Capítulo 38: Unión.
—¿Quién te crees que eres para hablarme así? —reaccionó luego de un rato, dejando atrás la fachada de mujer temerosa.
Lo sabía. Sabía de quien se trataba incluso si nunca antes la hubiera visto. Además, pude notar que no solo se había colado en este lugar, sino que fingía ser una señora débil y temblorosa.
Nada más lejos de la realidad.
Nació como una luna. No era un ratón escondidizo y asustado. No me podría engañar de esa manera.
Quizás no me sentiría tan enfadada si hubiera acercado en otra ocasión, en otras condiciones. Si ella quería ver a su hijo, yo no era nadie para impedírselo. ¿Pero por qué venir justo cuando ahora es un alfa? ¿Por qué darle la espalda durante años, y ahora acercarse como si nada?
No conocía sus motivos para marcharse, pero tampoco me importaban. Solo yo sabía el dolor que Nathan sufrió, esperando día tras día a que su madre volviera.
—Oh, no lo sé, quizás la persona que tuvo que ocupar tu lugar en la manada siendo una niña. Y quizás también la persona que estuvo al lado de tu hijo cuando la necesitó.
Parpadeó, como si la hubiera golpeado con mis palabras.
Bueno, lo tenía bien merecido.
Cuadró los hombros, preparándose para un ataque más que verbal. No tenía intenciones de golpearla, pero lo haría si notaba que era necesario.
Podría ser mi suegra, pero era la mujer que abandonó a Nathan cuando solo era un niño. No se merecía respirar el mismo aire que él. Además, atacar a la luna de la manada era un delito grave. ¿Por qué parecía que se iba a abalanzar sobre mí en cualquier momento?
Gruñí una pequeña advertencia, pero la ignoró, acercándose más.
—¿Cómo te atreves? —Se acercó a mi rostro, intentando intimidarme.
—No. ¿Tú cómo te atreves? ¡No tienes ningún derecho a aparecer por aquí! Retírate antes de que Nathan te vea.
Era una de mis primeras ordenes como luna de la manada. No quería a esta mujer cerca del niño que abandonó, cerca del adolescente que creció buscando aprobación dónde fuera, cerca del hombre que por fin se sentía pleno y feliz. Ella no arruinaría este día.
Si quería acercarse a él, no sería hoy. Quizás en otra ocasión y solo si Nathan aceptaba reunirse con ella. No por un capricho de su parte.
—¡Es mi hijo!
—Es mi mate —devolví. La magia se agitó a mi alrededor—. Esta es mi manada. Si tanto te hubiera importado tu hijo, no lo hubieras abandonado.
—¡No sabes nada! —gritó, enfurecida—. Nunca quise abandonarlo, solo no quería ser una luna.
—¿Y cómo crees que Nathan se iba a criar? ¿Con cobardes como tú a los que la responsabilidad le quedó demasiado grande? ¡Tengo diecisiete años y estoy dando la cara por mi manada! Tú no eres nada en comparación.
—Es mi hijo —susurró con desdén.
—Nunca fuiste una madre para él.
Escuché una rama partiéndose cerca y supe de inmediato quien se acercaba a nosotras. Tenía que hacer algo y tenía que hacerlo rápido.
—¿Eleanna? ¿Sucede algo? —escuché la voz de Nathan.
Mi magia actuó por voluntad propia. Empujando a la madre de Nathan hacia el otro lado de la fiesta, desapareciéndola de nuestras vistas. Escuché su quejido, pero lo ignoré. No quería arruinar el día de Nate. Sentí que había cometido algún error al tomar la decisión por él, pero me repetí varias veces que estaba haciendo lo que creí mejor.
Porque respetaría su decisión, sin embargo, no iba a dejarlo solo. Yo era la única persona que sabía cuánto daño le había causado esa mujer a mi mate.
—Todo está bien por aquí, lobito —sonreí abiertamente.
Me miró con duda, intentando ver por sobre mi hombro. De seguro se había dado cuenta de que estaba aquí hablando con alguien más, pero mi magia se había encargado de no dejar ni rastro.
Sonrió cuando se aseguró de que nadie estaba cerca, ofreciéndome su brazo.
—Ven, mi padre va a dar el discurso.
Me dejé guiar por él, no sin antes dedicarle una mirada de advertencia a su madre. Estaba lo suficientemente lejos como para que Nathan no pudiera verla, pero también lo suficiente cerca como para yo notar a donde mi magia la había mandado.
Ella no tenía ningún derecho de aparecer por aquí. Nate había sufrido mucho con su partida, su padre igual. ¿Y ahora ella creía que podía venir y todo estaría perdonado? Pues no en mi guardia.
No en este día.
—¿Hablabas con alguien?
—No, sólo era un vampiro asegurándose de que todo estaba bien —mentí.
—Oh. ¿Le agradeciste por dejarnos hacer la celebración? —preguntó, sin dudar ni un poco de mis palabras.
No me gustaba mentirle, pero estaba dispuesta a hacerlo por su bien. Mi responsabilidad como luna de la manada era cuidar a todos, incluyendo al alfa.
—Donovan se quejará mañana —reí.
Al vampiro le encantaba quejarse de todo lo que hacíamos. Incluso cuando él mismo me señaló el mejor lugar para la celebración e incluso ayudó a organizarla.
Era un buen amigo.
—Ahí están —gruñó Tyler apenas nos vio acercarnos—. Tu padre te estaba esperando.
—Y yo buscaba a Eleanna —Se encogió de hombros.
Justo frente de la fogata se instalaron todos los integrantes de la manada. A excepción, por supuesto, de Rosie y de la madre de Nate. El antiguo alfa estaba de pie, con una copa en la mano. Se veía impresionante, su traje era digno de un rey. Las piezas eran de verde oscuro, complementado con blanco.
—Vi a dos niños crecer —comenzó, elevando la copa—. Los vi convertirse en adolescentes, los vi enamorarse. Cuando la niña humana llegó a nuestra manada, yo no iba a aceptarla —sonrió con tristeza—. No podría, aunque quisiera, porque aceptar un humano aquí, sería ponerla en peligro. Fue en ese momento que mi hijo, Nathan, enfrentó por primera vez su puesto de futuro alfa. No sólo exigió que la aceptáramos en la manada, sino que se encargó de protegerla y cuidarla cada día. Los dos son mi más grande orgullo y estoy seguro de que la manada estará en las mejores manos. Alfa, luna, estamos a su servicio.
—Alfa, luna, estamos a su servicio —repitieron todos, brindando.
Mis ojos se llenaron de lágrimas. Estaba orgullosa, porque a pesar de todas las adversidades por las que tuvimos que pasar, estábamos aquí. Estábamos a salvo.
Daría mi vida por proteger la manada.
—¿Conejita? —preguntó tanteando el terreno—. Estás llorando.
—Son de felicidad —le sonreí entre lágrimas—. Nunca creí que tu padre diría algo tan hermoso.
—Como el alfa de la manada, nunca tuve mucho tiempo para ser un padre para ustedes —Se acercó a nosotros, con una expresión llena de orgullo—. Ahora que sé que puedo dejarles todo en sus manos, tengo más tiempo para actuar como un padre. Salvaremos a la manada del peligro que resulta Luxu, vamos a triunfar, porque estamos juntos.
—Gracias —le di un fuerte abrazo. Nathan se unió también.
Éramos una familia, aunque fuera un poco disfuncional y extraña. Sabía bien que, a pesar de todo, estaríamos bien juntos.
Y así, no habría manera de perder.
Después del discurso, se abrió un baile en honor a nosotros, los líderes. Tanto jóvenes como ancianos se incluyeron. Los únicos que no nos encontrábamos bailando, éramos Carol, Nathan y yo. Y Carol no bailaba solo porque era una humana y no debía demostrarnos respeto y lealtad.
Me reí viendo a Roderick luciendo un poco incómodo. Como alfa, nunca le gustó demasiado las celebraciones. Me pregunté por un segundo que pensaría él del regreso de su mate, pero decidí no volver a pensar en ella.
Cuando el baile acabó, sonó una canción lenta. Esa era nuestra señal de que debíamos bailar solo nosotros. Nos acercamos al cálido fuego. Era una noche estrellada y la luna llena brillaba sobre nosotros. Nos movimos con suavidad, en un vals que significaba la unión de los líderes de la manada. El alfa y la luna debían bailar juntos para mostrar que eran un fuerte unido.
—Te amo, mi conejita —susurró Nate en mi oído—. Sé que nuestra relación romántica comenzó con ciertos problemas, pero yo aprendí mi lección. Nada es más importante que tú, por eso, quiero darte la opción.
Hubo un jadeo general al verlo colocar repentinamente una rodilla en la tierra, tomando mi mano con fuerza. Pude notar lo nervioso que se encontraba, pero también lo feliz y orgulloso que estaba.
—Mi Eleanna, mi mejor amiga, mi mate y mi luna. He estado contigo desde el principio, he crecido junto a ti. Tú... me haces una mejor persona. Un mejor alfa. Un mejor hombre. Daría mi vida entera por verte feliz. Y por esa razón...
Sacó un anillo en un estuche de su bolsillo delantero. Yo me encontraba hecha un mar de lágrimas, con mis sentimientos a flor de piel. No me esperaba que hiciera esto. No me esperaba que fuera tan romántico en un día tan especial.
—Quiero pedirte que seas mi pareja de vida. No solo porque la madre luna así lo dictó, sino porque es lo que yo quiero y espero, que tú quieras lo mismo. Este es un anillo de promesa. Prometo, mi hermosa conejita, que algún día este se convertirá en un anillo de bodas. Prometo amarte cada día. Prometo respetar tus decisiones como mi luna. Prometo cuidarte hasta mi último suspiro. ¿Me aceptas?
Me abalancé sobre él, asintiendo con fuerza. Todos en la manada aplaudieron, conmovidos. Estaba segura de que nadie antes había hecho algo así.
—Te acepto, mi alfa —dejé que me pusiera el brillante y hermoso anillo en el dedo.
Tenía la forma de una media luna y una estrella, tan significativo para ambos y tan apreciado para todos. Esto me reclamaba como su luna, su esposa y su mate.
—Te amo —susurré, dándole un beso que creó vítores y aplausos.
La velada terminó luego de un par de horas. Nathan y yo bebimos un poco, por lo que me encontraba mareada, intentando caminar rumbo a la dirección de nuestra casa alquilada.
Para ser una bruja y loba tan poderosa, eres sorprendentemente débil en cuanto al alcohol se refiere.
—¡Oh, mira! Las estrellas —señalé, mirando hacia el cielo, ignorando a mi loba.
—Ten cuidado por donde caminas.
Bajé la vista, haciéndole caso y arrepintiéndome al instante. Todo dio vueltas a mi alrededor, tambaleándome hasta el punto de casi besar el piso.
—No veas al cielo si estás borracho —negué con seriedad—. Eso marea, marea mucho.
—¿En serio? ¿Quién lo diría? —preguntó con sarcasmo.
Oh, claro. Todo porque él era bueno manejando el alcohol y podía actuar como si ni una sola gota hubiera ingresado a su cuerpo.
Reí con fuerzas al tropezarme. Nathan estuvo de inmediato cerca, atrapándome en el aire. Me dejó en el suelo como si estuviera haciendo una torre de bloques, cuidando que no se derrumbara apenas la brisa chocara contra ella.
—¡Mira, Nate! Hay tantas estrellas en el cielo.
—Eso ya lo dijiste, Elle.
—No es cierto —negué, sintiendo mi cabeza dar vueltas—. No veas...
—Al cielo, marea. Sí, ya lo sé —interrumpió.
—Malo —hice un mohín, cruzándome de brazos y deteniéndome en medio del camino—. Eres malo.
—Solo quiero cuidarte, conejita.
—¡No! —grité—. Eres malo y cruel.
Suspiró por lo bajo, como si estuviera intentando tener paciencia.
Triste por él, eso es lo que menos tendría. Sus manos estaban crispadas, su ceño un poco fruncido. No estaba molesto, solo estaba preocupado por mi condición. Era tan hermoso...
¡Gracias madre luna por darme un mate tan excepcional!
—Vamos, Elle. Un poco de café y una ducha te vendría perfecto.
—No quiero.
Me crucé de brazos, actuando como una niña pequeña. Incluso noté que estaba haciendo un puchero.
—Ya verás, estará rico.
—Sigues siendo malo.
—Sí, sí. Ya lo sé.
—Nathan...
—¿Elle?
—Te amo —le lancé un beso.
—El alcohol te vuelve bipolar —informó, negando con la cabeza.
Oh, ahí estaba una pequeña sonrisa. Hacerlo reír se sentía bien. Me agradaba. Nate no estaba destinado a ser serio, era mi lobo tonto.
—¿Sabías que la diosa luna me visitó? —pregunté de golpe.
—Algo así sospeché. A mí también. Dijo que nada de crías.
—A mí me dijo lo contrario —lo miré con exagerada sorpresa—. ¡Dijo que esperaba con ansias nuestras crías!
—¿Ah sí?
—Sí —alargué la i.
—¿Qué hay de ti? ¿Quieres crías? —preguntó pasados unos segundos.
La pregunta me sorprendió, no porque la realizara, sino porque nunca había pensado en ello con seriedad.
¿Quería tener hijos? Era algo difícil de saber.
—En un futuro, sí —respondí con honestidad—. Ahorita no tenemos tiempo para ello. Y yo aún soy una bebé.
—Mi bebé.
—Tu bebé —asentí.
Oh, habíamos llegado. Sabía que había algo importante que debía hacer hoy, pero no lograba recordarlo. Apenas y era capaz de coordinar mis pasos, no podía lidiar con mis pensamientos.
—Deja de moverte, Eleanna —ordenó.
—No quiero —reí, saltando por doquier.
—Entra a la casa, conejita.
—No quiero —repetí, mirándolo ceñuda.
Ni siquiera lo pensó dos veces. Uno de sus brazos pasó por detrás de mis piernas, elevándome en el aire. Grité entre risas que me bajara, pero Nathan sólo me ignoró.
Entró a la casa conmigo a cuestas, como si no pesara nada para él. Estúpida fuerza de hombres lobos. Yo también debía tener fuerza, pero no se comparaba con la suya.
—No entiendo cómo es que te emborrachaste —murmuró, subiendo las escaleras.
—Nunca antes había tomado —expliqué, sintiéndome avergonzada.
No estaba lo suficientemente borracha como para hacer locuras y no recordarlas. Algunos momentos se sentían confusos, pero el alcohol comenzaba a dejarme atrás. Mi mente estaba un poco más clara, al menos estaba consciente de que Nathan me tenía entre sus brazos y que ya estábamos en nuestra casa.
—No era así como esperaba terminar la noche —bromeó.
Oh, ya lo recordé. Se suponía que Nathan y yo tendríamos qué...
Me sonrojé a gran velocidad, sintiéndome avergonzada de sólo pensarlo.
—¿Conejita? —me tomó del rostro, preocupado—. ¿Te sientes mal?
—No —negué, tartamudeando.
—¿Qué sucede? —me dejó con calma sobre la cama, sin quitarme el ojo de encima.
—Debo confesar que estoy nerviosa. Sé que eres tú, sé que no vas a hacerme daño, pero esta es mi primera vez y he escuchado que puede llegar a doler —intenté explicar—. Además, aún no he logrado transformarme y no sé si sea suficiente...
—Calla, Eleanna —ordenó, colocando un dedo sobre mis labios—. No eres la única nerviosa, yo también estoy aterrado. Quiero que sea especial para ti, para los dos. Por eso te dije que no tengo ningún apuro. Eres la mujer de mi vida, mi compañera, mi otra mitad, mi alma gemela. No tenemos que correr —tomó con suavidad mi rostro—. No necesitas transformarte para ser una loba increíble. Confía más en ti misma.
