Capítulo III
Jack por primera vez, desde que se desempeñaba como director ejecutivo del Museo Dhellarú, llegó tarde a su trabajo. Fueron tan solo unos minutos, pero el personal del museo, ya acostumbrado a su religiosa puntualidad, lo notó de inmediato.
—McLister te está esperando en tu despacho —le susurró Manuel, su asistente, en cuanto puso un pie dentro del recinto.
Jack se quedó sorprendido; aquello era inusual. McLister, por lo general, se lo pasaba ocupado en sus negocios, manteniendo al Dhellarú más bien como mero capricho y muestra de ostentación. Las pocas veces que lo visitaba solían ser para vanagloriarse frente a sus amigos o algún invitado. Jack maldijo su poca fortuna aquel día; justo se había distraído más de la cuenta.
—¿Ha dicho a que ha venido? —preguntó Jack, dirigiéndose a la escalera de camino a su oficina.
Manuel lo siguió. En el enorme hall de entrada, varios miembros del personal de gestión instalaban, con ayuda de escaleras y alambre, el impresionante esqueleto de un enorme apatosaurus. Pronto iniciarían la temporada de exposición de fósiles de dinosaurio. Aquel día a Jack le correspondía comenzar a chequear los detalles de aquella muestra. Dudó mucho que McLister hubiese acudido al museo a ver los preparativos.
—No ha dicho ni una palabra —dijo Manuel—. Aunque no sé si has visto el periódico de esta mañana —comentó ajustándose los redondos anteojos con nerviosismo.
Jack se llevó una mano a la cabeza, dejando salir un largo suspiro. Casi se le había olvidado su altercado con Dawson.
Despidió a Manuel rápidamente para luego entrar a su oficina. Ahí estaba McLister ocupando su silla, tenía una copia del periódico enrollado sobre la mesa, por lo que no pudo echarle una hojeada para intuir lo que se había escrito. No obstante, ya era obvio que el magnate estaba al tanto de lo sucedido.
—¡Jack, estimado! —exclamó McLister, como fingiendo sorpresa—. ¿Cómo ha estado todo?
—Bien —respondió Jack de forma algo seca—. Supongo que has leído el último informe...
—Sí, bueno —se adelantó McLister—. Conozco tu buen trabajo. En realidad he venido a verte por asuntos más apremiantes.
Jack suspiró hondo, sin atreverse a tomar asiento en su propia oficina. De cierta forma sintió que terminarían en algún tipo de confrontación. Después de todo había sido el mismo McLister el que le había solicitado que acudiera al dichoso evento de Dawson. En un intento de parecer un poco más combativo prefirió mantenerse de pie. Tras lo ocurrido con el idiota de Dawson no estaba dispuesto a disculparse ante nadie. Dawson había tenido lo que se merecía. Prefirió adelantarse a los hechos.
—Supongo que querrás hablar de lo que ha ocurrido con Dawson —comentó Jack con seriedad. Estaba dispuesto a decir unas cuantas cosas al respecto.
—¡Ja! —rió McLister de manera jocosa—. Te conozco, Jack. Sé que no golpearías a un hombre sin un buen motivo. Por lo que en realidad eso me tiene sin cuidado. Es casi como publicidad gratis —rió levantando el periódico—. En realidad, quiero que me informes lo que has visto de la araña ¿Es real?
Jack respiró aliviado y un tanto sorprendido ante la escasa importancia con la que McLister parecía estarse tomando el asunto. Se tardó un poco en dar su respuesta.
—No sabría decirlo —contestó cauto—. Pude chequearla con cercanía, pero comprenderás que se necesita un poco más que eso para comprobar algo así... los datos...
—¡Sí, sí! —lo interrumpió McLister con impaciencia—. Pero quiero saber tu opinión. Según lo que tú viste, ¿Es real?
Jack se detuvo un momento, pensativo. La espeluznante imagen de la araña se le cruzó por la cabeza. No quería admitirlo. Por él, que todo lo que pudiera hallar Dawson fuese una mentira. Odiaba tener que reconocer que dicho hombre, al que tanto detestaba, había hecho un descubrimiento asombroso. Simplemente no quería darle el crédito.
—Bueno, Bukowsky y Smithin han confirmado que el espécimen es auténtico. Supongo, entonces, que lo es. Aunque yo diría que es más una especie de tarántula con...
—Quiero que consigas una para nuestro museo —dijo Mclister seriamente.
Jack lo miró sorprendido; jamás se hubiera imaginado que McLister le solicitaría algo como eso.
—No creo que sea una muy buena idea —aclaró—. Al menos, no de momento... el espécimen...
—El espécimen está en boca de todos y hay muchos interesados en hallar más ejemplares —se adelantó McLister. Jack lo miró con extrañeza—. Sabes que este museo apenas alcanza a cubrir sus gastos, Jack. La mayor parte de él lo he tenido que financiar con el resto de mis negocios. Y no es que sea algo malo ¡Adoro el arte, la historia, la cultura! pero competimos directamente con el Museo de Historia Natural y en estos momentos se encuentra con filas de cuadra y media de gente que quiere ver a esa araña... hay muchos empresarios dispuestos a patrocinar una expedición en busca de otro ejemplar ¡Incluso se ha rumoreado que el propio gobierno desea interceder!
—Lo entiendo, Señor McLister —dijo Jack, poniéndose a la defensiva—. Pero es demasiado pronto para...
—Quiero que vayas al Amazonas, Jack. Quiero que nos traigas una de esas arañas.
—¿¡Qué!? —exclamó Jack desencajado—. ¡No voy a hacer eso! —rugió con seriedad.
—Eres el hombre más competente que conozco —insistió McLister—. Y no sé si estás al tanto, pero la razón por la que Dawson presentó públicamente su descubrimiento fue precisamente para reunir fondos y capturar un espécimen vivo... los patrocinadores no confían en él, Jack. No tiene la seriedad ni un buen nombre como el tuyo. ¡Te quieren a ti al frente, Jack! y están dispuestos a ponerse con mucho dinero ¡Yo mismo estoy dispuesto a poner mucho dinero!
Jack, ofuscado, se agarró la cabeza. De cierta manera se sentía halagado con las palabras de McLister; por lo visto, había gente que realmente apreciaba su trabajo, o tal vez solo era una táctica para meterse en su mente, inflarle el ego para evitar una negativa. Sea como fuere, la decisión de mantenerse al margen de todo aquello ya la había tomado hacía rato.
—Ni siquiera saben dónde buscar, McLister —replicó Jack alzando la voz—. ¿Sabes lo inmensamente grande que es el Amazonas? podrían tardar años en dar con siquiera una pista de la dichosa araña. Sin contar lo peligroso que puede ser una expedición como esta. Siento decir esto, pero creo que se equivocan conmigo... aunque no le guste a tu... "grupo de amigos", Dawson es el único que sabe dónde hallar a tu arácnido.
—Pues tenemos todo arreglado, Jack —contestó McLister—. ¡Jever! —llamó.
—¡Oh, no! —exclamó Jack, girándose en confusión al oír el nombre del asistente de Dawson—. Debí imaginármelo.
La figura de Jever caminó desde el pasillo para detenerse justo en el umbral de la puerta. Pegó una tímida mirada hacia el interior.
—Esto es algo grande, Jack —dijo Jever forzando una sonrisa. Notó la cara de disgusto de Jack, el que ante su presencia no se molestó ni un segundo en disimular—. ¿Qué dices? ¿Seremos compañeros, o no?
Jack apretó los dientes con furia. Sintió deseos de correr a Jever a patadas.
—Jever conoce todos los detalles para llevar a cabo con éxito la expedición —habló McLister—. Hemos revisado cada uno de los datos y con tu liderazgo no hay forma de que las cosas no funcionen.
—Señor McLister —dijo Jack volviendo a un tono cordial—. Entiendo que esto sea importante en materia investigativa y tenga claro que si me lo hubiera solicitado hace un año atrás lo hubiera aceptado gustoso y sin reparos. Pero hoy en día estoy casado, intentando formar una familia, y si apliqué para su trabajo como director ejecutivo fue precisamente por ello. ¡Necesitó estabilidad! No puedo abandonar a mi esposa así sin más para irme a un lugar donde ni siquiera hay garantías de que pueda regresar...
—Los patrocinadores se comprometieron a financiar todo, Jack. Incluso un seguro de vida —se adelantó a contestar Jever—. En caso de que exista la remota posibilidad de que algo saliera mal tu mujer y tu hijo estarán cubiertos de por vida ¡No hay nada que temer!
Jack lo miró con una mueca de desprecio.
—Si gusta puedo arreglar las cosas y poner a Manuel al frente —insistió Jack, ignorando a Jever—. Él me ha acompañado en cada uno de mis viajes. Tiene la misma experiencia que yo y está perfectamente capacitado para liderar.
McLister se quedó pensativo un instante. Era verdad, Manuel había sido prácticamente el Sancho Panza de Jack por mucho tiempo. Pero aun así, por muy competente que este fuera, no era Jack.
—No dudo de que Manuel pueda hacer un buen trabajo —dijo levantándose de su asiento para acercarse a Jack y estrecharle suavemente ambos brazos como un padre a su pequeño—. Pero los patrocinadores quieren al hombre que ha liderado exitosamente incontables investigaciones, al hombre que se graduó con altos honores siendo todavía un chiquillo, al hombre intachable que ha sido un ejemplo de temple e integridad... ¡los inversores te quieren a ti, Jack! ¡solo a ti! ¡no se conformarán con menos!
Jack pegó un largo suspiro de hastío. No podía creer que aquellas oportunidades le llegaran en ese momento. Si tan solo le hubieran ofrecido eso mismo algunos años atrás, se lamentó.
—Señor McLister, yo...
Pero antes de que pudiera concretar su réplica, McLister insistió.
—Jack, sabemos que no deseas mezclarte en todo esto. Te has convertido en un hombre de familia ¡pronto serás padre! —exclamó para la molestia de Jack. Jever era todo un soplón—. Pero ningún financista confía en Dawson ¡ninguno de nosotros confía en Dawson! —se corrigió— Solo alguien como tu podría llevar a cabo algo tan grande como esto. He aprendido a conocerte bien, eres un hombre íntegro, dedicado ¡minucioso en lo que hace! del cual tengo la certeza de que aun desea algo más de gloria...
Jack se mantuvo en silencio.
—Sé que no puedo obligarte a llevar a cabo este viaje, pero quiero pedirte que al menos lo consideres. ¡Los patrocinadores están dispuestos a cumplir con cada una de tus exigencias! y te aseguro, durante tu ausencia a tu familia no le faltará nada. Por favor, piénsalo.
Jack no supo qué decir, pero si en algo tenía razón McLister era que en realidad sí deseaba ir, lo deseaba intensamente. Había algo inexplicable en el descubrimiento de esa araña que lo seducía, algo que lo llamaba a desvelar cada uno de sus secretos. Sin embargo, cuando ponía las cosas en la balanza, no podía evitar que esta terminara inclinándose hacia Norah. Sus deseos de lanzarse a la aventura eran sin duda reprimidos cuando pensaba en ella y en lo que sería su futuro retoño. No quería dejarla sola.
—Lo pensaré —dijo finalmente—. No es una decisión que pueda tomar a la ligera.
McLister le dio un efusivo abrazo de satisfacción, Jever sonrió. Jack no pudo evitar pensar en cómo iba a tomarse todo aquello su esposa.
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