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Capítulo 14: ¿El beso?

Nathan me miraba fijamente, mientras Elliot aún se aferraba a mi cuerpo. Mi hermano adoraba a mi loba, aunque nunca antes habían tenido un contacto directo. Elliot también tenía un lobo, pero no habíamos conversado aún. Según tenía entendido a Toderick le avergonzaba hablar con cualquiera que no fuera Elliot. Y yo no tenía idea de cómo tenía conocimiento de eso, pero ahí estaba.

Siempre que mi loba intervenía, por alguna extraña razón, mi cuerpo quedaba agotado y sin fuerzas.

Quería ser como los demás, ser capaz de transformarme y ser fuerte como ellos. Mi mate era un alfa poderoso y mi hermano era un brujo con poderes nunca antes vistos.

¿Y yo? Bueno, tenía salud.

—Hey —murmuré, cansada.

Elliot me soltó, dejándome en la cama con delicadeza. Me trataba como si fuera de cristal, después de las palabras de mi loba, se volvería un insoportable controlador si no le dejaba en claro que humana o no, podía patearle el trasero.

Era mi hermano y lo adoraba, pero eso no evitaba que quisiera patearle el trasero alguna vez.

—Hola, Ellie. ¿Te duele el brazo?

Bajé mi vista hacia donde mi herida debía estar, encontrándome con la sorpresa de que había desaparecido. Incluso la parte de la camiseta que la flecha había atravesado estaba intacta.

—¿Cómo? —pregunté, atónita.

—Magia —enseñó los dedos, riéndose.

Tener un mellizo brujo tenía más beneficios de los que había pensado.

—Ustedes dos —habló con seriedad Nate, interrumpiéndome. Incluso había olvidado que estaba en la habitación con nosotros—. Van a explicarme ahora mismo lo que está pasando.

—¿Qué está pasando? —me hice la inocente, sonriendo.

Esto siempre funcionaba. Si quería sacar de quicio a Nate, la formula era bastante sencilla. Su paciencia en casos así era mínima, por no decir escasa. Nathan siempre sería un lobo tonto, por más adulto que se estuviera convirtiendo. Era tan fácil hacerlo enfadar, solo bastaba con no responder a sus preguntas haciéndome la tonta.

—No, no funcionará esta vez.

—Rayos... —mascullé.

—Eleanna.

—Nate.

—¿Qué está pasando?

—¿Algo está pasando?

Iba a acabar con su paciencia, podía verlo en su rostro sonrojado, en sus ojos llenos de impaciencia. Unos ojos tan diferentes que podían mostrar el mismo sentimiento. Nate no era muy paciente cuando jugaba a imitarlo, perdía el control a los pocos segundos.

—No estoy para juegos.

—No estoy jugando.

Reí, sorprendida, cuando se abalanzó sobre mi cuerpo, apresándome entre la cama y él. Me tomó de los brazos y los colocó sobre mi cabeza. Serio, pero a la vez divertido. Sentir su cuerpo contra el mío alborotó mis hormonas. Disfruté de su cercanía, de su olor, de la calidez que transmitía.

Estar así de juntos se sentía correcto, como si lo extraño fuera estar separados.

Me sonrojé ante la cercanía, sintiéndome avergonzada. Por lo general, Nate no tenía tanto contacto físico conmigo. En algún punto de la adolescencia, había dejado de ser tan cariñoso respecto a lo físico. Por un tiempo estuve muy triste, pero acepté ese cambio.

Lo había echado de menos.

—¡Habla!

—¡Nunca!

—Ok, ustedes son raros —murmuró Elliot, saliendo de la habitación. ¡Incluso cerró la puerta con su magia!

Traidor. Mi hermano era un total traidor.

—¡Eres un brujo traidor! —grité, a lo que él sólo río, bajando las escaleras. Ni siquiera había dudado en retirarse y dejarme en las manos de un alfa cabezón.

No sabía que haría Nate, pero ahora que estábamos solos, me sentí más a su merced que nunca. Mi loba festejó el pensamiento, aclarando que solo aplicaba en situaciones dónde hubiera una cama cerca.

Desde que mi loba hizo aparición, los pensamientos pervertidos dominaban mi mente. Sentí mi rostro arder, mientras una de las manos de Nathan viajaba hasta mis costillas.

—Habla, Eleanna.

—Había una vez... —comencé, pero me interrumpió al hacerme cosquillas con su mano libre—. ¡No, por favor! Cosquillas no.

—Habla —ordenó con diversión.

—Oblígame perro.

Ok, esa había sido una muy mala idea. Nate comenzó a atacarme con cosquillas, provocando que me revolviera por toda la cama mientras reía a carcajadas.

—¡Basta, basta! Por favor, para —imploré, sin aliento.

—¡Me llamaste perro! Te mereces un castigo —decidió, sonriendo maliciosamente.

—Bueno, bueno —levanté las manos en un gesto inocente—, no es como si de perro a lobo hubiera mucha diferencia.

Mis carcajadas y sus risas podían escucharse en toda la mansión. Nate no estaba aplicando fuerza, pero me tenía completamente inmovilizada. Ni siquiera con mi entrenamiento podía quitármelo de encima.

Entre el bullicio y mis movimientos, quedamos en una posición bastante comprometedora. Su pierna estaba entre las mías, nuestras respiraciones aceleradas. La conexión de mates se sentía más clara que nunca. Quería besarlo...

Deseaba pasar mis manos sobre su cuerpo, tenerlo contra mí, disfrutar de él, conocer y experimentar en sus manos. Quería entregarme a él, ansiaba tener su mordida en mi cuello.

Y él, me veía con tanto deseo en su mirada. Se pasó la lengua por su labio inferior, lo que hizo que suspirara inconscientemente.

—Eres preciosa, conejita —susurró, acercándose lentamente.

Oh, dioses... Esto iba a acabar conmigo.

Iba a besarme, iba a besarme, iba a besarme. Todas mis alertas se dispararon al ver sus labios acercarse a los míos. Casi podía saborearlos desde la distancia que se encontraba. Anhelaba con fuerza aquel contacto, como si toda mi vida estuviera esperando aquel momento.

Cerré los ojos, esperando con ansias un beso que nunca llegó.

—Entonces... ¿Qué está pasando? —insistió, haciendo que abriera mis ojos de golpe.

Ya sabía yo que no tenía tanta suerte, pensé con un suspiro.

—Quiero salir de aquí —pedí, haciendo referencia a la prisión de su cuerpo—. Por favor.

Las lágrimas quemaron en mis ojos debido a la vergüenza. Que estúpida debí verme, esperando que me besara. Sólo quería desaparecer, irme a un sitio muy muy lejano y enterrar mi cuerpo donde nadie pudiera nunca encontrarme.

No era buena manejando mis sentimientos en este momento.

—¡Hey! ¿Qué pasa, conejita? —preguntó, confundido. No se movió, de hecho, se pegó un poco más a mi cuerpo.

—Por favor, Nate —supliqué, al borde del llanto—. Solo quiero salir, por favor.

—No. No te dejaré ir así —negó con la cabeza—. No cuando hace unos minutos reías a carcajadas y ahora lloras.

No respondí, sólo desvié la mirada cuando sentí la primera lágrima correr por mi mejilla. Era tan vergonzoso llorar frente a él. Me maldije una y mil veces por malinterpretar la situación, por creer que él podía sentir lo mismo que yo.

La Luna se había equivocado, Nathan nunca podría amarme.

No era el chico para mí y ya era hora de enfrentarlo.

—Estoy como un loco por ti —habló en voz baja, bajando su cabeza hasta mi cuello—. Estos días han sido un espanto estando lejos de ti. Luego viene un desconocido diciendo ser tu mate y te apartas aún más de mí. Esto me enloquece, Elle. Verte siendo herida por mi propia manada fue la gota que derramó el vaso. Sé que mi padre se está encargando, pero yo solo pienso en arrancarle la cabeza a quien se atrevió a levantar un arma contra ti. Sólo quiero sentirte por un rato. No era mi intención hacerte llorar, lo siento.

Pasé mis manos alrededor de su cuello, abrazándolo. Sí, para Nate no debió ser tan fácil todo esto. De seguro estaba muy confundido y puede que también enfadado. Y yo le debía la verdad.

—No es mi mate —confesé con voz frágil.

—¿Qué? —Tomó un poco de distancia y me miró a los ojos. Me sonrojé un poco, pero ya no había vuelta atrás.

—Su nombre es Elliot... Elliot Wood.

—¿Wood? —frunció el ceño, intentando recordar de dónde había escuchado ese nombre antes.

—Es mi hermano —solté de golpe.

Cerré los ojos con fuerza, sin querer verlo a la cara después de tantas cosas. Dioses, por un momento llegué a considerar que podría morir de la vergüenza.

Su carcajada me tomó por sorpresa. Cuando por fin me atreví a abrir los ojos, descubrí que mi cuerpo volvía a la libertad, mientras Nate estaba en el suelo, riendo. Incluso se agarraba el estómago con fuerza.

Le lancé una almohada, que él atajó con gran facilidad, mientras me sonrojaba. Maldición. ¿Qué le resultaba tan gracioso?

—¡Nate!

—Perdón, perdón —se secó una lagrimita del ojo, entre risas—. Es sólo que me preguntaba hasta dónde serías capaz de llevar esto.

—¿Qué? —pregunté, confundida.

—Vamos, conejita, sé que es tu hermano desde la primera vez que lo vi. ¡Me hablaste sobre él! ¿Creíste que me creería el cuento de que era tu mate? Digo, al principio estuve muy confundido, no puedo negarlo, pero luego de un par de minutos supe que estaba actuando de manera infantil.

—No puedes estar hablando en serio —murmuré, desviando la mirada.

—Un brujo llega buscándote. Uno que además es idéntico a ti, su nombre combina con el tuyo y, por si fuera poco, no soy tan idiota —culminó, sonriendo con orgullo.

Yo creo que si lo eres.

Nunca antes me había encontrado tan de acuerdo con mi loba antes. La vergüenza iba a terminar por acabar conmigo. Todas las emociones del día me desbordaron, por lo que me levanté, con una de mis almohadas en la mano. Comencé a golpearlo con fuerza, mientras él se reía a carcajada.

—¡Eres tan... Tan...—me interrumpí, sin atreverme a terminar la oración.

—¿Tan qué? —retó.

—¡Tan! —un beso en mis labios me tomó por sorpresa.

Fue apenas un roce, demasiado rápido como para poder procesarlo, pero fue suficiente para dejarme congelada por un momento, anhelando mucho más. Sus suaves labios apenas tuvieron contacto con los míos, pero eso bastó para volverme una temblorosa gelatina. Me había tomado del brazo, deteniendo el ataque de almohadas el tiempo suficiente como para acercar su rostro hasta el mío y dejar un pequeño beso en mis labios.

—¿Qué...?

Noté que se levantó del suelo, luciendo incomodo y sonrojado. No me miraba a los ojos, como si incluso él estuviera sorprendido por lo que hizo.

—Estaré entrenando el resto del día, cuídate, conejita —ordenó, saliendo de la habitación a gran velocidad.

¿Acaso me lo había imaginado? ¿Era posible que, por alguna razón, comenzara a imaginar cosas?

Nathan no podía haberme besado...

No.

Quizás Elliot tuviera el poder de hacerme ver cosas en mi mente. Aunque no veía a mi hermano capaz de hacer algo como eso.

Alguna explicación debía haber, solo que yo no la encontraba.

Pasé un buen rato en mi habitación, tanto, que la noche se hizo día. Un nuevo amanecer, un nuevo día. Un nuevo revoltijo en mi mente.

Apenas salió el sol, sin poder pegar un ojo en la noche, bajé hasta los campos de entrenamiento. Nate solía entrenar demasiadas horas, sobre todo en los amaneceres. Odiaba entrenar cuando toda la manada lo veía, se sentía incómodo, solía decir.

Paré un momento y le compré un par de batidos energéticos. Ambos necesitaríamos una recarga si esperábamos ir al instituto.

—¡Nate! —Llamé apenas lo vi, corriendo sin parar.

Llevaba a cuestas más de doscientos kilos, mientras corría como si tuviera el peso más ligero del mundo. Malditos lobos y su fuerza descomunal.

—¡Elle! —gritó de vuelta, sin detenerse.

—Ven aquí, traje tu desayuno.

—Si no puedo comerte a ti, entonces no quiero nada —bromeó, dejando el peso en el suelo.

—Muy gracioso —lo miré con fingido enfado.

Sus bromas era algo a lo que estaba acostumbrada luego de tantos años. No se refería a comerme de una manera seductora. Era más como un chiste que hacía referencia a mi apodo. Los lobos cazaban conejos...

Un escalofrío me recorrió entera. No, no tenía por qué pensar ese tipo de cosas.

—¿Me llevas hoy al instituto? —pregunté, sentándome en una de las bancas.

El campo de entrenamiento era amplio, con pistas de obstáculos y otras cosas que yo jamás podría hacer. Era divertido ver a los niños jugar allí, pero yo podría matarme de solo intentarlo.

—¿Cuándo no lo he hecho? —Se sentó a mi lado, sudando.

No me desagradaba, pero tampoco era lindo tener a alguien sudoroso cerca.

—Todo este tiempo que hemos estado molestos, por ejemplo.

—Pero ya no lo estamos —refutó tranquilamente.

—Podría decirle a Elliot que me lleve —sugerí.

Esperaba que Nate se enfadara, pero en su lugar solo se encogió de hombros. No era indiferente, pero tampoco era la respuesta que esperaba.

—No creo que él tenga problema, pero papá dijo que le enseñaría la manada —me informó.

—Oh...

Claro, mi hermano ni siquiera conocía los alrededores. Todo había pasado tan rápido, que no pude ni mostrarle mi hogar.

—¿Hay algún problema si los sobrevivientes de mi manada vienen aquí? —Le pregunté a él como el futuro alfa.

—No es la primera vez que manadas se incluyen en esta —me recordó suavemente, comiendo uno de los sándwiches que le había pedido a la cocinera de la mansión—. Siempre serán bienvenidos aquí, Elle. Eres de los nuestros.

—Eso no es lo que los demás creen —bajé la mirada, un poco triste—. Me sorprendió no ver a Tyler en la horda de lobos pidiendo mi cabeza.

—Tyler es un imbécil, pero en realidad no es mal chico —volteé a verlo, asombrada—. ¿Qué? No es tan raro que defienda a alguien de mi manada.

—Siempre lo has odiado.

Y era cierto. Nate y Tyler habían pasado gran parte de su crecimiento compitiendo el uno con el otro. La diferencia de edad era mínima, por eso siempre estaban con su absurda rivalidad.

—Tyler se mete contigo porque le gustas —explicó, dejándome congelada en mi lugar. Sí, sabía que esa era una de las razones, pero nunca creí que Nate lo supiera—. No soy idiota, conejita. Así como él tampoco lo es. Su forma de mantenerte lejos es siendo un imbécil contigo.

—Se nos hará tarde para ir al instituto —cambié de tema al ver el semblante triste de Nate.

—Entonces mueve las nalgas, Elle.

Le di una mala mirada, comenzando a caminar detrás de él.

—¡Anna! —gritó Carol, tomándome por sorpresa.

Casi me hace caer al abalanzarse sobre mí, sin embargo, tuvimos suerte. Me mantuve de pie haciendo algunos malabares, provocando que riera como una pequeña niña traviesa. Carol era bellísima, sobre todo cuando sonreía de esa manera.

—Carol, deja de llamarme así —imploré, aunque no me molestaba.

—¡No te imaginas lo que ocurrió ayer!

Tantas cosas habían sucedido ayer, pero no es como si hubiera forma de contarle sin hacerle perder la cabeza. No podía solo llegar y decirle;

"¡Hey, Carol! ¿A qué no adivinas? Mi hermano mellizo apareció ayer. ¿De locos, no? Oh, y la manada de hombres lobos en la que me críe, me atacó. ¡Pero ya no hay herida pues mi hermano es brujo y me curó! Además, puede que Nathan me haya besado. Un día normal".

—¿Qué sucedió? —pregunté en cambio.

—¡Nick me invitó a cenar! Claro que dije que no, no puedo salir con un profesor, pero me convenció de ir a su casa este fin de semana —contó con gran emoción.

—¿Qué?

—¡Sí! ¿Puedes creerlo?

No, no podía creerlo. No podía creerlo en absoluto.

Justo en ese entonces, como si del mismísimo diablo se estuviera hablando, Nick pasó por el pasillo, entre varios estudiantes. Miró hacia nosotras, sonriendo maliciosamente. La magia se agitó a mi alrededor, mientras sentía a mi loba ponerse tensa.

Fue entonces cuando me di cuenta de que había descuidado a mi amiga.

Y podría arrepentirme como nunca de ello.




¡Hola, hola! Dioses, esta historia se empieza a poner buena, muy buena. ¿Qué les ha parecido? 

Me he esforzado para escribir este capítulo, para ser honesta era muy corto, pero creo que ya quedó perfecto. 

Amo todo el amor que le dan a esta historia. Me animan a escribir muchos más capítulos cuando veo la gran aceptación que ha tenido. ¡Muchas gracias! 

Los amo tanto como Elle ama sacar de quicio a Nate.





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