Capítulo V
Juan García alzó la mirada hacia la isla de Santa Rosa con un suspiro. Se hallaba en el modesto puerto de Leticia, la ciudad hermana de Tabatinga en la conocida triple frontera, esperando a los pasajeros. Era la primera luz de la mañana, corría un viento helado y el rio ancho, lento y pesado como una bestia adormecida aguardaba con ansias a que surcaran sus turbias aguas hacia el interior de la jungla. Lo que precisamente lo mantenía inquieto, asustado, con las palabras de la vieja torturándole la mente.
"La selva engullirá tu nombre cuando veas al hombre que sufre atrapado en las redes que la mujer esconde"
Nadie le había notificado que al grupo expedicionario se sumaría una mujer, algo totalmente trivial y sin importancia si las circunstancias hubieran sido distintas, pero no lo eran. La advertencia, con tintes casi proféticos, hablaba de una mujer o algo de sexo femenino. La palabra utilizada había sido tan ambigua, tan poco clara, que le angustiaba pensar en la cantidad de posibilidades que podía no estar considerando, posibilidades que incluso podrían hablar de la mítica criatura que pretendían encontrar y capturar allá en la jungla. Este asunto solo aumentaba su terror y confusión. A fin de cuentas, Jack y Norah se veían tan bien juntos, tan enamorados, que a ratos despertaba un dejo de envidia dolorosa en su marchito corazón. Y es que Norah era preciosa: una mujer alta, de piernas largas, pechos firmes y silueta marcada, capaz de arrancarle un suspiro al hombre más frío. Su cabellera rubia y sus ojos celestes y luminosos le conferían la apariencia de una diosa exquisita que, por algún motivo oculto, había descendido a un mundo primitivo y olvidado para enseñarle a mortales embrutecidos el verdadero significado de belleza y sensualidad. Era el tipo de mujer que jamás se fijaría en un hombre como él, al punto que su mirada indiferente le dolía cuando se posaba sobre su imperfecta humanidad. Le hacía sentir indigno, una alimaña sucia e insignificante, carente de atención e interés. Pero, al mismo tiempo, le despertaba una extraña fascinación por descubrir los motivos de su amor tan intenso hacia Jack, un hombre un tanto tímido que, en un lugar tan salvaje como la jungla, podía pasar incluso por afeminado. Aunque Juan García sabía que para ganarse el corazón de una mujer, las apariencias o las impresiones iniciales no lo eran todo, poco veía de interesante en Jack que pudiera encandilar a una fémina tan dominante y conectada a sus instintos como lo estaba Norah. Por supuesto, todo podía ser impresiones erradas de su parte, pero al menos en esos momentos así lo veía él.
Los pasajeros no tardaron en presentarse en el puerto. Norah caminaba asida del brazo de su esposo, como si de camino a un viaje de miel y placer se encontrasen. Mientras Jever y Manuel venían por su cuenta. Un poco más atrás, les seguían el fotógrafo William Tanni y su asistente, la joven Mona, acarreando el delicado equipo de fotografía y revelado, recordándole al pensativo Juan García que Norah no era la única mujer del grupo. Aunque en ese momento ya no había espacio para más cavilaciones —los hombres terminaban de hacer los últimos ajustes; las tiendas estaban empaquetadas, los víveres separados y clasificados y el equipaje esperaba en sus respectivos camarotes— por lo que respirando hondo buscó las palabras que le ayudaran a iniciar con buen pie la mañana y se centró exclusivamente en ello.
—Bienvenidos al Kukama —señaló al ferri a su espalda, hablando en un precario inglés—. Antes de abordar será necesario que reciban este importante regalo de mi parte.
En seguida alzó un conjunto de pequeños y rústicos colgantes de estructura alargada y ahuecada, con una abertura circular en el extremo superior y un orificio pequeño en el extremo inferior. Los adornaban unos finos hilos de colores. Se los extendió a cada uno de los presentes.
—¿Para qué...? —intentó preguntar Jack, pero antes de que terminara la frase Manuel cortó el aire con un agudo y distintivo silbido que le sacó al aparato al soplarlo enérgicamente por uno de los extremos. Un sonido chillón y molesto que pilló desprevenidos a los miembros del equipo, haciéndolos saltar de la impresión. A un costado, en el precario terraplén que hacía de puerto, varios hombres de embarcaciones vecinas descargando costales de café en grano y racimos de banano verde tuvieron una reacción de sorpresa muy similar. Todas las miradas, incluida la de Juan García, apuntaron acusadoras al avergonzado asistente.
—Lo siento —se excusó Manuel alzando las manos en señal de inocencia.
—Precisamente son silbatos —aclaró Juan García, soplando el suyo para emitir un silbido un poco más armónico y agradable que el que había producido Manuel—, y serán sus mejores aliados en caso de que se pierdan o caigan al rio —continuó con su discurso aprendido—. A partir de este momento yo soy su hombre de confianza, su guía y protector. Y como tal, mi misión más importante es mantenerlos con vida. Por tanto, si se extravían o sienten que están en peligro usan el silbato y esperan a que vaya por ustedes... no deben vagar solos por la selva ¡jamás! Que aparte del riesgo de perderse, el territorio alberga algunas de las criaturas consideradas las más peligrosas del mundo. Si toman en serio lo que estoy diciendo y se mantienen seguros entonces viene lo demás.
Y en seguida procedió a hablar de los peligros de la empresa que pretendían llevar a cabo, refiriéndose a la Dawsun colossus aranea como "el objetivo". Aunque también habló de mosquitos e insectos, de serpientes venenosas y alimañas de picaduras mortales, de peces devoradores de carne y felinos que emboscaban a personas en sectores sombríos de la selva, de plantas que al contacto producían alergias terribles y otras que con sus espinas eran capaces de matar a un hombre. Advirtió de las inclemencias del tiempo, de las largas y agotadoras caminatas, las posibles inundaciones y deslizamientos, y de que mantuvieran siempre consigo sus suministros de emergencia ante cualquier imprevisto... Juan García sabía que estaba tratando con hombres de ciencia, conscientes de los peligros a los que se enfrentaban, pero aun así consideró necesario recordarles que lo que venía no era ningún juego, que él era el que guiaba y que la selva implacable no perdonaba ningún error. Eran simples hombres enfrentándose a la muerte. Almas mortales desafiando los límites de su existencia.
Tras aquellas advertencias iniciales el Kukama partió rumbo a su destino. Atrás quedó Leticia y sus melancólicas orillas para dar paso a la imponente jungla. Juan García se dejó encandilar un momento por la belleza que le brindaba la mañana, pero en el fondo sabía que no era más que un engaño: aquella jungla era un ser vivo maligno esperando el momento oportuno para revelar su verdadera naturaleza. Los hombres se movían por la cubierta ya enfrascados en sus quehaceres designados, los pasajeros se acomodaban en sus camarotes para continuar con su labor investigativa. El viaje había iniciado y lo que sea que ocultara la selva los estaba esperando. No había vuelta atrás.
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