Un vampiro en Broomsville
Broomsville, Massachusetts. 1978.
Deslizándose a toda velocidad por la carretera, un Pontiac Trans-Am Firebird irrumpe en la noche con su motor rugiendo; y el tema «Flying High Again» de Ozzy Osbourne a todo volumen.
John Moore conduce, con una sonrisa maliciosa en su rostro, mientras su chica Bethany enciende un cigarrillo de mariguana, le da una calada y tose por lo fuerte que le patea en el pecho; luego se lo pasa a John que inhala una gran bocanada y lo devuelve. Kate, desde el asiento de atrás, estira la mano y toma el cigarrillo.
—Creo que no... —trata de decir Dan, pero prefiere callar. Y por suerte apenas le escuchan por el volumen de la música.
Prefiere mirar a Kate toda sexy, con su blusa de tubo rosa claro que expone sus hombros y delinea las curvas de sus senos sin sostén marcando claramente el punto exacto de sus pezones. Y como cada vez que se pone nervioso, hace girar el anillo del campeonato del setenta y siete que nunca le quedó bien en el dedo.
Cuando la joven se percata de la mirada del chico; sorbe otra calada y la guarda en la boca para abalanzarse sobre Dan y en medio de un beso con el que le pasa el humo de mariguana junto con su lengua.
Se acercan a campo abierto y muy iluminado, así que John reduce un poco, pero solo un poco la velocidad.
—¿Qué pasa? —pregunta Bethany sonriendo.
—Ya lo advirtió mi padre —responde él —. Si me vuelven a arrestar, me dejará dentro.
—Ah, bueno —replica la chica —. No queremos eso; ¿verdad?
En ese momento, Bethany atrae la atención de John que estrella un beso en los labios de la chica. Su vista regresa al camino y no puede creerlo. «¿¡De dónde salieron!?». Frenó violentamente y el Trans Am, se desliza en línea recta hacia dos desconocidos, imposible evitarlos. John gira el volante abruptamente y el vehículo patina de lado un poco antes de adentrarse en el bosque en bajada.
Frenar es inútil con el terreno suelto y el auto pega sólidamente contra un árbol. Bethany se estrella contra el panel frente a ella y pierde el conocimiento al instante. John también se pegó contra el volante. La herida en su frente, comienza a sangrar.
Dan queda algo ileso, Aún consiente, el chico mira y evalúa la situación: Han impactado un ancho pino, el motor se ha apagado, pero las luces del auto continúan encendidas. Puede ver a Kate desmayada sobre él, mientras escucha a John quejarse y suspira aliviado al ver que su mejor amigo está aún con vida.
—John. ¿Estás bien? —Pregunta para asegurarse.
—Creo que sí...
La sorpresa es para ambos al escuchar la puerta del vehículo abrirse, desencajarse y caer al suelo. Hasta este punto, los jóvenes se relajan pensando que es un rescate. Pero Dan se lleva la sorpresa de su vida al ver que una mano toma a su amigo de la chaqueta y lo hala fuera del auto como si fuera un muñeco.
Es en ese momento, que el joven en el asiento trasero se da cuenta que está atrapado por los asientos delanteros. Asustado por lo imprevisto de la situación, Dan se asoma lentamente por la ventanilla rota y logra ver que alguien está sobre John y al parecer haciéndole daño por la forma en que grita y se sacude. Lo mismo sucede en la otra puerta y el cuerpo de Bethany es extraído del vehículo violentamente. Al segundo siguiente un chorro de sangre estalla y unas gotas van a dar al rostro de Dan que, para ese momento está aterrorizado. Decide permanecer en silencio esperando que los atacantes se vayan. Están entretenidos sobre la pareja. Sea lo que sea que les hacen, Dan tiene claro que los están asesinando.
Todo está en penumbras y las personas fuera del Trans Am están matando a sus amigos. Dan está callado y procura evitar hacer el mínimo ruido. Pero la suerte no está de su lado al sentir que Kate se mueve, se queja y comienza a llorar.
—¿Qué ha pasado? ¿Qué sucede?
Los intentos de Dan de callarla no llegaron a tiempo. La chica grita al sentir que el asiento frente a Dan es arrancado violentamente. Bajo la luz de los focos delanteros del auto, logran ver que una mujer se ha asomado y los mira con unos profundos ojos escarlata que parecen brillar con luz propia.
Con una sádica sonrisa y esa sobrenatural mirada fija en Kate, toma a Dan del cuello y lo saca del auto como un trapo en medio de los desesperados gritos de los jóvenes.
La chica no puede creer que aquel ser hinca su boca en el cuello de Dan y este sufre a mares lo que le esté haciendo; por lo que decide huir por su supervivencia. Mueve el asiento que le estorba y se cuela retrocediendo por el espacio que queda, deslizándose fuera del auto.
Casi un infarto es lo que siente al incorporarse y sentir que unas fuertes manos la toman de los hombros. Quiere gritar, pero antes de poder hacerlo, los ojos. Ojos brillantes e iluminados de un rojo sangre la miran con insistencia quitándole toda voluntad, incluso para querer huir. Y la voz, esa voz profunda e hipnotizante que parecía llenarlo todo a su alrededor. ¿Qué fue lo que le dijo? No lo recordaría.
—Fue un terrible accidente —dice el hombre —. Tuviste suerte de sobrevivir.
Esas palabras calaron en su mente y la convencieron de que todo es una horrible pesadilla causada por el accidente.
—Descansa ahora —escucha decir.
La voz. Aquella voz grave y sensual la poseyó en lo más profundo de su mente y todo comenzó a nublarse y a oscurecerse. Al final, cayó tan pesadamente que se golpeó la cabeza fuerte al caer sobre el terreno.
—¿La dejaste vivir? —reclama Ivana al ver lo que su maestro ha hecho.
—Necesitamos una testigo que diga que solo fue un accidente.
—Tú y tu miedo de llamar la atención.
—No es miedo. Es el modo en el que mantenemos el secreto. La mejor ventaja que tenemos, es el hecho de que casi nadie crea que existimos.
—Tenemos poder — vuelve a replicar la pupila.
—Uno limitado por el sol. Los mortales son capaces de cosas increíbles si se lo proponen —responde Talbot algo ya molesto y recordando lo ocurrido en Alaska hace mucho tiempo.
Pero Ivana no se conforma. Con los brazos cruzados mira a su alrededor. Entonces decide probar algo que ha estado deseando desde hace décadas. Se acerca a uno de los chicos y procede a entregarle sangre.
—¿Qué haces niña tonta? —le regaña Talbot.
Ya lo había intentado sin resultado. La primera vez, su víctima no hizo ningún movimiento y luego de tres días continuaba siendo un cadáver. El segundo se incorporó y se deshizo frente a ella. Y él esperaba que hubiera quedado lo suficientemente traumada para no volver a intentarlo. «Esta vez puede que estalle»; piensa mientras ve como deja caer su fluido en la boca del joven.
Tardó un poco. Un par de minutos; y de pronto el cuerpo del chico se incorporó mirando a todos lados, buscando algo que le urgía encontrar. Entonces se fija en el cuerpo de Kate yaciendo en el suelo y se abalanzó sobre ella. Pero tendría que apartar de en medio a Talbot quien, sin amilanarse le pega con el dorso de la mano alejándolo.
—Tranquilo chico. Ven conmigo — le dice Ivana tratando de imponerse.
El joven los miraba como un animal confundido, no parecía tener uso de su razón. Y de pronto miró hacia atrás de él, hacia la oscuridad y saltó alejándose del lugar.
—¿Qué carajos pasó? —pregunta Ivana confundida.
—La cagaste —responde Talbot muy serio viendo aún al ser moverse entre los árboles —. No te impusiste. Aunque no creo que hubiera funcionado.
—Pero es un vampiro ahora.
—Sí. Uno que es puro instinto. Solo piensa en su sed.
—¿Qué hice mal? — Vuelve a preguntar la vampiresa.
—No hay tiempo para explicarlo. Hay que buscarlo y...
—Matarlo.
Ya son las doce de la medianoche; y Murdock comienza a maldecir. Se suponía que su relevo debía llegar hace una hora para entregar el turno, pero no llegaba. El guardia de seguridad ya viejo, y cansado de las estupideces de la gente, sobre todo de los jóvenes, se amarga aún más al comprobar que al asomarse fuera de la caseta de guardia, no hay rastro del chico.
«Inútil»; piensa mientras se frota las manos para calentarlas. Está muy molesto con ese trabajo mal pagado. Pero es lo único que le permite disfrutar de su whiskey en las frías noches de otoño en Broomsville. Se había acostumbrado a llegar a su casa remolque, servirse un trago y encender la vieja tele en blanco y negro. «Al carajo con este pueblo de mierda»; es su frase más común; porque Chad Murdock, no conoce otra forma de desquitar su frustración, más que la de desdeñar al pueblo, por la mierda de pensión que le dan por dedicar treinta años como alguacil del sheriff. El frío ya se vuelve insoportable, por lo que decide llamar al cabrón de Harris, el supervisor, para que le consiga un relevo o se irá del puesto.
Dentro de la caseta no está más caliente, pero al cerrar la puerta, puede evitar que el viento entre. Toma el auricular del teléfono y marca el número de la compañía.
—¿Hola? —responde la cansada voz de Harris al otro lado de la línea.
—Escucha pedazo de mierda. El chico que dijiste que vendría a relevarme no ha llegado. Consigue a alguien ahora o te juro que iré a patearte...
Algo pasó rápido por la ventana de la caseta y el viejo Chad se acercó a esta para comprobar. No ve nada.
—Chad. ¿Estás ahí? — se escucha la voz de Harris por el auricular —. Voy a ver que puedo hacer, pero viejo, cálmate.
—Ya te lo dije, Harris. Estoy cansado de esta mierda...
Otra vez le parece ver algo moverse afuera.
—Está bien, Chad. Y no te preocupes, se te pagará el tiempo extra.
—Espera. Creo que ya llegó. A él sí que le patearé el trasero.
Chad deja el auricular del teléfono en el escritorio y sale a comprobar. No hay nadie. El solitario estacionamiento que vigila está tan vacío, como cuando despidió al último empleado aquella tarde. Rodeó la caseta para asegurarse, y el mismo panorama solitario es todo lo que alcanza a ver con sus viejos lentes.
—Maldito mozalbete de mierda —dice para sí y se voltea.
La mano que se posó sobre su rostro le sorprendió. La presión iba en aumento y le era imposible zafarse de esta. El chico que tenía de frente, estaba completamente pálido y sus ojos parecían arder con un intenso rojo. Murdock no es de los que se asusta fácilmente y su primera reacción, es la acostumbrada por los oficiales de policía. Llevó su mano a la baqueta de su arma y trató de desenfundar.
Pero antes de que pudiera hacerlo, aquel extraño saltó sobre él y le obligó a torcer la cabeza. No podía creerlo, un muchacho, obviamente más pequeño que él le había dominado. Al tratar de levantar su brazo, este ya está siendo atrapado. Le ve sonreír, aquel ser parecía sonreír asomando un par de relucientes colmillos que babeaban sobre él.
Cuando sintió la mordida, Murdock se sacudió maldiciendo aún furioso. Pero al notar que la piel de su cuello está siendo desgarrada, entró en pánico. Todo esfuerzo por levantar su pistola, era inútil. Disparó. Llegó a disparar tres balas antes de sentir el sopor de la muerte cayendo sobre él. Su corazón agitado comenzó a palpitar cada vez más lento; y el arma se deslizó de su mano.
El sheriff Gordon, mira el cadáver de Murdock, tendido sobre el suelo y siendo examinado por la forense. Siempre esperó encontrárselo muerto cualquier día, pero no de esa forma. Se fija en la mano con la pistola todavía en esta. «Quisiste dar pelea, viejo».
—¿Qué me tienes Laurie? —preguntó a la forense viendo como la doctora, en cuclillas frente al cuerpo, posa la barbilla en su antebrazo.
—Para serte sincera, Matt —responde la galena —. No entiendo qué le ha pasado al pobre de Chad.
Matt Gordon, levanta una ceja y ella comprende que esa no es la respuesta que espera. Suspira cansada y explica.
—Verás. Todo indica que lo atacó un animal, pero las heridas no corresponden a ninguno que conozca.
—¿Un lobo tal vez? —pregunta Matt sabiendo que esa teoría será descartada.
La doctora Laurie Shore negó con la cabeza.
—No hay lobos en estos bosques, lo sabes.
—Pero no voy a descartarlo todavía hasta que me digas qué es lo que te tiene desconcertada.
—La sangre —responde Laurie señalando la herida.
—¿La sangre?
—No hay. No hay nada de sangre con excepción de las pequeñas manchas coaguladas en los bordes de las heridas.
—Tampoco hay sangre en el suelo —secunda Matt mirando alrededor.
—Es como si. El atacante hubiera recogido la sangre.
«El atacante». La frase que el comisario no deseaba escuchar. Está a punto de soltar un «¡Carajo!», cuando una voz conocida timbra tras de él.
—¡Vaya, un vampiro entonces!
Ambos se voltean en dirección de la voz y se topan con el sujeto más desagradable del pueblo: John Chadwick. El obeso y barbado reportero del «Broomsville Journal».
—Espera. ¿Cómo llegaste hasta aquí? —inquiere el comisario.
—¿Aún no lo sabes? Huelo una primera plana a kilómetros —responde Chadwick llevándose a la boca el sándwich que traía, del cual sale disparada una ráfaga de mostaza manchándole la camisa.
La cámara Kodak de su fotógrafo sonó atrayendo la atención del sheriff.
—¡Baja esa cámara o revelarás las fotos por el culo! —exclamó y luego se voltea hacia la forense —. Lo siento, Laurie.
Ella levanta la mano para indicarle que no importaba.
—Matt —interviene Chadwick —. Sabes que el público tiene derecho a...
—Derecho a estar tranquilo. ¡Alguaciles, saquen a este idiota de la escena!
—Escena del crimen sheriff —replica el reportero mientras se retira escoltado por los oficiales.
Matt se voltea a ver a la forense que, a su vez le ve encogiéndose de hombros.
—Nada más hasta que haya hecho la autopsia —dice ella.
Matt mira su reloj y luego hacia el cielo. El amanecer se acerca y será mejor que el cuerpo de Murdock no esté para cuando los empleados comiencen a llegar. Con una señal, los paramédicos recogen el cadáver mientras los ojos que habían estado observando desde los arbustos, se retiran.
Refugiados dentro del mausoleo de un tal Roland Varhouse, Ivana se abraza a su maestro con fuerza y Talbot la escucha suspirar. Sus suspiros se convierten en gemidos, mientras él anida en su interior. Bailan una danza pasional; y el ritmo lo dictan sus cuerpos correspondiéndose en el deseo. Él, la disfruta embistiendo en su intimidad, siendo premiado con entonados quejidos alternados con inhalaciones violentas. Ella, le acaricia la espalda y en medio de su fogosidad previa al estallido orgásmico, le infringe arañazos violentos, que abren heridas de las que brotan pequeños chorros de fluido ennegrecido que rápidamente se cierran. Se entregan en una ardiente pasión en sus cuerpos de cadavérica frialdad; tan fríos como el recinto en el que se encuentran.
La pupila pasa a posarse sobre su maestro y cabalga en una loca carrera que la excita y calma sus frustraciones. Su amo la entiende, percibe esa emoción en ella. Mientras se aman, se hablan, tomando apasionadamente su sangre uno del otro. La sangre de ella le dice que está arrepentida de su torpeza mientras que, él le dice que con suerte su error estará tan confundido que no se ocultará del día y solo encontrarán un montoncito de cenizas en medio de alguna calle. Y el clímax les llega estando unidos en sus sexos y sus cuellos.
La vampiresa se siente muy mal. Había dejado libre en ese pueblo la versión salvaje y descontrolada de un vampiro. A Talbot, no le importaba, estaba más interesado en ver cómo lidiarían los mortales con esa criatura.
Pasaron las horas; y el manto de la noche se tendió una vez más sobre el lecho celeste. Salieron de su punto oculto y con un sensual beso en los labios, Ivana se despide para ir en pos de su enloquecida creación.
Ivana, sigue todas las indicaciones de su maestro intentando percibir al vampiro neonato y salvaje que salió de ella. Cierra los ojos y trata de concentrarse en el ser. Pero incluso el maestro sabe, que es casi imposible sin conocerle bien. No sabe siquiera su nombre y sin eso, prácticamente no puede controlarlo.
La doctora Shore acaricia al cachorro de Beagle antes de entregárselo a su dueña. En el pequeño pueblo de Broomsville, ella divide su tiempo entre la veterinaria y la oficina forense. Es el recurso del sheriff Gordon para mantener a las autoridades citadinas lejos y no alteren a las buenas personas que desean que vivir tranquilos en este pueblo en medio del bosque.
Si Gordon pidiera un forense de la ciudad, podría atraer autoridades mayores cuya presencia podría poner nerviosos a los habitantes.
Laurie cierra la clínica veterinaria ya cayendo la tarde y se encamina a la morgue de la funeraria Collins para realizar la autopsia del pobre Murdock. Solo está a tres cuadras pasando algunas tiendas de ropa y la cafetería de Lucy que tiene los mejores baguets, por no decir los únicos. En la última cuadra dobla a izquierda y pasa por la parte de atrás donde el gentil Henry, le espera para abrir la reja.
—Muy buenas tardes, doctora Laurie —saluda el hombre exageradamente alto de sonrisa radiante para su edad.
—Buenas tardes, Henry —contesta la doctora reciprocando la sonrisa —. Y ya sabes que, para ti solo Laurie.
—Mi madre me enseñó a respetar a las personas que cuidan la salud.
La doctora quiso reír, pero tendría que entrar en explicaciones y tenía que comenzar lo más pronto posible.
—Ya sabes que estaré en la parte de arriba, si necesitas ayuda —comenta Henry entregándole las llaves de la morgue y encaminándose a las escaleras.
—Espero no tener que molestarte.
Laurie entra por la puerta de carga de la funeraria y ya conoce la ruta. Pasa el muestrario de ataúdes y atraviesa la doble puerta de la morgue. Debidamente cubierta con bata, guantes, mascarilla y protector de cara; tira de la manija y la enorme bandeja se desliza trayendo el cadáver de Chad Murdock.
Se ve más oscurecido de lo que debería, es la primera observación. Suelta los seguros y las patas con ruedas cayeron para poder pasarlo a la mesa.
—Doctora Laurie Shore —dice, una vez enciende la grabadora —. Esta es la autopsia de Norman Chad Murdock.
«A primera vista se ha hecho notable la coloración negruzca de la piel a catorce horas estimadas del fallecimiento. Procedo a realizar la primera incisión».
Laurie toma el bisturí y abre una herida justo en el centro del pecho del anciano. Ni una sola gota de sangre brota de la herida y un escalofrío recorre de cuerpo de la doctora.
Procede a abrir el vientre en busca de los órganos internos. Luego de varios cortes, logra sacar uno de los riñones y el estremecimiento pasó a horror. Está totalmente ennegrecido. Busca el hígado, el mismo estado, todo está cubierto por una oscura capa y totalmente carente de sangre.
Laurie no puede creer lo que ve con sus propios ojos. En su perturbación ha olvidado que la grabadora está activada. Así que con la voz más calmada que puede, comienza a describir sus observaciones. De pronto se detiene, por una extraña sensación de que está siendo observada. Sin comprender bien la razón, mira hacia la claraboya en el techo de la morgue, donde solo ve el oscuro cielo nocturno antes de retomar su labor.
«Así que, también estamos oscuros por dentro»; piensa Talbot, mientras se aleja caminando, luego de bajar del techo desde donde pudo ver la autopsia y fijarse en lo hermosa que se ve la forense.
Unos pequeños toques en la ventana despiertan a Kate y ve una figura conocida al otro lado del cristal.
—Pero; ¿cómo? Me dijeron que moriste en el accidente.
—Déjame entrar Kate —dice el chico del otro lado.
Kate abre la ventana y retrocede, esperando a que su amigo entre, sin embargo, este se queda al borde de la ventana.
—¿Qué esperas? —urge la chica.
La puerta de la habitación se abre y la madre de la joven entra a ver.
—Escuché que estabas despierta y...
La mujer mira sorprendida al joven del otro lado de la ventana abierta y a su hija. Una situación incómoda e impropia.
—Katherine Jules. ¿Qué pretendías? —pregunta la señora en su modo de mamá. Se voltea a ver a la ventana —. Y tú jovencito. Entra de una vez para llamar a tus pa...
Antes de poder terminar la frase, el chico cae sobre la señora y la sangre brota cayendo sobre la chica que, sin poder creer lo que ocurre, reacciona gritando horrorizada incapaz de moverse. Una mala decisión. Dejando a su madre moribunda en el suelo, el monstruo que ella pensó era su amigo, cayó sobre ella con el desespero de un animal salvaje.
Ivana escuchó el grito a cuatro calles y dio el paso. En menos de un minuto, estaba en el área, pero no podía precisar de dónde había salido el grito, la vampiresa se enoja. No quiere perderlo y está decidida a imponerse sobre él.
«¿Dónde demonios estás?»; piensa mientras observa con detenimiento en cada esquina. Lo que menos espera es verlo salir por una ventana. Salta hacia el techo e Ivana quiere seguirlo usando el paso, pero los vecinos han comenzado a arremolinarse en busca de la procedencia del grito. Incluso le preguntan si fue ella quien gritó. A lo que responde que no, señalando hacia la casa de la que le vio salir. Tan pronto como pudo, se desliza y desaparece de la vista, al igual que su objetivo.
—Maldito, no queda de otra —se dice —. Voy a matarte.
Ivana puede ver el rastro que deja. Manchas de sangre en las hojas de ramas rotas, que va dejando atrás a su paso acelerado. Lo que más le enoja a la mujer vampiro es darse cuenta de que todo lo que le ha dicho Talbot, es cierto. Es más fácil la discreción para cazar. Y hablando de cazar, ya tiene sed. Los jóvenes que había visto en el parque le ayudarán.
Al llegar, ve a su maestro que ya ha logrado el control sobre la pareja. La chica esta siendo tomada, mientras que el chico permanece sentado a un lado con la mirada perdida.
—Lo perdiste — es lo primero que dice al despegar sus labios del brazo de la chica.
—Lo habría seguido, pero ya no aguantaba.
—Eres holgazana.
—No me molestes. Lo atraparé —replica Ivana lamiendo el cuello del chico e hincando sus dientes.
—Esto se ve horrible, Laurie —comenta el Sheriff Gordon luego de dar una ojeada al reporte de la doctora.
—Esto excede mis capacidades, Sheriff. Creo que será mejor que llamemos...
—Nada de eso doctora —interrumpe Gordon —. No quiero federales en el pueblo. El alcalde tampoco.
—Entonces, no le puedo dar ninguna otra idea. No puedo explicar esa extraña necrosis en los órganos internos.
Gordon suspira impaciente.
—Y supongo que encontrarás lo mismo en las otras dos víctimas.
—Si madre e hija murieron del mismo modo, sí.
Luego de los hechos de la noche anterior, casi todo Broomsville se ha enterado. Y los rumores, no se hacen esperar. Sobre todo, alimentados por el sensacionalista artículo en el periódico que ya mencionaron la palabra «vampiro».
Mientras que, en el mausoleo de los Varhouse, Ivana no descansa. Solo permanece con la mirada dirigida hacia los restos de Roland Varhouse, apilados en una esquina, sin realmente mirarlos. Planea tomar al chico de la cabeza y torcerla hasta que quede mirando su trasero. Eso no lo matará, pero le permitirá tener el tiempo para arrancarle el corazón.
Peor de lo que esperaba, el vampiro enloquecido y descuidado, continúa matando. Se vuelve cada vez más listo para eludir a Ivana, que enfurece con cada fracaso.
El Broomsville Journal, hace su agosto con las noticias supuestamente investigativas. Pero el haragán de John Chadwick, no sale de su oficina, solo teclea en su máquina de escribir sobre la séptima víctima del «Vampiro de Broomsville»; devorando cupcakes, luego de escuchar los comentarios que recibe de su informante en la estación de policía.
Chadwick, mira su reloj de muñeca y entiende que ha sido suficiente. Toma las hojas que ha escrito y las mete en una carpeta que a su vez guarda en el cajón de su escritorio.
Una vez fuera del edificio, saca un cigarrillo y las volutas de humo se aglomeran en su rostro provocando una tos ahogada. En el momento en que se cubre la boca buscando controlar la tos, ve una gran sombra que le pasa por encima con velocidad.
Despertó su curiosidad periodística y una vez se controla camina en la dirección que vio pasar la sombra. De seguro es un ave. Pero si así era, era una muy grande.
Camina varios metros por la calle hasta encontrar uno de los callejones que atraviesan entre los edificios hasta la otra calle. De esos callejones, llenos de botes de basura, donde gatos y ratas luchan por sobrevivir un día más. Acercándose a la salida, escucha ruidos. Algo parecido a gruñidos, como si alguien sorbiera una sopa con una cucharilla. Como, como...
«¡Carajo! ¡Un chico bebe sangre de una joven!»; piensa impresionado. Se mantiene oculto tras unos botes y observa como ese tipo, abre el cuello de la joven con tan solo sus dientes y absorbe la sangre que brota de la infortunada. «Si tan solo tuviera una cámara».
La joven parecía que se había resistido, pues sus manos aún estaban sobre el pecho del chico como si hubiera tratado de alejarlo. John Chadwick, decide retirarse. Ya no podría hacer nada por la joven, cuyos brazos bajaron y quedaron sueltos, sin vida. Chadwick busca apoyarse del suelo para retroceder lenta y silenciosamente, pero su mano cae sobre algo que no era el suelo del callejón.
La rata chilló fuerte y el reportero gritó a su vez aún más fuerte. Aquel ser suelta a su presa y le mira directamente. Sus ojos. «¡Que carajos!». Sus ojos brillan con un brillo rojizo intenso y salvaje. También puede notar sus dientes, manchados de sangre. ¡Toda su cara chorrea sangre!
El reportero John Chadwick se quedó helado. En su mente cree que se voltea, piensa que sale corriendo y huye. Pero se siente mareado y el pecho le duele. Le vuelve la tos y con esta brota sangre. Antes de desplomarse y morir, logra ver que aquellos ojos brillantes están muy cerca; y los blancos dientes llenos de sangre, reflejan pequeños destellos.
Con la muerte de Chadwick, el pueblo se revoluciona. Varios concejales y miembros distinguidos de la comunidad, hacen reclamos al alcalde y este al sheriff. Viéndose imposibilitados para encontrar una solución, no les ha quedado de otra que llamar a las autoridades estatales; y en cuestión de horas, Broomsville, se verá lleno de oficiales estatales, federales y reporteros de la ciudad.
La doctora Shaw acaricia a su gato Nerwin, tirado cuan largo es sobre su regazo. Piensa muy en serio sobre lo que se le ha informado. Tendrá que rendir un informe al forense que viene de la ciudad. Desde el momento en que accedió a realizar las autopsias en el pueblo, sabía que se estaba metiendo en líos.
Sin embargo, se sentía extraña, porque en realidad, no se preocupó. Había seguido los procedimientos y todo el papeleo estaba en orden. Incluso estaba preparada para que se le cuestionara su capacidad. Pero realmente, sí había realizado autopsias. Aunque fuera a dos perros, bajo la sospecha de sus dueños de que habían sido envenenados por sus vecinos. Pero eran autopsias, legal y correctamente realizadas.
La noche llega y el pueblo ha entrado en una especie de toque de queda y solo los servicios de emergencia pueden moverse. Y por desgracia, ella es una parte de ellos.
La patrulla se estaciona frente a su casa y Nerwin sisea molesto. Laurie lo acaricia y lo pone de lado.
La gran puerta del mausoleo se vuelve a abrir e Ivana sale impaciente y se alejándose rápidamente, dejando a su maestro atrás que camina lentamente y da con un diario tirado en el suelo. Por su parte, Talbot ha decidido intervenir pues, las acciones del desastre de su pupila, ha llamado la atención de más autoridades y eso no le conviene. «Arreglemos esto»; piensa, mientras deja caer el diario en el bote de la basura más cercano, antes de salir del cementerio.
Laurie llega a la morgue de la funeraria y como siempre, el buen Henry abre el candado en la reja. La noche está comenzando y el frío hace que el viejo asistente de la funeraria, se ajuste el abrigo. El sheriff Gordon se prepara para atravesar con la patrulla que se detiene un momento a saludar al viejo.
Todo está normal, para realizar la autopsia de Chadwick, muy a pesar de Laurie. Pero lo que pasa en segundos, le tomó un poco más a la mujer comprenderlo en su mente.
La cabeza de Henry se estrella contra el borde de la ventana del vehículo, reventando su cráneo cuyas piezas se asoman dejando salir un abundante baño de sangre. El sheriff no tuvo mucho tiempo de reaccionar antes de sentirse tomado del cuello y halado por la ventana. Los pies de Gordon se agitan violentamente mientras ese chico, con fuerza descomunal, destroza el cuello del oficial ante la aterrada mirada de Laurie.
La veterinaria abre la puerta del otro lado y se arrastra fuera de la patrulla. No quiere mirar, pero la maldita y morbosa curiosidad le hace voltear a ver como chorros de sangre saltan al otro lado del vehículo. Era un ataque salvaje y descontrolado por lo que parecía ser un adolescente sumido en una furia o rabia irracional cuyo único propósito era tomar en su boca el fluido vital del sheriff.
Sabía que tenía que huir y evitar ser alcanzada por aquel loco furioso. Pero al querer huir, se topa de frente con un cuerpo sólido que no cedió al chocar con ella. Entra en pánico al momento en que el recién llegado le toma de la muñeca impidiéndole alejarse de aquella locura.
—¿Qué hace? ¡Suélteme! —grita aterrada.
El hombre la obliga a mirarlo a los ojos. Sus ojos parecían vidriosos y autoritarios. Laurie se queda un momento, embelesada en aquella mirada firme y hechizante.
—Corra hacia el edificio —dice el hombre con una voz tan firme como esa mirada.
Laurie mira hacia la entrada y no titubea en dirigirse hacia esta. El sheriff queda inerte con la mitad del cuerpo colgando de la ventana de su patrulla y el chico levanta la mirada para fijarse en la doctora. Apenas toca el picaporte siente que algo se le viene encima y de pronto se aleja.
Al voltearse a mirar, logra ver a otra mujer que ha tomado al loco por el cabello y lo arrastra alejándolo de ella. Lucha violentamente contra la mujer cuyos ojos se ven igual de brillantes que los de aquel ser.
—¡Entre en el edificio! —escucha gritar al hombre y así lo hace.
Apenas pudo ver que era un hombre alto, esbelto y un tanto musculoso. Lleva una camisa de moda blanca con pantalones negros. Un abrigo largo abierto, le cubre hasta la mitad de las piernas. Entonces, la puerta se cerró violentamente.
Saliendo de su turbación, Laurie se asoma a la ventana. El hombre y la mujer, se enfrascan en una lucha con el chico enloquecido. Ella le sostiene impidiéndole huir, mientras que él, le pega un sólido golpe en el rostro que lo hace estrellarse en el suelo, aturdido. La mujer saca unas esposas que debió tomar del sheriff y lo esposa; lo voltea tumbado en el suelo y lo mira intensamente a los ojos. Parecía estar al fin dominado. La doctora se acerca a la puerta y la abre para ver.
La escena parece irreal, como de una película de horror. El hombre que le había cerrado la puerta, está parado tan solo observando como la mujer que parece muy joven, toma por el cuello al asesino y le obliga a mirarla a sus ojos mientras que este se retuerce bajo ella buscando liberarse.
Laurie parece reconocer el rostro del joven. «Se parece a...»
—¡No puedo! —grita la mujer con frustración.
—Entonces sabes lo que tienes que hacer.
Ivana no duda en tomar la cabeza del chico y la tuerce con tal violencia que, esta termina mirando hacia el suelo y el resto del cuerpo queda inmóvil. Esto, logra quebrar, la mente de la doctora que emite un grito de horror.
En un segundo, se siente y se ve abrazada por el hombre alto y entra en pánico.
—Cálmese doctora —le dice Talbot abrazándola con la fuerza necesaria para contenerla, pero sin hacerle daño —. Cálmese. Tranquila. Todo está bien. Todo tiene una perfecta y normal explicación.
Laurie se siente en un sueño. Casi se está durmiendo con sus ojos fijos en los de Talbot, mientras escucha todo lo que él le susurra al oído.
El miedo, ese horror, va desapareciendo y un sopor la invade. Le pareció sentir que disparaba un arma y siente que sus piernas ya no le sostienen.
En medio del cementerio, bastante alejados del pueblo; Ivana Markovich y Talbot Moss observan el cuerpo del asesino.
Está arrodillado en dirección al este, con su torso encorvado y la cabeza aún torcida mirando hacia el árbol atrás de él. Parece muerto, pero los vampiros saben que no lo está. El amanecer se asoma en el horizonte y pronto los primeros rayos del sol, llenarán de luz toda la pequeña loma en la que se encuentran.
A unos doscientos metros se encuentra el mausoleo. Era un riesgo, pero debían asegurarse.
Tal y como esperaban, el cuerpo del chico se agita y la cabeza se mueve, buscando enderezarse. El sol llega y los rayos bañan la planicie del cementerio incluyendo la loma. Antes de que se de cuenta el cuerpo del joven asesino se enciende en medio de llamas intensas que lo rodean.
Grita, se sacude desorientado y continúa gritando hasta que comienza a deshacerse bajo el fuego.
Ivana se abraza a su maestro ya dentro del mausoleo. Tiembla como una niña asustada; algo que no había hecho en siglos, en los tiempos en que todavía era humana. Cuando por fin levanta la mirada hacia él, nota que un leve humo gris brota de su cuello y su rostro se ve chamuscado, en parte desfigurado. Y posa su mano en la mejilla quemada de Talbot.
—Sanará niña tonta —dice él.
—Entonces usted le disparó al asesino y lo hirió en el costado —resume la agente del FBI que entrevista a la doctora Shaw.
—Así es —responde ella —. Lo vi salir huyendo y luego... luego... creo que me desmayé.
—Dijo que reconoció al asesino. ¿Puede repetírmelo?
—Estoy segura de que era: Daniel Hash. Se le había reportado desaparecido hacía semanas. Le llamaban Dan.
En la mañana se encontró un cadáver o lo que quedó de este en la loma del cementerio de Broomsville. Junto a este había un envase de gasolina. Estamos suponiendo que se trata del asesino que al final se suicidó. Aunque por lo que usted relata de todos modos, moriría por la herida.
—¿Estaba todo quemado? —pregunta Laurie como por impulso.
La agente la mira extrañada, pero aun así responde la pregunta:
—Solo era cenizas. El encargado del cementerio, pensó que se trataba de alguna broma o algún ritual de adolescentes. Solo quedó el colgante de un pendiente con un anillo.
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