Capítulo 12: Lobo.
—Ven conmigo, no hables si no hace falta y por favor, no dejes que Nate te saque de quicio —imploré, mirándolo fijamente a los ojos.
Nos encontrábamos en la manada, luego de pasar toda la tarde conversando en el despacho de Maggie. Hablar con Elliot de todo y de nada fue algo muy liberador, como si toda mi vida lo fuese necesitado. Liberador, único y mágico. Encajamos desde el primer momento, como si nunca nos hubiésemos separado.
Mi loba estaba feliz, la podía escuchar hacerle algunas preguntas a mi mellizo, sin importarle si no se suponía que pudiera intervenir tanto. Los vampiros aún me buscaban, a pesar del acuerdo. No descansarían hasta hacerme pagar con sangre, aunque no supiera la razón. Sí, habían tenido líos con mis padres, pero me costaba creer que solo por eso debían buscarme por más de diez años después.
—No debe ser tan malo —replicó. Era de sonrisa fácil y carácter ameno, pero cuando se enojaba... lo mejor era no estar cerca.
—Oh, créeme que lo es—murmuré abriendo la puerta.
Todos en la manada estaban reunidos en el salón. Así había sido desde el ataque de los vampiros. Los hombres lobos tenían la costumbre de quedarse cerca del alfa después de un ataque, por si el alfa llegaba a necesitarlos una vez más. Por eso la mansión era increíblemente gigante, tenía que darle espacio a toda una manada de personas revoltosas.
Sentí algunas miradas picando en mi nuca, aunque la mayoría tenía la atención puesta en Elliot. Antes de que yo llegara a la manada, jamás una persona desconocida había pisado este lugar. De seguro algunos estarían odiándome en estos momentos, por traer a alguien más conmigo. Además, un brujo. Uno muy poderoso.
Stuart me miró con preocupación, preguntándome sin palabras si me encontraba en peligro. Le dediqué una sonrisa, sin detenerme a charlar con él. Si necesitaba explicarle a alguien, era al alfa. Necesitaba tenerlo de mi lado para que le diera la bienvenida a Elliot. Así los demás lobos no podrían quejarse.
Podía notar el odio que irradiaban hacia mí. Deseaban que desapareciera, que abandonara la manada y jamás regresara. No necesitan decirlo, ya lo sabía.
Y a mí no me podría importar menos.
La manada era mi familia, pero si algunos me odiaban, me tenía totalmente sin cuidado. No estaba aquí para que me amaran todos.
Subí hasta el despacho del alfa, tocando dos veces la puerta hasta que escuché su ronca voz, diciéndome que pasara. Respiré profundamente antes de pasar. Me sentía nerviosa. Sabía que los brujos y los lobos tenían una tensa relación.
¿Dejar que un brujo viviera en la manada? Eso sonaba improbable.
—Buenas noches, señor —saludé solemnemente, haciendo una pequeña reverencia.
—Buenas noches, Eleanna —su porte era serio y aterrador, cualquiera se haría en los pantalones con tan solo verlo.
Pero Elliot estaba rejalado. Tan tranquilo como si estuviera en su casa. Claro que era un brujo poderoso, sin embargo, era impresionante que la presencia del alfa no lo afectara. ¿Cómo era posible? Ni siquiera podía entenderlo.
—¿Qué te trae por aquí? —preguntó, ignorando la presencia de mi mellizo.
—Señor... —titubeé, sin saber cómo pedirle algo como aquello.
—Si usted lo permite, voy a quedarme en esta manada —intervino Elliot, con calma.
Le di una mirada alarmada, un poco furiosa. ¿De verdad iba a soltar algo como eso con tanta tranquilidad? ¿Acaso no temía por su vida?
Los extraños no venían a este lugar, pero cuando lo hacían, toda la manada lo atacaba sin piedad. No eran amigos de los extranjeros.
¿El alfa creería que estaba loca? De seguro estaba pensando en que perdí la cabeza para aceptar traer a un brujo a la manada y con intensiones de quedarse.
No debí venir. Era mejor irme de la manada junto a mi hermano. Quizás a la ciudad, dónde podría trabajar con Maggie en su cafetería y seguir estudiando en el instituto. Podría ver a Nathan entre clases y...
—Está bien —accedió luego de una pausa, para luego seguir mirando sus papeles.
—¿Qué? —solté con incredulidad—. ¿Así de simple?
—¿Quieres que sea complicado? —el alfa arrugó un poco el entrecejo, sin mirarme.
—Por supuesto que no.
—Entonces no te quejes —resolvió con simpleza.
Elliot intentó callarme. Supuse que mi mellizo sabía cuándo estaba enfadándome, por lo que intentó moverme hacia la salida. Bastó con una mirada para que se detuviera, esto era algo que tenía hacer. Una confrontación frente a frente con el alfa más intimidante de la historia.
—¿Usted me odia? —pregunté con furia.
—¿De qué hablas? —ahora sí me veía, pero tan confundido que solo me hizo sentir más enojada.
¿De verdad se haría el tonto? ¿Tan cínico podía ser?
—¡Llevo toda mi vida intentando ganarme una mirada de su parte! Intenté ser lo que necesitabas, me encargo de todas las cosas de la manada que puedo manejar, organizo su agenda, limpio la mansión. ¡Y usted ni siquiera puede darme más de cinco palabras en una oración! —exploté, golpeando su escritorio con el puño.
—Eleanna —intentó decir, sin embargo, yo no había terminado.
—Soy la número uno del instituto, incluso entre los lobos con los que estudio. Me esfuerzo por ser la mejor en todo, pero usted ni siquiera parece verlo. No es que quiera que me diga algo, tan solo que lo tuviera en cuenta. ¡Y eso es mucho pedir! —estaba respirando entre cortado, mientras Elliot y el alfa me veían asombrados—. Trato por todos los medios de no causarle problemas, pero cuando necesito algo de usted, solo dice está bien.
Hice un par de comillas con los dedos en la última parte, respirando agitadamente. Había soltado todas las palabras que estuve tragándome desde hace tanto tiempo. Sí, el alfa me defendió ante Rosie, pero eso era porque resultaba inaceptable que atacaran de esa manera a cualquier integrante.
Sin embargo, me arrepentí al momento de decirlo. Estaba quedando como una mala agradecida. El alfa me dio un techo y comida cuando no tenía ninguna responsabilidad conmigo. Eso era más que suficiente y la realidad era que nadie me había pedido hacer todo eso.
—Dije que está bien, precisamente por todo lo que has dicho —dejó todos los papeles en el escritorio y se acercó a mí—. Soy muy consciente de todo lo que haces por mí, Eleanna. Es la primera vez en años que me pides algo. ¿Cómo podría decir otra cosa? Por supuesto que voy a acceder.
—Pero —intenté replicar, más no me lo permitió.
—No, yo te escuché, ahora escúchame tú —pidió, levantando la mano—. Sé cuánto te esfuerzas, sé todo lo que has sufrido. ¿Crees que no sé qué el brujo de aquí es tu hermano? Son idénticos, Eleanna. ¿Cómo podría decirte que no? Te he criado como a una hija, te conozco y sé que no me pedirías algo sino supieras que es importante. Entiendo que sientas que no te presto atención, pero siempre estoy atento a ti.
Estaba avergonzada, con lágrimas quemando en mis ojos. El alfa nunca había sido malo conmigo, pero sí indiferente. Lo que más me dolía es que lo había malinterpretado. Desde que la madre de Nathan se había ido, el alfa se había cerrado en sí mismo. Dejándonos a Nathan y a mí por fuera.
—No he hecho las cosas bien con ustedes dos, desde que la madre de Nathan se fue, todo en mi vida ha sido un caos, pero ustedes son los mejores chicos del mundo —sonrió, apenas levantando las comisuras de sus labios—. Nathan será el alfa más fuerte y tú serás la mejor luna que jamás tendrá está manada.
—Ah, Eleanna —llamó mi atención Elliot—. Eres hija de un alfa, no estás hecha para ser una luna.
—¿Qué? —arrugué el entrecejo, mientras el alfa me veía con diversión.
—Claro, se me olvida que no sabes estás cosas —suspiró—. Verás, yo soy un brujo, eso está claro. Usualmente es el macho el encargado de ser el alfa, pero tú fuiste quién nació para liderar. Claro que puedes casarte con tu mate, sin importar quien sea, el caso es que tu carácter no es de una sumisa luna. Tú eres una alfa y tarde o temprano eso causará problemas con la manada.
—¿Por qué lo haría?
—Porque las lunas no suelen dar órdenes —explicó el alfa—. Las manadas suelen funcionar con un solo líder, no con dos.
—Pero yo sólo soy una humana —repliqué.
—No lo eres —negó Elliot—. Tus poderes están dormidos, sí. Es posible que nunca los recuperes o al menos no por completo, pero sigues siendo una mujer lobo, sigues siendo la alfa de la manada Wood.
—No tenemos una manada —arrugué el entrecejo, confundida.
—De hecho, sí —sonrió—. Son unos pocos sobrevivientes, pero están allí. No son más de veinte personas, si soy sincero.
¿Qué? ¿Cómo era posible que alguien pudiera sobrevivir al ataque de los vampiros? No entendía nada. ¡Y yo no podía ser la líder de una manada!
—Personas que no estaban en la manada durante el ataque —respondió a mi pregunta no verbal—. No están establecidos, por lo que podrían venir hasta acá si prefieres. No tenemos mucho, señor Wyrfell, pero tenemos buenos hombres y algunas riquezas.
—No hay manera de que me niegue a esta alianza —negó el alfa firmemente—. Eleanna ha sido como mi hija y aunque quisiera, mi hijo jamás permitiría que estuviera lejos.
Justo cuando el alfa terminó la frase, la puerta se abrió con un estruendo. Nate la atravesó ante la atenta mirada de todos los presentes, sin inmutarse. Sus ojos, uno verde como el bosque y el otro tan azul como el cielo, se veían turbios, como un mar enfurecido. Sus finos labios estabas apretados, su ceño fruncido.
Alguien estaba molesto.
Intentó tomar a Elliot. No tenía idea de qué tipo de intenciones tenía, pero no parecía nada bueno. Sin pensarlo dos veces, me interpuse en su camino.
—Apártate —ordenó con voz de alfa.
Sentí la furia de mi loba, mucho más de lo que antes había sentido. Nate podía hacer lo que quisiera usualmente, pero no meterse con mi hermano.
—No —hablé con firmeza, sin moverme.
Cuando mi loba tomaba el control, sentía como si viera a través de una pantalla. Estaba allí, pero no tenía el control de mis acciones o lo que decía.
—Es una orden —No me miraba, su vista estaba fija en Elliot quien se mantenía imperturbable a mis espaldas.
—¡No! —grité, empujándolo con fuerza.
Salió disparado hacia atrás, debido a la sorpresa de mi ataque. Se recuperó con rapidez, mirándome con sorpresa y un poco de dolor.
Me miré las manos con pánico. ¿Cómo rayos había hecho eso? ¡No se suponía que esto pasara! Sí, quería cuidar a Elliot, pero tampoco quería que atacara a Elliot.
—¿Me has atacado? —preguntó con incredulidad.
—No permitiré que lo ataques —mi firmeza flaqueó un poco al ver lo que había hecho.
—Toda tu vida he estado contigo. Ahora tu mate aparece y me dejas de lado. ¿Por él?
—¿Mate? —preguntó confundido el alfa.
Le sonreí, incómoda.
Era una mentira piadosa que se me había salido de las manos.
—¿Y a ti que te importa? —intervino Elliot—. Ella no es tu mate.
Los ojos de Nathan brillaron, señal de que iba a transformarse. Y tal cuál, su ropa comenzó a desgarrarse, mientras sus huesos se rompían y moldeaban. Las transformaciones eran aterradoras, incluso puede que un poco dolorosas. Un enorme lobo negro quedó frente a mí, gruñéndome. Sus ojos, eso que solían verme con amor, en ese momento solo me veían con ira, con odio. Como si yo fuera su próxima presa.
Gruñó en advertencia, enseñando sus aterradores colmillos.
Alertando a los demás integrantes de la manada.
¡Hola, hola! Sé que hoy es día de Donovan, pero aprovecho para subir otro capítulo aquí también.
¡Los amo!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro