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Capítulo IV

Aquel día Jack llegó un poco más temprano a su hogar, sin embargo, no pudo evitar quedarse varios minutos frente a la puerta tratando de hallar alguna forma con la que abordar a su esposa. Las luces estaban encendidas, por lo que supo que ésta lo esperaba como de costumbre. Un montón de discursos y palabras, mezcladas con cierto temor, inundaban su cabeza. ¿Cómo podía tomarse Norah todo aquello? dejarla sola por quizá cuanto para ir tras una misteriosa araña en medio de la jungla no parecía una decisión muy sensata. Y dado el nivel de complicidad y dependencia que habían desarrollado en todo aquel tiempo de matrimonio supuso que el asunto terminaría siendo un problema. Tras varios minutos dubitativo finalmente se armó de valor para sacar la llave y abrir la puerta.

Encontró a Norah en la cocina, completamente ensimismada, realizando una exquisita preparación en base a arroz, carne y verduras. Llevaba puesto un delantal rojo de cocina y se había recogido el cabello. De fondo se escuchaba una melódica y agradable pieza de música clásica en el tocadiscos. Para Jack fue la imagen más hermosa que había visto en todo el día. Antes de que se percatase de su llegada corrió a abrazarla por detrás. Norah, desprevenida, pegó un saltito de sorpresa antes de darse cuenta de que era su esposo el que rodeaba amorosamente su cintura. Jack buscó sus labios.

—¿Y Nené? —preguntó Jack, refiriéndose a la criada, en cuanto abandonó su boca.

—Dejé que se fuera a casa más temprano —respondió Norah—. Quería cocinar algo para ti esta noche.

Sus manos se posaron suavemente sobre las de Jack que había comenzado a juguetear despacio en sus caderas.

—Mmmmmmh... —aspiró suavemente el perfume del cuello de Norah—. Huele exquisito.

En seguida subió lento sus manos para acariciarle los pechos. Norah rio, reteniéndolo un momento para poder girarse y encararlo.

—¿Te refieres a mi o a la comida? —le preguntó.

—¿Cuál es la diferencia? —ronroneó Jack de manera picara para luego robarle un beso. Pero en seguida se enfrentó a la intensa mirada de su esposa que lo miró atenta con sus profundos ojos azules. En tan solo un segundo pareció intuir que algo no estaba del todo bien.

—¿Pasa algo? —preguntó inquisitiva.

Jack tragó saliva, nervioso. Norah lo conocía demasiado bien para mentirle o inventarse alguna excusa. Se demoró un instante en contestar, no sabía por dónde empezar.

—Hoy nos visitó McLister —dijo obligándose a esbozar una sonrisa.

—¿Algo de qué preocuparse? —preguntó Norah un tanto seria.

Jack volvió a dudar un instante. Todo aquello que había pensado decir mientras se hallaba frente a la puerta se esfumó de golpe ¿Cómo explicarle todo? Antes de abrir la boca ya podía sentir los reproches de su mujer, pero a esas alturas no tenía otra opción. Era un animal enjaulado bajo la mirada inquisitiva de su esposa.

—Quieren que vaya al Amazonas en busca de... —se aclaró la garganta—. Una especie de araña —evitó el contacto visual.

Norah frunció el ceño de inmediato. No estaba ajena al descubrimiento de Dawson, estaba en cada periódico de la ciudad, en cada periódico del país. Sin contar que tenía claro el evento al que había ido su esposo el día anterior y el incómodo motivo por el cual había decidido no acompañarlo. Supo hacia dónde apuntaba todo aquello.

—¡Supongo que has dicho que no! —dijo Norah con voz seca, casi hosca.

—No realmente —contestó Jack, sintiéndose intimidado ante la reacción de su esposa—. Es solo que...

—Jack, eres Director Ejecutivo del Dhellarú ¡No un explorador! —habló Norah tajante—. No puedes irte así, sin más ¡Qué envíen a Manuel!

—Lo sé —respiró hondo, haciendo una pausa— Pero no es tan sencillo. Esto es algo grande. Me quieren exclusivamente a mí en el proyecto.

Norah se cruzó de brazos, disipando todo rastro de romanticismo que podía haber quedado en el ambiente. Era evidente la decisión que parecía haber tomado su esposo.

—¿Y tú no has podido negarte, verdad?

Jack volvió a respirar hondo. Jamás había imaginado que enfrentarse a su mujer sería más aterrador que enfrentarse a McLister o al mismo Dawson. Sus ideas parecieron confundirse, escapárseles, dejando en su boca un patético balbuceo.

—Solo... pretendía hablarlo contigo... la verdad... aun no...

—¡Jack, habíamos hablado de esto! Si aceptaste ese trabajo de Director en el museo fue precisamente para poder estar juntos... ¡Estoy embarazada! ¡No puedes irte ahora!

Jack se quedó en profundo silencio, cabizbajo, como niño reprimido, pero tenía claro que Norah tenía razón. El gran motivo por el que había aplicado para aquel trabajo en el museo era precisamente ella. Habían soñado con una vida estable, tranquila... era apenas su primer año de matrimonio y todo parecía estar a punto de venirse abajo.

—Serían solo un par de meses... Norah... yo solo... —dudó en seguir hablando—. Revisé los detalles... ¡Nos pagan bien!... El mismo Jever...

Norah lo miraba de manera tan sombría que sintió ganas de desaparecer. La dulce mujer de hacía un momento ya no era más que un recuerdo.

—¿Deseas ir, verdad? —dijo Norah algo más calma tras un instante de incomodo silencio.

Jack afirmó tímidamente con la cabeza.

—Pensaba que...

—Entonces iré contigo —dijo tajante.

