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Capítulo cero

Kate

¡Qué lindo es despertar todos los días a las seis de la mañana, y más cuando son los días sábados!

Ah, no se crean. ¿Qué tipo de diversión encuentran esas personas despertando temprano para ir a un trabajo que no les gusta? Es de lo peor... o al menos para mí. Y no pensaría de esa forma si no fuera porque mi jefe es el tipo de persona que merecía ser abortada: Gabriel O'Connor, famoso chef por su gran platillo «El chocolate de la muerte y el amor». Muy original no es, en realidad, pero la primera vez que lo probé, sentí mi boca ser brutalmente violada por ese manjar de dioses.

Y no es de extrañarse que ahora tenga hambre. Digo, ¿quién no lo tendría?

Me pongo de pie, viendo a ambos lados, cerciorándome de que nadie estuviera viendo, para caminar hacia la máquina expendedora. No era como si hubiera algo de mi agrado en ella, pero el hambre tiene cara de perro.

Justo cuando al fin estoy frente a ella, saco una moneda para depositarla y apuntar el código, pero alguien detrás de mí la toma. Gracias a Dios no soy tan asustadiza; le hubiera lanzado un puñetazo al idiota que lo hizo.

Frunzo el ceño antes de darme media vuelta, sólo para encontrarme al rey de Roma: mi jefe. Tenía la moneda entre sus dedos y me veía con molestia absoluta, y no lo puedo culpar.

—¿Este es tu horario para almorzar? —pregunta Gabriel, con sus ojos verdes clavados sobre mí, como si estuviera a punto de devorarme de un sólo bocado. O, en este caso, de un "regaño".

Lo único que puedo hacer es mirar abajo; este viejo sabe cómo intimidar a las personas. Niego repetidas veces con la cabeza, con intenciones de que se detuviera y se fuera, pero no fue así.

—¿Y qué hacías? —pregunta nuevamente, esperando una respuesta de mi parte.

—Yo... —tartamudeo sin querer, dándome cuenta de que su regaño me está afectando más de lo que desearía.

—¿Tú qué? —ataca otra vez, quedándose en silencio un buen rato, esperando a que respondiera, pero me siento incapaz de hacerlo—. Mira, Kate, no me importa qué mierda hagas. Sólo sigue con tu trabajo, y al final de tu horario, visita mi oficina.

Asiento repetidas veces, aún nerviosa, incapaz de articular palabra alguna. Él toma mi mano, pone la moneda sobre mi palma, me mira unos últimos segundos antes de darme la espalda al fin, e irse en dirección a su oficina.

Y por algún extraño motivo, no puedo evitar sentirme humillada.

«¿Qué acaba de pasar?»

Dímelo tú...

(...)

Suelto un bufido y miro el reloj, las cuatro de la tarde, bajo mi mirada y sigo empaquetando fruta.

En eso consisten mis días laborables, empaquetar y empaquetar fruta, luego van a la cocina para después ser convertidas en compota, puré, salsas o tartas.

—Oye, estás haciendo mal— con mala cara, me advierte un chica que estaba a mi derecha. No le presto atención, quería que mi reloj sonara indicando que terminó mi trabajo. La chica continuó— ¿acaso estás sorda? ¡Lo estás haciendo mal!

—Ya te escuché, según tu, ¿cómo debo hacerlo, Miss Empaquetadora de Frutas?

La chica hizo una mueca y rodó los ojos. Repetí su acción y seguí empaquetando la mitad de la bandeja que me quedaba.

—No entiendo que haces aquí, eres pésima en este trabajo.

—Tampoco es el mejor pagado.

—Me das asco, no solamente por tu cara, en todos los sentidos das asco— no sé si intención fue provocarme, pero lo logró. Me levanté de la silla y la empujé, haciendo que ella se caiga.

Rápidamente se levantó y se lanzó contra mi, intentando "golpearme" cosa que no puede porque sus manos pequeñas me hacen cosquillas, pero sus uñas largas consiguieron  hacerme un pequeño lastimado en mi mejilla izquierda.

Logré cambiar de posición, ahora yo estaba arriba, aproveché y la agarré del pelo. No pude continuar ya que unas manos me separaron.

—¡Suéltala ya! — mi jefe exclamó al ver que no dejaba de darle tirones en sus extensiones castañas, inmediatamente solté su cabello.

—¡Es un animal!— empezó la loca — ¡miren como dejo mi cabello!

«Como chilla»

Un chico la agarró y la alejaron. Una vez ya tranquila me soltó.

—¿Está es una manera correcta de trabajar?— cuestionó el chef/mi jefe— ¡a mi oficina!

Se dió la vuelta y empezó el camino a su despacho.

«¿Este será el final del Hombre Araña?» pensé y no dude en soltar una risita.

Después choque con un cuerpo, subí la cabeza y era el, con su característico ceño fruncido, mirándome fijamente.

—¿Puede repetir el chiste otra vez, señorita Wayne?

Negué con la cabeza y llegamos a la puerta del infierno. Una vez ya dentro, el se sentó detrás del escritorio, tomé asiento en frente de el.

—Esperaremos a la señorita Brown para ver qué hago con ustedes— dió un largo suspiro y llevó una mano al puente de su nariz.

No respondí ya que me empecé a cuestionar, llegando a la conclusión de... en realidad no hay conclusión, solo dudas, ¿seguiré con mi trabajo? No, eso no, tuve días lindos y feos pero ¿este fue el mejor día?

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