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Capítulo 46 ❆

El humo y la ceniza se impregnaron en su piel como una capa más. Los huesos le ardían, los músculos se sentían como si hubieran vertido veneno sobre ellos y Novara Ganodac gritó durante aquella noche como si el propio Umbrak le estuviera clavando sus largas fauces por todo el cuerpo. Como si el mismísimo Iferyn le estuviera lanzando su fuego sobre ella.

Sudor, lágrimas y sangre fue todo lo que alcanzó a ver en las horas posteriores a la muerte de Zelik. En las que su visión completamente borrosa pudo observar a duras penas como dos figuras de dos hombres entraban en la sala, en como uno de ellos se paraba a varios metros de distancia visualizando lo que era la escena, mientras el otro corría hasta ella para cargarla en brazos.

"¿Arterys?"

La pregunta resonó vagamente en su mente, rebotando contra todos lados, pero sin recibir respuesta alguna. Sus oídos aún pitaban por la reciente explosión que ella misma había causado, el dolor por todo su cuerpo le impedía moverse para acomodarse en aquellos brazos.

Hubiera deseado poder alzar una mano para acariciar aquel rostro del que estaba segura en un principio que era Arty, que habría visto lo que acababa de suceder y la pérdida que ambos habían sufrido. Pero Novara conocía a la perfección la respiración de Arterys, alterado o calmado conocía el ritmo en el que su pecho se sacudía y aquel que la sostenía no era su amigo.

Pasos rápidos, acelerados, carreras de un lado a otro y su mente volvió a perderse en la oscuridad cuando sintió el aire fresco de las montañas acariciarla tras los muros del castillo derruido. Como si el mismísimo norte le hubiera tocado con cierto mimo después de su lucha, premiándola y calmándola.

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No sabía dónde se encontraba, ni quien era el misterioso hombre que la estaba sanando. Sus ojos permanecían vendados con una tela empapada en un líquido caliente que relajaba su vista y su cuerpo.

Los días posteriores a la batalla del castillo norteño fueron como si el mundo hubiera acabado. Ni una voz, ni una mano amiga fue a parar al cuerpo de la chica, pues la única ayuda que recibía era la de aquel curandero del campamento, el líder de ellos. Dullahan había estado junto a ella desde que aquellos brazos la habían dejado en una pequeña cabaña alejada del mundo, en la que al parecer no debía de estar cerca del campamento. ¿Por qué? Simple, nadie la había venido a ver. No se escuchaba ni el más mínimo ruido cuando el campamento era el lugar más ruidoso del mundo.

Los días se convirtieron en semanas y las semanas cada vez se hicieron más largas. Cuando sus heridas comenzaron a sanar, Dullahan le permitió ponerse en pie y examinar a su alrededor la cabaña de madera podrida en la que se encontraban. Un lugar simple con un par de camas de madera, viejos colchones y algunos muebles sucios.

No le había contado gran cosa, no después del reciente acontecimiento. Pero... ¿Qué había pasado en el campamento? ¿Y Hara? ¿Le habrían llevado el cuerpo de Zelik para llorarlo? ¿Y que había sido de Arterys...?

Demasiadas preguntas se atascaron en su garganta el día en el que Dullahan se sentó frente a ella con su espada aun manchada de sangre, ya seca, sobre las piernas. Una señal de respeto hacia ella en muestra de la batalla que habían vivido y en la que él había participado.

—Tus heridas están sanando bien, nuestro maestre cree que ya puedes montar rumbo al campamento. Pero...

—No habéis dicho ni una palabra sobre el campamento desde que desperté hace semanas, ni de qué está sucediendo, ni de qué ha pasado con mis amigos. —Le cortó Novara al tiempo que se cubría la mano aun vendada en la que había habido el veneno. Sus ojos no se alzaron para ver a su mentor, pues estaban puestos en la piel de su antebrazo algo quemada y en cómo la piel caía cómo si se tratase de una serpiente cambiando de piel—. ¿Por qué ahora sí?

—No era el momento de darte noticias. Como comprenderás, lo primero era tu recuperación.

—Ahora estoy recuperada y merezco escuchar lo que está pasando. Lo que pasó cuando me trajiste aquí, lejos de mis amigos.

—Vanora, ¿entiendes lo que sucedió? Te quitaste la Triveta, el único canalizador que ha podido contener toda tu magia durante estos años y estuviste a punto de morir por ello. —La voz de Dullahan era dura, pero no una reprimenda. Él sabía que debía utilizar aquellas palabras para hacerla entender el riesgo que había corrido y el precio que había pagado.

—Merezco saberlo todo.

—Zelik fue llevado al campamento, su cuerpo fue enterrado ante los ojos de aquellos que lo querían y lo habían acompañado hasta su muerte...—Novara se vio obligada a apretar la mandíbula para no gritarle, para no exigirle el motivo por el que no la habían llevado a su entierro. Pero debía mantener la calma si deseaba enterarse de todo. —Tuvo la despedida que se merecía, eso puedo confirmarlo.

—Y sin embargo no me dejaste ir a despedirme del amigo que dio su vida por mí. —Las lágrimas quemaban en sus ojos y estas se deslizaron por algunas heridas que cubrían su rostro.

—El viaje hasta allí habría acabado también con tu vida.

Los dedos de Novara apretaron con fuerza su mano aun herida, su mano envenenada. Ese dolor, ese entumecimiento, aun podía recordar los ojos del general del norte, de lord Greryus Crane como dos dagas afiladas. En la batalla que habían vivido. Su mano se movió hasta su antebrazo y comenzó a arrancarse la piel muerta ante la presencia de Dullahan que mantenía sus ojos vendados en su dirección.

—¡Tenía todo el derecho a estar en su entierro Dullahan! En estar con Hara cuando llorase, en rogarle mi perdón tanto a ella como a Arterys. En explicarme ante el campamento y hacerles entender por qué hice lo que hice.

—¿Y eso habría cambiado algo? —Una vez más, la fría y dura voz de Dullahan frenó la rabia que comenzaba a salir de su alumna, que con las mejillas cargadas de lágrimas y con la mandíbula apretada, lo observó ahora en silencio. —Tus acciones mataron a tu amigo.

Novara tuvo que aferrarse a su brazo herido para centrarse en el dolor que su cuerpo aún sentía por las quemaduras, los cortes y los golpes de la batalla. Pues prefería sentir aquel dolor físico que no el emocional con el que su mentor le estaba atacando sin piedad.

—Zalnar Gallander y Zelik Omenak murieron por el continuo error en cada una de tus decisiones.

—Lo que sucedió con Zalnar...La amenaza que eran los Espectrals no eran más que un cuento en ese momento. ¡Y yo era una niña, no sabía lo que hacía!

—Y sigues siéndolo, después de tantos años no has aprendido nada.

—¿Qué...? Eso no es verdad.

—Novara Ganodac sigue teniendo algo en común con la niña que fuiste antes de ella. —Dullahan se puso en pie y su espada en su mano cruzó el aire para acabar colgada en su cinturón en un simple y veloz gesto. Calculando perfectamente la distancia que había entre ambos asientos, el filo de su espada pasó frente a los ojos de la chica sin tan solo rozarla por milímetros. —Vanora o Novara, Ganodac o Cadogan, da igual el nombre que uséis si no sois capaz de evolucionar.

La respiración de la joven era alterada, sabiendo que las palabras de su maestro eran pura sinceridad. Todo aquello que su mentor le decía no eran más que las verdades que todo el mundo veía y pensaba en su presencia, palabras que continuó diciéndole con la esperanza de que al fin tomase su lugar como princesa, o como miembro de la Orden de Malak.

—Aquellos que son leales a ti te seguirán sin mirar atrás, sin cuestionarse tus palabras ni las misiones, ni los motivos por los que emprendas un viaje. No tendrán reparos en alzar sus espadas para luchar a tu lado, aunque sepan que aquella lucha acabe con sus vidas, tal y como hizo Zelik Omenak, te fue leal hasta el final de sus días por amistad. —Las grandes manos de Dullahan se posaron sobre los hombros de la chica que aún seguía sentada sobre su catre—. Debes aprender lo que significa ser una líder, que tu pueblo, tu gente, tus amigos te sigan a ciegas y si algún día llegas a portar una corona, debes ser consciente de las acciones que tomas.

—Yo nunca he querido esa responsabilidad...No he querido que nadie me siga. —Novara con la cara aun cubierta por lagrimas alzó la barbilla hasta el rostro de su mentor, que apretaba sus hombros en señal de apoyo.

—Las personas como vos, Vanora Cadogan, no quieren su poder, pero así es como funciona nuestro mundo. El pueblo sigue a su líder natural, aunque no queráis serlo, princesa. Por ello, no podéis hacer más que aprender de esta situación, de este trágico suceso...

—¿La muerte de Zelik debe servirme como lección? ¿Eso es lo que estás tratando de decirme?

Dullahan simplemente asintió apretando con más fuerza sus hombros y alzando su barbilla con un gesto tan paternal que provocó que ella apretase los labios para no echarse a llorar por la culpabilidad que la corroía en aquellos instantes.

—Toma tu lugar en el campamento, en tu corte o allí donde vayas. —Su voz cambió a un tono más cercano, olvidándose de su título y tratándola como lo que había acabado siendo aquellos años, una hija—. Estás destinada a grandes cosas Vanora, pero solo tú podrás alcanzarlas si luchas por ellas. Si aprendes a tomar buenas decisiones y a controlar tu magia, antes de que ella te domine a ti.

—Lo haré, lo juro por nuestros dioses, los Ementals, que los haré sentir orgullosos a ellos y a ti.

La chica se puso en pie frente a su maestro que sonrió orgulloso ante las palabras de su pupila más prometedora y giró sobre sus sucias botas para acercarse a una vieja mesa donde reposaban las hachas y cuchillos de la chica en su cinturón de armas.

—Es hora de que comiences a comportarte como la líder que estás destinada a ser.

—Estoy preparada para ello, para hacer sentir orgulloso a Zelik de mis acciones y mostrarle que su sacrificio no es en vano y que cuando nos volvamos a encontrar se sienta orgulloso de mi. De que mereció la pena.

Novara se acercó hasta su mentor dedicándole un asentimiento solemne con las lágrimas ya secas en sus mejillas y se colocó su cinturón de armas. Mientras tanto, Dullahan parecía perdido en su silencio, como si una lucha interior se estuviera librando en lo más profundo de su ser. ¿Sería sobre algo que quería decirle? ¿Algo sobre lo que Arterys creía? ¿En la posible teoría de que tanto él como Hedas les ocultaban el motivo de la importancia de ambos en su campamento?

No lo sabría nunca, pues antes de que pudiera volver a hablar, el hombre se aclaró la garganta y salió por la puerta de madera en busca de su caballo.

—No hay tiempo que esperar Novara, nos espera un día de viaje hasta el campamento y todos aguardan tu llegada.

—¿Mi llegada? ¿Por qué?

—Así es. Eres la rastreadora que encontró al enemigo que casi acabó con uno de nuestros pelotones y que voló por los aires su castillo antes de que se perdieran más vidas. A ojos de los soldados eres una heroína.

—¿Y a los del resto del mundo? ¿Qué verán? —Los ojos de Novara miró con fiereza su mano herida y lo que significaba. Su debilidad, su lucha y su cambio. El precio a pagar por ser quien era.

—A su villana.

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