Capítulo 11: Elliot.
—Aparta tus manos de ella —ordenó la severa voz de mi mate y mejor amigo.
El desconocido pareció notar entonces dónde nos encontrábamos. Se apartó ligeramente, permitiéndome observar unos hermosos ojos color miel. Sus facciones eran suaves, su nariz era pequeña y respingona, tenía una mirada tierna, como si estuviera viendo la cosa más hermosa de todo el universo.
¿Por qué se negaba a soltarme y cómo es que podía ignorar a Nate con tanta confianza?
Me sonrojé ante la vergüenza. Todos los estudiantes seguían ahí, intentando comprender la escena frente a sus ojos. Ni yo misma lograba comprenderla.
El desconocido me miraba solo a mí, ignorando a todos los demás. Incluyendo a Nathan. Eso no lo hizo feliz. Terminó por acercarse, con un rostro mortalmente serio.
—¿No me has escuchado? —insistió.
—Te escuché, pero no me importa lo que digas —respondió sin voltear a verlo.
Era valiente, eso debía aceptarlo.
Noté el gesto impaciente de Nathan, por lo que decidí intervenir. El desconocido era un hombre extraño, pero no parecía tener malas intenciones.
De hecho, confiaba tanto en él como en Nathan.
Tal revelación me dejó sin aire, a lo que él me miró con preocupación.
—¿Ellie? —preguntó—. ¿Estás bien?
—¿Ellie? —repetí, arrugando el ceño—. ¿Quién eres?
El desconocido me miró con dolor por un momento, justo antes de sonreír. Fue como si el dolor hubiera sido solo un espejismo creado por mi mente. Su mirada era suave, cariñosa. No me encontraba incomoda con su presencia, al contrario. Su cabello caía sobre sus ojos, quizás demasiado largo. Llevaba puesta una chaqueta negra, junto a una camisa blanca. Sus pantalones desgastados se ensuciaron con la caída, pero no parecía interesarle en lo más mínimo.
—Soy Elliot —susurró solo para mí.
Algo hizo clic en mi mente en ese instante, trayendo consigo miles de recuerdos. Mi cabeza palpitó dolorosamente, sin embargo, estaba concentrada en la información que venía a mí.
Sí, yo sabía bien quién era Elliot.
Elliot, mi mellizo, la persona que salvó mi vida y a quién creí muerto. Elliot, quien estuvo conmigo a cada segundo de mi infancia. Elliot, el brujo más poderoso, según decía mi abuelo.
Mi hermano.
No podía creerlo, pero una parte de mí, mi loba, tomó el control de mi cuerpo por un instante y lo envolvió en un apretado abrazo que él correspondió con la misma intensidad. No nos importó que todo el instituto nos veía, no nos importó estar en el suelo, ni nada a nuestro alrededor.
Estaba completa.
Era increíble como siempre había sentido que algo me faltaba, sin saber que se trataba de mi mellizo, mi otra mitad.
Lloré en sus brazos, incapaz de controlarme. Elliot me sostuvo con fuerza contra su pecho. Escuchar los latidos de su corazón tuvo un efecto calmante en mí, como si solo eso necesitara para calmar cualquier tempestad.
Lloraba por lo que sentí perdido, por la magia de nuestro reencuentro. No me importaba cómo sucedió, solo me interesaba que estaba con vida.
Y conmigo, a mi lado.
—¡Suéltala! —sentí el fuerte agarre de Nate sobre mi brazo, por lo que gemí del dolor. No pareció escucharme.
Me levantó del suelo con fuerza, poniéndome a su lado.
Elliot me miró con preocupación, para luego dirigir su mirada hacia Nathan. Se veía tan serio, no era para nada el niño que había visto en los recuerdos de mi loba. Su cabello castaño apenas y le permitía ver, de lo largo que se encontraba, sus ojos miel eran iguales a los míos, con esas motas doradas cuando le pegaba la luz del sol. Se levantó con calma, como si nada estuviera pasando, sin embargo, su mirada transmitía mucho enojo y enfado.
