Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Prólogo: Pesadillas y añoranzas.

Correr, necesitaba correr.

Ya no me encontraba tan segura sobre a qué le huía, solo sabía que no debía detenerme jamás. No importaba el cansancio que me envolviera, hasta el punto de que mis pies sangraran, ni muchos menos el hambre, que lograba que mi estómago rugiera como si una bestia maligna habitara en él.

La única regla era no detenerse y si lo hacía, entonces debía ser el mínimo tiempo posible. Solo estaba permitido dejar de correr cuando fuera de noche y estuviera en algún sitio seguro, como la copa de un árbol o alguna cueva. De hecho, solo lo hacía porque era imposible correr a través del bosque cuando el sol se ocultaba. También podía parar en algún pueblo, intentar abastecerme con comida, pero eso no siempre resultaba, puesto que no tenía dinero para pagar los alimentos, así que terminaba robándolos la mayoría de las veces.

Debía resistir lo máximo posible y evitar que me atraparan.

¿Quién iba a atraparme? No lo sabía.

Llevaba tanto tiempo huyendo, que ya no recordaba qué me perseguía. Sin embargo, algunas veces, cuando bajaba la guardia, algo en mí gritaba que siguiera corriendo. Notaba la presencia del peligro y mi piel se erizaba. Las alertas sonaban una y otra vez, hasta que lograba recorrer la mayor distancia posible y me sentía a salvo de nuevo.

No podía permitir que el miedo me paralizara, ni siquiera por un segundo. Todo era crucial y de vida o muerte.

Mi pie se tropezó con alguna rama caída, por lo que estuve a punto de rodar por el boscoso suelo. Era difícil seguir huyendo cuando la noche caía, pero aún no había encontrado algún refugio dónde pasarla. Debía cuidar cada uno de mis pasos. Proteger mis ojos de las traviesas ramas. Y estar atenta por si algún depredador del bosque se aparecía.

A lo lejos, comencé a ver fuego. El bosque era horrible, demasiado oscuro y tenebroso. A veces tenía miedo, era sólo una niña y siempre me habían gustado las historias de terror, hasta que me tocó vivir una. No recordaba mi vida antes de que esto comenzara, pero algo tenía claro, la oscuridad era mi enemiga, por eso debía buscar refugio en las noches.

No sabía cuánto tiempo había pasado desde que mi gran huida comenzó, pero sí que sabía que hasta hace poco me estaban pisando los talones. Me quedaba algunas veces en algún pueblo, cuando me sentía a salvo, libre de perseguidores y peligros, bajo el refugio de algún alma bondadosa. No era usual, pero siempre era mejor que pasar frío, apenas iluminada por la luz de la luna.

Necesitaba descansar, mis pequeñas piernas ya no daban para más. Estaba tan asustada, sin embargo, no me detuve. Seguí esa estela de fuego, hasta que me topé con una gran aldea. Se veía como un sitio acogedor, por lo que el alivio me recorrió entera.

Si una niña aparecía en una aldea como esta, los adultos siempre intentaban cuidar de ella. Y ofrecían refugio. Además de buena y caliente comida.

De inmediato, todos los habitantes que se encontraban por el lugar pusieron sus ojos en mí. Claro que era algo extraño, pero no tuve tiempo suficiente para pensarlo, pues justo entonces mis piernas cedieron y me encontré en la mayor oscuridad.

—Señor, parece que está despertando —escuché, sin llegar a abrir los ojos.

Mi cabeza dolió, palpitante y exigente de atención. Todos mis músculos dolían por el tiempo que me mantuve corriendo, por lo que no me molesté en intentar levantarme. Me tomaría un par de segundos recuperar, antes de seguir mi camino.

Me merecía un pequeño descanso.

—No me diga, creo que puedo notarlo por mi cuenta —replicó un señor, con tono sarcástico. Sentí algunas palmadas suaves en mis mejillas, espabilándome por completo—. Despierta, niña.

Abrí los ojos de mala gana, encontrándome de frente con el rostro de un señor. Se veía bastante joven, pero imponente. Su voz era ruda, aunque en su mirada se podía vislumbrar un poco de preocupación y amabilidad. Su cabello era castaño, bastante oscuro, mientras sus ojos eran tan verdes como un prado en un día soleado. A su lado, una señora con cabello canoso aguardaba con una cálida sonrisa en su rostro.

—¿Dónde estoy? —fue lo primero que pregunté.

Tenía dudas, pero había escuchado —aunque no podía recordar donde o en qué momento—, que era importante saber dónde estabas, para saber a dónde te dirigías. No lo entendía, pero hacía todo lo posible por cumplirlo.

—Estás en Wyrfell, bastante alejada de la ciudad.

—¿Wyrfell?

No tenía idea de donde quedaba. No me sentía bien, mi cabeza daba vueltas, sin embargo, sentía que debía escapar de allí lo más pronto posible. Ellos me generaban confianza, pero no estaba segura de cuánto tiempo estuve fuera de juego. Y si me descuidaba, podrían alcanzarme.

