera tengo que pensar dos veces las cosas.
—Gracias —susurra minutos después, cuando estoy dejándome vencer por el sueño.
***
Nota:
Este es un lunes especial, chispitas.
Tenemos TRES capítulos.
Originalmente iban a ser solo dos pero no podía dejarlas aHÍ. ya van a entender cuando lean♥
Tengan un lindo lunes.
Con mucho amor,
Cande.
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