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Capítulo 13: Arco y flecha.

Cualquiera persona, cualquier ser humano normal, se haría en los pantalones al ver a un enorme lobo negro gruñendo hacia él. Sus grandes colmillos, su feroz mirada, todo en él gritaba peligro. Su pelaje brillaba, lo que me hacía recordar a todas las veces que pasé mi mano por el apenas comenzó a transformarse por voluntad propia. Sabía que era suave y felpudo, perfecto para dar calor y confort.

Aunque también tenía grandes y peligrosos colmillos, perfectos para acabar con sus enemigos en segundos.

Y ahí estaba yo, con una ceja alzada en su dirección y de brazos cruzados. Lo veía con enfado y fastidio, sin temerle en absoluto. ¿Acaso debía temerle?

La bestia era aterradora, sí. Pero seguía siendo mi mejor amigo, mi mate, mi compañero de vida. Jamás me haría daño.

Por eso podía enfrentarlo sin titubeos. Nate podía ser muchas cosas, pero nunca haría algo que me lastimara. Ni siquiera si era un lobo gigante. Estaba tan acostumbrada a verlo en su forma de lobo, que no me intimidaba en absoluto. Después de todo, había crecido a su lado. Estuve ahí la primera vez que se transformó. Exploré los bosques junto a él. Me llevó en su lomo la vez que me lastimé el tobillo y nos encontrábamos lejos.

Estaba tan acostumbrada a su lobo como al mismísimo Nathan.

—Termina con este numerito, Nate —ordenó mi loba, en voz alfa.

Se sintió extraño escucharme hablar así, sin que las palabras salieran de mi mente. Mucho menos hablar en aquella voz que tanto me intimidaba. Sin embargo, me gustó sentirme poderosa, me gustó ver el desconcierto en la mirada de Nathan, me gustó percibir como Elliot bajaba un poco la cabeza, reconociéndome como su alfa.

Nate gruñó al escuchar la orden. Mientras que el alfa y mi hermano se mantenían atentos a mis espaldas. El alfa podía enfrentarse a su hijo, pero si lo hacía, la mansión quedaría en ruinas. Además, involucrarse en los berrinches de Nathan no era algo que el alfa hacía.

Y mi hermano... bueno, él parecía disfrutar del espectáculo.

El despacho había quedado pequeño debido a la gran bestia. Incluso Elliot movió ligeramente el escritorio del alfa con su magia, para tener un poco más de espacio en caso de un ataque. Podía percibir que la magia cercana a él estaba atenta, pero sin llegar a interceder.

—Ya basta, te estás comportando como un crío.

Escuché los pasos de los integrantes de la manada. Vendrían aquí y todo se complicaría. Habían sentido la transformación de Nate, posiblemente pensaran que el extranjero era un enemigo. Venían por su cabeza, aún sin algún llamado hacia ellos. Era esa conexión que yo no podía entender, pero no me importaría enfrentarme a aquellos que por tantos años creí mi familia. No por mi hermano.

Nadie lo tocaría, no mientras yo estuviera aquí.

—La manada viene, sabes que van a atacarme —hablé con voz suave, calmando mi rabia por el momento—. Creen que estás en peligro y no durarán en luchar contra mí.

Nate pareció dudar, sin embargo, la puerta se abrió con un estruendo antes de que pudiera decir algo. Grité cuando sentí una flecha atravesarme sin piedad en el brazo. Ni siquiera titubearon al momento de alzar el arco hacia mí, aunque pude ver en las miradas de algunos lo atónitos que se encontraban por la situación.

Loan, aquel que disparó la flecha, se preparó para lanzar otra. Tensó el arco, apuntándome directamente sin siquiera durar. Era uno de los que siempre odió que yo fuera parte de la manada. Su cabello era castaño, sus ojos del color de su cabello. Me veía con desprecio, demostrando lo que por años sintió hacia mí.

Por un momento me sentí desconcertada, nunca esperé que utilizaran un arco contra mí. Cuando la respuesta llegó a mi mente, me sentí estúpida.

Claro, una de las primeras órdenes de Nathan fue que jamás podrían usar sus poderes contra mí. Así que habían buscado un arma para atacarme sin romper su orden.

Malditos lobos obsesivos.

Los ojos del gran lobo se clavaron en mi herida, mientras yo intentaba sacarla. Lo mejor era retirar la flecha antes de que pudiera sentir realmente el dolor, pero aún tenía a una horda de hombres lobos armados con espadas y arcos. Me veían a mí, fijamente. No se atrevieron a cruzar el umbral de la puerta, no sin el permiso del alfa. Pude sentir la ira envolver al alfa, como poco a poco intentaba controlarse al ver la situación en que nos habíamos metido.

Nathan gruñó por lo bajo, justo cuando el arquero se preparó para lanzar otra flecha. De un solo salto, el lobo negro se cernió sobre mí, cubriéndome con su lobuno cuerpo. Ni siquiera se quejó cuando la pequeña flecha lo atravesó.

Ese tipo era hombre muerto, pensé, más molesta que aterrada. ¿Se habían atrevido a dispararle al futuro alfa? ¿A mi mate?

Mi loba perdió el control cuando percibió el olor de su sangre. Quizás Nate lo sintió, el momento en que mi cordura quedaba atrás y sólo el instinto me exigía cobrar con sangre aquella traición.

Se destransformó, sin importarle quedar muy desnudo y me abrazó con fuerza, conteniendo a mi loba. Ambos estábamos heridos, pero al menos la suya cerraba con la increíble curación de los hombres lobos.

—Perdón —susurró en mi oído, para luego voltearse hacia la manada—. ¿Quién les dijo que debían intervenir? —preguntó, enfadado—. ¿Acaso no vieron lo que causaron? ¡Le dispararon a Eleanna!

La ira de un alfa era algo que todos intentaban prevenir, pero esta vez se lo habían buscado. Todos y cada uno de ellos. No me importaba la herida sangrando en mi brazo, solo me importaba la de Nate. Imperdonable.

¿Acaso tenían idea de lo que habían hecho? Era un juramente inquebrantable proteger al alfa. El simple hecho de que hubieran levantado un arma contra el próxima alfa, era suficiente para merecer un severo castigo.

—Señor —intentó decir intervenir Loan.

—¡Señor mis nalgas! —gruñó.

—Las estoy viendo —señalé, con cierto humor.

Estaba tan enfrascado en su enfado, que se olvidó de su desnudez. Oh, su cuerpo era tan tonificado, tan musculoso. Sentí el profundo deseo de lamer todo su cuerpo y palpar cada parte de su piel.

Elliot río un poco, pero hizo aparecer su ropa con un sólo movimiento de su mano. Ser brujo debía ser genial, pensé maravillada al ver sus poderes. Me lamenté por unos segundos no poder seguir contemplando el cuerpo de Nathan, pero me prometí a mi misma que luego podría disfrutarlo mucho más.

Comencé a reír de la nada, atrayendo la atención de Elliot hacia mí.

—Ellie, estás herida —recordó con preocupación.

—Lo sentimos, Eleanna —habló una de las ancianas—. Cuando sentimos la transformación del señor Nathan, todos pensamos que debíamos intervenir.

—Yo no los llamé —habló el alfa, recordándonos a todos su presencia—. Y estoy seguro de que mi hijo tampoco. Esto no va a quedarse así, pero por el momento, Eleanna por favor ve a que te curen.

—¿Qué? ¡No! Estoy bien —mi voz salió sin mucha fuerza, mientras el dolor hacia acto de aparición.

—Nathan —ordenó el alfa.

Mi mate me cogió en sus brazos, mientras que Elliot me miraba con angustia. Pasamos a través de la horda de hombres lobos que habían venido por mi cabeza. Sonreí, irónica al ver algunos lamentarse de haber fallado.

No era la persona más querida de la manada, solo por ser humana. El detalle es que no lo era, así que tendrían que aguantarme. Le saqué la lengua a Loan al pasar por su lado, quien me miró enfurecido. Si su idea era asesinarme, tendría que tener más cuidado con él de ahora en adelante.

De seguro el alfa les iba a dar una regañina inmensa. Se lo merecían, no podían solo atacar a una persona, por mas que la odiaran.

Nathan me llevó hacia el ático, rumbo a mi habitación. Fue cuando me dejó en el piso, justo en la entrada, que sentí las verdaderas consecuencias de aquella herida.

—Veneno, tiene veneno —expliqué, mientras todo a mi alrededor daba vueltas.

—Mierda —escuché la maldición de Nate—. Tranquila, te llevaré con el doctor de la manada y...

—Yo puedo curarla —se ofreció mi mellizo, con algo de timidez. Nos había seguido de cerca, sin atreverse a separarse de mí.

—No vas a tocarla —negó firmemente.

—¿Prefieres que sufra? Puedo curarla en unos minutos, no seas imbécil.

—¿Cómo me has llamado? —preguntó con indignación.

—Te llamó imbécil —reí, un poco mareada—. Está bien, eres un poco tonto, pero así te quiero.

—¿Está drogada? —las voces se distorsionaban, a la vez que todo lo sentía tan lejano y cercano.

Todo a mi alrededor daba vueltas. O quizás era yo quien giraba alrededor de todo. No lo sabía y no tenía manera de confirmarlo. Me sentía ligera, tranquila. Ni siquiera podía sentir el supuesto dolor por aquella flecha.

—No deben pelear entre ustedes —hablé a duras penas—. Ambos son igual de importantes para mí.

—No me pongas en el mismo saco que él —refunfuñó Nathan.

—Eres un lobo muy tonto —reí. Sentía que volaba entre nubes y estrellas—. ¿Cómo es que no te has dado cuenta de que eres mi...

—¡Mejor amigo! —gritó Elliot de repente.

—¿Mejor amigo? —pregunté, frunciendo el ceño.

—¡Por supuesto! Nathan es tu mejor amigo —río, nervioso.

—¿Nathan es mi mejor amigo? —repetí a modo de pregunta.

—¿Está drogada o envenenada? —escuché la voz seria de Nate intervenir.

Elliot me tomó con fuerza de los brazos, con gran seriedad. Casi me pongo a llorar en su hombro, sin embargo, comencé a ver las cosas de forma diferentes. ¿Mi habitación siempre fue así de divertida? La lampara de noche junto a mi cama brillaba en diferentes colores.

—Parece que sólo querían sedarla, no matarla.

—Estoy muy feliz de tenerte aquí, Elliot —envolví mis brazos en su cuello, interrumpiendo aquel brillo que salía de sus manos y se perdía en la herida de mi brazo.

—Yo estoy feliz de estar contigo, Ellie, pero por favor, déjame atenderte.

—¿Atender qué?

—Estás herida —señaló Nate, respirando profundo.

Su rostro se distorsionaba, pero podía notar que estaba demasiado enfadado. Sus ojos apenas se veían, mientras su ceño se fruncía más y más. Incluso soltaba algunos gruñidos por lo bajo.

—No te molestes —pedí, frotando mi mano contra su rostro, acariciándolo—. Odio cuando estamos peleados.

—Yo también —admitió, con un gesto cansado.

—Entonces no peleemos más —decidí.

—No lo haremos.

—Elliot —llamé en voz baja, sintiéndome somnolienta.

—¿Sí? —murmuró, concentrado en lo que fuera que estuviera haciendo en mi brazo.

—Te amo —confesé.

Nathan dejó que mi cuerpo cayera al suelo. Me quejé un poco cuando sentí el ligero golpe de mi trasero contra el piso de madera. ¡Menos mal que no me sostenía en el aire! ¿En qué momento me había sostenido en primer lugar? Todo era tan confuso e inestable.

—¡Nathan! —Me quejé.

—Nathan —habló mi mellizo con seriedad. Mi mejor amigo detuvo su andar hacia la puerta al escucharlo—. Sé que estás confundido, no me corresponde a mí explicarte lo que está pasando, pero Ellie está herida. No importa lo que pase entre ustedes dos o entre nosotros, su bienestar es más importante. Si entiendes eso, entonces ven aquí y ayúdame a sostenerla.

Vi la duda en él. Era como un libro abierto para mí, siempre podía entender sus sentimientos con sólo verlo. Hice que Elliot me soltara y aunque en un principio se negó, algo en mí le indicó que me soltara.

—Nathan —llamé suavemente, haciendo que se volteara hacia a mí—. Lo siento mucho.

—¿Por qué te disculpas? —arrugó el ceño, confundido.

—Por ponerme en peligro, por no hacerte caso. Hemos estado peleando por nada y ya no quiero eso —confesé—. Eres la persona más importante en mi vida, no me gusta que estemos distanciados.

—¿Cómo puedes decirme así frente a tu mate?

—No soy su mate —resumió en pocas palabras Elliot.

Mi cabeza dio vueltas en ese momento. No sabía que estaba pasando, pero me dejé caer en la oscuridad sin previo aviso.

—Fue la pérdida de sangre —escuché a lo lejos—. No lo entiendo. Eleanna es una alfa, debería tener más resistencia.

—Su cuerpo es de una humana —Esa voz era de Nathan, la reconocería en cualquier lugar—. Todo en ella es humano, siempre lo fue. Apenas hace unas semanas su loba apareció y dijo que era posible que Elle nunca tuviera poderes de hombre lobo.

—¿Cómo es qué todo esto sucedió?

—¿Cómo sabes que Eleanna es una alfa?

—Esa es una conversación que no me compete —al fin pude identificar la voz de mi hermano.

Ah, me había desmayado. Y ellos hablaban de mí. De lo que me sucedía. Elliot había confesado no ser mi mate y yo estuve a punto de confesarle a Nathan todo. Debía tener paciencia, solo faltaba un mes para su cumpleaños, un mes y todo saldría a la luz.

—Te mentí —dijo Nathan—. No siempre fue humana. Por alguna razón, cuando éramos pequeños, ella era muy fuerte. No creo que siquiera lo recuerde, pero incluso llegó a ganarme en combates. Conforme fuimos creciendo, su fuerza menguó.

—Porque yo no estaba —habló mi loba, sorprendiendo a todos en la habitación, incluyéndome—. Cuando Eleanna era una niña, yo la guiaba. Estuve siempre cerca, pero cuando llegamos a la manada, no me necesitaba. Mi poder fue apagándose lentamente. Incluso creí que moriría, que Eleanna quedaría como una simple humana. Luego la perra esa intentó matarla y todo se torció.

—¿Intentaron matar a Ellie? —Los ojos de Elliot brillaron, anunciando que sus poderes se descontrolarían.

—Sí —respondí, sonriendo—. Le di una gran paliza a esa maldita.

—¿Cómo permitiste que eso pasara? —reclamó hacia Nate.

—¿Y cómo esperabas que lo supiera? ¡La he cuidado siempre!

—Ya, puedo ver lo bien que la cuidaste.

—¡Hey! —grité, llamando su atención—. No puedo estar mucho tiempo. Por favor, cuiden a Eleanna. Cada vez se hace más humana y aunque nuestro lazo es estrecho, nunca seremos más que esto. Elliot, estoy tan feliz de verte que no tienes idea. Nathan, recuerda lo que te dije, no dejes que se sienta mal por tonterías.

—¿Por qué debes irte tan rápido? —preguntó Elliot, triste.

—Los vampiros me rastrean —expliqué con un suspiro—. Me buscan a mí, no a Elle. No volveré a ponerla en peligro.

—Estoy aquí, yo voy a cuidarte.

—Gracias, Elliot...

Mi hermano me abrazó con fuerza, como si no quisiera soltarme. Lo entendía, yo tampoco quería irme y ser sólo una voz, pero mi amor por todos ellos era más grande. Debía protegerlos a mi manera.

Y lo haría, aunque fuera lo último que haga.




¡Buenas, buenas! ¿Cómo les va? ¿Se están cuidando bien? 

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