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Capítulo 41❆

Caminar se había vuelto lo único que podía calmarla. Agotarse parecía ser la mejor opción para no arrancarle la cabeza a Arterys, ni a Zelik. ¿Por qué no le había sido sincero desde un comienzo? Claro, porque seguía sin confiar en ella. No al menos como ella esperaba, o deseaba.

No iba a rogarle por su atención, no lo haría, ni tan poco por su amistad. Ya había caído en el más humillante de los ridículos al abrazarse a él y mostrarle esa debilidad suya, solo con la esperanza de que él se abriera a ella de vuelta. De, por fin, formar aquel vínculo que Dullahan tanto le había insistido. En que juntos podrían formar un equipo, un dúo letal.

Pero Arterys seguía tan encerrado en sí mismo que no lo lograrían nunca.

Y para qué mentir, ella sabía muy bien que tampoco estaba preparada. Novara Ganodac seguía siendo la misma niña que el día en el que llegó. Incapaz de enfrentarse y comprender el comportamiento de un chico que decía ser su amigo y luego no actuaba como tal. Tal vez ninguno de los dos estuviera listo para ser los soldados que el resto esperaba. Ni tampoco los aliados que soñaban.

Cuando el sol comenzó a brillar en el horizonte, Novara comprendió que en tan solo unas horas se haría de día. Debía volver al campamento y ponerse a salvo antes de que algún guardia diera con ella en mitad del bosque y la arrastrase a ese castillo.

Entonces, una sonrisa fue asomando por sus labios al mismo tiempo que sus sombras, la extraña magia que ahora bailaba a su alrededor, se internaba en cada uno de sus poros como si absorbieran la oscuridad.

—Con que querías entrar al castillo y encontrar ese pergamino, ¿no, Arty? —Murmuró al aire, sabiendo que estaba sola y tan solo el frío viento de la noche la rodeaba. —Bien, veamos quien lo consigue antes.

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Su capucha se sacudía violentamente contra el viento que la azotaba al lanzarse desde uno de los muros colindantes al castillo. Aterrizó con los pies y las rodillas flexionadas para amortiguar el golpe en el resto del cuerpo, tal y como Dullahan le había enseñado.

Ante el sonido sordo de la caída sobre la gravilla, se vio obligada a esconderse tras unas cajas de mercancía con la esperanza de que el soldado no se acercase demasiado a ella. No quería tener que matar a alguien más, no deseaba cargar con la muerte de otra persona a sus espaldas, no después de la última vez.

Todavía recordaba la primera vida que había quitado en la misión de hacía seis meses. Era una mujer que había tomado demasiado Antícora, una especie de veneno alucinógeno que provenía de una de las criaturas más peligrosas de los cinco continentes, y la cuál su veneno estaba considerado como una droga de las más adictivas del mundo. Esa mujer había intentado matarla a ella, también a Hara. Cuando hirió a su amiga, Novara comprendió que no había final para alguien como ella. Lo único que podría darle paz a aquella mujer era la muerte, y así fue. Después de aquello, sus manos quedaron manchadas de sangre para siempre.

Se negaba a volver a sentir el calor de la sangre sobre sus dedos, el color rojizo que se ceñía sobre su piel cubriéndola hasta el último rincón y que después costaba tanto de limpiar. Odiaba la sensación pegajosa sobre sus manos y ver como al arrebatar una vida, los ojos de aquella persona se apagaban de forma definitiva.

Esperó con paciencia a que el soldado pasara, pero este parecía ser más listo de lo que esperaba. Novara rodeó las cajas mientras el hombre se acercaba a ellas e iba en busca de alguien o algo que hubiera creado aquellos surcos en la gravilla. No quería hacerlo...No quería tener que acabar con él, así que salió por el lado contrario y se colocó tras él como una sombra.

Sus manos se movieron muy rápido, al tiempo que una cubría la boca del soldado la otra presionaba en aquellos puntos que Dullahan le había insistido tanto en aprender durante el último año. Simplemente dejaría al hombre inconsciente, si lo hacía bien, claro, durante al menos unas horas.

El cuerpo del hombre se sacudió violentamente al principio, pero Novara clavo las uñas contra sus mejillas mientras cubría su boca tratando de evitar que pidiera auxilio. Una fuerza desmesurada la hizo tambalear durante unos minutos antes de sentir como finalmente el oxígeno dejaba de llegar al cerebro y el cuerpo entero del hombre se desplomaba al suelo frente a ella.

—Espero que descanses de gusto, porque cuando despiertes, probablemente te arranquen la cabeza. —Novara sonrió entre dientes para apartar con el pie el cuerpo inconsciente del soldado.

Salió corriendo con sigilo para acercarse al jardín principal donde muchos sirvientes estaban preparando el acontecimiento de gala, asegurándose de que todo saliera perfecto. Nada de imprevistos, nada de inconvenientes. No podía permitirse fallar.

Habían estado examinando ese castillo durante varios días, cualquier flanco de esos muros, cualquier entrada, ventana o puerta estaba apuntada en su libreta mental. Conocía perfectamente cualquier vía de escape de ese lugar si era necesario. Pero no la necesitaría.

Pensaba encontrar ese pergamino como que se llamaba Novara Ganodac, o Vanora Cadogan. Daba lo mismo. Iba a demostrarle a Arterys que no lo necesitaba para nada, que por algo era una de las campeonas y la favorita de Dullahan. Su puesto se lo había ganado con años de entrenamiento, y aunque muchos novatos o novatas habían intentado robarle el puesto, ninguno lo había conseguido.

Porque ella se lo merecía, se lo había ganado. Se había dejado la piel con todas las pruebas que sus jefes le habían encomendado y esta no sería la excepción.

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Se decía que el ego de los hombres era su peor virtud, que podría llevarlos incluso a la ruina. Y Novara Ganodac lo sabía. Se había criado en el norte, en presencia del hombre más terco, orgulloso y egocéntrico del mundo. Lord Cadogan. Ese podía ser también el caso del gobernante de ese castillo del que no sabía su nombre.

Sin duda lo confirmó al comprobar como con tan solo escalar por uno de sus muros, pudo colarse por una ventana del servicio, todo con una agilidad abrumadora, con una facilidad que podría haber preocupado a más de uno. No solía verse en lugares como aquel que la mayoría de la guardia se concentrase toda en un lugar, pero parecía que el gobernante ya estaba comenzando a traer a ciertos invitados y suministros, por lo que debía aumentar más la seguridad en ciertas zonas, descuidando sin querer otras.

Bien, así sería más sencillo. La mente de Novara iba rápido como un rayo, veloz como el viento, a medida que recorría los pasillos moviéndose entre las sombras del lugar. Tendría que hacerlo fácil, podría serlo si no se complicaban las cosas.

Entrar y salir. Coger el pergamino y salir por la ventana antes de que nadie notase a su nueva e inesperada invitada. Ese era el plan.

Novara inclinó la cabeza para salir entre las sombras y ver el pasillo principal, aquel que le llevaría directamente al que parecía ser el despacho del gobernante, totalmente vacío. No dejó pasar la oportunidad y sus pasos fueron sordos sobre el suelo de mármol desgastado. Al llegar a la puerta, observó la cerradura, tratando de averiguar si iba a necesitar algo más que las ganzúas que solía llevar en el cinturón, pero la puerta se abrió con tan solo rozarla con los dedos.

El leve crujido que salía de ella la alarmó lo suficiente como para ponerse a la defensiva, para sacar de su cinturón de armas una de sus hachas recortadas. Deslizándose en el pequeño hueco que había dejado la puerta al quedarse entreabierta, acabó dentro de una enorme sala de paredes de piedra.

La decoración era horrorosa, cabezas de distintos animales como trofeos de caza, viejas estanterías de madera descascaradas por el tiempo donde descansaban varios libros, documentos y armas que parecían ser otro recordatorio de enemigos a los que había vencido.

—Bueno, está claro que el gusto no lo da el dinero.

Novara se colocó tras la gran mesa de madera podrida en la que había algunas cartas y el sello del norte. Aquel que usaban los aliados que pertenecían a la Corte Norte y, por lo tanto, servían fielmente a Lord Cadogan. Pero... ¿Quién era el gobernante? No había ni tan solo un documento en el que pudiera verse la firma.

Eso era algo extraño, pues sabía que su padre siempre exigía que las cartas siempre fueran firmadas cuando eran de aliados, ya fuera con su nombre completo, título o sello. Pero sobre aquella mesa no había ni tan solo una en la que luciera el nombre del propietario del castillo.

—¿Dónde estás? ¿Cuál es tu nombre, maldito bastardo? —Las manos de la chica forzaron algunos cajones y todos cedieron excepto uno—. Vaya vaya...Creo que he dado con el premio gordo.

Mientras el ruido del gentío y la música resonaba en el exterior y algunos pasos apresurados de sirvientes que hablaban al otro lado de la puerta se colaban en la habitación, Novara se inclinó sobre la vieja mesa para sacar una de sus ganzúas y forzar la pequeña cerradura que se encontraba en aquel cajón.

No tenía demasiado tiempo.

El corazón le iba demasiado rápido golpeándole contra las costillas como si supiera que algo andaba mal, que su cuello estaba en juego y no tenía a nadie como refuerzo que pudiera ayudarla. Se había internado en ese castillo completamente sola.

Pero no necesitaba la ayuda de Arterys, quizás hubiera aceptado que Zelik hubiera estado con ella, él si era un amigo. Siempre había intentado ayudarla con el combate que tanto le había costado aprender, en cómo ganar velocidad con su forma humana, en aquellas noches en las que reía y contaba chistes para los demás niños cuando acababan de llegar. En como ayudaba a los niños y niñas recién llegados al campamento.

Zelik era una buena persona, siempre a su lado. Al lado de cualquiera que él considerase un amigo, pues eso era ser leal. De las pocas personas que podían considerarse fieles a los suyos. ¿Pero la habría elegido a ella en vez de Arterys si le hubiera obligado a escoger? Probablemente no.

Nadie la escogía a ella. A la prueba estaba lo sucedido con Art, ni siquiera él había decidido compartir la información con ella. ¿Así que para qué iba a molestarse en confiar en nadie? ¿Para qué abrirse a otros cuando ellos no tenían problemas en dejarla de lado? ¿Y si se encariñaban con ella? Acabarían muertos, heridos o solos como Zalnar, como Bugul, o como los príncipes del sur que por su culpa habían perdido a un hermano.

Estaba mejor sola.

Podía salir de esta, lograrlo. Demostrarle a todo el mundo de ese campamento que merecía el rango de protector.

Los dedos de Novara se giraron suavemente hasta escuchar ese hermoso clic que indicaba que había logrado su cometido. El cajón estaba abierto y los secretos ocultos en él ahora eran suyos. Al abrirlo, sus ojos volaron alarmados con lo que había en él, pues no era en absoluto lo que esperaba encontrar.

Novara agarró la primera capa de ropa y papeles arrugados que se encontraban enredados entre trozos de tela que bien podría ser ropa interior hasta pequeños objetos como tiaras o broches de cabello.

—No puede ser...—Sus manos comenzaron a temblar al sentir como su propio pecho se comprimía, su respiración se volvía pesada y sus manos temblaban ante lo que tenía entre las manos. —No...No puedes haberle premiado con este lugar...

Solo había un hombre en todo el norte que hiciera aquello, que guardase trozos de ropa ensangrentados, broches de pelo como trofeos. Todo en su mayoría objetos de niñas no mayores de doce años. Ese monstruo no podía haber sido premiado a lo largo de estos años con un lugar como este.

Novara inspiró en profundidad y lanzó a la basura los "premios" que ese monstruo había guardado. Necesitaba recuperar la cordura antes de que su magia despertase enfurecida, no podía ponerse en peligro de aquella manera.

Debía marcharse o buscar en otra zona, debía de estar por ahí lo que andaba buscando. Pero un destello captó su atención antes de que cerrase aquel terrible cajón de un golpe y dejara en el olvido algunos documentos arrugados. Dejó que su mano cayera sobre un pergamino perfectamente enrollado con un sello dorado que parecía ser el original.

Sus dedos rozaron el viejo trozo de papel, por fin tenía lo que había venido a buscar, ya era libre de ir al campamento y mostrar su valor, pero algo se torció al instante de tener su premio en las manos, pues nada más rodearlo con sus dedos, algo en el cajón saltó sobre su mano clavándose así unas púas en el dorso de su mano. Como tres colmillos que habían salido de la nada, un ingenioso artefacto de seguridad que había sido escondido en la parte superior de ese cajón, se clavó en ella.

Un extraño líquido verde brotó de las heridas, justo sobre la mano en la que el Espectral que mató a Zalnar la hirió aquel día de hacía ya tantos años.

Un grito contenido brotó de sus labios y enfurecida y dolorida Novara agarró con la otra mano aquella caja de madera y la arrancó del escritorio para lanzarla contra la pared más cercana. Se había acabado el sigilo. Mientras su mano herida supuraba sangre y parte de aquel veneno que ahora le recorría por las venas, se guardó rápidamente el pergamino dentro del traje, justo cuando la puerta de la habitación se abría y dejaba paso al fin, al propietario de aquel infierno.

Aplausos lentos, una sonrisa torcida acompañada de dientes podridos y una cara recubierta por una densa barba negra y algo canosa le recibió como una vieja pesadilla. El hombre seguía tal y como lo recordaba, igual que aquel día que trató de llevársela en el baile antes de las pruebas, algo más envejecido con algunas arrugas en la piel a pesar de ser algo más joven que su padre. Su cuerpo alto y musculoso dejaba en claro que finalmente lo habían ascendido al rango que tanto deseaba. General.

