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Capítulo 2: Instituto.

El Instituto.

Aquella jungla repleta de adolescente y hormonas alborotadas era la pesadilla de cualquiera. Algunos podían fingir amar esta etapa, otros en cambio demostraban abiertamente lo mucho que les desagradaba este lugar. Nate era uno de esos chicos, siempre quejándose, siempre malhumorado. La jungla era peligrosa, repleta de depredadores. Mucho más si dicho Instituto estaba repleto de seres sobrenaturales que apenas y lograban convivir juntos.

Los humanos éramos minoría en este lugar, pero los demás humanos se sentían demasiado especiales como para notar las anomalías. No se daban cuenta de que algunas veces compartíamos clases con hombres lobos, seres tan aterradores que podían acabar con un humano promedio en tan solo segundos. Oh, pero la arrogancia puede más. Ninguno se fijaba lo suficiente en otra persona que no fueran en ellos mismos, por lo que incluso si dejaban ver algunas veces ese comportamiento tan salvaje que caracteriza a los lobos, ellos simplemente no lo notarían.

De hecho, yo solo sabía de la existencia de los lobos porque fui criada en una manada. Porque conocía a cada uno de los integrantes que aquí estudiaban.

—¡Cuidado! —escuché, aunque fue demasiado tarde. Tyler, un imbécil licántropo tropezó conmigo, tirándome al suelo.

—Apártate —percibí como me olisqueaba, haciéndome sentir incómoda—. ¡Quítate de encima!

Sus amigos rieron, como toda panda de idiotas, porque, así como los lobos, los idiotas también debían ir en grupo.

Tyler y sus amigos eran parte de la manada, pero eran parte de los idiotas que amaban meterse conmigo cuando Nate no veía. El futuro alfa jamás permitiría que se metieran conmigo. De hecho, su primera orden como el futuro alfa fue que nadie podía atacarme. Y las órdenes de los alfas se convertían en una ley, un poder tan poderoso que no podía caer en las manos equivocadas.

—¿Por qué, humanita? ¿Acaso no te gusta tener a un lobo encima de ti? ¿No es así como has permanecido en la manada durante tanto tiempo?

Sus preguntas me causaron náuseas. Era un imbécil de otra categoría. No era la primera vez que escuchaba cosas como esa, pero siempre lograba hacerme lagrimear cuando estaba a solas. Tyler no siempre era el que lideraba los ataques hacia mí, de hecho, muy pocas veces participa. En realidad, fuimos amigos cuando éramos niños. Sin embargo, su comportamiento cambió de la noche a la mañana, dejándome confusa y herida.

No permití que viera cuanto me afectaba, al contrario, en la manada siempre estarían metiéndose con el más débil, pero este jamás debía mostrarse débil ante los demás. Esa era una de las primeras lecciones que había aprendido, a mostrarme siempre fuerte, mantener mi cabeza en lo alto y enfrentarme a cualquier adversidad. Así era como los lobos lidiaban con sus problemas. Y así yo debía comportarme.

Con las técnicas que había aprendido de Nate, logré darle la vuelta con un impulso de mi cuerpo. Me había entrenado con el futuro alfa desde que era solo una niña. Los lobos siempre serían más fuertes que yo, pero si lograba utilizar mi inteligencia en su contra, entonces jamás podrían ganarme.

—Sí y tú te mueres por no haber sido tú el que se acostara conmigo —repliqué, escuchando las risas de sus amigos.

No era un secreto para nadie que Tyler me deseaba, por más que intentara meterse conmigo. Todos lo notábamos. Empezó a meterse conmigo justo en la edad en la que todos los lobos comienzan a tener ciertos cambios... A los dieciséis años, en la primera transformación.

Aunque Tyler siempre fue un lobo... diferente. Su primera transformación había llegado más tarde de lo usual, según comentaban en la manada. Además, tenía ciertos problemas para comunicarse con su lobo. Nate me había explicado, de forma simple y concisa, que los lobos eran la parte espiritual. Un ser que te ayudaba en el proceso de transformación. Nunca lo entendí del todo, pero parecía que Tyler no era capaz de escuchar la voz interna de su lobo.

Fue en esa etapa, de rebeldía, de enojo, que su comportamiento comenzó a cambiar. Dejó de ser el dulce niño que jugaba conmigo, para ser un idiota petulante.

—Ya quisieras.

—¿Qué está pasando? —preguntó una voz ronca. Yo seguía encima de Tyler, apresándolo con mi cuerpo.

Nathan me tomó del brazo y en un fluido movimiento terminé a su costado. Tenía tanta fuerza, que podía moverme a su voluntad y yo ni me enteraba. Siempre era cuidadoso conmigo, sabía que su fuerza era mayor y por lo general, solía ser suave por la fragilidad de mi piel. Su ceño estaba fruncido, mientras sus labios se mantenían en una línea, con una seriedad poco usual en él. Su cabello, castaño oscuro, estaba peinado hacia atrás, lo que me dejaba ver sus ojos tan peculiares con mayor facilidad.

—¿Nadie va a responder? —insistió.

Todos bajamos la cabeza al escuchar su tono alfa, incluida yo. Era atemorizante todo lo que él podía lograr sólo con hablar con firmeza. No por nada los alfas eran los seres más respetados entre nosotros. Con un linaje de hombres lobos puro, estaban obligados a cumplir con la responsabilidad de cuidar de la manada.

Sentí un ardor en mi nuca, por lo que me llevé la mano por instinto hacia el lugar. Siseé cuando lo toqué, sintiendo algo viscoso.

Al instante tuve la mirada de Nate sobre mí. Había detectado el aroma de mi sangre. Me tomó de los hombros, mirándome a los ojos con firmeza.

—¿Estás bien? ¿Te hicieron algo? —seguía enfadado, pero la preocupación parecía ser mayor.

—Estoy bien, solo fue un accidente —respondí. Sólo lo hacía porque no quería que él peleara con aquellas personas, odiaba verlo pelear.

—Estás sangrando.

No era una pregunta. Era lo malo de convivir con hombres lobos con olfatos ultra desarrollados. Ningún olor pasaría desapercibido para ellos, pero lamentablemente para él, yo sabía cómo burlarlo.

—Sí, al igual que cada mes.

Las risas no tardaron en llegar, a pesar que sólo había susurrado. También tenían muy buen oído, para mi pesar.

—Oh —exclamó, con los colores subiéndole al rostro.

Me hizo recordar la primera vez que tuve mi menstruación y lo incómodo que fue tener que explicarle que no tenía ninguna herida. Desde entonces él trataba de ser discreto.

—Largo de aquí, no los quiero ver cerca de ella —ordenó.

Todos obedecieron de inmediato. Nos encontrábamos solos en los pasillos del ala norte. La directiva conocía acerca las criaturas que aquí habitaban, de hecho, la directiva eran los ancianos de la manada. Para evitar que los lobos y los humanos se relacionaran más de lo común, solíamos tener clases separados. Solo compartíamos algunas clases, en el edificio principal. El ala norte estaba prohibida para todos los estudiantes que no pertenecieran a la manada, por lo que aquí los lobos podían actuar libremente.

—¿Qué hacías sobre él? —siguió con el interrogatorio.

—Estaba seduciéndolo —respondí, intentando ahuyentarlo.

Creí que se reiría de mi broma, sin embargo, su rostro se ensombreció. Si no lo conociera como la palma de mi mano, incluso podría jurar que estaba celoso. Pero Nate no correspondía mis sentimientos. Cosas como celos estaban fuera de contexto.

—¿Seduciéndolo? ¿Acaso perdiste la cabeza? ¡Tyler es un idiota!

Su furia me divirtió, quería ver hasta dónde podía llegar con su extraña escenita. ¿Qué quería? No tenía sentido que estuviera celoso de alguien de su manada, no cuando él era el dueño de mi corazón desde el primer momento.

—Sí, tú también lo eres y mira, aquí estamos.

—Sabes a lo que refiero —me dedicó una mirada irritada—. No te quiero cerca de él.

—No eres mi padre, Nate.

Nathan siempre fue posesivo y protector conmigo. Sin embargo, esta era la primera vez que se veía tan celoso. Él me cuidaba desde el primer día que llegué a la manada, por eso siempre acepté de buena gana su protección. Al principio creía que era solo porque era una humana débil, pero con el paso del tiempo, demostró que era sincero.

—No me salgas con esas, Eleanna.

Odiaba cuando me llamaba por mi nombre completo, puesto que significaba que estaba molesto y tendría que disculparme. Pues no esta vez, señor soy-el-alfa-y-todos-deben-hacer-lo-que-quiero.

—No te estoy saliendo con nada, Nathan. Tengo derecho a acostarme con quien yo quiera —declaré, comenzando a caminar directo a clases. Mi mejor amiga ya debía estar esperando por mí.

Tuve que ir hacia el territorio de los lobos para entregarle un mensaje a la directiva, pero ya me había tardado más tiempo del que debía.

—Sobre mi cadáver —volteé a verlo, sorprendida ante la seriedad de sus palabras.

—¿Por qué no podría hacerlo? —pregunté, sintiendo como la rabia empezaba a dominarme—. Tú te acuestas con cualquier chica que te atraiga.

—Sólo mantén a Tyler lejos —pidió, luego de unos segundos.

No le respondí, no tenía ganas de seguir peleando con él. Nate tenía sus conquistas, de vez en cuando salía con una que otra chica, incluyendo a Rosie. No es que yo quisiera acostarme con alguien, pero quería al menos tener la decisión ahí, al alcance de mi mano. Y si él no iba a corresponder mis sentimientos, entonces lo mejor que podía hacer era seguir con mi vida, buscar a alguien, alguien que si quisiera estar conmigo y no solo como amigos.

Caminé hacia la clase, hoy me tocaba filosofía y letras, una materia que siempre me había gustado y que además era una de las pocas que compartía con Nathan. Me senté en mi puesto de siempre, mientras Nate se sentaba a mi lado. Carol, mi mejor amiga, me hizo un gesto interrogatorio apenas me vio, estuvimos a tan solo segundos de llegar tarde y ella sabía bien que era muy seria en cuanto a estudios se refería.

A mitad de la clase, mientras estaba concentrada en lo que la profesora explicaba, Nate me entregó una pequeña hoja doblada a la mitad. Lo miré, intrigada. Él se encogió de hombros, fingiendo indiferencia.

Cuando la abrí, un dibujo de un lobo me dio la bienvenida. Tenía una carita triste, con un cuerpo algo gordo y una cabeza muy grande. Era una versión chibi de un lobo, con una pequeña burbuja a un lado en la que se leía un gran "Sorry!". Reí sin poder evitarlo, llamando la atención de la profesora y todos los estudiantes.

Siempre estábamos juntos. No importaba el lugar, la fecha o la hora. Éramos almas gemelas después de todo, aunque él no lo supiera.

Me costó un poco concentrarme en la clase, pero luego de un rato pude lograrlo, tomando nota de todo lo que dictaba la profesora, sin más interrupciones.

—¿Nos vamos? —le pregunté a Nate después de clases.

Eran unos treinta minutos de aquí a la manada, por lo que Nate me llevaba y traía en su auto. Cada día tenía que esperarlo, pues ni siquiera me sabía el camino hacia la manada, debido a que esta se encontraba oculta en medio del bosque. Solo los lobos sabían llegar. ¿Y cómo había llegado yo ahí en primer lugar? No lo sabía.

—Oh, lo siento conejita. Olvidé avisarte de que hoy no podría —se disculpó.

No entendía. Pocas veces me había dejado varada y siempre eran por una buena razón. ¿Qué podría ser más importante?

—Sí, estaremos toda la noche ocupados —ronroneó una voz a mis espaldas.

Rosie. Cabello rojo teñido, por supuesto, anchas caderas, senos voluptuosos, solía sacar provecho siempre a su cuerpo, luciendo la mínima ropa posible. Así podía definir a una perra como ella y no lo decía sólo por celos.

Bueno, quizás un poco, pero sí tenía razones.

No podía negar que algunas veces envidiaba su cuerpo. ¡Teníamos la misma edad! Sin embargo, Rosie ya parecía toda una mujer, mientras yo aún buscaba dónde habían ido a parar mis senos. No podía negar que tenía una buena parte trasera, pero no podían compararme con Rosie. Ella era todo lo que yo no.

Si su actitud conmigo no fuera del asco, podría incluso lanzarle algún piropo alguna vez. Siempre lo hacía con Carol, después de todo. Rosie me despreció desde el primer día y se encargó de hacérmelo saber.

—Rosie, que alegría verte —sonreí con falsedad. Al instante me respondió con una sonrisa igual de falsa.

—Hola, Eleanna. Hola, bebé —saludó a Nate, tomando su camisa entre sus asquerosas garras y estampando sus asquerosos labios contra él.

Ugh, realmente me caía tan mal. Sabía que lo hacía solo para provocarme.

Se me escapó un pequeño gruñido, pero no le di mayor importancia. Había cosas más importantes de las que preocuparse. ¿De verdad iba a dejarme aquí solo por ir a revolcarse con Rosie?

—Puedo llevarte —ofreció Nate, luego de una larga sesión de besuqueo.

—No creo que sea buena idea —negué.

—Los autobuses estarán pasando hasta entrada la noche —revisó en su teléfono Rosie, fingiendo amabilidad.

—Podemos llevarla y luego volver a la ciudad —escuché a Nate susurrarle en el oído a Rosie.

—No hace falta, Nate. No es la primera vez y tampoco será la última que me vaya en autobús. Solo asegurate de que alguien esté cerca de la carretera para que me guíe el resto del camino.

Seguía sin verse convencido, pero la realidad era que yo no quería ver a aquella pareja coquetear frente a mis narices. No estaba segura de poder controlar mis celos.

—Te veré luego —me despedí, sin obtener ninguna respuesta.

Caminé, sintiéndome enfadada hasta con el aire que pasaba a mi alrededor. No me agradaba cuando Nathan me dejaba varada, mucho menos cuando lo hacía por ir a una supuesta cita con mi archienemiga. Llegué a la parada de autobuses con la respiración acelerada, al menos no estaba tan lejos del instituto y con suerte, llegaría en unos 45 minutos a mi hogar. Esperaba tener suerte al menos una vez en la vida.

Y por supuesto que no la tuve.

Llevaba dos horas caminando bajo la lluvia. Y no una lluvia cualquiera, pareciera que el cielo estuviera por partirse en dos. Tiritaba a cada paso que daba, mis dientes castañeaban del frío.

¿Lo peor del caso? La lluvia no me permitía ver por donde caminaba, así que ni siquiera estaba segura de ir hacia el sitio correcto. En el bosque todo estaba oscuro, sin rastro de luz de luna para guiar mi camino. Tropecé nuevamente con una raíz del suelo, golpeándome en las rodillas al caer al lodoso suelo.

Me levanté, incluso cuando solo me provocaba quedarme ahí, rendirme y esperar a que, con suerte, los integrantes de la manada me buscaran por todo el bosque.

Estaba cansada, hambrienta y muerta del frío. No podía pensar con coherencia, sólo deseaba refugiarme en el calor de la manada.

Me atormentaba pensar que, mientras yo tenía el peor día de mi vida, Nathan estaba teniendo una cita, divirtiéndose, feliz.

Me desplomé, exhausta. No se veía ni la menor señal de estar cerca de la manada. Estaba perdida en el bosque, con el agua helada mojando hasta mi alma. Me quedé en el sueño, sin importarme el lodo a mi alrededor. Mis piernas ya no daban para más.

Solo me quedaba esperar...

No supe cuánto tiempo pasó hasta que sentí la presencia de algún tipo de depredador cercano. Mi cuerpo se puso alerta de inmediato, tomando una rama caída cercana para protegerme. Sentía que había algo o alguien acechándome. Mi ropa estaba empapada, llena de lodo. La lluvia seguía cayendo con furia a mi alrededor, pero eso no importaba. Había algo por allí y no iba a convertirme en la cena de nadie.

La solté apenas reconocí la apariencia de lobo de Nathan. Era negro como la noche, impresionante, cautivador. Sabía que cualquiera que lo viera se orinaría en los pantalones, pero yo me sentía tan contenta. Me había encontrado y venía a mi rescate. Por suerte para ambos, siempre traía una muda de su ropa en el bolso. Estaba acostumbrada a que tuviera que transformarse repentinamente.

Me di la vuelta mientras se transformaba, dándole tanta privacidad como era posible. Lo escuché, sintiendo un escalofrío. No sabía cuál era su estado de ánimo.

Quizás estaba enfadado por haber perdido el autobús y tener que salir a buscarme. Era una torpe, debí haberme quedado en la carretera, pero para ingresar a la manada necesitaba cruzar el bosque. Ahí me perdí.

Sus brazos me envolvieron por la espalda. Sentí su calidez, su fuerza, su agitación. Su respiración era rápida y descontrolada, parecía que había corrido durante horas, aterrado. Estaba enfadada con él, furiosa, sin embargo, el alivio fue tanto, que eliminó todo pensamiento de reproche de mi mente.

Me había tomado por sorpresa, pero le dejé sostenerse en mí, mientras la lluvia seguía cayendo a nuestro alrededor.

—Estaba tan preocupado —susurró—. Nadie sabía nada de ti, temí que te hubiera pasado algo. Lo lamento tanto, Elle.

—Está bien, Nate —intenté consolarlo, pero no me permitió moverme de donde estaba—. Estoy bien, ya me has encontrado.

Sentí mis lágrimas quemando en mis ojos, tenía tantas ganas de largarme a llorar y gritarle que había tenido tanto miedo. Toda mi infancia fue eso, correr a través de bosques y pueblos, huir de algo desconocido. Revivir aquellos días fue un golpe duro, pero su presencia significaba que estaba a salvo. Y apreciaba tanto el hecho de que me hubiera encontrado, que ignoré que fue, en parte, uno de los responsables de esta situación.

—¿Qué tan lejos estamos de la manada? —pregunté, sintiendo temor de la respuesta.

—A unos veinte minutos andando.

Gemí de pesar al escucharlo, había tenido la absurda esperanza de estar cerca. Estaba tan cansada, mis pies dolían y no podía caminar sin sentir un pinchazo en mi tobillo derecho.

—Sube —ordenó, señalando su espalda.

—¿Qué? ¡No voy a montarme sobre ti! —exclamé con vergüenza.

—Te duele, Elle. Puedo llevarte y llegaríamos en sólo diez minutos.

Sí, los hombres lobo eran muy rápidos y fuertes, pero eso no implicaba que me emocionara la idea de estar encima de él.

Mentiras, lo único que me impedía saltar sobre él, era la vergüenza que me daría.

—Está bien, puedo caminar, Nate —sabía que estaba siendo terca, sin embargo, no di mi brazo a torcer.

—Como quieras.

Di un par de pasos antes de sentir sus brazos levantándome, al estilo novia. Grité de la sorpresa, quedando muy cerca de su rostro.

Su cabello estaba enmarañado, sus ojos un poco rojos, como si estuviera conteniendo algunas lágrimas, sus labios se encontraban en una fina línea que yo deseaba borrar con mis besos. Dioses, este hombre iba a terminar acabando conmigo.

Me refugié en su hombro. Su calor lograba contrarrestar el frío en mis huesos, sentía los latidos de su corazón, erráticos.

—Gracias —murmuré contra su pecho.

—No tienes que agradecerme, no estarías en ese estado si yo no te hubiese dejado tirada. Jamás voy a perdonármelo —declaró apretando la barbilla.

Lo conocía lo suficiente para saber que estaba molesto consigo mismo. No necesitaba palabras para entenderlo.

Acaricié la línea de su mandíbula, consiguiendo que me mirara a los ojos. Intenté sonreírle y borrar aquella expresión torturada de su rostro.

—Tenías otras cosas más importantes que hacer, lo entiendo —me arrepentí al instante de lo que había dicho, había sonado a reclamo y a celos, lo que menos necesitábamos en ese momento.

—Nada es más importante que tú —declaró con tanta firmeza que no hubo lugar a dudas.

Siguió caminando, a pesar de mi insistencia en que podía caminar por mi cuenta. No me soltó ni se quejó. La lluvia estaba menguando, los árboles nos ayudaban un poco.

Cerré los ojos sólo un segundo, respirando su olor, deseando permanecer así eternamente.

Juntos. 



¡Hola! ¿Qué tal? ¿Qué les pareció el capítulo? No me odien al muchacho tan rápido, es soltero y su cuerpo lo sabe jaja. 

Por cierto, hoy, 15 de Junio, los sacrificios de la luna cumple un añito en la plataforma :O




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