—Tienes tres segundos para soltarla si no quieres que esto se ponga feo —escupió mi mellizo con tanta seriedad que sentí un escalofrío.
Nate se enfadó mucho más ante su comentario, haciéndome quejar por lo bajo cuando su agarre se apretó. Me estaba lastimando y aunque quería evitar demostrarlo, era imposible. La fuerza de un alfa era mucho mayor a cualquier lobo, mucho más en comparación a mi fuerza humana. Podría incluso fracturarme y él ni se daría cuenta.
—¿Quién te crees que eres para hablarme así? —gruñó, sin notar el daño que me hacía.
—¡Estás lastimándola! —gritó Elliot.
Solo entonces Nate volteó hacia mí y notó mi gesto descompuesto. Me soltó como si estuviera en llamas, mirándome como si no pudiera reconocerme. Mi hermano me tomó por los hombros, sin darle una segunda mirada a mi mate.
—¿Duele mucho? —preguntó con el ceño fruncido.
—No —negué con voz temblorosa.
—Mentirosa —negó con la cabeza, sonriendo levemente.
Nathan intentó acercarse nuevamente, podía ver el arrepentimiento en su mirada.
—Eleanna —comenzó, pero lo interrumpí levantando la palma de mi mano.
—No —solté—. No vengas aquí luego de ignorarme por toda una semana.
—Elle, no conoces a esta persona, por favor ven aquí —imploró.
—¿Que no me conoce dices? —río mi mellizo—. Soy la persona que más la conoce y que más la conocerá en el mundo.
—¿Quién eres? —vi las intenciones de darle un puñetazo, por lo que mi loba respondió antes que yo.
—Mi mate —sonreí, pasando mis manos por los brazos de mi hermano.
Elliot me miró solo un instante antes de comprender. Sonrió con maldad, pasándome un brazo por la cintura. Me siguió el juego en cuestión de segundos, lo que me sorprendió y agradó en iguales medidas.
Nathan dio un paso atrás, como si le hubieran dado un gran puñetazo en el rostro. Me sentí mal por mentirle, por estar engañándolo de esa forma, pero se lo merecía. Al menos intentaba convencerme de que se lo merecía.
Lo vi montarse en su auto, aquel deportivo blanco que él amaba con su vida, huyendo de mí. Casi se me escapa una carcajada. Supuse que el entrenamiento quedaría pospuesto, sobre todo porque el capitán había huido despavorido.
—Mala —murmuró Elliot, aún sin soltarme.
—Lo siento —me disculpé, aunque no supe exactamente la razón.
—¿Podemos ir a un sitio más privado, Ellie? Necesitamos tener una larga y muy seria conversación —su amigable rostro se volvió serio, por lo que solo asentí.
—¡Eleanna! Que sorpresa verte por acá —me recibió Margaret, abrazándome con fuerza apenas me vio.
—Hola, Maggie. ¿Puedo usar tu despacho hoy? —pregunté haciendo una seña con mi cabeza hacia Elliot, quien parecía estar fingiendo concentrarse en uno de los postres de la encimera.
—Por supuesto —accedió de inmediato, para luego acercarse a mí y susurrar en mi oído—. Ten cuidado, Elle. Es un brujo y parece muy poderoso.
—Lo sé —sonreí, intentando calmarla—. Estaré bien, gracias por esto.
—Cuando quieras.
Guíe a Elliot hasta el final de la cafetería, abriendo la puerta del despacho. Era como, todo en la cafetería, ambientado en los años 50's. Era uno de mis sitios favoritos, además de que las paredes insonorizadas lograban darnos un poco de privacidad. Margaret había decidido convertir su despacho en una pequeña sede de la manada. En caso de una emergencia en la ciudad, podíamos encontrarnos aquí sin temor a los chismosos.
—Seguramente tengas muchas preguntas —comentó, sonriendo con incomodidad.
Nos sentamos en el sofá, cerca, pero a la vez distantes. Era tan extraño...
Mi hermano mellizo estaba ahí, junto a mí. Era tan extraño tenerlo cerca, saber que estaba vivo y a salvo. Creí que había muerto junto a mis padres, mi loba casi podía jurarlo.
—¿Cómo sobreviviste? —susurré con dolor.
—Ah, esa es una pregunta complicada —suspiró, justo antes de volverse hacia mí para verme a los ojos—. En el momento en que ese vampiro me atacó y yo te envié lejos, nuestro padre... Fue vencido.
Las lágrimas quemaron en mis ojos, pero me contuve. No era momento de llorar, además, me sentía de alguna forma hipócrita al hacerlo. Como si no tuviera el derecho. Apenas y recordaba su rostro, apenas y podía decir que alguna vez tuve un padre.
—Mamá sabía que le quedaban pocos momentos de vida, ya sabes, los mates suelen morir juntos —le tomé una mano con fuerza, como muestra de mi apoyo—. Decidió dedicárselo a sus hijos. Salvó mi vida, curó mis heridas con un hechizo, cuando le conté donde te había mandado, se encargó de ocultar la presencia de tu loba y acabó con tantos vampiros como pudo.
Así que eso fue lo que sucedió. Mi loba había estado escondida debido a la magia de mi madre. Eso explicaba por qué mi loba, a pesar de querer salir, no podría hacerlo. Apenas y lograba controlar mi cuerpo unos segundos.
—No sobrevivió —No era una pregunta, ya sabía la respuesta.
—Murió asesinando al jefe de los vampiros, acabando con la pelea, pero sólo yo había sobrevivido. Y tú, por supuesto.
— ¿Por qué no me buscaste? —Pregunté con dolor.
—¿Cómo dices? —frunció el ceño, dándome un pequeño golpe en la frente—. ¡Te he estado buscando desde siempre! No he descansado ni un solo día.
—No lo entiendo.
—Cuando mamá ocultó tu presencia, tu loba se escondió. Te volviste una humana en esencia —explicó con calma—. Sin tu loba, no puedo encontrarte. Así que estuve buscándote por todo el mundo, hasta que sentí tu presencia, pero estabas en peligro.
—Los vampiros —murmuré, sorprendida.
—¡Exacto! —enseñó los dientes en una extraña sonrisa—. Cuando supe lo que pasaba, me encargué de poner en tu mente mis palabras, pero eso me dejó agotado. No pude moverme en tres días completos, pero ya estoy aquí. Te encontré.
—Fuiste tú quién me dijo que hacer —aún no procesaba sus palabras.
—Sí —sonrió con orgullo—. No mentiste, Ellie. Si esa es la manada que te acogió, nosotros, nuestra familia por parte de mamá, van a protegerla.
—¿Tenemos más familia? —pregunté, intentando aclarar mi mente.
—Por supuesto. Tú eres la única que no tiene muchos poderes de bruja, pero si te hace sentir mejor, yo soy una deshonra como lobo.
—No eres una deshonra, somos diferentes. Eres la otra mitad que no sabía que me hacía falta —Lo abracé, disfrutaba de la sensación de sentirme completa.
—Lamento haber tardado tanto en encontrarte, te prometo que nunca más estarás sola.
—Por un tiempo lo estuve —hice una mueca—. Los vampiros estuvieron persiguiéndome por mucho tiempo, pasé tantos años así... hasta que encontré la manada y conocí a Nate.
—Tu mate —No lo preguntaba, no hacía falta.
—Mi mate —confirmé—. El futuro alfa de la manada.
—También eres una alfa. ¿Lo sabes, cierto?
—No tengo muchas cosas claras. No tenía idea de que yo era una loba, ni siquiera podía recordarte.
—Eso es nuevo —frunció el ceño—. Sabía que mamá ocultó tu esencia, pero ella no tocó tus recuerdos. Se suponía que cuando el peligro pasara, tu volverías a casa.
Pero eso no ocurrió, porque yo no tenía idea de dónde se suponía que quedaba mi casa. ¿Quizás la magia se había descontrolado por estar mi madre muriendo? ¿O se debía a otra cosa?
—Tienes que contarme todo —imploré.
—Lo haré, nunca más estarás sola Ellie.
Esa era una promesa que él iba a cumplir.
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