Capítulo 9: Donovan Black.
Ninguno de los dos habló por un largo rato. Nathan se entretuvo jugando con mi cabello castaño, tomándolo entre sus dedos y acariciándome. No intentó detener mi llanto, no se quejó ni un segundo. Sólo se quedó a mi lado y eso fue lindo.
Él era lindo.
Ahora que sabía de mi pasado entendía que esa pequeña voz susurrante era mi loba, intentando guiarme en el camino. Cuando tomó el control de mi cuerpo, fuimos una. Yo pude ver aquellos recuerdos que ella se encargó de reprimir para no dañarme. Lo sabía todo.
También explicaba como supe que el profesor nuevo era un brujo. Entre brujos la jerarquía funcionaba de forma diferente, según vi la explicación de mi madre, una hermosa mujer con cabello rizado color chocolate y los ojos más azules que había visto en mi vida.
El apellido y la sangre era lo único que importaba entre brujos. Yo no era realmente una bruja, no tenía poderes. Ahora que mi loba había aparecido, podía notar la magia a mi alrededor, sin embargo, no creía ser capaz de utilizarla a mi conveniencia. Sí, era una hibrida, pero tenía la sensación de que eso sólo me daba sentidos más agudos que algunos lobos. Mi madre, la bruja más poderosa de la comunidad de brujos, era la hija del jefe. Tenía el ligero recuerdo de mi abuelo, aquel señor tan amable que estuvo a mi lado durante gran parte de mi infancia.
Así que mi apellido era más poderoso que el de aquel brujo, por lo que su magia jamás podría dañarme.
Era un poco extraño, pero al menos me sentía segura.
Los brujos utilizaban la magia que ya existía. Si por alguna razón, un brujo terminaba en un lugar libre de magia, sería un completo inútil. Y la magia obedecía al apellido. Así que incluso si Nicholas resultaba ser un brujo con malas intenciones, la magia no le obedecería para hacerme daño.
Aunque claro, aún no estaba del todo segura de que su apellido fuera menos relevante que el mío.
Tendría que investigar.
No tenía intenciones de enfrentarme al brujo, sin embargo, tenía que ponerle un ojo encima. Jamás dejaría que lastimara a mi mejor amiga.
—Tuve un hermano mayor —le conté, luego de varias horas, su respiración se aceleró al escucharme hablar—. Éramos mellizos, pero él era el mayor. Mi madre estaba fascinada con él, con sus poderes, mientras que mi padre adoraba tener una hija como futura alfa, puesto que es algo que casi no se ve. Mi hermano y yo éramos inseparables, pero ese día habíamos discutido. Fue sólo una pelea de niños, pero bastó para separarnos un par de horas. Lo busqué por toda la mansión cuando los vampiros aparecieron. Mi padre estaba peleando con ellos, mientras mi madre intentaba cubrirlo. Sentía que era mi responsabilidad buscar a mi hermano, tenía que salvarlo. Estaba en mi habitación cuando al fin lo encontré, al parecer habíamos tenido la misma idea, buscarnos el uno al otro. Cuando creí que todo estaría bien, pues mi hermano ya estaba conmigo, un vampiro atravesó la ventana y lo apuñaló.
—Elle —murmuró con dolor, tanto el suyo como el mío.
—Lo vi allí, tendido en el piso con una expresión de pánico en su cara. En lugar de curarse, con lo último que le quedaba de fuerza, lo gastó en enviarme al bosque con un conjuro, alejándome de todos los vampiros. Desde entonces estuve sola, corriendo sin parar. Ya no tenía rastro de loba, no estoy segura de cómo sucedió, si fue él o fue a causa de alguien más, pero desde ese momento mis recuerdos son borrosos, no estoy segura de qué es real o no. No tenía idea de que tuve una familia, solo recuerdo correr por los bosques. Ahora sé que le huía a los vampiros...
—Ya estás a salvo, Elle. Ya no tienes que seguir corriendo —me recordó, al igual que muchas veces en el pasado.