Siguiendo su consejo y un impulso, estampé mis labios en los suyos. Me sorprendió la calidez que emanaba, lo suave de sus labios, su expresión sorprendida. No tardó mucho en devolverme el beso con intensidad, con lujuria.
Al principio fue un beso tímido, pero poco a poco la temperatura comenzó a elevarse. Mis manos no perdieron el tiempo, revolviendo su cabello y buscando mayor contacto. Las suyas respondieron tomándome de las caderas y acercándome a él.
—Hermosa —comenzó a repartir besos por mi rostro y cuello, suave y cuidadoso.
Sus labios se sentían como el aleteo de una mariposa. Era apenas un roce, pero logró erizar mi piel.
—Nathan —murmuré, embriagada del placer—. Más —pedí.
Gruñó con fuerza al escucharme. Lo próximo que supe es que mi espalda reposaba sobre la cama, mientras Nathan se cernía sobre mí.
La vista provocó que me mordiera los labios, comenzando a sentir aquella llamarada del deseo.
—Hermosa, eres increíblemente hermosa, conejita —me besó en los labios, con lentitud, como si estuviera saboreándome.
—Nate...
—Lo sé, yo también lo siento.
Mi loba estaba desesperada por tomar el control, pidiendo a gritos por marcar y ser marcada. Era un proceso necesario, obligatorio.
Era el anuncio oficial para todo el submundo de que era la luna de la manada Wyrfell.
Nuestra conexión palpitaba entre nosotros. Mi respiración se aceleró, mis manos apenas y podían contenerse de recorrer su cuerpo entero.
—Si no quieres esto, si no te sientes preparada, este es el momento de decirlo, conejita —gruñó por lo bajo—. Me detendré en cualquier momento si así lo quieres, pero preferiría que me avises con anticipación.
Mi loba respondió tomando el saco del traje y arrojándolo lejos de la habitación. A pesar de que era ropa antigua, fue bastante sencilla de quitar. Su camisa quedó destruida entre mis manos, mis uñas estaban más largas de lo usual, delatando a mi loba.
Nate no se quedó atrás. No tuvo tanta paciencia como para desatar el corsé, por lo que en unos segundos lo rompió. Grité entre risas al notarlo, pensando en que de seguro Lily se enfadaría de saber cómo había quedado el precioso vestido.
Pronto estuvimos ambos en ropa interior. No sabría decir quién estaba más alterado. Podía sentir el acelerado latido de su corazón contra la palma de mi mano, el sudor que comenzaba a recorrer su piel. Sus ojos estaban oscurecidos por el deseo, mientras sus colmillos aumentaban de tamaño.
—¿Todo bien? —preguntó, intentando controlarse.
Yo ya no quería control.
De un movimiento, logré ponerme sobre él. Su espalda quedó sobre el colchón, su mirada era incrédula sobre mí.
—Todo bien —sonreí.
Mi mate, mi hombre lobo, mi mejor amigo. No tenía nada que temer.
Desabroché la parte superior de mi ropa interior. Era linda, de un bonito encaje y de color negro, sin embargo, sabía que a Nate le interesaba más lo que ocultaba de su vista.
No hubo espacio para la vergüenza. El deseo ocupaba y nublaba mi mente. No quería pensar en lo que ocurriría después, sólo quería sentir.
Necesitaba sentir.
Nate me dio una mirada, pidiéndome permiso para tocarme. Se lo concedí en un asentamiento, tragando con fuerza.
Sus cálidas y fuertes manos tomaron mis pechos, como si quisiera medirlas con ellas. No tardó mucho tiempo en comenzar a masajear con gran suavidad, jugando con las cimas.
Gemí con fuerza ante el contacto.
—Nate...
—¿Sí? —su voz sonaba ronca, baja.
—Quiero todo.
—¿Qué?
—Hazme el amor —supliqué.
