Capítulo 14 ❆
Frente a su hermano, en uno de los jardines de palacio, Vanora no podía evitar pensar en lo que le esperaba en las pruebas. ¿Cuándo serían? ¿Cuándo le indicarían que debía marchar para prepararse? Las preguntas la golpeaban sin descanso, propiciándole un estado de nerviosísimo y ansiedad que no hacía más que aumentar.
Aquello era completamente diferente a lo que se había enfrentado antes, pues escaparse de los guardias, tratar de fastidiar los bailes o las festividades que su padre trataba de organizar en el palacio del norte, eran un juego de niños en comparación a lo que le aguardaba.
—¿Qué sucede Vany? Estás algo distraída...
La joven negó con la cabeza a medida que paseaban por las fuentes que se encontraban repartidas por los jardines de palacio. A su alrededor, los arbustos y setos se encontraban bien podados, cuidados con un sumo esfuerzo por los jardineros de la corte. Aquel lugar le propiciaba una extraña paz, gracias a las sombras de los árboles y el frescor que otorgaban las fuentes en un lugar tan cálido y en ocasiones sofocante, como lo era el sur.
—Soy tu hermano, no deberías mentirme. —Murmuró el príncipe que paseaba a su lado—. ¿Es por la primera prueba?
—Creo que será en el Calión y temo que no consiga superarla. Sería una humillación para mí...
—Lo harás bien, ya lo verás. No debes preocuparte, además no suelen ser demasiado duras...Somos unos niños, no pueden enfrentarnos contra monstruos sin apenas entrenamiento.
—Padre querría verme de rodillas ante el monstruo, soldado o criatura que me pusieran delante a luchar.
—Lo que opine padre es problema suyo, Vany.
Banon apenas era un poco más alto que ella. Con sus manos cubiertas por anillos, entre ellos el que portaba el símbolo real de su corte agarró los hombros de su hermana menor.
Los ojos de ambos hermanos eran del mismo color, prácticamente parecían idénticos a pesar de que él poseía una tez más morena que ella, y su cabello no era más que un castaño oscuro con reflejos burdeos, pareciendo casi un pelirrojo muy oscuro. Vanora, al contrario, lucía una melena burdeos en su máximo esplendor, como el más intenso de los vinos igualando a su color.
—¿Realmente crees en mí? ¿Tienes esperanza en mis pocas habilidades?
Banon ya se encontraba algo más alejado de ella examinando el interior de una de las fuentes donde unos peces nadaban en su interior. Sus ojos grises se clavaron entonces en los de su hermana y, dedicándole una sonrisa sincera, contestó.
—Yo no estoy seguro de querer reinar Vanora. No quiero ser el rey que padre quiere y, sé en el fondo de mi corazón, que la fortaleza que él busca con tanta insistencia en mí está realmente en ti. —Los ojos del joven se oscurecieron en el momento que observó como uno de los peces se detenía frente a él, parecía estar observándolo, como todos hacían—. Sé que, si hubieras nacido con el sexo adecuado, tú serias el heredero legítimo a la corona y no yo. Pero eres una dama, una mujer...Y vivo aterrado con la idea de que por ello te maten, te pierda o acabes en manos de algún hombre que te ponga todavía más cadenas encima.
—Yo sé que serías un buen rey, serías el mejor alto lord de toda la historia de nuestra corte. Posees un buen corazón, algo que nuestro padre jamás ha tenido, ni tendrá.
El dolor en los ojos de Vanora brilló aún más que la ausencia en los de su hermano Banon. Quien antes de poder avisar a su hermana, echó a correr hacia ella al comprobar como un soldado atrapaba a la joven por la espalda y la agarraba por el cuello en busca de cubrir su boca con un trapo.
—¡Vanora! ¡Suéltala maldito!
—¡Ayúdame...!
Los gritos de Vanora eran fuertes, tratando de aferrarse a los brazos del hombre que la sostenía y que trataba de reducirla. Su corazón comenzó a latir a toda velocidad, asustada por lo que podría pasarle y lo que ese tipo le podría hacer. No podía evitar pensar en la posibilidad de que fuera el hombre que trató de forzarla hacía unas noches en el baile.
