Capítulo 26 ❆
Las manos de Bugul la sacudieron sin cesar, sus dedos huesudos se clavaron sobre sus hombros y la arrastraron contra uno de los grandes robles que se encontraban cerca del riachuelo. Sus cuerpos quedaron embarrados mientras el silencio reinaba sobre ellos, sobre el mundo. Apenas sabían qué había sucedido, solo el silbido de una flecha y un grito fue todo lo que llegaron a escuchar.
Ningún pájaro parecía dispuesto a correr el riesgo de batir sus alas, ninguna liebre quería hacer el más mínimo ruido y ser atravesada por otra flecha. El mundo se había detenido en aquel instante y todo el bosque lo sabía.
Una presencia oscura deambulaba entre ellos, entre los arbustos, entre sus aguas. Algo o alguien a quien todos temían. Y si no lo hacías, si no te aterraban las leyendas solo podía ser por dos motivos, o eras un ignorante, o un idiota.
—Vanora...
La joven que se encontraba hecha un ovillo contra el árbol, no fue capaz de levantar la vista hasta que Bugul le agarró de la mano. Demasiados pensamientos golpeaban a la joven, aterrada por el sonido de la flecha. No quería admitirlo, pero aquello, el grito, el disparo, desencadenó el terror que había mantenido oculto desde lo sucedido en el sur.
Alguien los había visto, o estaba cazando demasiado cerca. De cualquier forma, la posibilidad de ser la presa de algún cazador experimentado, de ser el objetivo de alguno de los mercenarios de su padre la hacía hiperventilar como las noches en las que las ventiscas golpeaban su reino.
Temblorosa, y sin dejar de observar a su amigo, se permitió durante unos instantes mirar a su alrededor en busca de alguna señal. Pero no había nada. ¿Acaso se lo había imaginado? No, aquello era imposible. El grito había sido demasiado real, como para imaginarlo.
La cara de Bugul dejaba claro que él también había escuchado la flecha, y el grito. Que, sin duda, no estaba cayendo en la locura.
—Bugul saber otro camino.
—¿Crees que me están buscando a mí o.?? —Ni siquiera podía terminar la frase, su aliento era casi nulo y sus pulmones ardían al no recibir la cantidad necesaria para respirar con normalidad—. Creo que me estoy ahogando...No puedo respirar.
—¿Confiar en Bugul? —La princesa asintió ante su pregunta, y antes de que pudiera alzar la cabeza el pequeño ya tiraba de ella hacía el interior del bosque—. Seguir a Bugul. Correr sin parar.
Las hojas crujían bajo sus pies, y las ramitas seguían el mismo ritmo al romperse. No estaban siendo muy silenciosos, y fuera lo que fuera lo que hubiera disparado aquella flecha, tenían la certeza de que podría seguir les con mucha facilidad. Y no parecía fallar en su objetivo.
Pero había algo que no lograba sacar de su mente en esos instantes y era; ¿Por qué motivo le aterraba tanto su padre? Quería matarla, sí. Ya lo había dejado claro, pero hasta aquel día en la Corte Sur no había mostrado indicios de que fuera una amenaza tan real. Entonces... ¿Qué había cambiado? ¿Qué había visto su padre en ella? Necesitaba saber cuál era el motivo de su persecución.
¿Y su hermano? ¿Por qué motivo habría insistido tanto en defender a su padre? Odiaba las situaciones como aquella, en la que cuando su vida parecía correr peligro su mente iba a mil por hora. Sus recuerdos y pensamientos se mezclaban de tal forma que en ocasiones la bloqueaban en exceso.
Entonces Bugul giró para meterse por un pequeño desfiladero soltando a Vanora para examinar el lugar. La princesa aun aturdida por todo lo que bullía en su mente, no controló a tiempo la frenada y se deslizó por la tierra húmeda hasta tropezar con una extraña masa y caer al suelo.
Su cara se embadurno de barro y hojas, maldiciendo por ser tan estúpida y patosa, se apoyó en sus codos para ver con qué estúpida roca había tropezado. ¿Roca? No lo era, sin duda. Sus ojos no creían lo que estaban viendo, y sin embargo no podía apartar la mirada de ello. De él.
El cuerpo de un chico de su misma edad yacía en el suelo desangrándose, sujetándose la flecha que tenía clavada al lado del corazón. El muchacho de cabellos rizados tosía la sangre que brotaba sin cesar, manchando su propia cara. Aterrorizada, Vanora se arrastró por el suelo lejos de él.
Zalnar.
El príncipe Zalnar.
Su imagen vino entonces a su mente como la reina de todas sus pesadillas. En su cuerpo apuñalado por las garras del Espectro, y en como este caía al suelo desangrándose. Sus ojos azules mirarla por última vez antes de perderse en la oscuridad para siempre.
El grito de Vanora fue tan agudo que Bugul corrió con desesperación hasta ella con su propio carcaj y flechas a la espalda. El pequeño monstruo parecía temer más por la vida de su compañera que por la de sí mismo, hasta que comprendió que no era ella, no estaba herida. Observó la escena con horror, sin saber qué hacer exactamente. Sin saber cómo ayudar aquel chico que ya estaba condenado a muerte.
—Bugul no poder hacer nada por él. —Avisó a Vanora que, aun temblando contra las rocas, observaba al muchacho sufrir espasmos mientras se desangraba—. Huir. Vanora, huir.
—¿Van...? ¿Vanora...? —Murmuró el joven herido—. Sois la princesa...
—¿Sabéis quién soy?
—Ayudadme...—Suplicó el joven mientras estiraba una de las manos hacía ella—. Por favor...
Bugul trató de frenar a Vanora, pero la princesa ya se encontraba de rodillas al lado del muchacho. Con la cara embadurnada de tierra, esta se limpiaba por las lágrimas que caían de sus ojos sin cesar. Aun con la imagen del heredero del sur muerto a sus pies, no estaba dispuesta a dejar que otra persona muriera delante suya.
—Bugul, haz algo.
—Bugul no poder curar esa herida. Bugul saber quién le ha disparado, debemos huir.
—¡Podemos salvarlo! ¡Tenemos que hacer algo! —Exigió la princesa, como si con aquella orden tuviera el poder para movilizar a su amigo. Pero no se movió, Bugul simplemente bajó la cabeza aguardando por el momento final—. No puedes rendirte, no puedo rendirme así...
—Él viene...Él me quiere...muerto.
—¿Qué? ¿Quién? ¿Lord Cadogan? ¿Habláis de él?
Vanora tenía tantas preguntas, y tan pocas respuestas que no supo qué hacer cuando el muchacho comenzó a toser desesperado por librarse de la sangre que se acumulaba en su garganta. Sus manos agarraron al chico para sentarlo y ayudarle a deshacerse del líquido rojo antes de que se ahogara en su propia sangre. Necesitaba saber que amenaza les perseguía, quien podría ir a por ella ahora. A por Bugul.
Quería, necesitaba estar preparada. No podía dejar que otra persona sufriera el mismo destino que Zalnar, que otro mestizo muriera por su culpa. Pero los latidos de su corazón la ensordecían, sin dejarle escuchar las súplicas de su amigo que tiraba de su capa raída a sus espaldas.
—No...Él es peor. Él es...
¿Peor? ¿Peor que lord Cadogan? Vanora no podía creer que hubiera alguien más cruel y feroz que su propio padre. Era imposible, ¿verdad?
Antes de que el chico pudiera darle respuestas otra flecha cortó el viento, y se clavó directamente en el ojo derecho del chico antes de que pudiera terminar la frase. La sangre salpicó todo, su propio rostro y el de Vanora, que tosió y asustada soltó el cuerpo sin vida del chico.
Vanora no tardó en ponerse en pie, mirando a todos lados en busca del asesino. Sus venas palpitaban por todo su cuerpo, la adrenalina que sentía se mezclaba con el terror por lo sucedido alimentando su estado de shock. ¿Qué debía hacer? ¿Dónde debía mirar? ¿Podría luchar contra esa persona misteriosa? No podía respirar. La presión en su pecho indicaba que estaba a punto de estallar, de dejarse ir por aquel calor que empezaba acumularse en sus manos y en su corazón. Y el terror a que pudiera volver a "explotar" como sucedió con los Espectrals y Zalnar la asustó aún más.
No había señales, por ninguna parte del tirador. Del arquero. ¿Dónde estaba?
Nunca sabrían de dónde había venido la flecha, hasta que la siguiente volará en dirección a ellos. Cuando una de las nuevas flechas se clavase en su corazón, entonces tal vez vería al hábil asesino que se encontraba oculto en la maleza. Quizás, aquel día sería el día de su muerte.
—Huir.
Bugul no estaba dispuesto a ser la diana para el misterioso arquero, y aunque Vanora se resistía a dejar el cuerpo del chico allí, sin un entierro digno, el pequeño monstruo sacó más fuerza de la que nunca había mostrado para arrastrarla dentro del desfiladero.
Corriendo entre las rocas, con el silbido del viento en sus oídos, Vanora no podía dejar de pensar en cómo había abandonado aquel chico a su suerte. En cómo había dejado allí su cuerpo, pudriéndose, solo, hasta que alguien lo encontrase...
Como había hecho con el propio Zalnar.
Como la cobarde que era, decidió lanzar una última mirada atrás y rogarle perdón aquel extraño chico, al que guardaría para siempre en su memoria, como otro al que no pudo salvar. En medio de su culpabilidad y sus sollozos, vio más allá a la misteriosa figura encapuchada, tensando el arco una vez más. Y esta vez, ellos eran el objetivo.
Y mientras tanto la culpabilidad comenzó ahogarla a cada zancada rumbo a su salvación.
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