—Vos...—Murmuró Novara con rabia, se encontraba apoyada en la mesa completamente mareada por el veneno y dejando que sus ojos se centrasen solo en su objetivo. No debía moverse, no debía dejarle ver que estaba demasiado afectada por aquel veneno o sería demasiado fácil para él atacarla.

—Sabía que lo que decían de vuestra muerte era mentira, princesa. —La voz melosa y ronca del hombre la recibió como una pesadilla. Sintió arcadas tan solo de ver de nuevo aquellos ojos hundidos, negros sin vida.

—No habéis cambiado nada en estos años, Greryus.

—Lord Crane. — La corrigió con brusquedad mientras cerraba la puerta de un portazo y se quitaba la capa nevada de los hombros con total tranquilidad. Ese hombre estaba lleno de gestos contradictorios, de paz y al mismo tiempo, de guerra.

—¿Lord? ¿Ese es el premio que os ha dado mi padre por aprovecharos de las niñas del norte? —La mandíbula de Novara se apretó con más fuerza y la Triveta de su cuello comenzó a calentarse por no poder contener por más tiempo su poder. —No sabía que, a los hijos de puta como vos, milord, os recompensaban por ser unos monstruos sin corazón.

Novara se incorporó en su posición y poniendo la espalda recta, observó como el hombre solo sonreía más y se acercaba a ella como un león aguardando por atacar a su presa. Pero ella ya no era la niña del norte, ya no necesitaba que nadie la protegiera. Ahora, podía ser ella quien acabase con sus monstruos.

—Entre demonios nos permitimos el honor de premiarnos. —El hombre se acercó a la mesa y trató de acercarse con naturalidad, pero Novara cuadró los hombros y sacó de su cinturón un cuchillo listo para ir a parar a la garganta del hombre. —Veo que habéis aprendido un par de cosas estos años...

—Por favor...Moveros un paso más y os rajaré la garganta de un lado al otro. —La sonrisa torcida y agotada de la chica brilló en su rostro con aura malvada—. Seria todo un placer ser vuestra verduga.

—Sin duda ha merecido la pena. — Cambió de tema el hombre al percatarse de aquella aura oscura.

—¿De qué estáis hablando? —El hombre solo se rio cuando Novara se vio obligada a forzar la visión para enfocarla en el enemigo que tenía justo delante de sus narices. Su mano herida ardía, su sangre ardía. Sentía como si los huesos de su mano se derretían lentamente. —¡Que de qué estáis hablando! ¡Responded!

—Estáis más hermosa que cuando erais la niña del norte. La espera por veros de adulta me deja en claro que ahora podré disfrutaros mucho, mucho mejor...

—Si me poneis una mano encima...—Pero sus dedos temblaron sobre el cuchillo antes de que pudiera terminar la frase y el hombre aprovechó el movimiento para lanzar la mesa que los separaba por los aires y empujar a la chica contra la estantería que tenía tras ella.

El grito de la joven resonó por la habitación, aferrada a una de las estanterías, Novara lanzó golpes al aire para mantenerse lejos de ese hombre. Solo tenía una oportunidad si quería salir viva, ilesa, y no ser el juguete de aquel hombre, y no era otra que la ventana. Debía lanzarse al vacío y esperar sobrevivir si quería salir de allí sin ser mancillada.

Así que corrió como pudo hasta la ventana, en un trayecto que era corto y sin embargo tan largo. Sus dedos no tardaron en rozar el cristal, tan frío que fue una caricia de su libertad que fue arrancada al ser atrapada por las enormes manos del General, quien la lanzó de nuevo contra el suelo de piedra, lejos de su salida.

La cabeza de Novara golpeó contra el suelo, su cuerpo entumecido por el veneno no obedecía sus órdenes el tiempo necesario para cubrirse de ese hombre que en pie frente a ella se arremangaba la camisa para lanzarse al ataque de una vez por todas.

En aquel instante supo que volvía a ser la niña de aquel castillo helado, Vanora Cadogan, la niña asustada que aparentaba ser valiente y que si quería salir con vida debía volver a interpretar el papel de aquella niña que no sabía lo que hacía, aunque con ello significase lanzarse a lo desconocido. Y si pretendía salir con vida de aquello, solo podía hacer una cosa que, si estaba a su alcance en aquel momento y no era otra cosa que su magia, pese a que aquello significase autodestruirse a sí misma.

—Creo que me debéis un último baile Vanora Cadogan, y pienso cobrármelo con vos vestida o desnuda en mi alcoba. 

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