Lo que menos deseaba, era que me dieran alcance.

Así que, haciendo fuerza de voluntad, me levanté de aquella cama en la que estaba recostada. Me encontraba en una de las cabañas, bastante acogedora, con un encanto rústico. Parecía ser una especie de enfermería.

—¿A dónde crees que vas? —preguntó aquel señor. Tendría unos treinta años, calculé. Se veía corpulento, pero no como aquel señor gordo de la panadería del pueblo anterior, este tipo era más ancho y con grandes músculos.

No me hacía sentir segura, aunque tampoco le temía. Solo se veía respetable y fuerte, pero podía notar la amabilidad detrás de su tono hosco.

—Gracias por la hospitalidad —murmuré, recordando que debía tener modales—. Lamento las molestias.

—¿Molestia? —bufó con burla—. ¿Quién eres y cómo es que has llegado aquí? ¿Estás sola?

—No lo sé —respondí, bajando la mirada. No debía mostrarme débil, por alguna razón, ese señor imponía un gran respeto.

—¿Cómo que no lo sabes? Podrás parecer una niña, pero alguien tuvo que haberte mandado.

—Padre —escuché la voz de un niño desde la puerta.

Dirigí mi mirada hacia él, sintiendo curiosidad. Nunca tuve mucho contacto con otros niños, pero él me causaba una gran y profunda curiosidad. Quizás se debiera a sus ojos. Era la primera vez en toda mi vida que observaba unos ojos bicolores. Uno era azul como el cielo, mientras el otro se asimilaba más a un prado.

Tendría unos diez años, su cuerpo se encontraba delgado y era más alto que yo. También era la viva imagen de su padre, con su cabello castaño.

Era extraño. Mientras que su padre me producía cierto miedo, el niño en la puerta me hacía sentir más cómoda. Sentí como iba relajándome, a medida que él se acercaba a mí. Era como si siempre pudiera estar a salvo, mientras él estuviera cerca.

—La chica está asustada, no parece enviarla nadie.

—Nathan, te he dicho que no te metas en los asuntos de los mayores —le reprendió.

—Pero esto no es un asunto de mayores —replicó sin miedo alguno. Admiré su forma de dirigirse hacia su padre—. Es una niña, está indefensa.

—Señor —me entrometí en la conversación al ver que me habían dejado por fuera—. No intento molestarlo con mi presencia, yo puedo irme cuando usted quiera.

Odié el temblor en mi voz, mis palabras resultaron un tenue balbuceo, pero tanto el señor como el niño me entendieron. De todas formas, necesitaba seguir huyendo, quedarme en un solo sitio estaba prohibido.

—No —dijo Nathan, sorprendiendo tanto a su padre como a mí —. Es sólo una niña, no puedes dejarla por su cuenta sin un adulto a cargo.

—¿Hay algún adulto a tu cargo? —preguntó su padre de mala gana, como si estuviera siendo obligado a preguntar por la presencia de su hijo.

Negué con la cabeza, sintiendo las lágrimas picar en mis ojos.

Jamás tuve a nadie. Desde que fui consciente de mí misma, estuve corriendo sola por los bosques. No sabía cuál era mi objetivo, pero sí que no debía detenerme ante nada. No sabía de qué huía, pero sí que estaría perdida si me atrapaban.

Y estaba bastante cansada de aquello.

Ansiaba, añoraba tener una familia. Quería acurrucarme junto al fuego con un ser amado, sentir la calidez de un hogar. Lo deseaba como se desean las cosas importantes, con el corazón y cada fibra de mi ser.

—Bien, entonces está decidido. Ahora te quedarás con nosotros —decidió, sonriendo con travesura. El señor apenas y murmuró algo entre dientes, pero no pareció negarse.

¿Quedarme con ellos? No. No debía quedarme, necesitaba seguir huyendo. Por mucho que quisiera quedarme, no podía arriesgarme. Y arriesgarlos a ellos.

Pero por más que lo pensaba, no lograba convencerme de aquello. Era como si mi instinto gritara que podía quedarme, que podía estar segura.

Al menos quería creerlo.

—No te preocupes —dijo, para mi sorpresa, el señor—. Nadie va a hacerte daño aquí. Estarás a salvo.

Le creí. No supe que me impulsó a hacerlo, pero creí en sus palabras. Quizás y solo quizás, ya no tuviera que seguir huyendo.



¡Hola! Esta historia es de un nuevo género para  mí, por lo que tengan un poco de paciencia conmigo. Espero que les guste y que amen tanto a estos personajes como yo lo hago. 

Historia registrada, prohibida su reproducción física y digital en otras páginas, redes, impresión entre otros medios. Prohibida adaptación o manipulación del contenido de la historia. Por favor, evitémonos un mal momento, recuerden que el respeto es la mayor muestra de agradecimiento. 



Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro