Capítulo 19: La madre luna.
—¡Nate! —grité, persiguiéndolo.
Mi camisa se había empapado con el olor de mi sangre, pero no podía detenerme. No era tan rápida como un hombre lobo, mi cuerpo seguía siendo bastante humano. El dolor también me impedía correr más rápido, sin embargo, lo intentaba. No pude pensar con claridad cuando noté que mi alma gemela me abandonaba y huía hacia el bosque.
¿De qué estaba huyendo exactamente? ¿De mí? ¿De lo que había hecho? Yo no lo culpaba, sabía mejor que nadie que Nathan nunca me haría daño adrede. La realidad era que verlo marcharse dolió mucho más que la marca de sus garras cerca de mis costillas.
Las piernas me pesaban un poco, cada paso se sentía como un suplicio. No era una herida tan profunda, pero sí lo suficiente como para atrofiar mis movimientos. Me sentía mucho más lenta de lo normal, pero no quería detener mis pasos. Algo me decía que si aceptaba que Nathan huyera, me arrepentiría por el resto de mi vida.
La noche era oscura, escuché a lo lejos el ulular de un búho, como una cruel burla de lo lejos que me encontraba de la luna. Los árboles eran tan altos, sus raíces tan largas, que me tropecé más de una vez, a pesar de que mi visión había mejorado un poco.
Era torpe, pero decidida. Iba a encontrar a mi mate y tener una seria conversación con él. Por más que me pesara, sabía que era un inconveniente el hecho de que fuera tan débil como cualquier humano. Eso siempre nos detuvo a estar juntos, después de todo.
Solo quería que él dejara de torturarse de esa manera por haberme herido. Porque conocía a Nathan. Incluso sin nuestra conexión, yo conocía a ese lobo tonto como la palma de mi mano.
—¡Por favor, lobito! —supliqué, intentando seguirle el paso al lobo en qué se había transformado apenas salió de la mansión—. ¡Ven aquí, hablemos!
Atravesamos toda la manada, con la mirada curiosa de algunos lobos que se encontraban cerca. No intercedieron, ni siquiera lo intentaron. Supuse que se debía a la regañina del alfa. Probablemente amenazó a todos con castigos severos si se atrevían a involucrarse de nuevo en nuestros asuntos. Nathan fue un idiota jugando a que estaba enfadado, pero eso no implicaba que pudieran a atacar a cualquiera, así como así. Pude notar que Tyler estaba conversando con Stuart, mientras que una chica de cabello castaño claro los veía a lo lejos, como si estuviera escondiéndose.
Fruncí el ceño al verla. Al lado de la chica, un enorme adolescente parecía vigilar todo a su alrededor. Cruzamos miradas durante un segundo. Estuve a punto de ir hacia ellos, pero sentía más urgente encontrar a Nate, por lo que, sacudiendo la cabeza, me ingresé en los bosques.
El lobo siguió su camino, sin ver atrás. Comenzaba a quedarme sin aire y a perderlo de vista. No había manera en que lo alcanzara. Era una humana y estaba herida. Además, no podía ganarle en velocidad al alfa de la manada.
Un lobo gris apareció repentinamente frente a mí. Me hizo señas de que me montara en su lomo. Su mirada era amarga y malhumorada, sus dientes parecían ser tan feroces como para desgarrarme la pierna de solo pensarlo. Sabía bien quién era.
Tyler.
No era muy común que lograra transformarse, pero ahí estaba, justo frente a mis ojos. Los ancianos no sabían a qué se debía su problema, todo en él parecía estar perfecto, pero comunicarse con su lobo le era casi imposible, por lo tanto, transformarse también lo era.
Sin embargo, y a pesar de todos sus problemas, Tyler seguía siendo el segundo lobo más fuerte de toda la manada. Sus habilidades eran comparables con las de Nathan, además de que en algunas ocasiones podía ganarle en competencias específicas. Por ejemplo, nadie se compraba a Tyler en velocidad.
—¿Estás seguro? —dudé.
El lobo me miró con fastidio, incluso podría jurar que me puso los ojos en blanco. Aún con mis dudas, me subí al gran lobo gris. Su pelaje era más suave de lo que parecía, incluso olía bien. A bosques y a miel, tal y como Tyler siempre olía.
Comenzó a correr conmigo a cuestas. Estaba un poco acostumbrada a estar sobre el lomo de un lobo, pues más de una vez Nate me había llevado de esa manera. El movimiento causó que mi herida brotara sangre nuevamente, lo que causó que Tyler me mirará con algo parecido a la preocupación.
Solo sigue. Ordenó mi loba. Tyler solo asintió, corriendo más rápido.
La carrera hasta alcanzar a Nathan continuó. Envidiaba la capacidad de convertirse en lobo, pues por más que lo intentara, yo no lo lograría. Lo sabía, de alguna manera que no podía explicar, sabía que mi loba nunca podría transformarme. Quizás en eso Tyler y yo fuéramos iguales.
¡Ahí está! Señaló mi loba, demasiado ansiosa por encontrarlo. Podía entenderla.
Sí, yo también quería encontrarlo.
Los mates podíamos sentir lo que el otro sentía. Nate estaba desesperado, sintiéndose culpable y miserable por lo que había hecho. Quería huir, aunque no de mí. Sentía que no era capaz de protegerme a mí, su mate. ¿Y si no era capaz de proteger a la otra mitad de su alma? ¿Cómo haría para proteger a toda una manada?
Esos eran sus pensamientos. Podía percibirlos como si de vibraciones se tratara, leyéndolo como si fuera un libro abierto.
Así que yo necesitaba decirle que estaba bien. Que no era frágil como el papel. Que era la hija de un alfa y una bruja, una híbrida capaz de soportar heridas.
La noche seguía oscura, aterradora. Las estrellas apenas y lograban alumbrar el camino, mientras la luna, tan caprichosa como solo ella podía ser, se mantenía oculta sobre nosotros.
Tyler no se detuvo hasta alcanzarlo.
Admiré su fuerza y velocidad, pues acabábamos de ganarla a un alfa y él tenía un peso extra encima. Realmente era un lobo aterrador cuando se lo proponía. Se colocó delante de Nathan, cerrándole el paso.
Nate gruñó al verme, quejándose.
—Escúchame bien, lobo tonto —me bajé de Tyler y comencé a caminar hacia él a paso decidido—. No soy de cristal, no vas a romperme.
Bufó hacia mi herida, que aún se mantenía sangrando. Sus ojos demostraron cuán arrepentido se encontraba.
—Tengo el cuerpo de una humana, en eso tienes razón, lastimarme será algo normal en mí, pero tú ya sabías todo esto desde antes.
Me cuesta controlarme cuando estoy contigo.
Era la primera vez que escuchaba su voz en mi cabeza. Sentí felicidad al escucharlo, pues eso significaba que nuestra unión estaba más fuerte que nunca. La comunicación mental era algo que todas las manadas compartían, pero existía un vínculo entre mates.
Y yo estaba feliz de experimentarlo, a pesar de las condiciones en las que nos encontrábamos.
—Está bien, no tienes que controlarte —me acerqué un poco más—. Solo necesitamos un poco de tiempo para acostumbrarnos a todo esto.
Te hice daño.
—No me duele.
Mentirosa. Estoy viéndote, conejita. Estás sangrando y estás un poco pálida. Será mejor que volvamos a la mansión. No debiste seguirme.
—Entonces no huyas —levanté las manos en un gesto inocente—. No huyas de mí y yo no vendré tras de ti.
Nathan me obligó a subir a su lomo, dedicándole una mala mirada a Tyler. Antes de que comenzara a correr hacia la mansión, me volví hacia él.
—Muchas gracias, Ty —Nate gruñó al escuchar mi tono cariñoso, a lo que solo rodé los ojos—. Gracias por cuidar de mí.
Aunque él se mantuviera alejado de mí, incluso cuando a veces se comportaba como un perfecto idiota conmigo, yo no podía dejar de pensar en el niño que estuvo a mi lado cuando éramos jóvenes. Cuando la pubertad aun no estaba presente en nuestras vidas. Antes de que él descubriera que no era un lobo normal.
Nate comenzó a correr sin previo aviso, provocando que un grito se escapara de mi garganta. Lobo celoso y posesivo. Fue suave, a comparación de Tyler, pues Nathan no tenía ningún apuro y podía cuidar sus pasos. Sabía que Tyler nos seguía, como si estuviera protegiéndonos.
Entonces algo ocurrió.
Sentí algo instalarse en mi vientre, algo que me llamaba. Mi cabeza dio vueltas durante unos segundos, consiguiendo marearme.
¡Eleanna! Gritó con desesperación mi loba. Comencé a ver un poco borroso, pero Nathan no había notado el cambio en mí.
¡Baja de allí en este preciso instante! Debemos ir a otro lado.
—Na...—me interrumpió mi loba al tomar el control de mi cuerpo y saltar desde el lomo de Nathan.
El gran lobo negro volteó de inmediato apenas percibió el cambio sobre él, pero no le dio tiempo de hacer mucho. Corriendo a una velocidad poco apropiada, mi loba nos guio todo el camino.
Las ramas me lastimaban, la herida en mi cintura punzaba a cada paso que daba, pero mi loba no me permitió detenerme. Nathan debía estar siguiéndome, sin embargo, perderle el rastro a un lobo parecía ser la mayor cualidad de mi loba.
¡Duele! Por favor, detente.
No, aún no.
No podría aguantar, estaba segura de que mi cuerpo no aguantaría ni un segundo más.
Resiste, Ellie. Tienes que resistir.
Justo entonces llegamos a un lago. Estaba segura de que esto se encontraba lejos de la manada, pues jamás había visto algo así. El agua era oscura, aterradora, sin embargo, justo en el medio, una luz brillante apareció cuando me acerqué.
—Hija mía —saludó una hermosa mujer, emergiendo desde lo más profundo del lago.
Su cabello era blanco, al igual que sus ojos. Su piel era pálida, casi traslucida. Llevaba un largo vestido blanco, reluciente. No entendía cómo es que flotaba, a tan solo unos centímetros del agua. Aterradora, hermosa, cautivante.
—¿Quién eres? —tartamudeé.
Ella solo sonrió, enigmática. Comenzó a acercarse a mí, sin dudar. Tenía miedo, pero eso duró poco. Apenas la tuve cerca, pude notar quién era.
—Madre luna —bajé la mirada, avergonzada.
Mi loba me obligó a hacerle una reverencia, dándole el mayor de los respetos.
¡Estaba frente a frente con una diosa! Jamás, ni siquiera en mis sueños más locos, me imaginé que algo así pudiera suceder. Y yo no me encontraba presentable, en absoluto. Mi cabello debía ser un desastre debido al viento, mis pies dolían por la carrera que Nathan me obligó a ser participe.
—Querida hija —levantó mi mentón amablemente, obligándome a verla a los ojos—. Estás herida.
Un simple movimiento de su mano hizo desaparecer todas las heridas que en mi cuerpo habitaban. Incluyendo aquellos rasguños fastidiosos que me había hecho en el camino hasta el lago.
—¿Cómo? —balbuceé.
—Soy la madre de la magia, también la madre de los hombres lobos y los vampiros. La mayoría de los seres sobrenaturales existen en este mundo gracias a mí —Explicó con paciencia—. Tu magia espejo, la magia de tu hermano, el lobo de tu amado, todo proviene de mí. Te he visto siempre, pequeña Eleanna. Una humana capaz de todo por sus seres queridos.
Me mantuve en silencio. No tenía idea de qué podía querer la madre luna de mí, pero estaba nerviosa. Según el lobo de Elliot, la madre luna era capaz de conceder favores, a cambio de sacrificios.
—No temas, querida —leyó mis pensamientos—. No tengo esa clase de intenciones. He visto el sufrimiento de dos amantes que no pueden estar juntos, he sentido su desesperación y arrepentimiento. Eres una hija de la luna, no es justo que tu piel sea tan frágil. Desde ahora, serás inmune a las heridas a manos de tu mate. Quisiera volverte más fuerte, pero como lo sabes, la magia siempre tiene un precio. Si siguen por este camino, tu lobo acabará matándote.
—Nate no haría eso —negué rápidamente.
—No, claro que no —sonrió con tristeza—, pero no podrá evitarlo. Yo sí. Eleanna Wood, te otorgo este manto invisible. Estará sobre ti a cada momento, aunque no logres sentirlo. Te protegerá de tu amado y de tus propios poderes, al menos hasta que logres obtener la fuerza por tu cuenta. Además, te ofrecerá protección ante ataques de otras especies. Para todos los demás, serás sólo Eleanna, una humana. En el futuro serás Eleanna Wood, la unificadora.
—¿Unificadora? —la madre luna me ignoró, sonriendo con calma, colocó un manto plateado sobre mis hombros. Sentí su calor y su fuerza, la magia que lo envolvía.
¿Acababa de recibir un regalo de una diosa?
Debía estar soñando.
No seas tonta, espabila.
—Esto va a protegerte si así lo deseas, responderá a la magia que hay dentro de ti —tomó mi mejilla, haciéndome verla a los ojos—. Eres fuerte, hija mía. No necesitas de esto. Eres la primera lobo y bruja que ha existido en milenios, junto a tu hermano. Eres capaz de todo lo que desees hacer, deja que la magia salga, deja que tu loba tome el control. Yo estaré viéndote, pequeña.
—¿Por qué? —pregunté, genuinamente curiosa.
La madre luna no se ofendió ante mi pregunta, todo lo contrario. Parecía complacida de mi actitud, lo que me tomó por sorpresa. Una diosa había bajado solo a otorgarme un regalo, algo que me protegería hasta de mis propios poderes.
—Sé que conoces la leyenda —su luz me encandiló por unos segundos, por lo que parpadeé con fuerza—. La bruja y el lobo se amaban tanto... pero nunca se reencontraron como bruja y lobo, hasta que tus padres se enamoraron. Estaba feliz, pues al fin habían logrado encontrarse, tras tanto tiempo. Claro que se habían visto desde antes, pero siempre como lobo y loba. Por eso, que sus vidas no duraran el tiempo suficiente me indignó. Vi que tuvieron unos mellizos y ellos eran tan fuertes. Llamaron mi atención desde el primer día de sus vidas. Sé que has sufrido, lo he visto con mis propios ojos. Y tú, que eres tan fuerte, te veas en esa situación, me indigna un poco más. No voy a quedarme de brazos cruzados. Tu madre jamás me lo perdonaría.
—¿Mi madre? —fruncí de inmediato el ceño.
—Cuando mis hijos mueren, van a mi lugar —sonrió con tristeza—. Tu madre ha hecho más de un destrozo ante todo tu sufrimiento. Ella te ve y te acompaña, pequeña. Y está muy enfadada con tu mate por haberte hecho daño.
—No es su culpa —negué rápidamente—. Nate jamás haría algo que me hiciera daño intencionalmente.
—Lo sé —río, como una niña pequeña—. ¡Ustedes son tan lindos juntos! Tienen mi bendición. Esperaré con ansias sus crías, les daré las mejores parejas que existan.
—¿Madre luna? —pregunté cuando la noté desvariar.
¿Crías? ¡No! Aún estábamos muy jóvenes para estar pensando en crías. Además, su actitud había pasado de ser tan elegante y poderosa, a una pequeña adolescente emocionada.
—Cuando lleguen, serás la mujer más feliz del mundo —rodó los ojos.
No esperaba que una diosa tuviera esa actitud. Jamás, en toda mi existencia, se me ocurrió que los dioses podrían mostrarse infantiles y ruidosos. Siempre creí que eran soberbios y orgullosos.
—Nada que ver —leyó nuevamente mis pensamientos—. Somos seres poderosos, pero no aburridos, pequeña. Ahora, necesito pedirte algo.
Lo sabía.
¡Sabía que la magia siempre atraía algún costo!
¿Un regalo de una diosa?
¡Mis nalgas podían considerarse un regalo de una diosa!
—Que alarmista —río—. No seas tonta. Sólo quiero pedirte que no le digas a nadie lo que acaba de ocurrir, ni siquiera al lobo tonto que está por llegar.
¿La madre Luna acababa de llamar a Nate lobo tonto? Alguien no estaría feliz de escucharlo.
—Recuerda, eres tan poderosa como te creas, Eleanna. Deja de subestimarte. Utiliza tu condición a tu favor. Eres inteligente, sabrás a qué me refiero —se despidió, dejando un beso sobre mi frente.
Contrario a lo que pensaba, sus labios se sintieron cálidos y amorosos, como el beso de una madre.
—Déjate llevar —susurró por última vez, justo antes de desaparecer.
El manto que había colocado sobre mis hombros se hizo invisible. Ni siquiera podía sentirlo, pero sabía que ahí estaba, protegiéndome, cuidándome. Como el cálido amor de una madre. Por alguna razón, sabía que la creadora de aquel manto era mi difunta madre, al igual que mi daga.
Mi madre siempre me protegería.
—¡Eleanna! —un desnudo Nathan apareció en mi campo de visión. Se me escapó una exclamación, justo antes de taparme los ojos.