—Lo sé, pero tengo mucho miedo, Nate —confesé—. ¿Y si siguen buscándome y los consiguen a ustedes?
—Entonces pelearemos —resumió.
—No me perdonaría si alguien saliera herido.
—Entonces tienes que encontrar a tu mate —murmuró con un gran dolor, como si las palabras le quemaran en la garganta.
—¿Mi mate? —Repetí, incrédula.
Él me malinterpretó.
—Tu loba dijo que llegaste aquí buscando tu mate —murmuró, cabizbajo—. Somos más fuertes cuando estamos junto a nuestros mates. ¿Tienes alguna idea de quién es?
Se veía tan... dolido. Definitivamente era un lobo tonto. ¿Cómo no se daba cuenta que lo tenía justo frente a mí? Le acaricié la barbilla con los dedos, sonriendo. Quizás si se lo decía podría creerme, ya había conocido a mi loba.
Pero cuando abrí la boca, no fui capaz de decirle. Me quedé en silencio, tratando de controlar los latidos de mi corazón. No iba a actuar tan impulsivamente, no.
Existía la posibilidad de que no me creyera, que pensara que solo bromeaba con él.
—Debemos dormir, Elle. Mañana inicia el juicio de Rosie —informó.
—¿Qué? ¿Yo debo ir? —pregunté, sintiéndome cobarde repentinamente.
—Sí. Será un juicio largo y complicado, pero espero que todo salga bien.
—¿Estás molesto conmigo?
—¿Molesto contigo? —repitió—. ¿Por qué lo estaría?
Su brazo me servía de almohada, mientras observábamos el techo, como si fuera la cosa más interesante del planeta. Sentía los ojos pesados, quizás por el llanto, quizás por el agotamiento.
—Porque ataqué a Rosie —especifiqué—. Sé que no debía hacerlo, pero estaba tan... furiosa.
—Entiendo que estuvieras molesta, conejita. Cualquiera en tu situación hubiera hecho lo mismo. No fue lo más sensato, pero ya lo hiciste. Además, le ganaste en un combate cuerpo a cuerpo.
—Fue porque no se transformó —reí ligeramente—. No tendría oportunidad de luchar contra un lobo.
Nathan se dio la vuelta, abrazándome mientras su respiración se hacía lenta y pausada. Tal parecía que él tampoco había dormido demasiado los últimos días. Estaba tan acostumbrada a su calor, a la forma en la que su cuerpo se moldeaba junto al mío.
—No te subestimes, Eleanna. Eres más fuerte de lo que crees —susurró, antes de que cayera en el mundo de los sueños.
Apenas había amanecido cuando llamaron a todos los integrantes de la manada para ser testigos del juicio contra Rosie. Los juicios no eran lo común, nuestra manada era tranquila, por lo general nadie rompía las reglas...
Sin embargo, cuando sucedía, entonces el alfa debía intervenir.
Me encontraba nerviosa, sentada junto a Nathan. Rosie estaba sentada en el lado opuesto, con su padre a su lado. Bradley siempre fue bueno conmigo, ambos trabajábamos mano a mano para el funcionamiento de la mansión y la manada.
Sabía que, sin importar el resultado, mi relación con Bradley jamás volvería a ser la misma. Aunque él no estuvo con Rosie durante su infancia y adolescencia, sabía que él amaba a su hija.
—¿Estás nerviosa? —preguntó Stuart, quien se encontraba sentado detrás de mí.
—Muchísimo —susurré hacia él.
—Todo estará bien. El alfa no permitiría que atacaran a su hija adoptiva y que se salieran con la suya.
Cuando el alfa hizo aparición, todos nos quedamos en silencio. Ya tenía todas las pruebas, además de los testimonios del par de guardias que me enviaron al calabazo. Su expresión era seria, amenazante. Bajé la mirada, avergonzada.
—Rosie Wyrfell, hija de Bradley y Rosa Wyrfell, utilizaste a mis guardias para cumplir tus caprichos, tomaste un título que no te pertenece, ordenaste enviar a Eleanna a una zona prohibida para toda la manada y atacaste a quien considero mi hija —resumió con gran seriedad—. ¿Sabes que el castigo por todos estos crímenes no es menor al exilio?
Todos ahogamos un quejido al escucharlo. ¿Exilio? Esa palabra era tabú. Un lobo sin manada era rechazado en cualquier parte del mundo. El exilio era un destino peor que la muerte.
—¡Señor! —exclamó Bradley de inmediato.
—Sin embargo —prosiguió, como si no le importara nuestra agitación—. Eres la hija de mi mano derecha. Y a mis ojos, solo eres una cachorra perdida.
Miré hacia Rosie, quien parecía tener ganas de llorar. No se veía como siempre, su cabello estaba hecho un desastre, debido a que pasaba su mano por el una y otra vez, su altiva actitud había desaparecido. Se trataba de la sombra de la adolescente malvada que fue.
Estuve a punto de intervenir, pero Nathan me tomó del brazo, obligándome a permanecer en mi sitio.
—Rosie, tu destino en la manada fue decretado hoy. Serás guardiana de la frontera, te encontrarás lejos del centro de la manada. A partir de este momento, no podrás relacionarte con el resto, aunque haré una excepción con tu padre.
—¡No! —gritó Rosie, enloquecida—. ¡Por favor, señor! Soy la futura luna de esta manada, no puede hacerme esto.
La respuesta del alfa fue mirarla con desdén, antes de darse media vuelta, ignorando sus quejidos. Rosie se lanzó al suelo, llorando amargamente. Ser guardiana de la frontera era mucho peor de lo que parecía. No podría volver a casa nunca más, siempre alerta. Un error de su parte y todos podríamos sufrir las consecuencias.
—¿Nathan? —gritó hacia él—. ¡Haz algo!
—Nunca debiste tocar a Eleanna —negó con la cabeza—. Te lo advertí, Rosie.
—No pueden hacerme esto.
—Ya está hecho —tomó de mi mano, llevándome junto a él.
Me arrastró hasta mi habitación, como si quisiera protegerme. No sabía como sentirme al respecto. Sí, Rosie había obtenido su castigo, sin embargo, no esperaba que fuera un castigo tan severo.
¿El alfa había dicho que me consideraba su hija? Era la primera vez que escuchaba algo como eso salir de su boca.
Deja de compadecerte por ella, nadie la obligó a hacer lo que hizo.
—Nate...
—Está bien —me tomó entre sus brazos, abrazándome con suavidad—. Está bien, Elle.
Mi corazón, que había estado latiendo como loco en mi pecho, comenzó a calmarse ante su cercanía. Nathan me conocía tanto, que sabía que estaba a punto de perder el control de mis emociones.
Nos quedamos el resto del día juntos. Luego tendría que ponerme al día en el instituto, pero no me importaba demasiado. Podría simplemente decir que había enfermado y todos los profesores me creerían. Después de todo, era el mejor promedio. Todos eran conscientes de que, si faltaba a clases, era por una buena razón.
Cuando la noche cayó, estuve tentada a hablarle sobre mis sentimientos a Nathan, decirle que no tenía que preocuparse por casi haber exiliado a su luna.
—Nate yo... —me vi interrumpida por un estruendo.
Me levanté apresurada hacia la ventana. Había fuego a la distancia, podía observarlo. Estábamos bajo ataque y tenía la impresión de que era mi culpa.
—Vampiros —susurré.
Sí, tenía lógica. Después de muchos años mi esencia de loba había salido a la luz. Y ellos pudieron rastrearme.
Maldición, toda la manada estaría en peligro debido a mi descuido.
Nate se fue a gran velocidad. Tenía que proteger a la manada. No supe que hacer, me quedé en blanco durante unos largos segundos, escuchando los gritos y las peleas a mi alrededor. Quería bajar y pelear, pero era una humana. Mi loba jamás podría volver a salir y mis condiciones eran iguales a las de cualquier ser humano.
