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Capítulo dos

Capítulo dos

Kate

Salgo del restaurante como si fuera Robert Neville de "Soy Leyenda". Me despidieron.

Siento dos cosas a la vez: miedo... y alegría.

No todos los días te peleas con tu compañera—ahora ex compañera— y tu jefe lo presencia. Me encuentro en un dilema muy grande: ¿por qué provocarme? Jamás me relacioné con mis compañeros, mucho menos me dirigí a ellos. Solo respondía con monosílabos.

Tampoco recuerdo haberla humillado, ¡mucho menos hablarle!

Ya no se puede hacer nada, ya me despidieron y no hay vuelta atrás. La estúpida se hizo la víctima, estoy roja de ira al recordar al idiota de mi jefe que le ha creído. Pacífica no soy, pero tampoco la persona más violenta que conozcas. Soy una mezcla de amor y odio, paz y violencia.

¿Qué estoy diciendo?

Necesito un nuevo empleo si quiero pagar la renta del departamento de la Señora Susy.

Ahora ya no estoy enojada, estoy triste, caminando por las pobladas calles de Manchester llego al Town Hall; veo un asiento disponible y no dudo ni un segundo en ir a sentarme.

Saco de mi pequeña mochila la manzana que mi hermano me había dado antes de salir. Pienso en una estrategia para conseguir un trabajo mientras disfruto de aquel fruto rojo. Mucho para ofrecer no tengo, solo la carrera en artes culinarias, tengo experiencia cuidando niños... de veinte años.

Y así de la nada, empiezo a recordar la época donde decidí estudiar gastronomía. Aunque la melancolía me empiece a afectar, de algo estaba segura: iba a convertirme en alguien importante en este mundo y mírame, ex empleada de Happy Food en la sección de empaquetado.

Suelto un bufido y miro el móvil, seis de la tarde, mi hermano debe de estar preocupado. Con el hueso de la manzana, me levanto y comienzo a caminar rumbo al departamento que con ayuda de mi hermano Will, que es dos años menor que yo, la decoramos y dividimos el alquiler, luz, gas, comida. Hasta pusimos unas cuantas reglas—un poco innecesarias—, pero son por nuestro bien.

Una vez ya dentro de mi departamento, como de costumbre me saco mis zapatos, tiro la mochila en el sofá y me dirijo a la cocina.

Otra rutina más:

Llegar a casa, cocinar, bañarme y dormir.

Debe ser que Will salía temprano, ya que cuando termino de cocinar entra con su típico gesto de «Mírame, trabajo desde las siete de la mañana, no preguntes. Solo dispara».

—Muero de hambre, —dice mientras prepara la mesa— ¿Qué cocinaste?

—Hice pollo al horno con patatas —coloco dos platos en el mesón de mármol y comemos mientras miramos la televisión, a Will le gusta los concursos de cocina.

Últimamente el auge de las competiciones estalló a nivel mundial luego de que Joaquín Jonas y Kaleb Sorrentino, tomarán la decisión de hacer una. A pesar de que el italiano es más conocido por toda Europa, Joaquín logró ganarle.

Will piensa que fue una pelea justa y yo opino igual que él. Sorrentino le copió la receta a Jonas. Admiro demasiado a Kaleb, pero me decepcionó que hayan hecho el mismo platillo.

—Hoy pasé por Paper Pizza's..., hubieras visto como estaba —termina las patatas y continua—. No había nadie y el único que estaba cocinando era el mayor.

Decido no responder y sigo comiendo. Él sigue hablando solo, opinando sobre algunas cosas que hubiera hecho en la comida. Yo solo me burlo de él en secreto ya que no tiene idea de cocina.

Luego de que el programa termina, seguimos hablando de cosas triviales, cuándo iremos a visitar a la familia, cuándo pagaremos la renta, a qué hora saldremos mañana para el trabajo...

Sentí como si me hubieran dicho un insulto. Tarde o temprano tengo que decirle a Will que ya no tengo trabajo y en este momento, decido que será temprano.

Con todo la valentía y vergüenza le digo que me despidieron por una pelea. Realmente es una vergüenza decirle a mi hermano menor que fui despedida porque me dijeron que doy «asco». En mi mente no suena tan estúpido; en voz alta claramente suena idiota.

Will, luego de procesar toda la información, un silencio incómodo reina por toda la habitación. Luego de un rato, comienza a reírse, yo lo miro sin entender, en estos momentos tendría que estar en la calle.

—Esto me recuerda cuando años anteriores decías que yo te iba a mantener —la cara se me pone roja de vergüenza—. Si necesitas ayuda, dímelo. Creo que Samuele y Gabby necesitan ayuda en su local de ropa.

Sonrió sin mostrar los dientes y me voy a mi habitación. Obviamente mi destino no es trabajar vendiendo ropa. Tiro la laptop en la cama y empiezo a buscar algo que me llame la atención en una página de trabajos.

Veo como la mayoría me piden un currículo, abro Word, para luego ver un video tutorial de cómo hacer uno. Realmente estos videos ayudan.

Ya pasaron dos horas y realmente estoy orgullosa de mi trabajo: un currículo de trescientas palabras.

«Soy una genia».

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