La visión de su hermano corriendo hacia ella fue como una imagen a cámara lenta. Otro soldado apareció entre los arbustos derribando de un empujón al joven príncipe, que cayó sobre una de las fuentes quedando así empapado. Tras él, el rey Cadogan salió de las penumbras con una sonrisa arrogante.
—¿Padre...? ¿Qué estáis haciendo? —Los ojos de Banon se desviaron hasta su hermana, levantándose a toda prisa con tal de ir ayudarla—. ¡Deteneos! ¡Es una orden! ¡Os habla vuestro príncipe!
Lord Cadogan se aproximó hasta su hijo, que aun completamente mojado y tiritando por el repentino cambio de temperatura de su cuerpo, se vio agarrado por la camisa a manos de su padre. El hombre mostró sus dientes amarillos y le sonrió con frialdad.
—Esto es lo que hace un rey, Banon. Lo que algún día te tocará hacer a ti si tienes una hija. —El hombre soltó a su hijo bruscamente dejando que uno de sus soldados le impidiera avanzar en la dirección de su padre y su hermana.
Vanora, aun temblando y forcejando con uñas y dientes entre los brazos de aquel hombre, observó como su propio padre se acercaba hasta ella. Sus fuertes y callosas manos sujetaron la mandíbula de la joven, que se mostraba aterrada por las intenciones de su progenitor.
—Padre...Por favor... —Le suplicó ella.
—No puedo permitirme tener una mancha en mi linaje, querida...Espero que lo entiendas.
Tras aquellas palabras, la mano del soldado se movió con velocidad aprovechando la sorpresa y la confusión de Vanora. El trapo mugriento con el que cubrió su boca parecía estar bañado en algún tipo de líquido que propiciaba un olor tan fuerte y tan intenso, que logró que la joven princesa perdiera el conocimiento a los pocos segundos de respirar.
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Sus parpados aun pesaban. Y su cuerpo entumecido, apenas respondía a los impulsos que trataba de mandarle a sus músculos. Vanora Cadogan no tenía ni la más remota idea de donde estaba, ni de lo que había sucedido.
Fue entonces cuando sintió que sus oídos se destaponaban, como sucedía cuando subías mucho una montaña, y sentías que aquella extraña presión que te impedía escuchar en condiciones desaparecía. Tras liberarse de esa sensación, sus ojos comenzaron a abrirse y tirada en un suelo arenoso, los gritos del público comenzaron a llegarle sin descanso.
Su rostro mostraba claramente la confusión que brillaba en ella, sin apenas comprender como había llegado a aquel lugar. El Calión. Un lugar enorme, un edificio circular que parecía llegar hasta las nubes donde su público se sentaba en su interior para observar la arena de combate que se encontraba en el centro. El sitio ideal para espectáculos como aquel.
—¿Qué...?
Lentamente se puso de rodillas para así, una vez en pie, observar que se encontraba en la arena de combate. Encadenada al suelo, al igual que varios chicos y chicas de su edad, que formaban un círculo rodeando lo que parecía ser una jaula donde se encontraba un caimán enorme. Una criatura que provenía de la Corte Oeste y el enemigo número de uno de dicha corte. Aquel espécimen era auténticamente aterrador.
Sus escamas verdes y grisáceas eran enormes y cubrían su cuerpo reptiliano que poseía tres patas a cada lado, con unas garras ennegrecidas, pero perfectamente afiladas. Sus colmillos tampoco se quedaban atrás, pues su cabeza alargada terminaba con un enorme cuerno que se alzaba en su hocico manchado con lo que parecía ser sangre seca, al igual que en sus dientes. Kárima, era el nombre que poseían aquellas bestias del averno.
Vanora fue examinando el rostro de quienes se encontraban a su alrededor, totalmente aturdidos. Observaban como deshacerse de las cadenas que les atrapaban las muñecas. Sus esposas de hierro estaban unidas con una cadena anclada al suelo. Sus ojos se desviaron entonces hasta Argel y Ronet Gallander que se encontraban uno al lado del otro lanzándose miradas desaprobatorias, rencorosas...Estaba claro que aun siendo hermanos no podrían aliarse para luchar contra aquel monstruo.
Debía buscar algún aliado. Aquel era el consejo que su hermano Banon le había dado, en las pruebas era necesario buscar algún compañero o no podrías sobrevivir. Sus palabras retumbaban en su mente, y la ensordecían como si tuviera un enjambre rodeándole.
Al otro lado podían verse más niños y niñas. Entre ellos hubo una jovencita que le llamó claramente la atención por su extraño cabello, pues era completamente negro como la noche más oscura, con las puntas de un azul turquesa tan raro como llamativo.
Fue entonces cuando una especie de trompeta resonó por el lugar y el presentador dio la bienvenida a las pruebas de la unión. Tras presentar a las diferentes cortes y a sus reyes, fue cuando indicó que la primera prueba estaba a punto de comenzar.
—¿Cómo vamos a luchar encadenados?
Vanora escuchó como Ronet Gallander gritaba aquella pregunta prácticamente para sí mismo. Argel, su hermano, se mostraba claramente aterrado sin saber que hacer, parecía estar totalmente ido, como si su mente no estuviera realmente allí. ¿Sería por lo que había escuchado? ¿Por la marcha de su padre?
—¡Las llaves!
El grito de una de las chicas alertó al resto que empezaron a excavar aun con las muñecas encadenadas en la arena que se encontraba bajo sus pies. Vanora hizo lo mismo. Se dejó los dedos contra la arena y las piedras que se encontraban en el suelo, sintiendo como se clavaban en su piel provocando diminutos cortes.
Como si se tratase de una cuenta atrás, en el momento en el que todos los pequeños comenzaron a rebuscar en la arena en busca de la llave, y así salir corriendo hacía las diferentes armas que se encontraban tiradas por el arenal, la jaula de aquel monstruo iba abriéndose lentamente.
Una menos.
Las cadenas y las esposas que llevaban iban cayendo. Todos acabaron libres antes de que la jaula se abriera, sin embargo, todos se mantuvieron petrificados ante la enorme bestia que tenían delante suya. Una criatura aterradora que rugía como un león ante sus próximas víctimas.
Vanora sentía que su corazón latía desbocado contra su pecho, preguntándose si aquel monstruo se habría dado cuenta de que ella era la única que no había logrado deshacerse de sus cadenas. El terror comenzó a aumentar al comprobar como a cada manotazo que daba a la arena, las llaves no aparecían.
Entonces lo comprendió.
Las palabras de su padre regresaron a ella como una pesadilla y su rostro se volvió pálido al observar sus muñecas ya marcadas por haber pasado toda su vida encadenada, ahora algo ensangrentadas por la fuerza que había estado haciendo.
"No puedo permitirme tener una mancha en mi linaje. Espero que lo entiendas."
Sus ojos grises se desviaron entonces hasta el palco donde se encontraba su familia, a mitad de camino, observó a los integrantes de la Corte Sur, donde se encontraba su reina inclinada sobre la baranda con rostro de preocupación, al igual que Vallan.
Cuando alcanzó a ver a su familia, pudo apreciar como su hermano estaba siendo sujetado por varios guardias, impidiéndole acercarse más de lo necesario a la barandilla. Su madre lucía encadenada y temblorosa, su perfecto rostro ahora estaba herido, como si le hubieran dado una paliza. Y tras ella, estaba erguido su padre.
El rey Cadogan, el alto lord de la Corte Norte, zarandeaba la llave que debía de estar en la arena, la había puesto en un colgante de plata que lentamente le puso a su mujer, la reina, que lloraba al comprender lo que sucedería.
La llave de la libertad de su hija, la tendría en su cuello, como castigo por tener no solo una mujer, sino dos damas débiles que representaban su corte.
Los ojos de Vanora mostraron más rabia de la que nunca había sentido, observando como su madre sollozaba en silencio y en la tenebrosa sonrisa triunfal de su padre al cumplir la promesa silenciosa que le había hecho aquella misma mañana.
—Hoy no, padre.
La voz de Vanora pareció llegar hasta él. No eran meras palabras perdidas al viento, sino que eran una promesa. El rugido de la bestia resonó por el lugar sofocando los murmullos del pueblo y la joven desvió su mirada ardiente al monstruo que tenía delante a sabiendas de que los fríos ojos de su padre permanecían atentos a ella.
— ¿Me estás escuchando? Hoy no, no me ganarás.
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