Sabía que debía salir de aquí, estaba atrapada en el ático, sin salida. Si alguien subía, me atraparía en segundos. Tomé una chaqueta del armario y una daga que llevaba toda mi vida conmigo. Estaba por salir cuando mis temores se volvieron realidad.
Un vampiro estaba justo frente a mí, mirándome con hambre. Su piel pálida era aterradora, sus ojos eran rojizos y tenía rastros de sangre en los labios. Sonrió, creyéndose vencedor.
Oculté la daga en mi manga, fingiendo estar aterrada.
Salta
Ordenó mi loba, escuchándose tenue a lo lejos.
¿Qué? Estás loca. Moriré si salto de esta altura.
¡Confía en mí! ¡Salta!
Corrí sin pensarlo dos veces hacia la ventana, saltando al vacío. Al menos la había dejado abierta, pues solo pensar en romper el cristal me daba pánico.
El frio de la noche me recibió, toda la manada parecía estar enfrascada en una fuerte lucha. Y yo, yo estaba aterrada mientras caía al vacío. Grité con fuerza, tenía tanto miedo. No quería volverme puré de humano.
Caí, inevitablemente caí, pero el golpe no fue tan fuerte como esperaba. Miré, sorprendida a Nathan, quien me llevaba en sus brazos mientras corría sin parar.
—¡Estás loca! —gritó—. Pudiste haber muerto allí, frente a mí.
—Ella sabía que estabas ahí —murmuré, sin intentar responderle.
—¿Qué? —luego sacudió la cabeza, concentrándose—. Debes irte, Elle.
—No voy a dejarte —me negué.
—No lo harás, solo debes alejarte lo máximo posible, necesito que estés a salvo.
—¿Qué hay de ti? —pregunté llorando, no quería dejarlo—. ¿Quién va a cuidar de ti?
—Estaré bien, sólo corre, Elle. Rápido. Ve —me apresuró.
Mis pies se negaron a moverse, todo en mí se negaba a moverme. No quería dejarlo, quería luchar a su lado. Me dio un fuerte empujón, impulsándome a correr.
Y lo hice.
De nuevo estaba en el bosque, sola en la oscuridad, corriendo por mi vida, sin poder defender a los que se quedaban atrás.
La primera vez me salvó mi hermano, a costa de su propia vida. ¿Quién pagaría el precio esta vez por salvarme?
No.
No era tiempo de huir.
Giré mis pies en dirección a la manada. No temía perderme, sabía exactamente por donde llegar. Mi daga quemó en mi manga, como un recordatorio de que no estaba sola.
Era un obsequio de mi madre. La daga jamás me cortaría, pero se encargaría de eliminar a mis enemigos en cuestión de segundos. Estaba hechizada para protegerme, para que jamás tuviera que manchar mis manos. Ahora que sabía de la presencia de la magia, noté que la daga era mucho más poderosa de lo que jamás creí.
Y yo que la utilizaba para cortar las frutas que conseguían mientras vagaba por los bosques.
Concéntrate.
Esta vez es mi turno de luchar. No dejaría que los vampiros se salieran con la suya. No podía permitirlo.
Entré al territorio de la manada, caminando con lentitud hacia el centro de la pelea, en la plaza justo frente a la mansión del alfa.
Me subí a la estatua del gran lobo, que apenas se iluminaba con la luz de la luna.
Silbé con fuerza. No supe que impulsó a detener la pelea, pero tanto lobos como vampiros me veían con atención. Algunos estaban heridos, pero no veía caídos. Al menos, había llegado a tiempo.
Nate estaba justo frente a mí, mirándome con reproche.
—Vampiros —hablé en voz alta, con la barbilla levantada—. ¿Qué los ha impulsado a atacar esta manada?
Los lobos se miraron unos a otros, totalmente confundidos, mientras que un vampiro se posaba frente a mí. Era demasiado alto, su cabello era tan oscuro como la noche y sus ojos color sangre era realmente atrapantes. Parecía ser el jefe, el líder.
