7
Llegó la hora del almuerzo. Ella debía presentarse en el gran comedor a servir la comida o atenerse a las consecuencias y no quería arriesgarse sin motivo.
Alisó una vez más la fina seda que actuaba como falda en un tic nervioso, el uniforme con el que la habían hecho presentarse a la cena era muy cantoso, se suponía que era de sirvienta, pero le parecía muy lujoso para el rango en el que se encontraba ella.
El vestido era simple pero de seda suave y blanco pulcro, sin corsé y con corpiño, acabado en atarse por la espalda con tres disimulados lazos de cuero marrón al que estaba sujeto por una saga que rodeaba sus pechos y cintura, la falda llegaba casi a sus tobillos y era de curva fina, no era bombeada o glamurosa como tantas otras que simulaban unas anchas caderas, en cambio, esta falda le daba más movilidad a la hora de subir escalones, andar o incluso dar patadas al aire.
Se fijó una vez más en su atuendo para luego levantar la mirada hacia unos jarrones poblados de rosas recién cortadas.
Esperando en la sala a que llegara el señor empezó a rememorar todo lo que le había ocurrido en tan solo un mes. Todo el rencor y resentimiento guardado hacia su familia y en especial a su padre, lo tanto que echaba de menos a su hermana pequeña y las millones de preguntas que asaltaban su mente sobre su estado en estos instantes al seguir viviendo con aquel monstruo como padre, no pudo evitar que una arruga de preocupación surcara su frente, no se había despedido de ella, no había tenido tiempo, de un día para otro ya estaba siendo transportada en una carreta a la ciudad. Siguió dándole vueltas a todo lo que había dejado atrás hasta que una voz raposa y vibrante la sacó de sus pesadillas.
- ¿Qué le ha hecho esa planta? – pregunto divertido una voz a sus espaldas, ella se giró lentamente y se sorprendió al ver al mismismo señor del castillo parado frente a ella con una leve sonrisa y mirada juguetona. Y era verdad sin darse cuenta se había mantenido mirando a una planta de la decoración como si quisiera arrancarle las raíces. Le sorprendió los cambios de temperamento que tenía ese señor, "este hombre es bipolar" dedujo ella. - ¿ahora no sabes hablar? - pregunto el sacándola de su estupefacción, ella rápidamente se recompuso y le contesto
-Nada, practicaba como mirarle. - zanjo ella sin rodeos, y entonces se dio cuenta de su imprudencia, sin embargo, lo que más la sorprendió y asustó a la vez fue la reacción del sujeto en frente, este negaba con la cabeza a la vez que sonreía travieso. Ambos estaban solos en aquella amplia sala y ella temió cual podría ser el siguiente movimiento de este. En cambio, el nombrado se limitó a sentarse en la mesa y pedirle, esta vez más suavemente que le sirva la comida.
Mientras le servía el almuerzo con precaución, manteniendo distancias este la observaba detalladamente advirtiendo del mal aspecto que tenía la joven.
La nombrada era hermosa, eso no cabía duda, su larga cabellera castaña caía en ondas por su espalda, sus preciosos ojos similares a dos esmeraldas verdes y sus labios rosados, aunque un hilo de sangre seca descendía de este, acompañado de un ojo morado y una mejilla colorada aún terminándose de sanar y el rostro marcado por hematomas o heridas sin curarse propiamente, todos esos golpes habían sido recibidos en el sitio donde la había comprado y a juzgar por la familia de donde venía, algunos podían ser de hace antes. Pensó en mandar a alguien a cuidar correctamente esas heridas, pero borró esa idea de su cabeza.
Él tenía sus razones del porqué la había comprado, se recordó porque estaba haciendo esto, porque causa, por la justicia que había decidido tomar él de su propia mano, no podía dejar que su cercanía o el apego que amenazaba con aflorar por ella lo desviaran de su principal plan.
Pero eso era otra historia que sería contada más adelante.
Desde pequeño le habían obligado a pensar de aquella manera siguiendo así la forma de pensar de la sociedad, cuando era joven no estaba de acuerdo con el trato que se les daba a las mujeres ya que se las tenía que respetar al igual que a cualquier persona sin importar ser de diferente género.
Una vez su padre cuando él tenia diez años le dijo a su hijo que a las mujeres salvajes que nunca habían sido domadas por la mano del hombre se las debía enseñar, se las debía transformar en una rosa sin espinas, las veía como a un perro que había que dominar, al que se le tenia que acortar la correa, así que su yo infantil ni corto ni perezoso le respondió que una rosa sin espinas dejaría de ser una rosa con doble intención mas allá de la frase profunda, pues las rosas podían ser igual de hermosas que de peligrosas, sus espinas eran su única arma, y si las despojabas de ellas les arrancabas una parte suya, las hacía perder esa chispa, su color y sus perfectos pétalos te atraían seduciéndote con su elegancia y hermosura, pero si te acercabas y la intentabas tocar se defendía con su mayor arma, su fuerza e inteligencia, características muy infravaloradas en la mujer y que no muchos hombres poseían.
Añadiendo a esto el hecho de que ellas eran las que traían al mundo a los bebes, se las tendría que tratar como diosas en vez de basura, o, al menos eso fue lo que pensó en su niñez. Alguna vez en su infancia mostró esos pensamientos contradictorios y mente rebelde recibiendo castigos muy severos por parte de su padre, solía golpearle y grabarle a fuego esa idea en la cabeza, aún tenía cicatrices y marcas en su espalda.
Dejó esos pensamientos atrás centrándose en el presente y en su vendida, él la había comprado con el único fin de que sea una criada más, no debía tener un mejor trato por mucho que le costase aceptarlo, debía seguir a la sociedad por puro instinto de supervivencia.
Siguió observando a la dueña de la cabellera castaña que caía en cascada y formaba ondas en el camino. Las dos bolsas oscuras bajo sus ojos eran notables, dando a entender que no había dormido en semanas, la palidez enfermiza de la chica, y la delgadez que había conseguido con el tiempo a falta de comida.
Antes de cometer cualquier estupidez y mostrase débil ante alguien aparto la vista y se fijó en su comida, el resto del tiempo un silencio incómodo reinó en el comedor.
Inesperadamente, el hombre sin nombre la hablo cortando así el silencio.
-No tienes manos de sierva, ¿Dónde vivía antes? - ese comentario tan repentino la sacó de contexto, no sabía que responder, viniendo de él podía ser cualquier cosa. Lo más preferible en ese momento seria mentir. Diciendo una de las muchas mentiras que tenia programadas junto a su padre en caso de que algún grupo de barrios bajos la encontrase y usar una tapadera, nunca podrían hablar, tendría primero que morir antes de abrir la boca, eso fue lo que la enseño
-Vivía bajo el mismo techo que un astrólogo, un fanático de las estrellas y constelaciones. Me acogía en su morada a cambio de trabajo.
- ¿Sabe acerca de esa clase de temas?
- Más o menos, algo me enseño.
Después de eso el le pregunto ciertas cosas de astrología como los nombres de constelaciones o donde se sitúan y ella salvada por su afán de leer libros, entre ellos de ese tipo de cosas, pudo contestar todas sus preguntas sin titubear.
-Fénix, o el ave en llamas, es una constelación menor del sur. Es muy difícil de ver, ypermanece baja en el cielo para el que viva al norte del ecuador. Fénix esasociado con la lluvia de estrellas queocurre cada cinco de diciembre- terminó de explicar.
-Que curioso- pensó, el próximo cinco de diciembre seria en aproximadamente un mes, sería precioso ir a verlo.
Después de esa conversación no hizo mucho más que intercambiar unas pocas palabras para despedirse y después abandonar el comedor.
Esa misma tarde al volver a por un cubo de agua para seguir fregando se encontró con una bandeja de comida preparada con una corta nota dirigiéndose a lo que intuía que era ella ya que la nombraban como la vendida, escrito en una cuidada caligrafía la carta decía que comiera poniendo la única excusa de que necesitaba recobrar fuerzas para seguir con su trabajo., lo que la extrañó fue que venia con un volumen acerca de una de sus constelaciones favoritas, orión, sin perder oportunidad leyó con entusiasmo cada pagina recordando como era sentir el avance de la hojas a medida que leía, el olor a viejo que emanaban los libros, y en especial lo mágicos que eran.
Y así lo hizo, comió degustando y saboreando el alimento agradeciendo el agua que venía acompañando. Al mismo tiempo que sucedía esto, una silueta observaba comer a la joven hambrienta desde el pasillo, entre la oscuridad.
Paso una semana ajetreada en la que siempre se repetía lo mismo, trabajaba duramente todo el día, le servía el almuerzo y cena al señor, en cambio esta vez no intercambiaban palabras, se limitaban a hacer cada uno lo suyo y después abandonaban el salón sin siquiera mirarse. Después por las tardes siempre recibía la bandeja con generosa comida que ella agradecía internamente y por las noches trataba de entrar en calor como pudiese. Ya era sistemático, todos los días lo mismo, sin ningún cambio, en ningún momento podía detenerse a tratar de huir y por las noches guardias custodiaban la puerta principal o cualquier otra vía de escape. Empezaba a cansarse de la misma rutina.
Ese día en cambio cuando se adentraba en el salón siguiendo la costumbre, él la hablo, la ojiverde estaba terminando de servir la cena, y encender los candelabros de la estancia cuando él le pregunto algo.
- ¿Sabe leer? - esa pregunta tan repentina la sacó de lugar, sin saber que responder, o cual sería la respuesta que el querría escuchar, al final se decantó por decir la verdad.
-Si- respondió seca, sin mirarle a la cara- ¿Por qué la pregunta? - añadió tratando de esconder su curiosidad.
-Quiero que te aprendas un libro de cocina, la comida que prepara es pésima. - ignoró por completo su comentario y se centró en lo último que había dicho, podría leer algo, aunque sea un libro de cocina, tal vez así sus días sean más a menos. Y nunca lo admitiría delante de él, pero ella amaba leer, era su pasión, ¿y a quién no? Antes de que pasara todo ella vivía de los libros, se sumergía en la lectura imaginándose diferentes mundos, escenarios y aventuras en las que podía cabalgar a caballo entre la espesura del bosque libremente, viajar en barco cruzando el mar entero, viajar a su antojo alrededor del mundo, o escalar una montaña buscando el tesoro de la cima... millones de aventuras aguardaban tras esas páginas.
Y esa misma tarde recibió su primer libro desde hacía mucho tiempo, a partir de ahí todas las tardes y mañanas cuando se despertaba aparecía una bandeja de comida junto a un nuevo libro el cual acababa en cuestión de minutos, siempre se desvelaba por la noche, el sueño sobrevendría, pero de momento le interesaba más escapar de la dura realidad. Al principio siempre eran libros de cocina, luego empezaron a ser libros de diferentes géneros literarios, misterio, romance, miedo, acción...
Semanas pasaban y se adentraban más en el invierno, empezaron las nevascas más fuertes, ventiscas, vendavales, se pasaba el día lloviendo o nevando... cada vez notaba más la falta de ropa, o la necesidad de abrigarse más en las noches, una cama en la que dormir, o incluso una habitación cálida que se mantuviese caliente toda la noche en cambio el lugar donde dormía era estrecho húmedo y mal oliente.
Se levantó una mañana más, hacia más frio de lo normal, su cuerpo temblaba entero y sus dientes castañeaban.
Limpiando los ventanales de la planta inferior vio la escarcha de estos a causa de las temperaturas tan bajas que había últimamente. Había logrado cubrirse más el cuerpo con algunas telas viejas que había encontrado en un sótano subterráneo, y esperaba que no notasen la falta de estas o estaría en problemas.
El cielo ya no estaba pintados de colores anaranjados o rojizos como frecuentaba estarlo al alba, en cambio ahora solo se podía ver el gris del cielo y el blanco de la nieve en los árboles, plantas y suelo. El lago se había congelado y seria perfecto para patinar ahí si no fuera por lo inestable que estaba al tener una capa de muy poco grosor de hielo, y claro esta porque no podía salir del castillo a causa del señor.
Sin embargo, esa mañana supo que algo iba mal al no ver absolutamente a nadie, todo estaba en silencio, solitario. Y aunque fuera primera hora de la mañana estaba acostumbrada a ver gente pasar a toda prisa centrada en sus tareas pendientes, guardias dirigiéndose a sus puestos de trabajos o ganaderos trayendo la leche recién ordeñada.
Esa mañana al levantarse para comenzar con su día de trabajo de dio cuenta de algo, no se divisaba a nadie por ningún sitio, peino el castillo entero sin resultado alguno, y por último decidió ir a la planta más alta, la planta donde se encontraban los aposentos del señor, sabía que era estúpido y arriesgado pero la curiosidad le ganaba.
El castillo contaba con tres plantas, la inferior era donde se encontraba la entrada principal, allí se situaba la cocina con los fogones, las sartenes y las cazuelas, también se encontraba el salón y el comedor. La planta del medio era donde estaban las habitaciones de empleados, muchas de estas estaban vacías y aun así el señor del castillo no la dejaba dormir en una de ellas y seguía obligándola a dormir en ese habitáculo estrecho e incómodo. La planta superior era donde estaban las mejores vistas, nunca había podido subir ahí ya que eran las habitaciones prohibidas, en entre ellas estaba la habitación del señor, y otras que supondría que eran habitaciones para invitados. A esa planta nunca había subido por estrictas normas.
En cambio, hoy lo haría por primera vez, llevaba meses en ese castillo y podría situarse para poder llegar. No sabía muy bien que iba a conseguir con subir allí, pero esta vez quería descubrirlo por su propia cuenta.
Al subir el resto de los escalones soltó la barandilla en forma de caracol a la que sin darse cuenta se había aferrado y se dispuso a explorar el lugar.
Cuando una puerta fue abierta con demasiada fuerza hasta el punto de llegar a pensar que la podría haber roto, ella se sobresaltó y por la puerta casi desencajada salió la señora Wells, una sirvienta del castillo con la que había hablado mucho estas últimas semanas, salía de allí espantada, casi huyendo. La castaña se acercó tratando de calmarla sin éxito.
-Es un monstruo, es imposible- repetía ella alarmada.
-Cálmate y dime que ha pasado, quien ha sido.
-Esta mañana el señor despertó con un puñal atravesando su estómago, cuando entre para dejarle la ropa lavada él estaba muy pálido y creo que, con fiebre, me acerque y vi el cuchillo. Necesito ayuda médica, yo no sé de eso, no deja de gruñir, maldecir y gritar, no puede estar quieto ni un segundo y todavía no le he logrado sacar el cuchillo- ella algo sabia de esas cosas, lo había aprendido durante tantos años explorando la naturaleza o de libros que alguna vez había leído.
-Bien, llama al médico más cercano de los alrededores, mientras yo me encargare, se algo de medicina, necesito trapos húmedos y vendas.
Con eso se cargó de valor y se adentró a la sala, tal vez con suerte había quedado inconsciente por el dolor y no se percataba de su presencia.
Al entrar le sorprendió mucho que el cuarto fuera el mismo que en el que había despertado el día que llego allí, debía de ser un error, seguro que los cuartos de invitados y el suyo tenían algún parecido y por pereza el señor solo la había subido a esa planta y dejado allí tirada de mala manera.
Se acerco un poco a la cama en la que estaba postrado el cuerpo del hombre. La chimenea alumbraba tenuemente la sala y la ventana había sido tapada por las cortinas, lo primero que hizo fue acercarse al ventanal y correr las cortinas dejando que la luz blanquecina iluminara por completo la habitación, y después recibió un gruñido por la persona que ahora la miraba queriendo matarla allí mismo.
Trago saliva con fuerza y se acercó a él cogiendo el trapo húmedo y acercándolo lentamente a su frente, el en ningún momento puso ninguna resistencia, se limitaba a observar las facciones preocupadas de la chica y dejar que esta limpiara las gotas de sudor de su frente y calmara ese calor con el paño mojado en agua. Luego ella con cuidado de no hacerle daño le saco la camisa y lo reviso.
-Bien escúcheme, ¿está consciente? - en respuesta asintió levemente con la cabeza y eso la basto para proseguir- no tiene hemorragia interna lo cual es bueno, tampoco tienes fluidos por lo que el puñal no ha tocado ningún órgano vital o punto importante. Tampoco le ha tocado las costillas, esta solo a un extremo del dorso. Gracias a que no te lo han sacado todavía no se ha desangrado debo de sacárselo de un tirón.
- ¿Usted sabe de medicina? - pregunto sorprendido de que una mujer sepa tanto, lo normal es que las mujeres únicamente aprendieran a limpiar, cocinar, y coser.
-Leí algunos libros acerca de eso, pero nunca lo practiqué, así que por favor manténgase quieto.
Agarro el puñal firmemente conto hasta diez y lo saco de un solo tirón provocando un grito rasposo por parte del del señor, se apresuró a parar como pudo el sangrado con unos trapos restantes. Ahora llegaba la peor parte, tendría que hervir el cuchillo en la chimenea y quemarlo para que la herida cicatrice y se detenga la hemorragia.
Al comprobar el estado del hombre se dio cuenta de que para su alivio había perdido la consciencia por el dolor.
Entonces tratando de no vomitar ahí mismo le quemo la herida haciéndolo despertar y gritar como loco removiéndose y complicándole el trabajo para después volver a caer en la inconsciencia.
Volvió a pasar el paño húmedo por su frente una vez más con la esperanza de que la fiebre bajase, tenía las pulsaciones aceleradas y la temperatura elevada, eso era malo, lo sabía, pero no había leído como prevenir o evitar la fiebre, de momento se había limitado a tratar de templarlo y estabilizarlo lo mejor que pudo, limpiándole la herida, el simple vestido que llevaba estaba entero manchado de sangre, y conforme pasaba el tiempo sin señales de recuperación por parte del hombre o personas en ese castillo más nerviosa se ponía.
Seguramente no había nadie en ese castillo velando por su bien estar o preocupándose por él, o si quiera teniendo cualquier tipo de relación amistosa con él, y no era de esperar más teniendo en cuento el comportamiento de este.
Tenía la vía de escape abierta y la opción de irse, podría dejarlo morir allí mismo tomándoselo como una venganza, pero ella no podía elegir si una persona moría o no y mucho menos a sus manos, ella no era quien para decidir quien moría o no, muy hipócrita viniendo de ella, una antigua asesina, pero ya no más, antes fue por su padre, estaba obligada, y, aunque siguiera sin poder dormir bien por toda la sangre que tenia en las manos decidió algo, no lo dejaría morir, no mataría a nadie más.
Entonces por mucho daño que la hubiese hecho decidió ayudarle sabiendo que cometía una estupidez.
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