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Capítulo 9


—¿Frigg? —llamé desde la calle.

—¿Liv? ¿Qué pasa? —preguntó.

—¿Podría hablar contigo? Me gustaría preguntarte... cosas.

—Puedes venir con Freya —dijo ella.

—No, no. Quiero ir sola.

—De acuerdo, espera al coche en la puerta del colegio. Te recogerá.

No pasó mucho cuando el gran coche de Frigg, con el chófer grande del día anterior llegó a la puerta de la cafetería. Subí y me llevó a la gran casa de Frigg. Entré y allí me esperaba ella, con una sonrisa y un aire maternal del que carecía mi madre. Bueno... la que pensaba que era mi madre, porque mi madre era Atenea. Frigg me invitó a dejar mis cosas en la entrada y la seguí a uno de los jardines secretos.

—¿Te gusta la casa? —preguntó ella.

—Sí... es bonita —respondí. —Y curiosa. Desde fuera no parece tan grande.

—Es gracias a la magia. Una falsa ilusión. Tú no sabes utilizarla, por lo que veo.

—No —contesté. —Frigg...

—¿Sí?

—Como es la relación entre vosotros... los dioses.

—Creo que en la literatura está bien explicado todo.

—Ya... es que...

—Te sientes atraída hacia todo... ¿lo divino? —preguntó ella.

—Sí. —Asentí. —Es que...

—Freya y tú.

—¿Lo sabes? —pregunté boquiabierta.

—Lo sé. Tienes un pequeño lío en tu preciosa cabeza—dijo. —No te preocupes, es normal. Probablemente por Logan hayas sentido más... ¿atracción?

—Sí —contesté. —Es que... nunca había sentido atracción por ninguna chica, ni por Freya. Como... ¿enamoramiento?

—Logan también es un dios, hijo de dioses. —Fui a responder. —Sé que sabes que él lo desconocía, pero es un viaje que únicamente le pertenece a él. Liv, has estado rodeada de mortales durante toda tu vida, hasta que llegó Gabriel. Te sentiste atraída por él, pero por esa energía que transmitía, es un ser divino. Y luego aparecieron Logan y Freya, y te ocurrió lo mismo. ¿No te has sentido ni atraída por Kasandra-Frejya?

—Sí, por eso quería preguntarte. ¿Qué hago?

—Lo que te apetezca —soltó ella con una sonrisa.

—No quiero hacerle daño a Freya —repuse.

—Liv, los dioses no somos monógamos —contestó.

—Ya, pero yo me he criado en la tierra. Yo sí que lo soy. Y me importa los sentimientos de los demás... No es que a ti no te importen, pero... que eso. Yo he crecido con otros valores. ¿Cómo hago para que no me afecte?

—¿Qué no te afecte el qué?

—El... pues las ondas, o lo que sea que transmitan las divinidades

—Tú con práctica.

Nos levantamos y la seguí a otra sala, ese sitio era inmenso. Recorrimos un pasillo larguísimo lleno de habitaciones. En una de ellas vislumbré a Freya que parecía entrenar frente a alguien. Seguí a Frigg hasta el otro lado, tocó la puerta, aunque creo que lo hizo más bien por cortesía, porque seguidamente abrió la puerta. Allí había un hombre de cabellos plateados y mirada dulce que nos sonreía.

—Liv, este es Rivers —dijo Frigg. La miré, ¿Rivers? ¿Qué nombre era ese? —Llámale así porque te va a ser imposible llamarlo por su verdadero nombre.

—Encantada —dije dirigiéndome a Rivers.

—Es un placer conocerla.

Me quedé algo descolocada, cuanto respeto y llamándome de usted. Torcí la nariz un poco y miré a mi abuela que se dirigió a Rivers para comunicarle algo. Él me miró desde la otra punta de la habitación, asintiendo con la cabeza. Tenía un aura que recordaba a los elfos, y transmitía paz. Mientras que prestaba atención me miraba por el rabillo del ojo. Mi abuela se dio la vuelta y se acercó a mí.

—Te dejo en buenas manos —dijo ella.

Vi cómo se iba y cerraba la habitación, amplia, con un olor a incienso para nada desagradable. Rivers me transmitía una especie de admiración, pasando por atracción. Estaba confundida, ¿esto es a lo que se refería mi abuela?

—Me ha dicho Frigg que algo te inquieta y te perturba, ¿Qué es?

—Frigg me ha dicho que al no estar acostumbrada a estar entre divinidades pues...

—Ejercen un poder sobre ti.

—No sé si son ondas, como las de los móviles. —Comencé y Rivers me miró sin entender... No era humano. —Sí, el poder que ejercéis sobre los demás.

—Y el poder que ejerces tú.

—¿Yo?

—Tú también eres una diosa, tu aura también es poderosa, y la muestras sin esconderla al resto de los mortales. Los demás si la escondemos, para que no se den cuenta. Te enseñaré como controlar la tuya y como tender puentes para que no te afecten las nuestras. —Me explicó y yo asentí. —La base es la meditación y... un poco de magia.

Me enseñó una pulsera con una piedra roja preciosa que se rompió al rozar mi muñeca. Miré a Rivers alucinada, ¿qué acababa de pasar?

—Sabía que tenías un aura poderosa, pero no tanto. Esta te servirá.

Trenzando el cuero colocó una piedra cristalina en el centro de lo que supuse que sería una pulsera, al tocar mi piel el color se tornó en azul, parecía que dentro se encontraba una especie de neblina que le daba varias tonalidades. Esta vez no se rompió, él sonrió.

—Esta piedra recoge tu aura. La de diosa. Ahora eres común al resto de los mortales—dijo con una sonrisa. Luego hizo una pausa y me miró. —Ahora trabajaremos cómo hacer que no nos afecte el resplandor del resto de las divinidades. ¿Estás preparada?

—Sí —contesté.

Estuve el resto de la tarde con él, ratos de meditación, de intentar que él no me afectara. Notaba como brillaba él, era consciente y ese era el primer paso, tenía que colocar una barrera, una barrera que impidiera que me afectase. Terminé por lograrlo y me sentí bien, pero cansada. Rivers me dijo que era normal, estaba consumiendo energía para lograr que no me afectase, además tenía que practicar magia y entrenar. Ese día estaba siendo intenso, la casa de Frigg parecía una academia y lo único que quería era llevar una vida normal.

Al acabar "ese entrenamiento" salí sola de la habitación y vi a Freya vestida de deporte, bebiendo de una botella fría y volví a hacer los ejercicios que tenía que hacer para que su presencia no me sedujera tanto. Ni la suya ni la de ningún dios.

—Hola. —La saludé. Ella se giró hacia mí. A lo mejor a ella le pasaba lo mismo que al resto de los mortales. Pensé con un aire de tristeza.

—Hola —contestó. —¿Ya has resuelto tus dudas?

—Sí—respondí. —Pero necesito tiempo Freya. Quiero aclararme del todo. No quiero hacerte daño...

—¿Daño? ¿A mí? —contestó. Yo la miré sorprendida. —¿Creías que estaba enamorada de ti? Puedo estar con varias personas a la vez, no creas que eres la única Liv. Yo me dejo guiar por impulsos, y tú... tú eres uno más.

—¿Únicamente era un juego? —pregunté. —¿Solo era un juego para ti?

Me giré y la quise dejar atrás, no quería ver cómo me afectaban sus palabras. Noté como me agarraban del brazo, era ella. La miré a los ojos y se acercó.

—Sabes perfectamente la respuesta —soltó. —Pero yo no tengo los mismos valores que tú.

—Siento preocuparme por tus sentimientos —contesté.

Me alejé de allí sin soltar ni una lágrima, recorriendo la gran casa que se escondía en uno de los rascacielos que nada tenía que ver con lo que se veía fuera. Miré a dentro, con una cara no muy agradable y me marché en el coche de Frigg a casa. Al llegar fui directa a mi cuarto, me tiré a la cama y lloré. ¿Por qué? No lo sabía. Estaba hecha una mierda. Tampoco me había parado a pensar si notaba en Freya una energía distinta. El llorar por alguien, ¿por quién sería? Nunca había llorado por alguien, ¿o sí? Terminé quedándome totalmente dormida y me desperté en mitad de la noche, todavía vestida con el uniforme y sin haberme duchado. Fui al baño y miré mi cara, los ojos hinchados y una cara horrible, me duché y me puse mi pijama. No podía dormir, así que decidí ir a la habitación secreta y coger un libro de mitología, así sabría algo más.

Me desperté en la habitación secreta, en el sofá a una hora indeterminada de la mañana. Mierda, me dije, llegaría tarde. Parecía que mi reloj biológico estaba al 100% sincronizado con la hora local. Me volví a poner el uniforme mientras hacía los ejercicios mentales que me había marcado Rivers y fui a desayunar. ¿Ir al gimnasio? Iría a entrenar al de Frigg a la tarde. Llegué al instituto con un pequeño nudo en la garganta. ¿Notaría algún efecto? Conté hasta diez hasta que decidí entrar al instituto.

—Buenos días Liv, llegas temprano —me saludó Daiki.

—Buenos días. Sí, no he ido a entrenar. Iré a la tarde —le respondí con una sonrisa.

—¿Te vienes a tomar un café? —preguntó.

—Claro —respondí.

Los dos fuimos hasta la cafetería donde trabajaba Rose, pero que a esas horas no hacía turno. Nos pedimos un par de cafés y salimos de allí mientras hablábamos de alguna tontería. Estaba relajada, y me gustaba hablar con Daiki.

—¿Has solucionado lo de ayer? —me preguntó de pronto.

—Creo que sí —respondí. —¿Qué tal te va a ti? ¿Ya sabes lo que quieres hacer? La uni y todo eso.

—No lo tengo del todo claro.

—¿No? No te pega —le dije.

—Bueno... No sé si estará bien decírtelo —comenzó.

—Dispara —contesté.

—Tampoco me conoces mucho —respondió mientras se paraba. Me quedé confusa. ¿Cómo que no lo conocía? Se encogió de hombros y dijo. —Tampoco es que me hablaras el año pasado, y... este año tampoco hemos hablado. Además, me fui de intercambio. Sabes poco de mi yo de ahora.

—Lo siento. —Comencé a decir, no sabía que debía de decir en ese momento.

—Tranquila. No es tu culpa. Te echaste novio y... bueno, eso.

—No sé qué decir. Parece que he sido una capulla...

Daiki comenzó a reír, se tapó la boca intentando que no lo viese. Yo tampoco sabía que hacer, así que miré a mi café. Noté como se movía y apoyó un par de segundos el café en mi cabeza. Me di la vuelta y lo miró.

—Un poco, pero todos lo somos en algún momento. ¿Te vienes? —preguntó con una sonrisa. Luego se alejó.

Me di la vuelta y lo seguí, volvimos los dos al instituto, esta vez más tranquila. Saqué mis libros y luego fui en dirección a la taquilla de Daiki que me sonrió de forma inocente. ¿En qué había cambiado durante ese tiempo? Aparecieron un par de admiradoras y salí de allí con una sonrisa.

—¿Quedamos para comer? —preguntó desde lo lejos él. Yo sonreí.

—Por supuesto—contesté. Él me devolvió la sonrisa y se acercó a mí, dejando atrás a esas dos chicas de penúltimo año.

—Si lo piensas, yo tampoco te conozco del todo—contestó él. Yo reí.

—Tampoco he cambiado mucho en esencia—solté. Él sonrió mirando hacia el horizonte.

Llegamos hasta mi clase, los dos nos paramos y nos sonreímos. Luego se marchó hacia su clase, yo me quedé mirándolo, antes de entrar me miró y luego sonrió. Yo hice lo mismo y entré a clase. Allí estaban Logan y Freya, y no notaba como se iluminaba la sala. No es que antes viese una luz que emanaba de ellos, si no que con ellos todo parecía diferente. Ahora apenas les veía diferencia entre ellos y mis otros compañeros. Cuando pasé delante de Freya noté como me observaba, la miré por el rabillo del ojo, pero parecía que estaba absorta en la conversación que tenía con las chicas.

Fui hacia atrás y noté como Lucas, uno de los chicos me miraba. Mientras, yo abría el libro y ponía uno mío encima del de texto. Comencé a leer mi novela hasta que llegó el profesor. La clase fue entretenida, nos puso en grupos y a mí para mi suerte o mi desgracia me puso con Freya y Logan.

—Bueno... ¿por dónde empezamos? —Comenzó a decir Logan.

—Mm... cada uno podría desarrollar un punto, y cuando lo tengamos, lo ponemos todo en común y hacemos la conclusión.

—¿Y por qué no llegas a la conclusión tú sola? Los demás no tenemos voz ni voto—soltó Freya. Logan me miró y la miró a ella.

—¿Ha pasado algo entre vosotras? —preguntó.

—Pregúntale a ella —contestó Freya.

Logan me miró, le señalé mi pulsera y entendió lo que pasaba.

—Bueno, yo también oculto mi aura, sólo un poco, para no ser tan popular —soltó él con una sonrisa. —Me he dado cuenta de que ahora caes mejor.

—¿Mejor? —pregunté.

—Sí. De lo brillante que eras las emociones de los humanos se movían entre el amor y el odio. Y parece ser que ya no están en ese plano.

Asentí. Eso tenía mucha lógica, aunque con Daiki no había sido así. Él se había comportado bien conmigo tanto antes, como después. Freya no me dirigía la palabra, aunque... ¿por qué culparla? Bueno, si me paraba a pensarlo... realmente no tenía que estar enfadada conmigo. No había sido una capulla y no la mareaba de ahora sí y ahora no. Simplemente... no quería hacerle daño, no hacerla sufrir. Bueno, quizás ella no lo entendía, y la que no quería hacerse daño era yo, pero... no era mi culpa. No servía para mantener varias relaciones, ni una abierta. Únicamente una monógama. Mis padres también la tuvieron.

Durante las primeras clases Freya se comportó como si Jack y ella fueran una super pareja feliz. Bueno, básicamente, en esas dos primeras horas se comportaron así. Jack iba a donde estaba Freya, se besaban como si no hubiese un mañana, o al revés. En cierta forma, no me lo ponía fácil, ¿qué me pasaba con ella? ¿Estaba enamorada? ¿Me atraía? Intentaba ver a todas y cada una de las chicas, a ver qué pasaba, y nada. Únicamente con ella, Logan no ejercía en mí ningún estímulo, simplemente me era indiferente. A la tercera o cuarta clase, desistí. Por arte de magia un puñado de chicas se acercaron a mi pupitre y comenzaron a hablarme y preguntarme qué hacer con su novio o su ex. Parecía que todo estaba siendo bastante "normal", tal y como dijo Logan y me alegré. Oí un ruido, sentí una presencia, bueno se hizo notar cuando Jack dijo.

—Daiki, ¿qué haces aquí?

—Vengo a por Liv —respondió con una cara inmutable, con una leve sonrisa.

—¿Estáis saliendo? —preguntó Cris, en un susurro.

—No. Somos amigos —contesté en un susurro.

Me levanté, recogí mis libros y fui con él, ante la atenta mirada de Freya, la cual no hice caso. Daiki era mucho más alto que yo, y es raro, porque los asiáticos solían ser bajitos. Fuimos a mi taquilla a dejar los libros entre risas y alguna anécdota de su viaje a Japón.

—Me encantaría ir, ¡Es una fantasía! —Concluí con los ojos abiertos.

—Lo sé, siempre me lo decías —respondió. —No sabía si te seguía gustando.

—Te dije que en esencia seguía la misma.

El comedor del instituto contaba con un amplio jardín interior en el que los estudiantes podíamos comer en mesas y sillas y pasar el tiempo libre en el césped. Era uno de mis rincones favoritos, me gustaba pasear, me acordaba de cuando siendo más pequeña pasaba mis días con Adri y Daiki jugando al pillapilla, al escondite y a otros juegos. Me decidí por un plato de ternera y Daiki por un risotto.

—¿Te entra todo eso? —preguntó él.

—Sí—contesté con una sonrisa. El rio.

—Eres única— dijo y enarqué una ceja. —Cuando almuerzo con alguna chica, suele pedirse una ensalada o algo.

—Eso es para que no las juzgues. Es que Daiki, no sé si te has enterado, pero eres don popularidad —contesté y rio.

—Y tú doña popularidad. —Puse una cara extraña. ¿Yo? Si se habían metido conmigo durante años. —No me digas que no, cuando volví de Japón todos iban detrás de ti. Y el tal Gabriel fue tu novio, erais la pareja de moda.

—¿Gabriel? —pregunté. ¡Me había olvidado de él! ¿Qué pasó en ese tiempo? —¿Tú crees?

—Claro que sí, ibas a todas las fiestas de la gente popular del campus. Una vida social super ajetreada.

—¿Me porté mal contigo? —pregunté. Quería saberlo, no me lo perdonaría nunca.

—No—dijo serio.

—¿Él se portó mal? —pregunté con las manos cerradas con fuerza. Él no me veía, pero estaba demasiado enfadada para relajarme.

—¿Podemos cambiar de tema? —preguntó. —¿Y qué entrenas?

—Artes marciales —contesté preguntándome qué fue lo que hizo Gabriel.

Seguimos hablando de mis entrenamientos, de libros que nos gustaban a los dos, incluso sobre la mitología en la literatura. Yo estaba muy interesada, él... no tanto. Los libros que nos mandaban en clase, únicamente. En cambio, a él le interesaba más el arte, dibujaba muy bien. Quería entrar a una universidad buena de bellas artes, y la verdad es que Daiki tenía talento. Me enseñó sus dibujos, algunos con modelos, otros de lugares, era muy bueno. Terminamos en el césped, debajo de un árbol, quedaban unos diez minutos para entrar en clases y durante el tiempo que estuve con él, por primera vez me sentí relajada.

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