Capítulo 21: Interrupción.
Cuando desperté, Nate estaba durmiendo a mi lado. Ver dormir a un hombre lobo era todo un halago, pues generalmente no necesitaban dormir más que unas pocas horas al día y nunca debían bajar su guardia. Sin embargo, Nate era amante de las siestas, sobre todo conmigo a su lado.
Debía arreglarme para ir al instituto, pero quería disfrutar un poco más estar entre los brazos de Nathan. Me sentía tan cómoda, con una paz que pocas veces disfrutaba.
Podía parecer algo tonto, pero yo adoraba despertar con Nate a mi lado. Era como si cualquier día pudiera ser un día espléndido y sensacional, solo porque él estaba junto a mí.
Lo sentí removerse, conocedora de que el tiempo comenzaba a correr y que debíamos prepararnos para ir al instituto. El día que se venía sobre nosotros parecía ser mucho más agitado de lo común.
Hoy tendría una seria conversación con mi gran amiga. Quizás incluso tuviera que revelarle lo que soy, y lo que era su nuevo interés amoroso. No sería sencillo, pero confiaba en ella. Carol tenía que creerme, después de todo, yo era su mejor amiga y lo único que deseaba era su bienestar.
Y si Nick resultaba ser alguien peligroso para ella, jamás permitiría que estuviera a su lado.
—Buenos días conejita —ronroneó cerca de mi oído.
—Buenos días lobito —dejé un beso en su mejilla.
Sonrió, aún con los ojos cerrados. No tenía intenciones de levantarse. A veces, y solo a veces, Nathan se permitía ser un flojo. No era muy común, aun con su manera de ser, tan idiota, tan tonto, tenía un gran sentido de la responsabilidad.
—Estos días han sido una locura —comentó, sin moverse—, pero al menos estamos juntos.
—¿Nunca sospechaste que yo era tu mate? —pregunté, acurrucándome junto a él.
Su brazo me servía de almohada, como siempre que dormíamos juntos. Mi pierna estaba sobre las suyas y lo abrazaba como si fuera un bebé koala.
Él lucía complacido de tenerme de esa manera, pues siempre buscaba más cercanía. Le gustaba tenerme pegada a él, sin distancia entre nosotros.
Ya pasamos muchos años con distancia entre nosotros. Era hora de avanzar.
Comencé a preparar mis ideas en mi mente. Si todo salía bien, podría llevarlo a un romántico picnic en el bosque. Quería tener citas con él, quería coquetear siendo conocedora de que era tan mío como yo era suya. Quería disfrutar de su presencia, de sus besos y caricias.
—Claro que sí —respondió con seriedad—. Siempre lo pensé, pero creí que no era posible.
—¿No me amabas por qué creías que era una humana?
La simple idea causó estragos en mi interior. Temí por su respuesta, pues saberlo, podía llevar a una larga discusión. Si él decía que no, entonces todo sería diferente. No podía permitirme estar con una persona que renegaba de mi naturaleza, porque durante mucho tiempo, fui una humana.
—Te amaba —me miró con seriedad—. Claro que te amaba. Por ser Elle, mi conejita. Solo creí que no sería posible que estuviéramos juntos y mira, no es posible. No puedo tocarte sin hacerte daño.
La madre Luna me había pedido no decirle a nadie y yo debía cumplir con mi promesa. Guardar el secreto era doloroso, pues lo que más quería era demostrarle que no tenía de qué preocuparse, que estaría bien. No podía decirle, pero quizás si pudiera mostrarle con acciones.
—Quizás tú no puedas tocarme —cedí. Envolví mi pierna en su cintura y con un veloz movimiento me coloqué a horcajadas sobre su cuerpo—. Pero yo sí puedo tocarte a ti.
Sentí su duro cuerpo debajo de mis muslos. Donde yo era suavidad, Nathan era fuertes músculos. Su reacción fue de sorpresa, sin embargo, alguien parecía estar muy despierto y listo para la acción, pero no llegaría hasta tan lejos.
Paseé mis manos por su abdomen, sintiendo su suavidad y dureza. Mis uñas crecieron un poco, mi loba tomando un poco el control sobre mí. Nate estaba asombrado, pero no se veía incómodo, en absoluto.
Parecía disfrutar la vista, el tenerme sobre él.
De estar a mi merced.
—Así que vas a torturarme de esa manera —comentó con voz ronca.
—No pienso que sea una tortura —me incliné sobre él y susurré cerca de su oído—. Pareces estarlo disfrutando.
Moví mis caderas, demostrando que tan ciertas eran mis palabras. A pesar de mi torpeza y poca experiencia, Nate soltó un gruñido, bajo mi hechizo. Me sentí poderosa, aunque estaba avergonzada y sonrojada. Tenía confianza en Nate, pero no tanta en mí. Era virgen, no conocía nada de técnicas de seducción.
—Muero por tocarte —gruñó.
Tomé sus manos con fuerza y las coloqué a cada lado de su cabeza, sonriendo.
—Hoy mando yo —repliqué, repitiendo el movimiento de mis caderas.
¿Esto era intimar con ropa? Pues no se sentía nada mal.
Mi cuerpo reaccionaba ante la imagen de Nate a mi merced. Sentía una presión en mi vientre, las ansias envolverme. Quería llevar las cosas más allá. Repartí besos por su cuello, percibiendo su olor. Dejé que mi boca explorara todo lo que estaba a mi alcance, dejando suaves mordidas en los sitios que más me apetecía.
Solté sus manos por un momento, lo justo para sacarme la camisa y el sujetador antes de que pudiera arrepentirme.
—¿Conejita? —soltó Nate, con voz torturada—. Me estás matando.
Sus ojos se enfocaron en mis pechos. Me sonrojé por completo, era la primera vez que Nate me veía desnuda. Me sentía en confianza, pues era mi mate quien estaba viéndome, con deseo, con amor.
—Mierda, eres demasiado hermosa —murmuró, justo antes de tomarme por el cabello y unir nuestros labios en un ardiente beso.
Por mi mente cruzó la idea de que no me había cepillado mis dientes aún, pero cuando él mordió mi labio con suavidad, no pude pensar en nada más.
Fue un beso necesitado, lleno de deseo y de oscuras intenciones. De anhelo y de ansias. De poesías y amor. Sus labios se movieron con experiencia, acariciándome con ganas. Cuando su lengua me pidió permiso con un suave roce, me dejé de llevar.
Quería entregarme a él.
—¡Ellie! ¿Ya estás lista para ir al ins...—interrumpió Elliot el momento, entrando en mi habitación.
Solté un grito ante la sorpresa. Me bajé del regazo de Nate con gran velocidad, cubriendo mis pechos. Nate intentó cubrirme con su cuerpo, pero algo me dijo que ya era demasiado tarde.
Dioses, esto me pasaba por ceder a la calentura.
Y no echar pestillo a la puerta.
—Yo... —balbuceó, sonrojado—. Perdón, te espero abajo.
Nathan volteó a verme, sorprendido y sonrojado. Cuando nos miramos, soltamos una gran carcajada. Sólo a nosotros podía ocurrirnos esto. Aunque estaba avergonzada, no pude evitar reírme con ganas. Me sentí sonrojar por completo, mientras intentaba cubrirme con la sábana.
—Eso fue sin duda una experiencia que no pienso repetir —solté.
Estaba tan avergonzada. No sabía cómo podría ver a mi hermano de nuevo a los ojos, no después de esto.
—Vamos conejita, debemos ir al instituto. Ya traumamos suficiente a tu hermano. Esto no se quedará así —advirtió, pasándome mi camisa y sujetador.
Sí, yo tampoco deseaba dejar las cosas así.
Nos arreglamos con rapidez. Tuve que tomar una ducha rápida, pues no quería llegar tarde. Era un día importante y necesitaba estar en buenas condiciones.
Hoy nos enfrentaríamos a Nicholas Jefferson.
—¡Eleanna! —apuró Nate.
—¡Voy, voy! —grité en respuesta.
Terminé por ponerme mis zapatillas en mi cuarto, corriendo un poco. Cuando bajé al comedor, todos los lobos presentes bajaron la cabeza.
—Por favor, no hagan eso —rogué.
—Usted es nuestra luna —sonrió con amabilidad Louisa, la cocinera de la manada—. Es nuestro deber respetarla.
—Sólo no lo hagan —insistí—. No quiero ese tipo de tratos. Toda la vida me han tratado como a una igual.
—No eres una igual —negó Tyler, comiendo una manzana y acercándose.
Aunque él no inclinó su cabeza, lo que me hizo sentir mejor.
—Soy la misma chica de siempre —bufé.
—¿La misma tonta de siempre? Vaya, si eso es lo que piensa de usted misma, luna —vi su sonrisa, aunque se estuviera escondiendo detrás de la manzana.
Le di una mala mirada, tomando el sándwich que Louisa me había preparado.
—Gracias por lo de anoche —murmuré, corriendo hacia la salida.
—¡No lo hice por ti! —escuché que gritó, haciéndome sonreír.
Tyler era un idiota, pero me había dado una mano. Ni siquiera tenía idea de cómo supo que necesitaba ayuda, pero lo apreciaba.
Cuando salí, Nate ya estaba en el auto, impaciente. Me dio una mala mirada, recriminándome por haber tardado un poco más de lo que había pactado.
No era mi culpa, una chica siempre debía lucir genial. Además, había logrado esconder la daga de mi madre en mi mochila. Lo que menos deseaba era que en el instituto me hallaran un arma. No debí llevarla, pero algo me dijo que era mucho mejor tenerla cerca a partir de ahora.
Nathan comenzó a acelerar apenas abrí la puerta del auto. Estuve a nada de caerme, pero al menos reaccioné lo suficientemente rápido como para no lastimarme.
—¡No juegues conmigo! —grité indignada.
—Yo te recomendaría mover esas nalgas, preciosa —sonrió, acelerando aún más.
Correr y alcanzarlo no fue tan fácil como había pensado. Aún no había comido y sentía que poco a poco dejaba de ser humana y me convertía en una bestia escupe fuego.
—¡Nate! —grité nuevamente.
—Ya, ya —se detuvo, permitiéndome entrar en el auto—. No era para tanto.
—¡Me hiciste correr todo un kilómetro! —reclamé, recuperando el aire.
—Eres una loba. La Luna de mi manada —besó mi mano con suavidad—. Tienes que estar en forma. Mañana empezaremos con tu entrenamiento como loba. Cuando tu tío llegue, continuaremos con tu entrenamiento como bruja.
—¿Estás seguro de lo que estás haciendo? —pregunté con genuina curiosidad.
—No somos una manada que se enfrente a muchos problemas. Usualmente todo se resuelve sin bajas, pero necesito que tengas todas tus capacidades al día, conejita. Yo voy a protegerte, pero es tu deber protegerte a ti misma —cerró los ojos un segundo, como si la simple idea le hiciera hervir la sangre—. Si la manada está bajo ataque, debo protegerlos a todos.
—Y yo estaré ahí para protegerte a ti —declaré con firmeza—. No soy la mejor, pero sabes que puedo defenderme. No tienes que preocuparte, Nate.
Su semblante no cambió, incluso cuando llegamos al instituto. Mi vida se había vuelto tan caótica, que ir al instituto se me hizo extraño. Había faltado varios días a clases en las últimas semanas, mi promedio se vería afectado por esto.
Elliot estaba ahí, en la entrada. Tenía una capucha negra sobre su cabeza y audífonos. parecía no querer involucrarse con nadie.
Por primera vez, noté que las demás especies se me quedaban viendo. Al parecer, el rumor de que me volvería la luna de la manada se había extendido. Sin embargo, no tenía miedo. La madre luna no sólo me protegió de mis poderes y de los de Nate, sino que también de todos. Mi esencia para los demás seguía siendo humana. Me subestimaban.
Y eso se volvería a mi favor, algún día.
Comencé a buscar a Carol con la mirada, sin encontrarla. Usualmente me esperaba en el estacionamiento, demasiado nerviosa como para entrar con los inalcanzables. ¿Dónde estaba? ¿Se le había hecho tarde?
—¿Pasa algo? —Nate bajó del auto y llegó hasta mi puerta.
No me movería hasta ver a Carol. Mi amiga siempre era puntal, demasiado. A tal punto que se volvió un chiste. ¿Se había enfermado? Sí, quizás fuera eso.
—¿Carol? —pregunté.
Nate comenzó a olisquear en el ambiente disimuladamente.
—No, no está aquí —respondió, frunciendo el ceño.
Eleanna...
¿Qué?
Ahí está él.
Seguí la dirección que mi loba me señaló. Y sí, ahí estaba el brujo. Nicholas Jefferson, el brujo que hacía sacrificios humanos.
—¡Hey, tú! —grité, llamando la atención de todos los estudiantes.
No podía importarme menos.
El brujo se limitó a observarme con una ceja alzada. Caminé hacia él en pasos apresurados. Elliot y Nate comenzaron a moverse apenas vieron mi expresión. Sin embargo, no pudieron detenerme.
Enloquecí cuando lo vi sonreír. Algo en esa sonrisa se me hizo espeluznantemente peligroso y supe que algo no estaba bien.
Tomé al brujo de la camisa, sintiendo mis garras crecer y crecer. Él había tomado a Carol, estaba segura de ello. Nicholas se mantuvo tranquilo, demasiado tranquilo.
Entonces sucedió.
Primero sentí la magia arremolinándose en mi interior. El cambio en el ambiente logró marearme un poco, sobre todo cuando el aire de volvió pesado y mi cabeza comenzó a palpitar.
Lo segundo que percibí fue el desgarrador grito de Elliot. Él corrió, intentando alcanzarme.
Lo último que noté, fue la furia del futuro alfa.
Justo antes de desaparecer.
¡Hola, hola! ¿Qué tal les pareció el capítulo? Pobres calenturientos, si no es una cosa, es la otra.
Sus comentarios realmente me animan muchísimo, no saben cuánto los amo.
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