—¿¡Qué!? —exclamó Jack—. ¡No! Norah...

—¿En cuánto...?

—¡Norah, no! —demandó Jack, tomando las riendas del asunto. Esta vez fue él quien trato a su esposa como una niña. La encaró directamente—. ¡Es mortalmente peligroso y estás embarazada! Allá no hay hospitales, no existen las comodidades...

—¡Apenas tengo ocho semanas de embarazo, Jack! Por lo demás, Jever me comentó...

—¿¡Has hablado con Jever!? —exclamó sorprendido.

Aunque inmediatamente se percató de que aquello no era ninguna sorpresa. Después de todo, recordó que Jever ya se lo había comentado. Aun así, no pudo evitar sentir cierta inquietud. Jever parecía haberlo estado cercando hacía rato, a través de personas clave en su vida, todo para hacerlo viajar en busca de esa araña. ¿Realmente Jever estaba así de dispuesto a traicionar a Dawson? Siempre había visto a Jever como un amigo incondicional del infame explorador, por lo que todo aquello lo hacía sentir extraño. Aunque de cierta forma, también le causaba una culposa satisfacción. Dawson se merecía el desprecio de los que lo rodeaban.

—¡Pues, sí! —contestó Norah a la pregunta de Jack—. Sabes que trabajamos juntos por mucho tiempo.

Jack respiró hondo, pensativo, algo molesto también, pero no quería ahondar demasiado en el asunto, pues sabía que irremediablemente aquello terminaría por llevarlos a hablar también de Dawson. Y aunque todo lo sucedido entre Dawson y Norah había pasado antes de que él la conociera, jamás iba a superar el hecho de que su esposa y el idiota de Chris algún día habían sido amantes. Una de las tantas razones por las que ambos investigadores se odiaban tanto.

—¡Lo sé! Lo siento —dijo Jack tratando de controlar su ira—. Es solo que... ¡No confío en él, Norah! Y sabes que te amo —añadió poniendo un tono de voz más dulce—. No quisiera verte metida en todo esto... y en tu embarazo... La selva es peligrosa y aún no sabemos bien lo que podríamos enfrentar...

—Por lo mismo no estoy dispuesta a dejarte ir solo, Jack —replicó Norah—. Por lo demás, tengo mucho más aguante que tú —añadió levantando una ceja de manera sugerente.

Jack no pudo evitar una breve risita al escuchar aquello. Aunque en el fondo, Norah tenía razón. De niña había sido una acérrima practicante de ballet y, hasta ese entonces, cuidaba de manera casi extrema su alimentación y figura, ejercitándose casi a diario. Tenía un cuerpo atlético y era común que en cada uno de sus paseos volviera con casi la misma energía con la que había salido. A diferencia de Jack, que ni siquiera por coincidencias de la vida había puesto un pie en un gimnasio, la mayor parte de su tiempo se la pasaba ocupado trabajando y, a pesar de haber realizado más de un viaje investigativo donde se había puesto a prueba su resistencia física y mental, continuaba manteniendo una contextura más bien fofa y delgada.

—Lo sé —reconoció Jack con un tono más condescendiente—. Pero muchas veces allá las cosas cambian. Tu sabes que ya he estado en la selva previamente con Manuel ¡Las cosas no salieron bien! Terminamos varados seis meses, si...

—Jack, amor... —lo interrumpió Norah dulcemente para agolparse en su pecho—. No tiene por qué ser igual esta vez. Tú mismo has dicho que solo será un par de meses ¿Verdad? Por lo demás, creo que nos vendría bien como...

—¡Dos meses como mínimo! —se adelantó Jack—. ¡Puede que sea más! —advirtió.

—Pero conozco a mi esposo —dijo acariciándole el rostro—. Sé que puedes llevar a cabo todo lo que te propones en mucho menos. Además, así podré cocinarte, cuidarte... y por las noches seguir disfrutándote —le susurró al oído—. Además, me tendrás como tu asistente y te ayudaré a controlar al pelmazo de Jever. Tú sabes que ya lo conozco, por lo que no tendrás que andar preocupándote en lidiar con su presencia. Yo me encargaré de él ¿Qué dices? —finalizó dándole un suave beso.

Jack volvió a respirar de manera pesada, pensando en todo lo que implicaba llevar a Norah. Iba a estar sola en una expedición en la que irían exclusivamente varones. Sabía que había hombres que, al verse en la selva, alejados de toda civilización, terminaban perdiendo la razón o mostrando su retorcida naturaleza oculta bajo una careta de civilidad. Y Norah, a pesar de ser una mujer perfectamente capaz de manejarse sola, era demasiado atractiva como para que un hombre no la considerase una tentación. Hasta ese momento, Jack solo había viajado con hombres de su confianza, pero aquella vez era diferente. Estaba forzado a confiar en Jever y sus contactos, todos personas que él no conocía, y eso no dejaba de despertarle ciertos temores.

—¿Tengo otra opción? —dijo tratando de evadir la respuesta.

Hubiera querido decirle todo aquello en lo que estaba pensando, pero no se atrevió. Norah era una mujer fuerte y no se olvidaba de que también había sido asistente de Dawson en su tiempo. No había razones para pensar que su esposa no estaba a la altura. Además, Jever parecía ser un buen amigo de ella y Manuel también los acompañaría. ¿Había alguna razón para que las cosas salieran mal? Si lo meditaba con detenimiento, la verdad era que no la había. Por lo tanto, dejando sus sombríos pensamientos de lado, intentó serenarse.

—No, no la tienes —le dijo Norah alargando sus brazos alrededor del cuello para besarlo.

—Entonces vendrás conmigo —susurró estrechándole la cintura para luego fundirse en su suave y cálida boca.

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