Lo extraño de morir.
Siempre pensé que morir sería como caer por un acantilado o hundirse en unas aguas oscuras. No lo es. O puede que sí, al menos mi muerte sí se parece a ahogarse en el agua.
Los médicos nos avisaron, mi madre estaba avisada y aún así ella está llorando mientras me mira y yo estoy agarrándome el cuello, arañándomelo como si quisiera hacerme otro orificio para que entre el aire. Porque no entra. Siento mis pulmones encogidos, mi garganta arder, no hay aire, no entra el aire, cuando me muevo escucho el ruido del líquido, incluso me siento el peso, tengo los pulmones encharcados. No hay aire... No hay...
Mi madre sujeta mi mano mientras me habla, ha llamado a los médicos. Quiero gritarle que se vaya, que se aparte de mí, está acaparando todo el aire, ella está respirando y yo no. Pero en el fondo sé que no es culpa suya, así que le aprieto la mano respondiéndole.
Es extraño, morir no es cómo lo había imaginado, duele más de lo esperado. Tampoco es como en las películas cuando pasa tu vida por delante, yo apenas soy capaz de pensar en otra cosa que en mi madre y en lo cerca que estoy de la muerte. Creo que si pudiese sonreiría, pero mamá se asustaría más de lo que está y tampoco quiero eso. Oh mamá, si supieras las ganas que tenía de que llegara este momento. Alguien me dijo alguna vez que nadie desea morirse, yo creo que hay más gente deseándolo de lo que realmente pensamos. Lo raro es que toda aquella gente que quiere morir puede cambiar de pensamiento en cualquier momento, sobre todo tan cerca de la muerte. Yo cambié, ahora me arrepiento de haberlo deseado. No quiero morir, pero es la manera más rápida de hacer desaparecer el dolor, de calmar el ansia, el vacío, la tormenta interior. Es una salida de cobardes, siempre lo supe, por eso siempre lloraba cuando intentaba acabar con mi vida, por eso nunca lo hice.
Los médicos vienen y me inyectan algo, siento el pinchazo, luego el líquido recorrer mis venas. El dolor va pasando y mi corazón baja las pulsaciones, sigue sin haber aire pero ahora eso no me importa.
Si pudiera hablar le diría miles de cosas a mi madre, lo primero que le diría es que la quiero, que la perdono, que me perdone.
Se me están cerrando los ojos, estoy muy relajada, casi no siento nada, me cuesta mantener los párpados abiertos y una creciente desesperación quiere correr de lo más hondo de mi ser pero el sedante no le deja. No quiero morir, no así, no ahora.
Me gustaba ayudar a otros, eso fue lo que me hizo querer seguir, me hacía sentir bien, olvidar mis problemas, sentir que otros olvidaban los suyos.
Mamá, ayuda a otros como yo, ayuda a quienes se sientan solos, quienes luchan contra enfermedades, contra el acoso, contra sí mismos... Ayúdalos porque yo ya no puedo.
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