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La noche llegó, y con ella la cena, a ella por lo que le habían ordenado tendría que servir en el comedor al señor. El nombrado había desaparecido a lo largo del día y no se había presentado para el almuerzo, le habían mandado prepáralo y dejarlo en una bandeja para que otros sirvientes se lo llevaran a sus aposentos. El señor dejaba a muy pocas personas pasar a sus aposentos, solo los sirvientes que limpiaban el lugar. Era uno de los cuartos prohibidos, y suponía que el más lujoso.
El sol se escondió entre las montañas seguido de la luna que se alzaba orgullosa y con ello llegó la hora de volver a enfrentar al señor del castillo.
Se adentró en el gran comedor, decorado con cupulas de oro, cuadros de alto costo, esculturas, y candelabros decorados de joyas, todo ahí gritaba dinero. más preámbulos se acercó a la extensa mesa de madera colocada en el medio de la estancia. El señor sentado en una de las esquinas de esta miraba al frente sin siquiera reparar en su presencia. Le sirvió lo mejor que pudo, él en ningún momento intercambio palabra o mirada con ella, parecía una estatua.
-Mas vino- exigió el de forma mal educada. Ella tuvo que morderse la lengua para no contestar y así quedarse otro día sin comida o peor, tenía que mantenerse al margen si quería salir de allí. Hizo lo que le pidió sin objetar o refutar nada.
La chica no solía servir vino, no acostumbraba a hacerlo cuando vivía en su antiguo hogar, no sabía abrir una botella de este ya que nunca lo había probado gracias a su institutriz. Trató de hacerlo lo mejor que pudo sin verter una gota.
La cena acabó y con ella su pequeño tormento, expulso el aire contenido y se disponía a recoger e irse cuando él la detuvo.
-Señor Peterson- hablo a uno de los sirvientes cercanos en una esquena- acompañe a esta chica a mis aposentos, su próximo dormitorio - eso la confundió, no sabía a qué se refería y prefería no descubrirlo.
-No- no planeaba compartir cuarto y tenía por seguro que eso no ocurriría, no iba a dormir en el mismo cuarto o aún peor, misma cama en la que estuviera aquel demonio de ojos grises, un gris tan oscuro y combinado con un azul zafiro que parecía que se desatase una tormenta en el interior de estos.
Sin darse cuenta se había quedado mirándolo más de lo necesario y remediando su error se giró en su dirección, encarándolo, retándolo con la mirada, preparándose para lo que diría a continuación.
Este la observo minuciosamente, estudiándola, ninguna mujer antes la había mirado de esa forma, no sabía cómo describirlo, tenía ese fuego en su mirada prometiendo quemarte si te acercabas demasiado, esa llama, esa chispa ardiente en una hoguera.
- ¿Perdone? - el hombre parecía más divertido que molesto, la miraba con una ceja alzada en un gesto de diversión, la comisura de sus labios curveó antes de volver a su estado principal de seriedad.
Entonces se dio cuenta de su error, había contradicho al señor del castillo, trató de restarle importancia no queriéndose mostrar preocupada o mucho menos atemorizada y habló.
-Prefiero dormir junto a las ratas antes que compartir la misma sala que usted- respondió la castaña transmitiendo todo su odio hacia el hombre.
-Que así sea, dormirá en la alacena. Mañana le levantaran a las cinco de la mañana para trabajar, quiero todo impoluto, lo que has hecho hoy no ha sido ni una cuarta parte del castillo. Tengo el inventario al completo de cada gramo de arroz de ese lugar, y como desaparezca hasta una partícula de polvo, lo pagaras por tus propios medios, por muy pocos que estos sean - la advirtió, y dejándola con la palabra en la boca además de exhausta, dejo atrás el comedor.
Maldecía su orgullo y lo que este la incitaba a hacer, pero suspiró aliviada al saber que al menos no tendría que dormir en la misma habitación que él.
Después de terminar sus múltiples tareas fue a la despensa. El lugar era un cubículo pequeño y oscuro. Olía a polvo y humedad. Había toda clase de trastos, tumbados o de pie: llenos de materiales de limpieza, utensilios de cocina, cubiertos, alguna que otra hortaliza o verdura recién recogidas dispersadas desordenadamente, o algunos ramos de zanahorias o cebollas colgando en medio del abigarramiento.
Sabía que era inútil probar, aunque sea una sola lechuga ya que él se enteraría y la castigaría, la estaba poniendo a prueba, solo tenía que resistirse a la tentación.
Sin detenerse a observar mucho el lugar se sentó en un pequeño espacio en una esquina enrolló sus brazos alrededor de sus piernas abrazando su propio cuerpo intentando alejar el frio de si, y ahí trato de dormir como pudo.
Esa misma noche una persona entro a la alacena y arropo el pequeño cuerpo de la joven que temblaba con una vieja manta que serviría para mantenerla caliente resguardándola del frio de una noche de invierno.
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