—¡Estás desnudo! —señalé.
—¡Ven aquí en este preciso instante! —me ignoró, ordenándome en voz alfa.
Contrario a lo que esperaba, no sentí absolutamente nada. Su voz de alfa era sexy, pero no me causó la obediencia absoluta que él esperaba.
Eres una alfa, idiota. Hasta que al fin lo haces valer.
—Ven tú —ordené, titubeante.
Para mi sorpresa, Nathan obedeció. Su mirada demostraba cuán enfadado se encontraba, pero no pudo desobedecerme.
—Échate —sonreí triunfalmente.
Nate sólo me dio una mala mirada, justo antes de sentarse en medio del bosque. No debía ser muy cómodo debido a su desnudez.
—¡Esto es tan divertido! —exclamé, dando saltitos por doquier.
—Detente —torció, aún desde el suelo—. Te haré pagar por esto.
—Sí, mira que miedo tengo —alce una ceja en su dirección, demasiado feliz como para preocuparme.
—¿Eleanna? —preguntó repentinamente, con preocupación—. ¿Qué le ocurrió a tu herida?
Miré en dirección a mi cintura, intentando comprobar que no había sido todo un sueño. Nop, ahí no se encontraba ninguna marca de garras. Estaba mejor que nunca, de hecho.
—¿Desapareció? —le saqué la lengua.
Sentí un impulso repentino y no quise reprimirme. Con una mirada, Nathan comprendió lo que quería y aunque no parecía estar muy de acuerdo, se puso en posición.
—¡En sus marcas! —comencé, sonriendo ante la adrenalina que sentía—. ¿Listo? ¡Fuera!
Corrí, por primera vez en mi vida disfruté de correr a mitad de la noche. Me sentí viva mientras esquivaba eficazmente las ramas a mi alrededor. No era muy cómodo, pero se sentía correcto, divertido.
Nate iba pisándome los talones, sin embargo, no me daba alcance. Mi loba gritó de júbilo, pues le estaba ganando en una carrera a un alfa muy poderoso.
—¿Desde cuándo eres tan rápida? —preguntó, una vez llegamos al territorio de la manada.
Me derrumbé en el suelo, agotada. No tenía ganas de seguir moviéndome en buen rato. La adrenalina me abandonó por completo.
Sí, quizás ahora era una loba, pero eso no quitaba que mi cuerpo no estuviera en forma. Tendría que entrenar para poder mantenerme intacta como Nathan, quien tomó ropa de uno de los árboles.
Había ropa por todos los terrenos de la manada, escondidas de la vista. Los lobos no podían simplemente llegar desnudos a la ciudad. Aunque tampoco era tan extraño si algo como eso sucedía. Al principio fue una de las cosas que más me extrañó al llegar aquí. ¿Los lobos podían andar con confianza desnudos? Fue un proceso hacerme entender que era lo común. A veces, debías transformarte sin más, sin estar preparado. Y al contrario también. Por esa razón, todo el bosque estaba repleto de prendas fáciles de poner.
El alfa me explicó, con muy poca paciencia, que la ropa tenía magias especiales para casos así. Bastaba con tocarla un poco, para que esta se colocara y adaptara a cada cuerpo.
—Cárgame —pedí en tono mimado.
—¿Vas a responderme?
Fingí pensar durante unos segundos, antes de soltar un rotundo:
—Nop —sonreí, alzando mis brazos hacia él.
Nate rodó los ojos, sin embargo, me tomó entre sus brazos estilo princesa.
—No vuelvas a bajarte de mí de esa manera —pidió en voz baja, comenzando a caminar—. No sólo pudiste lastimarte, sino que además me dejaste preocupado. Por favor, no lo hagas de nuevo, conejita.
—De acuerdo —accedí, escondiendo mi rostro en su pecho.
—Te quiero —escuché que murmuró, justo antes de que me quedara dormida entre sus brazos.
En el mejor lugar del mundo.
¿Alguien más adora a la diosa luna?
Oh, por cierto. Recuerden que dar spoilers están prohibidos. Si ven a alguien colocando algún spoilers (Con spoiler me refiero a hechos, no teorías, hay que intentar diferenciarlo) solo mencionenme en los comentarios. Algunas veces se me pasa uno que otro, pero tratemos de que todos disfruten la historia.
¡Los amo!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro