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Capítulo I

El tan esperado evento se inició a las ocho en punto en el Museo de Historia Natural de Nueva York como se había programado. Jack Stevenson, hombre de buenas costumbres, llegó puntual como comúnmente hacía, ahorrándose la larga fila para ser recibido directo en las enormes y decoradas puertas de la antiquísima y bien conservada estructura que conformaba el lugar.

—¿Su acompañante, Señor Stevenson? —preguntó un sorprendido portero al ver que la invitación marcaba de forma explícita: "Dr. Jack Stevenson y esposa".

—¡Oh! —exclamó Jack con fingida sorpresa, como si se acabara de percatar de que Norah no estaba a su lado—. Ha preferido quedarse en casa... cosas de mujeres. Usted entiende —sonrió al portero.

—No hay problema, señor Stevenson —le devolvió el portero una sonrisa simpática—. Solo pensé que podríamos recibirla un poco más tarde... Sea cordialmente bienvenido —añadió inclinando su cabeza de manera respetuosa—. Espero que disfrute la velada.

—Gracias —sonrió Jack con cierto nerviosismo.

La verdad era que no se sentía para nada cómodo estando allí. El iluminado espacio tras el vestíbulo comenzaba a llenarse con los más distinguidos asistentes y tenía más que claro que obligatoriamente tendría que toparse con Dawson... Chris Dawson, el hombre del momento, un infame explorador, colega científico y la razón detrás del tan publicitado evento que tras un año de haber desaparecido de los medios había vuelto con toda la gloria. Pero no era aquella reputación de Dawson precisamente lo que mantenía incomodo a Jack, sino sus encuentros pasados, aquellos que habían hecho de ambos enemigos declarados.

La velada prometía ser interesante y aunque Jack hubiera preferido quedarse en casa junto a Norah, tenía serias obligaciones profesionales que cumplir y a la misma vez unas casi incontenibles ganas de satisfacer su creciente curiosidad. Si el descubrimiento de Dawson era realmente verídico aquel evento podía llegar a transformarse en algo sin precedentes.

Jack ingresó tímidamente al salón evitando toparse con cualquier colega o medio de prensa que pudiera reconocerle, sin embargo, le bastó dar un par de pasos para que uno de sus antiguos camaradas se adelantara a recibirlo alegre para invitarlo a compartir una copa. Debido a su trabajo e investigaciones hacía tiempo que Jack se había transformado en toda una celebridad, al menos dentro del campo científico. Jack no pudo negarse.

Los camareros se paseaban con bandejas de champaña y bocadillos, la gente conversaba animada mientras un conjunto de músicos vestidos de gala tocaban de manera virtuosa una conocida pieza de música clásica.

De pronto, la música se detuvo. Las luces se bajaron gradualmente mientras se invitaba a los asistentes a guardar silencio. La luz intensa de un foco, apuntando hacia una tarima debidamente preparada, se encendió. El esperado momento de las presentaciones daba inicio de manera oficial.

¡El amazonas! —se escuchó una voz de locutor con una entonación casi circense.

Los espectadores se mostraron sorprendidos, pero al mismo tiempo atentos, intrigados por lo que aparentaba ser un gran espectáculo. Una serie de imágenes selváticas en blanco y negro comenzó a proyectarse en el telón de fondo, detrás de la tarima, robándose la atención de los presentes.

"El amazonas: un bosque tropical que abarca más de siete millones de kilómetros cuadrados. A día de hoy, el más grande del mundo como también, debido a su imposible terreno, el más inexplorado y enigmático, conocido por muchos como el infierno verde. Un lugar plagado de selva virgen, pantanos interminables, tribus hostiles y mortales peligros..."

Las rápidas imágenes mostraban a un indígena local con tapabarro tensando una flecha, seguido de un jaguar en posición amenazante entre la maleza, luego una anaconda envolviendo poderosamente un caimán que terminó por arrancarle un pequeño "oh" a los distinguidos espectadores. Jack, en cambio, lanzó un pequeño bufido ante la teatralidad del asunto, ya había estado en el amazonas una vez antes y aunque estaba de acuerdo con que era un maldito infierno de calor, insectos y humedad... aquello de tribus hostiles era bastante cuestionable, pero dado que era Chris Dawson el que seguramente había redactado la presentación pudo imaginarse hacia donde apuntaban las cosas.

"Pero este mismo bosque, el más grande del mundo, alberga también la biodiversidad más extensa y variada del planeta. Animales extraños y una vegetación única. Y es precisamente de este lugar de donde ha llegado uno de los exploradores más grandes de nuestra era moderna para revelarnos uno de sus más recientes descubrimientos.... Démosle un fuerte aplauso a nuestro científico, paleontólogo, explorador y hombre del momento... ¡Chris Dawson!"

El locutor sobre la tarima, tras un atril, apuntó hacia el lado derecho del escenario y comenzó a aplaudir enérgicamente. Jack no supo en qué momento el hombre se había subido al lugar; con el uso de las llamativas imágenes en el telón de fondo, se había perdido completamente dicho detalle. Los demás asistentes comenzaron a aplaudir eufóricos mientras las luces se volvían a encender para entregarle toda la atención a Dawson; algunos incluso ovacionaron. Chris apareció desde detrás de una cortina del lado derecho con los brazos abiertos como mesías, la mirada altiva y su sonrisa arrogante. Vestía un sombrero a juego con su chaqueta de cuero café, haciéndolo el único hombre que vestía distinto dentro del lugar. Debajo llevaba una polera de botones entreabierta que mostraba parte de su musculoso pecho. Calzaba botas. "Sí", se dijo Jack, "Solo le falta el puto látigo para gritar ¡Vengo saliendo de la selva! ¡Soy todo un explorador!", si algo debía reconocer era que ese hijo de perra realmente sabía dar un buen espectáculo.

—¡Muy buenas noches! —saludó Dawson con una radiante sonrisa mientras se acomodaba frente al micrófono. Sujetó el atril con ambas manos, alzando ligeramente los codos. Mostraba seguridad, parecía querer comerse el mundo—. Antes de iniciar, quiero expresar mi más sincero agradecimiento por regalarnos algo de su valioso tiempo al acompañarnos esta velada... —los reporteros no dudaron en hacer más de una foto, bombardeando momentáneamente la sala con los flashes—. ¡Y les aseguro que no estarán decepcionados! —sonrió, haciendo una pequeña pausa.

Recorrió con la vista de manera fugaz el enorme salón lleno de invitados mientras olía el ambiente. Muchos habían venido solo por el morbo de verlo fracasar, lo que esta vez podía sepultar su carrera de manera definitiva. Tras aquellas desastrosas circunstancias en las que se había visto envuelto hacía un año, no era para menos. Aunque si tuviera que existir un culpable, ese sería sin duda Jack Stevenson. Sabía que el hombre lo estaba observando desde algún lugar del salón, pero ese era su momento. No le daría el placer de verlo estrellarse una vez más. Tenía todo a su favor, era su momento de brillar. Sonrió.

—Como muchos sabrán, hace un año me vi envuelto en polémicas circunstancias. ¡Un gran error de mi parte del que me arrepentiré el resto de mi vida! Sin embargo, los tiempos de crisis y cambios son tiempos de oportunidad, ¡de reinvención! En mi enorme pesar, supe que debía hacer algo para enmendar, aunque sea un poco, mi imperdonable error. Fue entonces cuando, junto a mi equipo, decidimos emprender el más maravilloso viaje al corazón del Amazonas. ¡Un lugar peligroso, enigmático, pero con un enorme valor investigativo! Fue casi un año de trabajo, de esfuerzo, de sangre, sudor y lágrimas. Pero finalmente, hoy, aquí, frente a ustedes, puedo decir que todo ha valido la pena... —carraspeó ligeramente un momento para aclararse la voz. El discurso había ido en progresiva intensidad. Jack pudo notar que seguramente Chris estaba llegando a lo que él consideraba el momento culminante.

—Señoras, Señores, amigos presentes —sonrió de manera amplia, orgullosa—, ¡Nos enorgullece presentarles la Dawsun colossus aranea! —señaló hacia un costado.

Los encargados removieron rápidamente una tela sedosa que cubría una enorme caja de cristal. El público asistente exclamó asombrado, otros se sobresaltaron horrorizados. Jack, por su parte, se quedó boquiabierto. Ahí, en el escenario, dentro de una enorme caja de cristal, el impresionante cascarón de una araña de casi dos metros de largo yacía cuidadosamente acomodado para su exposición. Aparentemente los fuertes rumores de aquellos últimos meses habían resultado ciertos.

—Es solo el cascarón, no os preocupéis —dijo Dawson, sonriéndole a los aún anonadados asistentes. Algunos parecían querer levantarse de sus asientos y correr despavoridos.

—Ahora... sé que tendrán muchas preguntas —los miembros de la prensa habían comenzado a hacer fotos sin parar—. Pero he de confesar que no soy un gran experto en el estudio de las arañas. ¡Soy más de atraparlas! —guiñó un ojo—. Así que, para resolver sus dudas en profundidad, he traído a mis nuevos colegas y colaboradores en este gran descubrimiento: ¡los doctores Bukowsky y Smithin! Que durante este último par de meses, han estado estudiando en profundidad todo lo que este maravilloso espécimen ha podido ofrecernos.

Stevenson se quedó sorprendido. Bukowsky y Smithin eran dos científicos serios, de buen renombre; no pudo creer que se hubieran arriesgado a mezclarse con alguien como Dawson. Asumió que, a fin de cuentas, había hombres capaces de vender su alma al diablo con tal de aparecer en los libros de historia científica. Se sintió algo decepcionado.

Bukowsky y Smithin estuvieron alrededor de cuarenta y cinco minutos exponiendo y contestando las distintas preguntas que generó el gigantesco espécimen, desde lo más básico, como su taxonomía, hasta los aspectos más complejos, como sus teorías sobre la relación con el entorno y su comportamiento. Era el único espécimen hallado hasta el momento, por lo que su descubrimiento generó un montón de interrogantes. Interrogantes que también asaltaban a Jack: un ser tan monstruoso como aquel parecía un imposible. No debería existir, pensó. Sin duda, aquel descubrimiento podía llegar a sacudirlo todo.

Una vez concluida la sección de preguntas, los ansiosos asistentes por fin pudieron acercarse a contemplar con mayor detenimiento al enorme espécimen. Jack esperó pacientemente a que la gente perdiera un poco el interés y se concentrara más en el cóctel y las conversaciones para acercarse. Se detuvo frente al vidrio, observando cada detalle. Abajo le habían puesto una placa de metal grabada que, con grandes letras, resaltaba: "Dawsun colossus aranea, primer espécimen encontrado". Sí, el imbécil de Dawson había nombrado a la araña con su propio apellido. Sin olvidar que la nomenclatura científica dictaba el uso de una estructura binominal, lo que hacía que la palabra "aranea" resultara totalmente innecesaria; un simple añadido estilístico para impresionar al público. De Dawson no podía esperarse menos.

La araña era una criatura aterradora, con un abdomen ancho y ovalado cubierto de un fino pelillo agamuzado. Su color era pardo oscuro, con ciertos tintes de ocre. Su cefalotórax era de tamaño más o menos proporcional a su abdomen, manteniendo un color similar, pero en esa área carecía mayormente de pelillo, recordando un tanto a alguna especie de caparazón gigante. Dos cuencas negras, vacías y casi juntas, aunque más pequeñas que un puño, se disimulaban sobre la cabeza. Más abajo, destacando de manera inquietante, se apreciaban un par de picudos y amenazantes quelíceros, que cualquier persona común hubiera llamado colmillos, pues lucían como tal. Sus patas largas y oscuras, así como sus pedipalpos, estaban cubiertas de vellos gruesos y de apariencia áspera. De cierta forma, el arácnido le evocó a Jack una tarántula de horroroso tamaño; si se obviaba la falta de ojos, había bastante similitud. Y aunque Jack jamás le había temido a aquellas criaturas, la posición en la que se hallaba el ejemplar, como dispuesta a lanzarse sobre una posible presa, le hizo sentir un intenso escalofrío.

No obstante, y pese a que era anatómicamente perfecto, Jack pudo notar que al ejemplar le faltaba una pata. Aunque aquello no fue motivo para dudar de que lo que veían sus ojos era real. No había forma de falsificar algo tan complejo y detallado como aquello, el estúpido de Dawson había descubierto algo sin precedentes. Y aunque Jack hacía tiempo que había dejado de estar interesado en ese tipo de asuntos, no pudo evitar sentir algo de celos. Dawson era el hombre del momento y con buen motivo. Pese a ello, aquel hombre seguiría siendo su peor enemigo. De eso tampoco tenía dudas.

—¡Jack! —lo llamó una voz que, para su desgracia, reconoció al instante—. ¡Jack Stevenson!

Jack se vio forzado a darse media vuelta para encarar a aquel hombre con el descaro de pronunciar su nombre. Frente a él, el mismo Chris lo saludaba con una sonrisa burlona para luego extenderle los brazos a modo de bienvenida. A Jack no le costó nada comprender que todo aquello no era más que un simple teatro de cara al público.

—Chris Dawson —respondió Jack impertérrito.

Ante la presencia del explorador prefería actuar de la manera más escueta y neutral posible, sin darle pie a ninguna posible malinterpretación o incursión a otro terreno que no sea el estrictamente profesional. Conocía a Dawson demasiado bien, a la menor oportunidad intentaría humillarlo.

—¿Cómo está Norah? —preguntó Chris—. Pensé que estaría esta noche contigo.

—Tenía asuntos mucho más importantes que atender —sonrió Jack con una sonrisa fingida. No pudo disimular la molestia que le causaba que aquel hombre osara hablar de su esposa con tanta naturalidad.

—Sí, bueno —dijo Chris fingiendo simpatía—, ¿Te la chupa? —susurró.

—¿¡Qué!? —exclamó Jack, totalmente desencajado.

—Ya sabes, ¿Te hace esa cosita con la lengua...? —sonrió malévolo mientras sacaba su lengua para enrollarla por sobre el labio superior.

Intentó añadir algo más, pero antes de que pudiera hacerlo, el contundente puñetazo de Jack le impactó en pleno rostro. El furioso científico se le fue encima, dispuesto a matarlo. Sin embargo, antes de que Jack pudiera dar rienda suelta a su furia, Jever, el asistente de Chris, se interpuso diligentemente entre ambos, evitando que el asunto continuara escalando.

—¡Ya basta! ¡Ya basta! —dijo Jever, intentando controlar a ambos hombres como pudo.

Jever era un hombre pequeño, de voz algo chillona, poco masculina, pero increíblemente potente.

—¡Te voy a matar, hijo de puta! —rugió Jack, intentando alcanzar a Chris una vez más.

Estaba rojo de ira. Pese a ello, Jever logró alejarlo de Chris un instante.

—¡Señor Stevenson! —lo contuvo con voz firme y mirándolo a los ojos con extrema seriedad—. Creo que es momento de que se vaya. —le señaló la puerta.

El resto del salón se había paralizado por completo, tratando de entender el sorpresivo altercado. A Jack le bastó un solo segundo para comprender la situación en la que se había metido. Todas las miradas convergían en él; incluso la música se había detenido. Más de algún periodista hizo una foto; al día siguiente iba a estar en boca de todos. Se sintió avergonzado.

—Sí —dijo, mirando con ojos asesinos a Chris—. No tengo nada que hacer aquí.

En seguida se acomodó la ropa para caminar hacia a la salida. A sus espaldas, la gente comenzó a murmurar, pero en ese instante Jack solo tenía espacio para su rabia. No pudo evitar pensar que debería haberlo golpeado más. 

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