—¿Quién eres tú? —preguntó el vampiro, olisqueando mi cuello.
Nate intentó acercarse, pero lo detuve con un gesto. Yo tenía todo bajo control.
—Solo soy una humana —respondí con honestidad, pues en ese momento lo era. Mi loba estaba más escondida que nunca.
—¿Y cómo es que no tienes miedo? —preguntó con sorpresa.
—Estoy aquí para hacer de intermediaria —expliqué con seriedad.
No tenía miedo. Apenas me sintiera un poco en peligro, el vampiro desaparecía.
Mi daga se encargaría de eso.
Al menos, eso quería pensar.
—¿Intermediaria? ¿Qué te hace pensar que necesitamos una?
—Fui enviada por un gran brujo —mentira número uno—. Dijo que los lobos y los vampiros llegarían a un acuerdo esta noche. Y para eso necesitarían de una humana, un ser imparcial.
—¿Un acuerdo? —preguntó el alfa, acercándose un poco, siguiéndome juego.
—Así es —aseguré—. Los lobos deberán limitarse a cazar en su territorio. Pueden cruzar los territorios que deseen, pero no cazar más allá.
—¿Y los vampiros?
—Ellos deberán limitarse a tomar sangre humana en su territorio. Está altamente prohibido que un lobo y un vampiro se enfrente.
—¿Y qué te hace pensar que vamos a obedecerte? —preguntó con rebeldía el vampiro.
—Entonces los brujos tendrán derecho a involucrarse en el bando que deseen —me encogí de hombros.
Los murmullos no tardaron en hacerse llegar y había razón en hacerlo. Los brujos no se involucraban en peleas, ni una. Eran orgullosos y soberbios, no les interesaba nada que no fuera ellos mismos.
Los seres más poderosos de la tierra, jamás se habían involucrado en los pleitos de otras especies. Y muchas personas lo agradecían, bastaba con tener un brujo poderoso para acabar con un ejército de mil hombres.
—¿Cómo sé que dices la verdad? —cuestionó el vampiro.
—No ganaría nada mintiendo —mentira número dos—. Estos no son mis asuntos.
—Estamos buscando a alguien —explicó el vampiro, mirando de frente al alfa, ignorándome—. Buscamos una loba.
—Me temo que tendrás que ser más específico —negó con la cabeza el alfa.
—Una mitad loba, mitad bruja.
La mayoría de los presentes exclamaron con sorpresa. Sí, ser un mestizo no estaba bien visto.
—No conozco a nadie con esas cualidades. Como habrás notado, en mi manada no hay otras especies.
—Sentimos su presencia por aquí —insistió.
—¿Y ahora? ¿Sienten su presencia aquí? —me entrometí en la discusión.
—No —Respondió con duda.
—Entonces es porque no está aquí —resumí con naturalidad.
El vampiro se mantuvo pensativo, mientras mi corazón latía acelerado. Esto podía llegar a salir muy mal o muy bien. Esperaba que fuera lo segundo.
¿Qué me había impulsado a contar esa mentira exactamente? No lo sabía. Fue sólo un impulso, como si mi cuerpo y mi mente supieran exactamente qué hacer.
Pero yo no tenía ni idea de cómo resultaría todo esto.
—¿Qué sucede si un lobo ataca un vampiro? —preguntó bajando la guardia.
—Los brujos castigaran fuertemente al responsable y a todo su grupo —mentira número tres.
—¿Qué ganan los brujos de todo esto?
—Paz —respondí con confianza—. Están cansados de presenciar cómo se matan los unos a los otros sin razón alguna.
—De acuerdo —levantó las manos en un gesto exasperado—. Tú ganas, humana. Pero antes de sellar el acuerdo, quiero confirmar que dices la verdad.
—¿Cómo? —pregunté con calma, aunque por dentro estaba que me hacía en los pantalones.
—Déjame probar tu sangre —exigió.
