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Capítulo 6

El domingo había sido raro, mucho, había ido con mi padre a recibir a mi madre al aeropuerto. Ella apenas pasaba por casa, se dedicaba a ir a Europa, vivía rodeada de lujos y sin nada que le perturbase, o eso era lo que pensaba yo. Mi padre y yo la vimos aparecer con una camisa blanca y una falda negra de tubo, en el cuello llevaba un collar de Chanel y unos estiletos que daban vértigo. Saludó a mi padre, a mí por encima, suspiré, tampoco es que mantuviésemos una relación estrecha, pero sí cercana. Los tres nos subimos al coche y me miró arqueando una ceja.

—¿Qué es eso? —preguntó.

—¿El qué? —contesté.

—Lo que llevas en la oreja.

—Un pircing, me lo hice el otro día —respondí mirando por la ventana como el paisaje cambiaba.

—¿Y ese peinado? —preguntó haciendo referencia a una trenza muy similar a la que me había hecho Freya.

—¿La trenza? Me la hizo una amiga un día y bueno, me gustó y me la he hecho otra vez.

No sabría descifrar la mirada que me dirigió, pero tuve claro una cosa. No aprobaba el peinado ni el pircing. Llegamos a casa y fui a escabullirme a mi cuarto, quería pensar sobre lo que había pasado la noche pasada. Sobre Freya y Logan, sobre... quien era. ¿Cómo había llegado a una familia... humana? Y de pronto.

—Liv, ven al salón. —Me indicó mi madre.

Volví la vista atrás y vi la mirada dura de mi madre, nunca la había visto así, dura, infranqueable. Altiva entré en el salón con ella a la espalda, me apoyé en la mesa de escritorio que había allí y que realmente no tenía ningún fin, salvo... salvo decorarlo.

—Estás cambiada —soltó. Yo me senté en la mesa y la miré. Se había encendido un cigarro y miraba por la ventaba con aire ausente. —Ya te has enterado de la verdad, ¿no?

—¿Verdad? —pregunté. ¿Ella lo sabía? No quise dar pistas de que sabía algo, quise hacerme la tonta. Así que pregunté. —¿De qué verdad estás hablando mamá?

—La trenza. —Indicó y la miré. ¿Mi trenza? —Te la ha hecho uno de ellos. No lo niegues. Y ese pircing... Te estás volviendo una salvaje.

—Mamá, ¿de qué estás hablando? —pregunté a pesar de saber de lo que hablaba.

—Sé que Frejya está aquí, y su hija. Son diosas nórdicas, y te quieren llevar a su lado. Intentan tomar partido de esta historia. Seguro que no te han contado todo.

—¿Y Logan? —pregunté. Ella sonrió.

—Logan está tan perdido como tú, o no. Quizás todavía más que tú. ¿Qué te han contado?

—¿Qué me deberían haber contado? —pregunté, ella sonrió.

—Todo, sin faltar detalle —respondió ella. Yo enarqué una de las cejas. Ella sonrió.

Me indicó que la siguiera, y como si de una película de suspense o misterio se tratara le dio a una parte de una estantería y se abrió un pasadizo. Esto parecía la Batcueva. ¿Tenía una batcueva o algo? Me imaginaba un pasillo de ladrillos que me llevaría a... a la clásica guarida con el traje de superhéroe, y muchísimos ordenadores que indicasen donde había problemas en la ciudad, pero para nada era así. En su lugar había una habitación de estilo minimalista, con libros, unos sillones y una bola del mundo.

—No te esperabas esto —sentenció ella con una sonrisa.

—La verdad es que no —respondí.

—Esta habitación secreta no tiene nada en especial, salvo... salvo que sepas buscar bien.

—¿Buscar bien? —pregunté, no había nada donde esconder algo salvo...

—Has pillado un buen escondite —respondió mientras yo sostenía uno de los libros. —Pero te has equivocado, está aquí—dijo mientras sostenía uno de los libros. La Odisea, claro, tintes griegos.

—Que original—respondí. —Un libro con tintes griegos.

—No es solo que tenga tintes griegos. También está tu madre—dijo. Me sorprendió. ¿Mi madre? ¿No era ella? —¿Sabes quién ayudó a Ulises?

—Atenea —respondí. —Pero eso que... Atenea... ¿es mi madre? —pregunté confundida.

—Sí —contestó ella.

—¿Y tú quién eres? —pregunté confusa.

—Eso es más largo de explicar. Primero, abre el libro—pidió y lo hice.

Un puñal, que en un primer momento se veía dibujado parecía real. Toqué el libro y lo sostuve entre las manos. Ella sonrió, ¿qué era eso?

—Es el puñal Kosmos.

—Tampoco se mataron buscándole un nombre —respondí, mirando la hoja de oro que tenía y fijándome en la simbología que llevaba.

—Significa equilibrio —resolvió ella. — Fue forjada para ti, lo hicieron tus padres.

—¿Y qué hace? —pregunté. —Bueno, supongo que lo básico, lo afilado mata a alguien.

—Tiene un veneno en la hoja que produce una muerte casi instantánea.

—Vale —contesté. —¿Quién es mi padre? Me dijeron que...

—Es lo que te iba a enseñar, ven —respondió y me dirigí hacia donde fue ella. La bola del mundo. Sonrió y parecía... ¿Qué había allí? —Dame la mano—pidió y yo la obedecí. —Te voy a mostrar como sucedió todo.

Tomé la mano hasta la que entonces creí mi madre. Ella colocó su mano en el globo terráqueo y la habitación se inundó de una luz blanca cegadora que me obligó a cerrar los ojos. Al abrirlos vi que nos encontrábamos en un sitio desconocido, ¿dónde estábamos?

—¿Qué ha pasado? ¿Dónde nos encontramos?

—Nos hemos trasladado a los recuerdos de tu madre —contestó ella.

Una chica de cabellos oscuros y ojos azules miraba con gesto serio a una especie de lago. Llevaba una túnica blanca, y de adorno llevaba flores. Me pareció preciosa, en su mirada se podía entrever como que algo no iba bien.

—Atenea —dijo una voz, tanto mi madre como yo nos dimos la vuelta.

Una mujer de largos cabellos rubios, ojos negros y una figura perfecta se acercó hacia mi madre con apuro.

—Lo he salvado, pero necesitamos tu ayuda.

—Iré de inmediato Afrodita —respondió mi madre. —No puedo dejar a Apolo manejar esto, no es capaz. No sirve para impartir justicia, y menos para enfrentarse a alguien en la guerra

—Ten cuidado, también está Ares —respondió Afrodita.

—Llama a las demás, no estaré sola.

Mi madre se dirigió a una especie de panteón donde se encontraba únicamente su armadura. Se puso su casco, un escudo y una lanza. Tras eso el escenario cambió. Mi madre seguía siendo ella, pero parecía que se hacía pasar por otra persona. Comenzaron las batallas y me di cuenta rápidamente que estaba viendo la guerra de Troya. A su vez me percaté que mi madre sabía estrategia y era sabia, se enfrentó a Aquiles y le paró los pies más de una vez. También comprobé como Apolo y ella no se llevaban bien y cuan poderosa era. También la relación que mantenía con su padre Zeus, estrecha y llena de respeto por ambas partes.

Al terminar la última batalla vi cómo se alejaba y se dirigía al primer lago que se encontró, se deshizo de la armadura, quedándose así únicamente con las dos únicas túnicas que solían llevar las mujeres griegas. El lago estaba rodeado de una vegetación frondosa y ella sonrió, la vi cómo se deshacía de la ropa y entraba en el lago totalmente desnuda. De ella se desprendía la sangre de los caídos en la guerra, las heridas que llevaba desaparecían y de pronto se oyó un ruido, que hizo que tanto ella como yo nos girásemos asustadas.

—Lo siento —dijo un muchacho de más o menos su edad. Con cabello rubio y ojos azules cristalinos, que se volteó para evitar verla.

—¿Qué haces aquí? —preguntó ella, con voz autoritaria.

Vi que la túnica que antes estaba manchada de sangre, que posteriormente había tenido un color grisáceo estaba blanca, como si ella al bañarse hubiese purificado la túnica.

—Venía al lago a buscar esto—dijo él. Mi madre lo miró y vio las margaritas.

—¿Vienes a por eso? —preguntó ella.

En mi interior me despertaba curiosidad todo lo que tenía que ver con el encuentro de mis padres y cómo se enamoraron. Aunque a la vez me avergonzaba como mi madre mostraba sin ningún pudor su cuerpo desnudo al que era mi padre, y él tampoco se escandalizaba al verlo.

—Sí. —Afirmó él. —El sitio es bello. ¿Cuál es tu nombre?

—Atenea, ¿y tú?

—Balder.

—No eres de aquí. —Afirmó mi madre.

—No, vengo del norte.

—Pues debes irte, este no es tu lugar —contestó girándose. Se puso las túnicas que se humedecieron con el contacto de su piel.

Se giró y lo miró, él entró en el lago y ella lo miró con curiosidad. Parecía que ambos mantenían un reto tácito del que ninguno hablaba.

—¿Es tuya la armadura? —preguntó él.

—Sí —contestó ella. Se sentó en una roca y vio como nadaba en el lago. —¿Exactamente de dónde vienes?

—De Breidablik. ¿Y tú?

—De un lugar lejano, pero cercano. El Olimpo, lo llaman. ¿Quiénes son tus padres, forastero?

—Mis padres son Frigg, diosa del amor y de la fertilidad y Odin, el dios más poderoso, y padre de los dioses. ¿y tú?

—Soy hija de Zeus. El dios más poderoso de todos.

—Así que una diosa griega—dijo él con una sonrisa de suficiencia.

—Y tú un dios nórdico. —Continuó ella, al principio con su seriedad característica y luego con una sonrisa divertida. —Balder, hijo de Odín, me tengo que marchar.

—Espera —respondió él y se acercó a ella, totalmente desnudo. Le colocó una margarita en el pelo con cuidado y le sonrió. —Supongo que es una despedida.

Mi madre se quedó sin habla, mirando a los ojos al que parecía querer sin darse cuenta. Él también la miraba, pero ninguno poseía lujuria en su mirada.

—¿Quieres conocer esto? —preguntó ella.

—Me encantaría —contestó él. Ella sonrió.

La misma luz apareció y nos sacó de los recuerdos de mi madre. Volvimos a la misma sala llena de libros, con los sillones y la bola del mundo. Seguía flipando con lo que acababa de pasar. ¿Acababa de ver a Atenea? ¿Había visto a Balder? ¿Había visto a mis verdaderos padres?

—¿Y qué pasó después? —pregunté. —¿No puedo verlo?

—Sí, claro —dijo ella. —Pero tendrás que ir tú sola. Hemos ido con mi magia, pero estoy muy cansada. Puedes ir con tu poder.

—Pero... pero porqué dijiste que me han contado una parte de la historia. No entiendo.

—Porque la historia en sí es un prisma, hay mil maneras de verla y de entenderla. Y tu historia, la historia de tus padres, no es diferente a las demás.

—Pero...

—Ellos se enamoraron, y te tuvieron a ti. Querían seguir haciendo su trabajo, Atenea con sus guerras e impartiendo justicia. Tu padre... tu padre la paz, la belleza.

—¿Los conociste? —pregunté.

—Sí.

—¿Puedo volver a entrar cuando quiera?

—Por supuesto.

—¿Me puedo quedar sola? —Pedí.

Ella asintió y se marchó de allí, dejándome sola, con el puñal, el mundo, la Odisea y muchísimos libros sobre mitología griega y nórdica. Parecía que podía ver todo lo que habían contado y lo que había pasado. Abrí el globo terráqueo e intenté ver algo. Quería que me llevase donde me había dejado.

Volví al lago, parecía que tanto Atenea como Balder vivían rodeados de criaturas mágicas que los acompañaban. Ella ya no tenía esa línea tensa en los labios, se la veía relajada, a él también. Comieron y bebieron, y las miradas se volvían tiernas, estaba viendo como mis padres se enamoraban. Como mi padre adornaba el pelo de mi madre de margaritas blancas, en una trenza como la que llevaba puesta. Mi padre era una belleza, rubio y con el cabello rubio ondulado, la piel blanca y perfecta que parecía que lo hubiese esculpido el propio Miguel Ángel.

Me emocioné más de una vez observando su historia, como fue su relación y su boda. Quien los casó fue Afrodita, y después vi el palacio de mi padre, no sabía que fuese tan bonito, de cristal, lleno de fauna y flora alrededor. Apareció una mujer con aspecto autoritario, pero con una sonrisa en los labios. Mi madre la miraba desde lo lejos, con recelo. Balder y la mujer se abrazaron y tras eso, esa misma mujer que tenía un cabello extremadamente largo y rubio como él y ojos azules, tornó su rostro a una sonrisa cálida y se dirigió hacia a Atenea.

—Odín ha querido que dos seres puros se encuentren. ¿Cuál es tu nombre querida?

—Atenea —contestó ella, con la cabeza alta y mirada desafiante. —Y no ha sido Odín, señora. De donde vengo Odín no tiene potestad para reinar, si no mi padre, Zeus.

—Llámame Frigg, Atenea, hija de Zeus. ¿No tienes madre?

— Nací de la cabeza de mi padre, no tengo madre, pero tampoco la he necesitado.

—Yo soy Frigg, esposa de Odín, madre de Balder, diosa del matrimonio y del hogar. No tengo ningún problema en casaros.

—Ya lo hemos hecho —respondió mi madre. —Afrodita, diosa del amor nos casó.

—En tu tierra, a ojos de tu padre estáis casados. Frente a los de Odín, no.

Atenea miró a Frigg de forma seria, sin confusión alguna, y de pronto respondió.

—Es lo justo, nos casaremos delante de usted y de quien precise. Los dos como iguales, tanto en el Olimpo como en Asgrard.

Frigg sonrió, le dio un abrazo y le dio la bienvenida a la familia. Prepararon la boda y mis padres se volvieron a casar. La relación entre Frigg y mi madre fue buena, Frigg los visitaba y preguntaba si todo estaba bien, ellos enamorados asentían y convivían con nuevas criaturas mágicas que mi madre desconocía y que Balder le explicaba su procedencia, al igual que hizo Atenea con mi padre. La misma luz volvió a aparecer, de pronto comenzó a oscurecerse y aparecí de nuevo en la sala. Me sentí de pronto cansada, más bien agotada. Así que ellos fueron felices, pero... ¿Qué hacía aquí y no en Asgrard, o en el Olimpo? Volví a ver el puñal, los símbolos comenzaban a volverse familiares. Freya sabía quién era y no me lo había dicho y... Logan estaba tan perdido como yo.

Fui hasta mi cuarto y volví a mirar el puñal, tenía claro una cosa, no quería saber nada de Freya. Le escribí un mensaje y me quedé dormida, soñé con Asgrard y mis padres, al despertar al día siguiente descubrí que había estado llorando.

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