Capítulo 39 ❆
Dos días habían pasado desde que habían comenzado a recopilar información sobre el lugar. Y aunque no habían logrado gran cosa sobre la identidad del gobernante del castillo, al menos tenían toda la información sobre las rutas de los soldados que vigilaban los muros y los horarios del servicio.
Fue en el instante en el que la noche comenzó a caer y Novara regresó de su pequeña expedición, que se percató de su ausencia. Durante las últimas horas se habían organizado de tal manera que cada uno se iba a acercar por uno de los extremos del castillo y así identificar a quienes podrían ponérselo más difícil a la hora de colarse en aquel lugar.
Pero Art no estaba allí. No estaba en el punto de reencuentro que habían acordado y donde debían reunirse al finalizar de la expedición.
Con el corazón golpeando en su pecho por la reciente carrera hasta su pequeña base, Vanora se percató de que el caballo de Art seguía allí, atado a las ramas del árbol junto al suyo, un corcel de pelaje negro con algunas motas blancas repartidas por sus patas y hocico, tenía los ojos clavados en ella.
—¿Dónde está? —Y como si le hubiera entendido, el caballo negro sacudió la cabeza en dirección al bosque—. Gracias.
Nunca lo había entendido pero aquel corcel parecía más listo que los demás. Como si estuviera atado a su dueño. Él y Art habían formado un extraño vínculo y no era de extrañar ya que el pequeño había cuidado de ese animal durante días y noches, veranos e inviernos. Arterys había preferido en más de mil ocasiones la compañía de aquel corcel a la de cualquier mestizo de su alrededor. Y algo le decía, que su compañero prefería lo mismo.
Corrió con su hacha en mano por si le había pasado algo, preparada para atacar a quien hubiera podido llevarse a Arterys o simplemente el que hubiera hecho que el muchacho dejase su posición y así ir tras él. Debía haber sucedido algo importante, ya que Art era demasiado estratega y ceñido a sus propias normas como para abandonar su posición sin una buena razón.
Mientras daba zancadas por el bosque, con el viento golpeando su rostro, en las ramas y hojas que crujían bajo sus pies, a cada pisada había mil pensamientos cruzando por su mente. ¿La noche de hacía dos días? Ambos habían mantenido las distancias, tanto físicas como cualquier otra en un intento de no repetir aquello.
Y es que a Novara se le seguía encogiendo el corazón cada vez que pensaba en las manos de Art sobre las suyas, en su aliento cálido contra su rostro o su olor a roble y una pizca de miel por las innumerables veces que había sido castigado a ayudar en las cocinas.
Pero a pesar de que su cuerpo tirase de ella para volver a repetir lo de la noche anterior, el de él solo se alejaba más, por lo que sus esperanzas por saber si tan solo el chico podía sentir una pizca de atracción por ella se esfumaba cada vez que él se distanciaba.
Y es que esa posibilidad, de estar juntos, era tan ridícula como parecía. Era soñar despierta sobre algo que podría matarla a ella, pero también a él. Pero, ¿Acostarse? Quizás, evidentemente en el campamento muchos tenían ese tipo de relación física. Pero no estaba segura de querer tan solo eso, ceder a ese placer carnal con Art. Ansiaba más. Algo que no podrían lograr si ambos seguían formando parte de la Orden.
Así que sus esperanzas fueron muriendo a cada minuto que pasaba. En cada segundo en el que el sol volvía a desaparecer tras las colinas del norte y el frío regresaba.
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—No tiene gracia Arterys. ¡Podrían haberte secuestrado o matado!
—Estaba dándome un baño en el río y de paso lavando la ropa. —Se quejó el muchacho encogiéndose de hombros mientras escurría entre sus fuertes manos la camisa de lino que solía llevar—. No podía soportar más el picor.
—Pues a la próxima deja al menos una nota o...
—¿Y qué más? ¿Una invitación? —El chico se acercó lo suficiente para que esta vez ella no pudiera apartar la mirada de su torso.
Maldición. ¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué sentía que un calor abrasador le estaba subiendo por todos lados? No entendía qué le estaba sucediendo, ni tan solo si esto era a lo que se referían las chicas de su campamento. Pero no iba a dejar que su cuerpo le volviera loca por ver a un hombre semidesnudo. No cuando tenía tantas cosas en las que centrarse.
Odiaba en parte haber crecido tanto, en tener que soportar lo que muchas de las mujeres algo más adultas que ella y sus amigas estaban sufriendo. "Esa edad es la peor. Es cuando descubres todo sobre tu cuerpo y lo que deseas experimentar con él. Es normal chicas, no le tengáis miedo, solo disfrutarlo. Es mejor que contenerse." Le habían dicho alguna de ellas, en una pequeña reunión que habían organizado. Al parecer en un intento de mantener a raya la época más alocada de todo el grupo adolescente.
Ella no era así. Era una rastreadora y mercenaria de la Orden Malak, una de las mejores. No podía seguir comportándose como una niña loca y hormonada.
—Novara.
—¿Qué? —Gruñó la chica al alzar la cabeza, viendo como el chico sonreía con más diversión al comprobar su guerra mental.
—¿Acaso te lo estás planteando? —El tono divertido en la voz del chico era algo tan inusual que provocó en ella que se le erizase la piel.
—No me plantearía ni repetir una misión contigo, Art. Ni, aunque me pagasen cinco monedas de plata.
—Ya veo...—El chico se colocó la camisa mientras ambos avanzaban de vuelta a su base.
No tardaron demasiado en llegar, y para cuando lo hicieron, ambos mantuvieron las distancias. Novara estuvo examinando todo aquello que habían apuntado y, más tarde, cuando la noche empezó a caer, sus prismáticos la ayudaron a ver una de las primeras fiestas que iban a preparar antes del equinoccio que tendría lugar al día siguiente.
Necesitaba mantenerse ocupada, sobre todo cuando su mente le gritaba que diera un pequeño vistazo sobre su hombro de vez en cuando. Todo para encontrarse las primeras veces a su compañero mirando su libreta encuadernada de cuero o mirando las estrellas con rostro serio.
¿De qué serviría mantener una conversación con él cuando todo eran burlas y piques tontos? No podrían mantener una conversación seria, no después de la tontería que le había dicho hacía unas horas. No cuando él parecía incapaz de centrarse en la misión, manteniéndole tan distraído.
No le había dicho ni una palabra, no después de verle semidesnudo. No quería mirarlo y sentir sus mejillas sonrojarse por una cosa tan estúpida y carnal como aquella. Debía centrarse, cumplir la misión y regresar hasta Dullahan e informar.
Cuando la noche cayó sobre ellos y las estrellas volvieron a brillar con más fuerza, también lo hizo la música de los jardines de palacio. Tan alta y exuberante como Novara recordaba las de los palacios a los que había asistido siendo una niña.
Y aunque no había dicho nada de su pasado, tan solo una persona sabía que una pequeña parte de su corazón, echaba en falta aquella vida. Los bailes con su hermano, con algunos de sus amigos y sentirse libre tan solo durante unos instantes.
Aquella sensación de girar y girar, de sonreír ante la sensación de que perdía el control. Que no importaba quien la cogiera cuando era tan feliz como en aquellos momentos, a los que jamás podría regresar.
—Novara.
—Ahora no, estoy tratando de ver si veo al gobernante.
—Novara. —Insistió el chico.
—Art, como vuelvas a interrumpirme para decirme una tontería, te comerás la libreta. —La joven se quitó los prismáticos para así girar sobre su hombro y ver aún agachada al chico—. ¿Qué es lo que quieres ahora?
Art no dijo nada, solo extendió la mano hacía ella. Su pelo seguía revuelto como la noche en la que sus cuerpos habían roto la barrera que los separaba. Y con su camisa bien puesta y la almilla de cuero abierta, se veía como uno de esos príncipes que ella tanto recordaba.
—¿Qué se supone...? —Los ojos de la joven se clavaron sobre el muchacho que esperaba ansioso por que ella aceptase su gesto.
—Solo estoy pidiéndote una cosa, Novara.
—¿Qué te tome de la mano? ¿Por qué?
—¿Acaso no crees que deberíamos dejar de comportarnos como dos críos? ¿Qué deberíamos...?
—¿Desde cuándo quieres ser tú amigo mío? —Le cortó ella con los ojos fijos en su mano aun tendida, firme, sin vacilar ni retroceder como el chico solía hacer ante las contestaciones de Novara.
—Creo que ambos hemos sido demasiado orgullosos durante demasiado tiempo.
—¿Y de quien es la culpa? —Gruñó entre dientes Novara.
—Tuya, sin duda. —La sonrisa ladeada de Arterys casi consiguió derretirla en un segundo, y comprendió que al fin él muchacho estaba dando aquel paso de acercarse a ella. De ser al menos, amigos.
Tras unos minutos de silencio en los que ella aún permanecía en el suelo, completamente en silencio con la única compañía del viento soplando entre ambos, recordó que tan solo Arterys había sido tan perspicaz como para averiguar que era ella la misteriosa princesa de la que hablaban Hedas y Dullahan a escondidas, y aquel mote no era tan solo una burla si no un antiguo título que ella había portado sobre sus hombros.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—La harías igualmente Art.
—¿Cómo era la vida de una princesa?
—¿Cómo era? —Sus ojos se oscurecieron lentamente ante la pregunta, recordando cada instante de su niñez de todas las sombras que la habían rodeado y en las que se había visto obligada a cobijarse para sobrevivir. En cómo aprendió a agarrar aquellas sombras de su habitación y del castillo y usarlas como máscara, como escudo, como espada. —Era una pesadilla.
—No sé cómo era la vida en el norte, y sé que no se parecerá en nada a las de las otras cortes. Pero, aunque aquellos días fueran como pesadillas también debiste tener momentos en los que te alegrases de ser quien eras, de tus privilegios, de los bailes...
—¿Bailes? Las pocas veces que acababa en uno era para que mi padre me vendiera al hombre más adinerado de la corte, aunque con ello me sacase diez o veinte años.
—Ese hombre es un bastardo...—Y por primera vez la rabia brillo en los ojos de Art.
—No, no lo es. Es un demonio.
Silencio, durante unos instantes en los que Arterys se acercó más a ella y clavando una rodilla en el suelo frente a ella con el cabello negro cubriéndole la cara, dejando que las puntas blancas brillasen a la luz de la luna, sus ojos verdes y morados la miraron con algo que Novara no supo describir.
—¿Y si nos permitimos ser otras personas durante unos instantes?
—Arterys no entiendo dónde quieres ir a parar...—Murmuró la chica con clara confusión.
— ¿Por qué no volver a lo que una vez fuimos? Tú una princesa y yo un niño perdido en algún lugar, siendo feliz, aunque no lo supiera en aquellos momentos. —Su mano seguía firme, su brazo extendido a la espera de que ella aceptase su invitación—. Además, una música como ésta merece ser disfrutada. ¿No crees?
No dijo nada, no cuando los prismáticos se resbalaron de sus dedos y estos no tardaron en aferrarse a la mano del chico. En como tan solo con un movimiento Art la había puesto en pie para quedar uno frente al otro.
La música, que no eran más que una mezcla de violines y algunos instrumentos que no recordaba, lograba hacer una melodía algo modernizada de antiguas canciones clásicas, como las que bailaban los feéricos de Lyvanar en sus grandes galas.
—¿Por qué? —Quiso saber Novara, sin apenas voz, mientras sus ojos centellearon en la noche.
—¿Hace cuánto que no bailas? ¿Hace cuantos años que no te sentías como una princesa, Vanora? ¿Cuánto tiempo qué no recordabas lo que viviste, lo que eras?
—Tantos que ni recuerdo. —Se sinceró ella—. Pero tenemos una misión que cumplir, no podemos distraernos.
—Por una noche en la que nuestros ojos no estén puestos en ese castillo no pasará nada. —La mano del chico apretó un poco más la de Novara y, tirando de ella, la obligó a acercarse un poco más—. Por una vez no hagamos lo que nos dicen, no acatemos una orden. Seamos los niños que éramos antes de todo esto.
—¿Quién eres tú y que has hecho con el Arterys que conocía? ¿Has ahogado al "señor tenemos que seguir las reglas y la misión ante todo" en ese río?
Arterys se rio con suavidad, una risa grave que provocó en ella que cada uno de los poros de su piel se erizasen al escuchar aquella melodía que no había escuchado hasta ahora. En una que irremediablemente se había imaginado y preguntado como seria durante tantas noches, una que al fin había escuchado.
—El día que averigüé que erais la princesa del norte, decidí investigar un poco más acerca de todo lo que os rodeaba y como una princesa pudo terminar en un lugar como este. Y fue entonces cuando descubrí todas las sombras que os envuelven, Vanora Cadogan, algunas más densas que otras. Que erais la princesa feroz, la niña indomable a la que Lord Cadogan no podía mantener contenida y que intentó matar en las pruebas, en la misma a la que se le adjudica el asesinato de un príncipe.
—No tienes ni idea de nada. —dijo cortante—. Así que...
—Sé que todo el mundo cree que estáis muerta y que probablemente sea lo que merecéis. ¿O no es en todo caso, el castigo merecido para la asesina del sur?
Los ojos de ella se engrandecieron al escuchar aquello, en cómo sintió que se le encogía el corazón de vuelta. ¿Cómo podía...? Oh, claro. Hedas debía de haber reunido toda la información de interés respecto a ella después de que Dullahan la trajera al campamento. Y qué mejor que tenerla a su alcance, cuando podía usarla como arma diciéndosela a su elegido. Pero Arterys había mencionado que él mismo había investigado... ¿Así que le habría robado los documentos a su mentor?
—¿Cómo...?
—Hedas y Dullahan no dejaron de hablar de una princesa que estaba entre sus filas durante los meses después de nuestra llegada. —Los ojos de Art brillaron con más fuerza al mismo tiempo que se separaba de ella y alzaba el brazo. Extendiendo la palma de la mano, esperó a que ella aceptase su invitación. —Fue aquello lo que despertó en mí un irremediable interés por todo lo que rodeaba a esa princesa, y, por lo tanto, por vos.
—Por eso no te acercaste a mí, porque me has estado observando todo ese tiempo. Fijándote en cada detalle, en mi forma de comer o de moverme...—Novara se acercó un poco más ante el calor que él emanaba en mitad de la noche. Como una vela que le proporcionaba calor y seguridad, se aferró a ella, aunque ello significase quemarse—. Estabas buscándome. ¿Por qué?
—Nunca había conocido a una princesa. —El muchacho paciente esperó a que ella aceptase su invitación. —Además, quería saber quién era la culpable de tanto alboroto entre los altos rangos de la Orden.
—¿Y estás contento con lo conseguido?
—Podría decirse que sí. —Los ojos del chico se posaron sobre ella con tanta intensidad que la hoguera parecía tan sólo una brasa a su lado. —Pero creo que deberíais ser vos, princesa, la que debéis agradecerme el que lo haya descubierto.
—¿Y puedo saber por qué debería agradecértelo?
—Porque al menos no tenéis que esconderos conmigo. Podéis ser vos misma, sin ocultaros entre vuestras propias sombras.
La antigua princesa de la corte norte tardó tan solo en unos instantes en comprender que aquellas palabras no eran una amenaza, ni tan poco eran orgullosas, aunque lo aparentasen en un principio. Darak Arterys le estaba diciendo la verdad, ofreciéndole un puente que probablemente les uniría para siempre.
—Creo que nunca había tenido la oportunidad de ser yo misma, de no tener que esconderme...del resto. —Los ojos plateados de Novara brillaron con más fuerza al tiempo que la música se intensificaba. —Gracias Arty.
—No tenéis que dármelas mi lady. Tenéis que pensar que esto es tan solo el principio.
Con una reverencia demasiado torpe, aunque elegante en su composición, el chico alzó la cabeza mostrando su cabello oscuro moteado por sus puntas blancas, en los ojos verdes que brillaban como las estrellas que los coronaban. Su postura volvió a la de hacía tan solo unos segundos a la espera de que ella aceptase su propuesta.
