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Capítulo 33 ❆

Un manto blanco los acompañó en su trayecto. Los había estado incordiando desde hacía semanas, pero al fin, y después de tantos días de frío y hambre, llegaron al lugar indicado. Todo el campamento se había vuelto a mover de sitio e internándose en lo más profundo del Bosque Muerto, un nombre que ya poca justicia le hacía al sitio, encontraron una antigua aldea ya reducida a cenizas. Su nuevo hogar. Sus escombros fueron ideales para que los adultos montasen allí sus pequeñas posadas durante los días siguientes, cobijados por arboles de grandes troncos desnudos, torcidos y cubiertos de nudos se habían convertido en el mejor refugio.

Novara se deshizo de su capucha para observar a Hara que ya deambulaba de un lugar a otro claramente nerviosa por lo que les esperaba. Desde antes de partir, Hedas había mencionado que ya iba siendo hora de que las niñas se pusieran a prueba junto a sus hombres. ¿Hombres? Zelik y Art apenas eran dos años mayores que ellas. Era tan ridículo que Novara tuvo que esforzarse por no burlarse frente al comandante.

—¿Crees que será horrible? ¿No saldremos ahora verdad? La tormenta de nieve a amainado estos dos días, pero, y si...

—Hara, recuerda respirar. —Murmuró la princesa cubriéndose el pecho con la capa, la cual tenía piel de borrego en su interior, propiciándole así más calor en el que refugiarse en aquellos días. Los ojos grises de la pequeña miraron a su amiga que estaba a su lado y frente a una de las hogueras que habían repartidas por la zona apoyó la cabeza en el hombro de la niña.

—¡Perdón! Sé que no querías, que no te gustaba el contacto, que tú y yo no somos...—Hara se apartó de ella con rapidez, moviendo las manos frente a su cara en un intento desesperado de pedir disculpas.

—¿Amigas? —Preguntó con curiosidad Novara, alzando una ceja y con una sonrisa traviesa hizo que su acompañante se relajase después de meses de no saber si la relación que habían forjado podía denominarse así. —Creo que lo somos desde hace un tiempo.

—¿Y te parece bien? Quiero decir, sé que no querías...Que yo quizás era, soy—Se corrigió al momento con voz temblorosa y acelerada. — Muy pesada, pero pensé que después de los entrenamientos, y de todo lo que hemos pasado...

—Me equivoqué. —Se sinceró al fin la pequeña.

—¿Qué? —Los ojos miel de Hara se abrieron tanto que Novara no pudo evitar pensar que tal vez se le caerían de las cuencas. Pero a pesar de su desfigurado rostro por la sorpresa, seguía siendo tan dulce como siempre. Una risa avergonzada e incómoda salió de los labios de Novara mientras observaba la estupefacción de la niña.

—¿Al fin os vais a casar? —Murmuró como su típico tono burlesco Zelik. Poniendo morritos y lanzando besos al aire, apareció enfundado en otra de las capas grises que lucían todos. Su cabello azul eléctrico brillaba con más intensidad ante el blanco del paisaje, y sus ojos por igual desprendían mucha más energía que en días anteriores. —¿Os vais a dar besos y esas guarradas?

—¿Por qué? ¿Tú también quieres uno? —Le contestó Novara ante las mejillas coloradas de Hara que se dejaba caer en uno de los troncos cercanos a la hoguera y se cubría el rostro con las manos. Novara estalló a reír cuando Zelik comenzó a decir que aquello eran estupideces, y que los besos eran cosas asquerosas que hacían los adultos.

Tras un rato de risas, y ya cuando Hara se había relajado lo suficiente como para volver a mirar a Zelik a los ojos, la conversación volvió a fluir con normalidad. ¿Y qué era la normalidad? Arterys y su ausencia. Los ojos del Cambiante, deambularon por las capuchas que paseaban a su alrededor observando a niños y adultos cargar con suministros y charlar de un lado a otro.

Novara sabía que, si Zelik Omenak se había acercado a ellas, y en parte comido su orgullo, era precisamente por Arterys. Él era el único con el que hablaba, y cuando no lo hacía permanecía encerrado en su tienda de campaña leyendo los manuscritos de Hedas, o siendo torturado o entrenado por él.