Quizás me excedí demasiado al pedirle aquello, pues pude notar el momento exacto en el que perdió el control. Sus colmillos crecieron, al igual que sus garras. No tardó en darle vuelta a la situación, poniéndome debajo de él.
Se encargó de eliminar la última tela que nos separaba, respirando agitadamente. No sabía qué hacer, pero él pareció intuirlo, pues llevó mis manos por detrás de su cabeza, justo antes del primer contacto con mi zona inexplorada.
Gemí con fuerza al sentir sus dedos acariciarme con excesiva suavidad. Mi humedad no tardó en hacer acto de presencia, provocando que él gruñera del placer.
Moví mis caderas, en busca de mayor contacto. Nathan siseó, obligándome a quedarme en mi lugar.
—Tranquila, conejita. Quiero que lo disfrutes, déjame prepararte para mí.
No pude responder.
Mordí con fuerza mis labios, intentando acallar mis jadeos. Nathan tenía el cabello sobre sus ojos, mis brazos comenzaban a arañar su espalda y sosteniéndolo con fuerza contra mí. Sus caricias no se detenían, mientras el deseo crecía y crecía entre nosotros.
Era una deliciosa tortura.
Nathan me clavó una mirada, justo antes de desnudarse por completo. La vista me dejó con la boca seca. Sus abdominales marcados, sus fuertes músculos en los brazos y piernas, su mirada atormentada y deseosa. Su desnudez junto a la mía logró avergonzarme un poco, pero estábamos juntos, en esto y en todo, por el resto de nuestras vidas.
Cerniéndose sobre mí, sus brazos creando una jaula cerca de mi cabeza. Sus ojos no me abandonaron ni un segundo mientras se acercaba.
—¿Estás segura de esto? —preguntó, su ceño fruncido.
—Nunca he estado tan segura de nada antes. Hazme tuya, Nate.
No necesitó una segunda confirmación. Fue un segundo, pero bastó para cambiar toda la situación. Su boca se dirigió a mi cuello, mientras se adentraba en mí.
No pude evitar gritar ante el repentino dolor. No sabía qué dolía más, si mi cuello o la zona bajo mi vientre. Por suerte para mí, el dolor comenzó a aclararse con rapidez al sentir que estaba completamente unida a él. Era suya, pero él aún no era mío.
Titubeante, dejé que mi loba tomara el control. Me dirigí a su cuello, intentando no moverme demasiado. Sentí mis colmillos crecer, obedeciendo el impulso de mi cuerpo, los clavé con fuerza en su cuello.
Nathan gruñó al sentirme. Todo en mí vibró al sentirlo, piel contra piel, corazón con corazón, alma con alma. Nos hicimos uno en un baile incesante, donde el placer reinaba y mis gemidos llenaban la habitación.
Se movía con suavidad, cuidándome, mimándome a cada segundo. Repartía besos en mi rostro, dejaba suaves caricias por todo mi cuerpo. Yo me encargué de recorrerlo entero cuando el dolor menguó, cuando fui capaz de conectarme en el presente y el ahora.
Grité con fuerza cuando su movimiento se volvió más errático, más necesitado. Mis manos se aferraron a su espalda mientras sentía el clímax acercándose lentamente.
—Te amo —susurró en mi oído.
Y eso fue suficiente como para hacerme llegar, alcanzando las estrellas por al menos un segundo. Una gran explosión ocurrió dentro de mí, mi respiración se agitó, mis manos se crisparon y un gemido escapó de lo más profundo de mi garganta.
Pude notar que él llegó poco después de eso, derrumbándose sobre mí, agotado.
—Mía —gruñó al notar su mordida en mi cuello.
—Mío —respondí.
¡Hola, hola mis pequeñas puerquitas! Sí, no hay tantos detalles, pero planeo hacer una versión extendida de la unión de Nate y Elle luego.
¿Ya me siguen en instagram? Aparezco como @anivybooks
Los amo, gracias por todo el apoyo, me hacen sentir la escritora más dichosa del mundo.
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