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Ese mismo mes había sido transportada contra su voluntad desde su país natal donde había dejado atrás a su padre, quien la había vendido por unas cuantas monedas a ese sitio sabiendo que era un suplicio, pues según él, ella ya no valía para la vida como ladrona alegando que era débil y sensible a la hora de matar, que su padre buscaba en ella un soldado al que no le temblara el pulso cuando debiese acabar con la vida de una persona, y la chica desde pequeña solo buscaba un padre en él que la apoyara después de la muerte de su madre a los siete años, suponía que ninguno encontró lo que buscaba en el otro.
Era de gran corazón, pura y salvaje, incontrolable. Más de una persona en el refugio oculto donde vivía había tratado de cortejarla, pero ella siempre los rechazaba los más educadamente posible. Ella no tenía planes de casarse, de tener ninguna relación, o de siquiera enamorarse. Quería ser libre, viajar por el mundo, conocer nuevos lugares, nuevas historias por contar.
Katherine vivía como ladrona en los barrios bajos de Londres, su padre le mandaba encargos en los que ella robaba a objetivos de poca pesca, sujetos sin importancia, una ladrona sencilla de nivel bajo, robaba cosas sin gran importancia, dinero, carteras, joyas de turistas o gente de no mucho dinero.
Su vida se basaba en eso: robar para su padre, entrenar queriendo ser la mejor, conseguir un buen dinero para tener con lo que comer.
Su madre murió cuando ella era pequeña, era la única de esa falsa familia a la que quería y con la que más lazos hizo, cuando ella se fue, siempre sintió que se llevó una parte de su vida.
Su infancia tampoco fue la mejor.
Desde muy pequeña la enseñaron que mataba o robaba por su propia supervivencia, que era ella o los demás, que tenía que elegir entre su vida o la de los que la rodean.
Nunca tuvo elección al tipo de vida que llevaba, nunca la dieron a elegir, ella solo tuvo que aprenderse a callar por su propio bien.
Creció creyendo que no tenía un soporte en el que apoyarse cuando lo necesitara, que no tenía un barco anclado en medio del mar en el que pudiese subirse cuando se ahogara.
Su disciplina y formación no fue como a la del resto de niñas a las que las enseñaban a coser, cocinar y hacer las tareas de la casa; ella a sus ocho años ya sabía atar nudos que sirviesen para atar gente en interrogatorios, o sujetos, cualquiera que a los ojos de su padre no fuera una persona de fiar, ella a su tan corta edad se encargaba de capturarlos y traerlos al sitio donde se escondía su clan. También aprendió un año después diferentes maneras de matar, toda clase de técnicas, movimientos o juegos sucios que se le ocurrieran a su padre los hacia aprenderlos y practicarlos a la niña.
A sus nueve años mato su primera víctima.
Era un traidor que había esparcido información que su padre quería mantener en secreto, y al enterarse de eso, lo puso como sujeto de prácticas a su hija de nueves años.
Lo ato y lo mando a correr por el bosque mientras desde una posición de buen tiro alentaba a su hija a acabar con la vida del desertor.
La chiquilla apuntaba con el arco tenso como tantas veces había hecho en prácticas disparando a dianas o árboles, pero esto no era lo mismo, era de alguien, una persona con una vida.
El padre al ver que la niña no hacía nada empezó a amenazarla diciendo que si fallaba el próximo cebo sería su hermana pequeña a la que tendría que matar a sangre fría consiguiendo así presionar a la niña la cual soltó la cuerda dejando que la flecha fuese directa al blanco, aterrizando en la yugular del hombre y siendo una muerte instantánea.
Recuerda ese día que quedó marcado en su conciencia el resto de su infancia y adolescencia, además de que esa ocasión no fue la última vez que mató.
Aprendió a pelear cuerpo a cuerpo con ejercicios y entrenamientos intensos para una niña de su edad, manejaba armas como el arco, palos, lanzas, cuchillos, tiro con cuchillos, toda clase de cosas punzantes con las que atacar o defenderse.
La familia era pequeña, formada únicamente por sus padres, y su hermana pequeña a la cual cuidó y amo como a nadie, eran inseparables, Katherine siempre intentó que su hermana no se metiera al mundo al que la metieron a ella, su hermana tenía la oportunidad de vivir la vida que ella siempre había querido y el derecho a no vivir bajo el constante peligro de los criminales de barrios bajos.
Al haber sido encerrada toda su vida bajo las normas y tareas que la atosigaban dejándola sin tiempo libre, solía hacer actividades nocturnas, escondida bajo la manta de las sombras era más fácil moverse.
A ella le encantaba explorar el bosque de los alrededores, solía escaparse por la noche con cuidado de que no la pillen o que algún depredador la aceche.
Volvía al alba, cuando el cielo comenzaba a clarear, nunca nadie se percató de sus escapadas nocturnas, se movía con agilidad y soltura entre los más profundos recovecos del bosque, sabia como sobrevivir allí durante días y era capaz de distinguir las diferentes pruebas que le ponía este, las setas, hierbajos o brebajes venenosos, los animales con los que debía guardar cierta distancia o precaución, diferenciar los sonidos del bosque en la noche, al final tantas veces que estuvo allí se convirtió como en su casa, su hogar, su sitio seguro.
De pequeña adoraba salir a correr por las noches, cuidadosamente de no tropezar con alguna rama sobresaliente o piedra, pasado un tiempo acabo por acostumbrarse.
Cuando la luna se alzaba y las estrellas se asomaban tímidas por el firmamento pintando el cielo oscuro, ella se sentaba en una roca en lo más alto de una colina a admirarlas, y allí pasaba horas contemplando la noche estrellada.
Una vez pasado un tiempo se armó de valor y le comento a su tutora acerca de ir a pasear al bosque durante el día y termino recibiendo un castigo de diez latigazos con la regla en la espalda.
Estuvo toda su vida encerrada anhelando el libre albedrio y siendo ella misma únicamente al anochecer.
Un pequeño salto del caballo al que iba montada la sacó de sus pensamientos o mejor nombrados recuerdos.
Después de esa vergonzosa escena, esa humillación hacia ella, y ese fuerte sentimiento que crecía con el paso del tiempo de impotencia, su comprador de desconocido nombre para ella la llevaba a caballo sin saber su destino exacto, pero preparándose para lo que había y tendría que aguantar.
Durante ese mes encerrada había sido sometida a todo tipo de castigos, tanto físicos como psicológicos. Apenas había probado bocado, la habían golpeado repetitivas veces como nunca en su vida, dejando heridas graves, cicatrices profundas y hematomas por todo su cuerpo sin curar.
Notaba como sus fuerzas se agotaban, la vista era menos clara a cada trote del caballo, se mecía por la rapidez del animal y se le complicaba cada vez más mantenerse erguida. Los ojos comenzaron a pesar, los mareos eran más fuertes, y su cuerpo cansado le pedía dormir, pero no podía rendirse, debía de mantenerse consciente de lo que ocurría en su entorno, tenía que ser fuerte, como había aprendido a lo largo de su vida, se repetía una y otra vez para mantenerse despierta.
Después de lo que a ella le pareció un día sin siquiera mediar palabra o descansar ella perdió todas sus fuerzas, sentía su cuerpo pesado y entumecido, y sus parpados en estos instantes parecían estar hechos de plomo. Acabó por desplomarse en el mismo caballo y con suerte de no caerse de este al ser sujeta por unos firmes brazos.
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