Hedas no era ni por asomo la mitad de permisivo que Dullahan, que se había encariñado de las niñas, aunque él no lo admitiera jamás. Y aunque aquello era cierto, sus lecciones seguían siendo duras, y en ocasiones rozaban la mismísima tortura, pero había preocupación por ellas después de todo.

Por ello, Zelik se había aferrado a ellas. Buscaba algún apoyo con el que hacer salir de la cueva a su amigo, retraído y solitario. Su mirada perdida se había vuelto constante desde hacía meses, e incluso su propio amigo sentía que lo estaba perdiendo.

—¿Cómo está...? —Se aventuró a preguntar Hara, con la cara roja de la vergüenza o tal vez del frío.

—No lo sé, casi no me habla. Hedas lo está llevando al límite y temo...—Su voz se ahogó en su garganta durante unos segundos, logrando captar la atención de Novara. —Que pueda consumirse hasta tal punto de no volver.

—¿Dónde está?

—Con Hedas, en su cabaña.

Novara no continuó con la conversación, se puso en pie antes de que Hara pudiera darle alguno de sus buenos y sensatos consejos. Iba a ir a por él, a encararlo después de días cruzándose y girarle la cara. De soportar aquellos malos modales que tanto la irritaba.

—¿Adónde vas? —Preguntó Zelik con un muslo de pollo entre sus afilados dientes.

—A ver a Hedas, y a sacarle un par de palabras al mudo de Arterys.

—¿Qué? ¡No!

—Oh y tanto que sí, estoy harta de soportar el vacío de uno y las burlas del otro.

—Novara...—Murmuró tras ella Hara con desespero.

—Ni Novara ni tonterías.

—Por los cinco Ementals, Hedas nos matará...

Pero la joven ya caminaba sobre la nieve con sus dos amigos a sus espaldas, podía escuchar a Hara maldecir en una lengua que no comprendía y a Zelik más adelantado tratar de atraparla antes de que les metiera en un lío más gordo.

—No, si como dicen los humanos, solo algunos se tropiezan con la misma hiedra.

A sus espaldas, Hara se cubrió la boca con las manos evitando que su risa se escuchase por todo el campamento. Novara miró durante unos segundos sobre su hombro para ver las mejillas sonrojadas de su amiga y mirar a Zelik que fruncía el ceño sin comprender lo que hacía tanta gracia.

—Se dice piedra, se tropiezan con la misma piedra. —A Hara le brillaron los ojos en el momento en el que Zelik bajó el ritmo para caminar junto a ella, en como el chico se acariciaba el cabello azul eléctrico y fruncia los labios.

Como si pudiera meterse en su mente y en su cuerpo, Novara sintió como el corazón de su amiga comenzaba a bombear con fuerza. Y juraba que ya no tenía tanto frío con él a su lado. Tal vez porque la mantenía entretenida.

—Yo juraría que es hiedra. Los humanos que había en mi aldea decían eso...o quizás yo no lo escuché bien.

—Creo que es más la segunda. —Sonrió entonces la niña, que recibió un empujón amistoso por parte del chico.

Los pasos de la niña se hundían en la nieve, pero aquello no la frenó ni tan solo un instante. Cuando Ganodac se plantó delante de la cabaña de Hedas, inspiró hondo y antes de que llegasen sus amigos, abrió la puerta de madera de golpe y se internó en el lugar.

Allí estaban. En una habitación oscura iluminada apenas por la luz de los ventanales cubiertos ahora por cortinas, y gracias a las velas que iluminaban el lugar. Las paredes de piedra estaban reforzadas en madera para mantener el poco calor que ahora hacía dentro. Un ambiente lúgubre y triste, decorado con un par de mesas y sillas, y al final de lo que era la cabaña podía verse un pasillo que llevaba a dos habitaciones.

Hedas se encontraba recogiendo un látigo, enroscándolo alrededor de una de sus grandes manos mientras Arterys yacía atado a una viga de madera. Aquello provocó que su corazón se encogiera en aquel mismo instante.

Pues las dudas que había tenido hasta ahora, se habían disipado de un plumazo. Las habladurías del resto de niños, incluido el propio Zelik resultaban ser ciertas. Hedas se había tomado personal lo sucedido con el niño el primer día y sus palabras no fueron en vano. No eran una mentira con la que asustar a los pequeños, para que se portasen bien y no dieran problemas.

—¿Qué haces tu aquí, chica? —La voz de Hedas no era amable, y tan pronto como la vio, sus dedos dejaron de moverse para recoger el látigo, como si estuviera pensando si usarlo con ella. — ¿A qué has venido?

—A por él.

Aquellas no eran las palabras que había estado pensando los últimos minutos, sino más bien encararlo y enfadarse. Pretendía recriminarle que siempre tratara de ridiculizarla, de menospreciarla. ¿Entonces por qué había salido en defensa de Arterys? Apenas se conocían. No le importaba lo más mínimo.

¿Verdad?

Por supuesto. Tras repetírselo varias veces para acallar a su cabeza que no dejaba de insistirle en que sacara al chico de allí, Hedas comenzó a reír entre dientes. Siniestro sin duda. Todo en él daba muy mala sensación. Pero el hombre dejó el látigo sobre una de las mesas de madera de la habitación, y caminando hacia el chico siguió hablando.

—¿Así que has venido a por él? —Los ojos negros de Hedas se clavaron en ella mientras él cortaba las cuerdas que ataban las muñecas del niño a la viga—. ¿Y puedo saber a qué se debe el interés en mi pupilo, chica?

—Quiero que lo dejes en paz.

—Oh, mírala Arterys, resulta que le has caído bien a alguien después de todo. —Su voz era una burla constante, algo que cabreaba a Novara con cada palabra que salía de su boca en aquel odioso tono.

El niño no dijo nada frotándose las muñecas heridas, con la cabeza bajada y la mandíbula apretada. Novara se percató entonces en sus manos completamente cubiertas de cicatrices ya selladas y algunas vendas que cubrían trozos de sus brazos. Cortes diminutos que dejarían pequeñas cicatrices a lo largo de sus antebrazos y sus propias manos. Después de todo, sí, lo había torturado, pero con pequeños y múltiples cortes que le dolerían más que uno profundo.

—¿Por qué le has hecho eso? ¿Por contestarte aquel día? Por...

Hedas se movió con rapidez, dejando claro en su semblante crispado que no le gustaba en absoluto que nadie le cuestionase, y que era aquel tono el que había llevado a Arterys a sufrir las consecuencias de su insolencia.

—Lo estoy convirtiendo en un guerrero, instruyéndole y dándole conocimientos que Dullahan jamás te daría a ti. —Sus ojos oscuros se posaron en ella con más intensidad y agarrándola de la capa la atrajo hasta él con fuerza obligándola a ponerse de puntillas—. Tú nunca llegarás a ser como él, porque eres débil.

—No lo soy. —Le rebatió la niña con la mandíbula apretada y alzando la cara para verlo a los ojos. ¿Quería un desafío? Pues ella iba a ser uno para él y bien difícil, si así se lo proponía.

—¿A caso Dullahan te ha enseñado algo más que tratar de contener y dominar tu magia? No, porque no eres capaz de hacer tan solo esa tarea. Eres una incompetente, una bastarda del norte, no eres nadie princesa.

Princesa. No había cosa que odiara más que Hedas no dejase de recordarle de dónde venía, y quien había sido. Algo que la cabreaba sin miramientos, que la llevaba a estallar con ira con cada burla a su antiguo título que siempre iba acompañado de todas las desgracias que le habían pasado y de su debilidad en aquellos momentos.

En aquel instante, Novara sintió una ola de calor por todo el cuerpo, en sus músculos tensarse y en como unas sombras se movían ligeramente a su alrededor antes de notar más y más calor, como si estuviera a punto de estallar frente a Hedas quien la miraba con la mandíbula apretada y una sonrisa torcida.

Débil.

Podía escuchar todavía esa estúpida palabra en su mente siendo pronunciada por Hedas, con su horrible tono de superioridad y aburrimiento. En como seguía menospreciándola, y quería arrancarle los ojos por ello. Quería coger aquel látigo y azotarle con él. En agarrar la daga que colgaba en su cinturón y apuñalarlo allí mismo, quería, sobre todo, verlo sangrar.

—Eso es Ganodac, ¿Por qué ese es el nombre que habéis elegido verdad? Demostrarme a mí y al mundo que es lo que hay en vuestro interior. —Hedas la lanzó contra una de las mesas en las que la pequeña se golpeó la espalda, y tras un grito de dolor, sus manos se posaron en la madera, quemándola sin darse cuenta y dejando sus huellas marcadas—. Lo que vuestro padre os enseñó todos esos años con las cadenas que os puso y de las que os liberasteis.