¿Y cómo no hacerlo? ¿Cómo no aceptarlo? Cuando todo su cuerpo tiraba de ella a los brazos de él, en abrazarlo por primera vez y mantenerse allí, oculta entre sus brazos durante el tiempo que fuera necesario para olvidar los demonios que los habían arrastrado hasta allí, a ambos.
Y ya no importaba si él no la amaba, estaba dispuesta a aceptarlo. A vivir con ello durante lo que durase su vida y después de ella. Ahora sería feliz con lo que tenía, con la esperanza de que él estuviera allí para ella, durante todo el tiempo que los Ementals se lo permitieran.
Sus pasos firmes eran completamente contradictorios a sus manos temblorosas. Con los ojos puestos en los suyos, en su garganta reseca, y en su mano derecha alzada para situarse junto a la palma del chico, sintió como si una fuerza invisible les obligará a juntarse y a distanciarse al mismo tiempo.
—¿El principio de qué? —Sus palabras fueron un susurro cuando ambos giraron juntos con las manos unidas.
Ambos brazos levantados, él el derecho y ella el izquierdo, mantuvieron las manos en paralelo, sin tocarse, mientras sus brazos libres descansaban en su espalda. Sus pies se deslizaron sobre las hojas caídas y la hierba húmeda mientras giraban sin apartar la mirada del otro. En como Art a pesar de no saber qué era lo que debía hacer, se dejaba guiar por ella. Mostrando por primera vez confianza ciega en ella, permitiéndole así guiarle entre sus sombras.
—De nosotros, Vanora. Nuestras historias acaban de comenzar.
Los pulmones de la chica se cerraron durante minutos para abrirse tan solo unos segundos en los que se veía obligada a inspirar con fuerza, tratando de coger todo el aliento posible para no perder la cordura en un momento como aquel.
Y es que hacía tantos, tantos años que no se sentía así, como una princesa, que por primera vez supo lo que era portar aquel título. Ser libre, ser respetada...Ser amada. Que alguien al fin la miraba y veía más allá de sus murallas, que estaba dispuesto a mirarla y quererla como era.
Sus ojos se humedecieron al ver como el chico sonreía con una ternura que antes no había visto y en cómo sus pasos fueron más rápidos que los de ella para quedar frente a frente. Dejando que sus manos se rozasen, Novara sintió como un escalofrío le recorrió el cuerpo, y a él también.
—Arty...
—Nunca dejasteis de ser una princesa Vanora, y solo espero que la compañía de este humilde pirata sea suficiente para vos. Al menos durante este tiempo.
—¿Así que un pirata? —Los ojos de la chica se ensancharon al verle, sin perder aquel intenso brillo que compartían. —Así que no erais un niño perdido después de todo.
—Eso es. Siento no tener el pasado que esperabas. —Los labios de Arterys apenas se movían en susurros como si estuviera avergonzado de su pasado.
—No esperaba que fueras un chico de alta cuna y créeme, no tengo problema en tratar con piratas. —Sonrió la chica para acercarse un poco más—. Ya he conocido a otros antes así que no temas, sé apañármelas.
—No eran como yo, no con mi pasado. No soy lo que crees que soy, ni tan solo puedes imaginarte lo que se esconde tras mi luz.
—Estoy dispuesta a cegarme si tú quieres mostrármelo. —Novara se acercó un poco más, tirando la cabeza levemente hacia atrás para poder verle. Para apreciar cada rasgo que tanto había admirado y memorizado.
—No puedo Vanora, no todavía, no sin saber si al contártelo puedo ponerte en peligro.
—Art.
—Lo siento, lo lamento. —El chico se apartó entonces de ella.
—Arterys.
—Vanora, significáis demasiado para mí como para arrastraros a eso, no cuando habéis huido de un infierno. No sería justo arrastraros al mío, no ahora que por primera vez podéis soñar con la libertad. —Murmuró el chico sin aliento, tratando de contener los sentimientos que arrastraban consigo aquellas palabras. En el castigo que suponía, sin saberlo, para ambos.
—Una vez dijiste que el infierno no es lugar para soñar, pero yo creo que te equivocabas.
—No, Novara. Este infierno al que nos ataron es el peor de todos y soñar implicaría encadenarte tú misma a un futuro que jamás llegará.
Los pasos de Arterys la alejaron más de ella, perdiéndose en la distancia todavía cuando la música sonaba más clara en su mezcla de violines, arpas y piano. Ella se quedó allí parada, dejando que se marchase, que se rindiera como siempre hacía. Que por una vez en la que ambos podían sentir lo mismo, en acercarse a escondidas de ojos curiosos, de comentarios furtivos y castigos por ello, él volvía a rendirse.
—Arterys. —Novara pronunció su nombre como si se tratase de una orden.
—Vigilaré esta noche, tú debes descansar porque...
—¡Por los cinco Ementals Darak deja de hablar y escúchame!
Y Vanora se lanzó sin miramientos, sin un solo remordimiento a los brazos de Arterys. Rodeando su cintura con sus delgados brazos enterró la cara en el torso del muchacho, sintiendo como él contenía el aliento. En que aquel chico rígido, al que había conocido desde niños, en el mejor estratega del campamento, el que no cedía ante nada que saliera de sus ideas, ahora la rodeaba con sus fuertes brazos.
—No te rindas. No retrocedas. —Murmuró la princesa con la voz quebrada. Su aliento parecía quedarse atascado en su garganta, en un nudo que provocaba que la presión en su pecho no hiciera más que aumentar con cada palabra. —No me abandones...
—Vanora...—Los ojos del chico se abrieron de golpe al comprobar como aquella chica tan ruda, tan sólida y explosiva, se derrumbaba entre sus brazos.
—No quiero quedarme sola otra vez...He perdido a mi hermano, no sé si mi madre es la mujer que me crio y que probablemente esté muerta por mi culpa. —Comenzó la chica con la cara enterrada en el pecho del muchacho. —Perdí a mi único amigo, Bugul. No hago más que quedarme sola porque la gente a la que quiero estaría mejor sin mí.
—Eso no es cierto. Ellos te extrañan, a día de hoy todos ellos deben tener la esperanza de que algún día vuelvas.
—Eso no importa...a todos ellos les va mejor sin mi presencia. —Sollozó ella aferrada con desespero a su espalda.
Vanora sentía que de nuevo iba a perder a alguien que le importaba, que de nuevo se alejarían de ella, por su bien o por el de él, pero no estaba dispuesta a dejarle escapar, no cuando era evidente que ninguno quería hacerlo. Eran amigos, eran compañeros, eran un equipo.
Las manos de Art se deslizaron entonces por su espalda en suaves caricias, subiendo por sus hombros y su cuello llegando finalmente a las mejillas de Novara, quien, con los labios entreabiertos, por primera vez sintió que volvía a respirar. Los dedos del chico se movieron hasta la mejilla izquierda de la joven, acariciando así el corte que los unía en poder y ahora en una promesa.
—A mí no me iría mejor sin ti. —Comenzó a decir él en una promesa que ella no esperaba que hiciera y con una dulzura nunca antes vista—. Y puedo prometerte que no me alejaré de ti Novara Ganodac, pues, aunque no puedas verme estaré ahí para ti. Porque entre todas tus sombras yo seré tu luz.
Con los ojos de ambos brillando, Novara dejó que sus manos permanecieran aferradas a la espalda de Arterys sintiendo como una cuerda los ataba más y más fuerte y como los obligaba a pertenecer juntos. Y es que, al fin, ambos habían aceptado lo que implicaba el corte, sin ser conscientes de que se habían prometido mucho, mucho más con aquellas palabras.
En ese mismo momento, aquellas luciérnagas que el propio Bugul le había otorgado como regalo en su despedida, y que habían permanecido dormidas sobre sus hombros, despertaron. Revoloteando, iluminaron la noche con su luz verde alrededor de ambos. Y así fue como Novara comprendió que él era el correcto, como amigo, como todo.
En aquel instante en el que los músculos de ambos se movieron solos, tirando de ellos peligrosamente hacia el contrario, rodeados por la música más hermosa que jamás habían escuchado, los arbustos se sacudieron, tal vez por el viento o por una criatura, y aunque Novara estaba dispuesta a correr el riesgo, Arterys se separó de ella sin miramientos.
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