—No —se interpuso Nate, sin aguantar mucho más tiempo—. No puedes atacar a la humana.
—Está bien —accedí, ignorando a Nate—. Pero no me hago responsable si sales herido.
Muchos vampiros rieron, como si hubieran escuchado el mejor chiste de sus vidas. Incluso el jefe, quien me veía con hambre, sonrió de medio lado.
Fingí estar asustada, mientras el alfa contenía a Nate. El vampiro se acercó y colocó sus manos en mi cara, acariciándome. Era un suave y seductor roce, que me puso los vellos de punta. Los vampiros tenían la capacidad de seducir a sus víctimas para beber de su sangre.
Y vaya que ese hechizo era poderoso, pues incluso sentí mis piernas temblar.
—Tranquila —susurró sólo para mí—. No va a dolerte, no voy a matarte. Sólo muero por probar un sorbo...
Justo cuando sus colmillos estaban por colocarse sobre mi cuello, la daga salió disparada de mi manga y apuntó directo al cuello del vampiro, dispuesta a matarlo.
Era una daga mágica, apenas sentía que yo estaba en peligro, entonces salía a defenderme. El mejor regalo que mi madre pudo darme.
Todos exclamaron con sorpresa, mientras la daga no vacilaba. Incluso un pequeño hilillo de sangre salió de su cuello. El vampiro sólo me veía a los ojos, asombrado.
—Basta —susurré a la daga.
De inmediato obedeció, cayendo al piso con un sonido tintineante.
Nate también se veía sorprendido, demasiado impactado como para reaccionar. Sí, la humana inútil supo utilizar la magia a su alrededor para darle vida a la daga. Debía ser toda una sorpresa para los demás.
Incluso lo era para mí.
—Está demostrado que la chica está protegida por brujos —habló el alfa luego de unos tensos segundos.
—Sí, está claro —el vampiro seguía viéndome, con deseo, con hambre.
Eso me causó un gran escalofrío.
—¿Podemos proceder con el acuerdo? —apresuró el alfa, notando que algo estaba pasando con ese vampiro.
—Claro —sonreí, tomando la daga del piso.
Me acerqué al alfa con calma, pidiéndole la palma de su mano. Él solo me miró profundamente, como si intentara ver que planeaba hacer a continuación. Hice un corte rápido sobre su palma, sorprendiéndolo. No le di importancia a su reacción y me acerqué al vampiro, haciendo lo mismo con su mano, al menos él ya se lo esperaba, por lo que no reaccionó.
—Digan sus nombres —ordené.
—Mi nombre es Roderick Wyrfell, Alfa de la manada Wyrfell —tendió la mano ensangrentada.
—Donovan Black, monarca de los vampiros —se la estrechó, uniendo la sangre de ambos.
—Soy Eleanna Wood, humana e intermediaria del acuerdo entre vampiros y lobos de Wyrfell —hice un corte en mi muñeca, rogando a los cielos que la daga me cortara un poco.
Lo hizo. La herida escoció un poco, pero no fue tan doloroso como lo creí. Cuando la primera gota de mi sangre tocó la unión de la sangre de los otros dos, una estela blanca nos rodeó.
No sabía ni qué rayos había hecho.
¿Estaba haciendo un acuerdo real? ¿Acaso alguien más estaba controlando mi cuerpo?
No tenía ni la menor idea de lo que estaba pasando, pero tanto el alfa como Donovan parecían saber exactamente que sucedía.
Los vampiros se retiraron, sin pronunciar palabra alguna.
Roderick me vio con orgullo, justo antes de retirarse, susurró con la intención de que solo yo lo escuchara.
—Serás una gran luna.
Oh oh, alguien me había descubierto.
¡Hola! Este capítulo me gustó mucho. ¿Qué les pareció?
Como dato curioso, les informo que Donovan Black tiene una historia independiente. Pueden encontrarla en mi perfil.
Vayan a enamorarse, les prometo que lo harán.
Los amo.
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