Arterys, que se mantenía tras Hedas se movió con rapidez situándose delante de su mentor, mirando fijamente y por primera vez a Novara que sentía que apenas lograba respirar. Su poder la estaba ahogando porque seguía sin controlarlo.

—Déjala en paz. Se está ahogando. —Exigió el chico con desespero.

—Si quiere el poder, deberá someterse a él. Debe romperse y lo alcanzará. Como lo has hecho tú, chico.

—Ella no tiene por qué tocar fondo. —Sus ojos brillaron con fuerza, y estiró los brazos a los lados para que no pudiera alcanzarla. Evitaría como fuera necesario que aquel monstruo llegase hasta ella como lo había hecho con él. Pero las lágrimas y su cuerpo tembloroso estaban mirando a Hedas, que se crujía los dedos de las manos con calma mientras avanzaba hacía ellos totalmente despreocupado.

—Quítate de en medio Arterys, o te quemaré a ti también. —Gruñó la princesa perdiendo poco a poco el control que le quedaba. No quería hacerle daño, no cuando la estaba defendiendo.

No cuando los recuerdos de las pocas veces que habían coincidido le venían a la mente. En aquel chico de ojos extraños, en aquellos iris verdes que contenían un pequeño trozo de color magenta. Sinónimo de magia, de que había sido marcado por una de las magias mayores. En como en las hogueras él no dejaba de mirarla, pero luego se marchaba antes de que ella pudiera hablarle. En cada intento de acercarse y rendirse al instante.

—Haz caso a la chica. —Le recomendó Hedas.

El niño negó con la cabeza, su pecho subía y bajaba a toda velocidad mientras escuchaba a Novara respirar cada vez con más dificultad. Y fue en aquel instante que comprendió lo que estaba tratando de hacerle, pues quería que ella misma se rompiera con su magia, quería llevarla al límite y ver todo su potencial en aquel momento. No quería esperar tantos meses como había hecho con él.

Quería verla de rodillas, quemada y derrotada. Necesitaba que se mostrase débil ante él, tal vez para hacerse cargo de su formación, o para demostrarle a ella misma que no tenía ningún valor.

Para. No tienes por qué destrozarla a ella también, Hedas. —Arterys continúo evitando que su mentor se acercase demasiado a ella. Si de aquella forma podía protegerla, lo seguiría haciendo—. ¡Para de provocarla y ayúdala! ¡Se va a consumir!

—Muy bien, chico. —El comandante se encogió de hombros y agarrando una de las sillas mohosas se dejó caer sobre ésta delante de los niños. En las chipas de fuego que ya dejaba ver Novara debido a su poder descontrolado. —¿Por qué no la ayudas tú?

—¿Yo?

Arterys se giró entonces hacia Novara que de rodillas se sujetaba el pecho, sintiendo como el fuego a su alrededor la dejaba sin oxígeno, y aun así sus ojos mostraban la rabia que sentía al ver a Hedas. En la venganza que planeaba en su mente. El chico comenzó acercarse a ella sin saber qué podría hacer, temiendo que aquel fuego le quemase, pero la puerta volvió a abrirse con Dullahan al frente, Zelik y Hara a sus espaldas.

Así que después de todo no los habían abandonado, si no que habían ido a buscar al único hombre del campamento que podría parar aquello.

Basta.

Dullahan Somber se internó en la sala caminando hasta la niña. Arterys no sabía que debía hacer así que simplemente retrocedió dejándola sola una vez más. Rindiéndose antes de acercarse. El hombre murmuró unas extrañas palabras al oído de la niña y poniendo una mano sobre el colgante que ella llevaba, toda aquella magia desapareció de un plumazo.

El cuerpo de Novara Ganodac cayó en los brazos de su mentor, quién una vez en pie la cargó en sus grandes brazos para evitar que tocase el frío suelo de piedra. Así al menos mantendría algo de calor.

—Creo que ya ha llegado el momento, Dullahan.

—¿Tú crees? —Se quejó el otro hombre viendo como Arterys no había despegado los ojos de la niña en todo el rato. En Zelik y Hara entrando a la habitación, sin apartarse el uno del otro.

—¿El momento para qué? —Pregunto Zelik con más valor del que nadie tenía en aquella sala.

—Para vuestra primera misión. —Sentenció Hedas con una gran sonrisa oscura.


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