Sangre en el Trigal
Cerca de Anchorage, Alaska.
Invierno de 1917.
La montaña desde donde se aprecia a la recién formada ciudad de Anchorage; cubierta de nieve y con un incesante viento helado que asciende del valle. Es por así decirlo, un infierno congelado.
La cabaña solitaria se va asomando, entre los negros y blancos del ambiente nevado apareciendo primero dibujada en el cielo gris invernal.
Con las botas enterrándose en la nieve, y un frío que le toca los huesos, Lucas Black junto a dos hombres luchan por dar un paso más. Están cerca, aún es de día y el sol no se ocultará hasta dentro de dos horas. Aunque es un sol inútil que, en invierno no brilla ni calienta, solo está ahí para distinguir el día de la noche.
Si su corazonada es cierta, Black lo encontrará en ese lugar. Había jurado que le seguiría hasta el rincón más alejado de la Tierra y así ha sido.
Lucas se detiene y se voltea hacia sus acompañantes que se miran sin comprender bien lo que desea. Con haberles dicho que perseguía al asesino de su familia había sido suficiente para que Jake y Jeremiah, quisieran ayudarle.
—Caballeros — comenzó a decir — Lo que vamos a enfrentar, no es como esperan. No duden en disparar primero, lo más rápido que puedan y no le miren a los ojos. Sus ojos, son lo más peligroso.
—Hablas como si fuera un monstruo — comentó Jake y carga su rifle Winchester 44 con habilidad —. Por mí. Ya es hombre muerto.
Jeremiah, asiente desenfundando su revólver Colt M1917 del que está muy orgulloso.
—No se confíen demasiado — replica Lucas.
Se voltea hacia la cabaña
—Ese es el problema — suelta Black en un murmullo preocupado —. Ni es un humano... ni está vivo.
Se acercan desde la parte de atrás de la cabaña y los tres hombres rodean los bordes hasta asomarse por las esquinas al frente. Tiene un sencillo porche, la ventana está tapiada con madera y la puerta se ve herméticamente cerrada.
Black avanza y bombea su arma, una escopeta Winchester 1912, preparada con cartuchos muy especiales. Tiene que estar ahí. Lo sorprenderá dormido probablemente y disparará sin darle oportunidad. Disparará al corazón, al centro, mientras el suyo está agitado. Todo lo que ha hecho, todo lo que ha planeado, lo han conducido a ese momento.
Hora de actuar.
Patea la puerta con todo lo que tiene y esta se abre con violencia hasta chocar con la misma pared. Entró y sus ojos registraron todo en segundos antes de que sus compañeros se sumaran al lugar que, a fin de cuentas, estaba completamente vacío.
Una solitaria silla en el centro era todo lo que había y el mismo vació se alojó en el corazón de Lucas.
—No hay nadie aquí — comenta lo obvio Jeremiah y se relaja decepcionado bajando su arma.
—Aseguraste que el hombre estaría aquí — le reclama Jake.
—Tal vez no está, pero vendrá — contesta Lucas Black, aunque sabe que ha mentido.
Sabe que esa criatura es capaz de esconderse en el más oscuro rincón. Mira hacia el techo en su búsqueda, pero ahí no hay nada. Se fija en la silla. Una silla, solo una silla. Como si fuera un mensaje que ha dejado para él.
"No te daré el gusto de que juegues con mi mente Moss"; jura en secreto.
—Esperaremos por él.
—Yo mejor me voy — replica Jake cansado y decepcionado —. No creo que regrese y si lo hace estará muerto de frío, podrás con él.
—Esperemos — insiste Black.
—No sé — trata de comentar Jeremiah con tímidez —, Lucas es mejor si...
—¡Esperaremos! — el grito de Black sorprende a los hombres y los convence aún más de retirarse.
—Espéralo tú — responde Jake saliendo por la puerta de regreso al camino de nieve que habían formado.
Jeremiah titubea, pero al final enfunda su revólver y sale tras Jake. El silencio y el frío se hacen presentes y Lucas comprendió que todo estaba preparado para él.
La cabaña apartada y solitaria, la silla, el frío, el silencio. Talbot Moss le había tendido una trampa en la que cayó. Pero esto se acabaría aquí. Uno de los dos, moriría esa noche. De su alforja, saca una lámpara de aceite y fósforos; va hacia la puerta y cierra.
Con la ventana tapiada, el interior de la cabaña queda en total oscuridad hasta que enciende el cerillo y pasa la llama a la lámpara. Todo se iluminó y el vació se incrementó. Sin estufa, sin modo de encender un fuego seguro el frío le ataca y momentos siente que va a quedarse dormido.
Hala la silla hacia un rincón que quedó oscuro y mantiene la escopeta levantada, mientras siente que el viento aumenta afuera. Este se cuela por entre los troncos que forman las paredes de la cabaña. Definitivamente, era una trampa del maldito Talbot Moss.
Moss, el ser que le arrebató su vida. Cuanto recuerda, cuanto sueña, de su vida anterior hace veinte años. Hasta que se volvió una pesadilla y en medio de la lucha por no dormirse, puede ver el camino polvoso entre los trigales que conducía a su modesta casa en Kansas. Ese día había amanecido brillante y fresco, como todas las mañanas del otoño en que las espigas del cereal se veían robustas y listas para la siega.
Su esposa Clara le ofreció un café caliente y lo apuró para salir con la fresca y poder terminar temprano la faena del día. Recuerda que, al comenzar a subir a la carreta, sus hijas se salieron corriendo a despedirlo. Ann de quince y Betty de ocho, sus luceros. ¿Qué más podía pedir un hombre que no fuera una esposa hermosa y diligente, y unas hijas buenas, saludables y alegres?
Recuerda que ese día, sudó. Aun cuando hacía fresco y el viento soplaba cargando el frío previo al invierno sudó, por el peso de las espigas cosechadas y listas para el desgranado. Había mucha emoción por esta cosecha y todos los hombres nos apuramos a llevar nuestra carga al silo antes de que oscureciera.
Pero la última carga llegó las nueve de la noche. Lo recuerda bien, porque Arnold, volvió a hacer gala de su reloj de bolsillo de oro que era con lo que fanfarroneaba a cada oportunidad que tenía.
—Si vuelves a sacar esa cosa, te la meteré en el culo para que vayas a cagar a tiempo — comentó Clark y la carcajada se hizo general.
Lucas, en el rincón oscuro de la cabaña, también se ríe al recordarlo y al darse cuenta de que se había quedado dormido se espabila y levanta la escopeta examinando todo a su alrededor que permanecía vació y silencioso.
El frío le cala los huesos provocándole temblores y esconde el rostro entre sus piernas buscando algo de calor. La luz de la lámpara de aceite está menguando, debe echarle más, pero; ¿Y si llega?
Los ojos le pesan y el viento sigue soplando afuera mientras toda la habitación se convierte frente a él en el mismo camino que recorriera esa noche en la carreta sacudiéndose y los quinqués bailoteando en sus soportes. Faltaba poco cuando logra ver que la puerta de la casucha está abierta una luz se asoma por esta.
Extrañado nunca imaginó lo que encontraría dentro.
Todavía al bajar de la carreta, Lucas esperaba encontrar a su mujer y a las niñas sentadas a la mesa esperando por él para enterarse de las nuevas. Por supuesto que regañaría a Ann y a Betty por estar levantadas tan tarde.
Pero tan solo al asomarse a la entrada, la sorpresa fue para él. La escena era tan grotesca y dantesca que le arrancó un grito de dolor y rabia.
Su amada Clara yacía en el suelo y la sangre se salía por cuatro agujeros grandes y redondos en su cuello. Sus ojos abiertos mostraban la sorpresa y el desespero de ver lo que sucedía antes de morir. Su hija mayor, Ann sentada en una silla exhibía dos agujeros más pequeños en el cuello. Su piel se veía pálida, casi gris, con los ojos hundidos y apagados mirando al infinito.
Pero lo peor era ver a su pequeña Betty, flácida como muñeca de trapo, sostenida por un hombre alto y fornido que parecía tomar de su sangre como un demonio enloquecido.
Ese ser, esa criatura del infierno le dirigió su mirada ennegrecida, con un rojo punto brillante en medio a modo de iris. Abrió su boca mostrando unos largos y filosos caninos bañados, al igual que su rostro y los dedos, en la sangre de su amada familia. Lo ignoró y continuó mordiendo y tomando sangre de su pequeña.
Lucas Black recordó cómo miró a su lado y encontró la escopeta reclinada aún en la esquina y se hizo de ella para volarle la cabeza a ese asesino. Cuando el monstruo escuchó que cargaba dejó caer a su hija al suelo y el primer disparo resonó en la cabaña junto con el grito.
Falló. Recargó y volvió a fallar. El hombre saltó por la ventana y se perdió en la noche atravesando el trigal. Lucas estaba enloquecido y disparaba hacia las espigas esperando pegarle. Su vecino Joe llegó primero y junto a sus hijos lograron someterlo, porque Lucas estaba hecho una fiera furiosa y dolida. Dos días después del funeral, Lucas Black desapareció y nadie más lo volvió a ver. Solo dejó atrás una leyenda. La macabra historia de una madre y sus hijas cruelmente asesinadas por una criatura de las llanuras de Kansas que huyó, dejando atrás manchas de sangre en el trigal.
El viento arrecia y al colarse por entre los troncos de la cabaña provoca ciertos silbidos que despiertan a Black de su leve sueño. La escopeta apunta hacia el suelo y vuelve a levantarla examinando la penumbra que lo rodea, por la luz de la lámpara atenuada en una agonizante llama.
Decide arriesgarse a recargar la lámpara, porque quiere ver a ese hombre, a ese ser salido del infierno. Quiere verlo a los ojos cuando dispare su escopeta y se lleve la más grande de las sorpresas.
Antes de que la llama se apague remueve la lata de combustible y la rellena. Unos segundos después, la lámpara se reanima. Un irracional miedo le invade y toma su arma volteándose rápido pensando que el vampiro podría encontrarse a sus espaldas.
Lucas jamás imagina que es imposible sentir alivio y decepción a la vez, pues no hay nada. Solo se aferra a la idea de que vendrá y le enfrentará.
Regresa a la silla y se sienta a vigilar. Esta vez, repasa sus recuerdos, en lugar de dejar que estos vengan a él para evitar quedarse dormido. Y recuerda claramente el segundo encuentro que tuvo con Moss.
Fue en una taberna de Missouri, un año después, tomando un trago le vio entrar acompañado de una dama. Su rostro ya no se veía tan inhumano. Sus ojos eran normales, de un castaño rojizo. Ya no se veía grisáceo como de cadáver y su actitud era tan natural, que por un momento dudó. Pero era él, no había duda.
Lucas sintió en aquel momento que todo su cuerpo le reclamaba acción, pero esperó. La mujer junto a él, reía divertida de murmullos en su oreja.
—¡Buenas noches señor Moss! — escucha al barman gritarle y el hombre saludó con un gesto de mano.
Le pasa unas llaves y la pareja se dirige al piso superior.
Tenía que saber más de él. Conocerle y saber sus hábitos. Era obvio que debía conocer el nombre del asesino de su familia.
—Hola amigo — se dirige al cantinero —. ¿Quién es ese hombre?
—Ese es Talbot Moss — respondió el aludido sirviéndole otro trago —. Lleva un mes alquilando la habitación. Parece que es rico. Pero se mantiene reservado. No quiso hospedarse en un hotel porque dice que en esos lugares son poco discretos.
—Entiendo — contestó y sonriendo al barman, pagó su trago y pidió una habitación.
Talbot Moss, asesinó a su familia. Le quitó lo que más amaba en la vida. Ahora que sabía su nombre podría matarlo. Ese pensamiento le llegó a la mente, en el momento en que tomó el arma. El revólver Colt Frontier de 1878 le queda perfecto en la mano, contaba con que no le temblaría al llegar el momento.
Pero resultó todo un desastre al descubrir la verdad sobre este ser.
Salió al pasillo, revólver en mano y una palanca. Pasó las tres habitaciones que lo separaban de la suya y se preparó. En el interior se escuchan gemidos de placer de la mujer. Introdujo la palanca entre el marco y la puerta; esta crujió al aplicar fuerza y el pasador salió.
Al empujar se encuentra con una escena en que la mujer cabalga sobre el hombre disfrutando de cada espasmo. Curiosamente no se detuvo con la intromisión de Black en la habitación.
Pero Talbot sí reparó en él. Echando a la mujer a un lado se incorpora tranquilo y desnudo enfrenta a Lucas, que ya tiene su arma apuntándole.
—Mire — comenzó a decir Moss en un tono muy tranquilo y familiar —. Si es su esposa, le aseguro que no lo sabía.
Black no pronunció ni una sola palabra. La primera detonación alcanzó a Talbot en el centro del pecho, pero este no se movió ni emitió sonido alguno. Un segundo disparo impacta un poco más arriba del primero y el tercero queda muy junto al primer disparo. Tres balas, por sus tres ángeles.
La mujer al lado de la cama grita de pánico junto con los que se escuchan en la planta baja.
Talbot lo mira con el semblante serio y trata de reconocer en el rostro de aquel desesperado algo que le explique ese ataque. Pero no tiene mucho tiempo así que toma una decisión.
Solo le tomó un suspiro aprovechar la sorpresa de Black de verle aún de pie y con vida, para que le alcance, lo desarme y sin dar explicaciones dispara contra la mujer que gritaba histérica, hasta recibir la bala en medio de su frente.
Con una sonrisa sarcástica, devolvió el arma a Lucas.
—Estás en problemas — le dijo y con un movimiento, recogió su ropa y salió por la ventana sin hacer el mínimo esfuerzo...
Lucas Black, no podía creer lo que había presenciado. Lo que él creía era un hombre despiadado y loco. Era algo más.
Hubo un poco de silencio hasta que los gritos de la autoridad, se dejaron escuchar. Fue entonces que Black cayó en cuenta. Con el arma en la mano, la mujer muerta en el suelo, le culparían de todo. No le quedó otra opción que imitar al monstruo y salir huyendo por la ventana.
Cuando el comisario del pueblo se asomó a la habitación ya estaba vacía; a excepción del cadáver desnudo de una mujer; y mucha sangre sobre la cama.
De regreso a su situación actual, Lucas se da cuenta de que sus dedos están entumecidos y brevemente admite la posibilidad de que Jake tuviera la razón. De pronto la trampa le parecía más sencilla de lo que pensaba. Le dejó a morir de frío en ese paraje abandonado. Moss le conocía bien. Tanto como Black le conocía.
Conoce a tu enemigo y sabrás como vencerlo.
Le tomó tiempo, pero logró descubrir mucho sobre ese ser que se hace llamar Talbot Moss. Dando con ciertos círculos esotéricos y místicos aprendió lo que era. Un vampiro.
Un ser que se alimenta de sangre y la necesita para vivir. Eso con solo describir sus experiencias. Aprendió que son seres más antiguos que la humanidad, casi inmortales. Casi, porque aprendió como matarlos.
La primera opción, estaca en el corazón. Alcanzarlo con una estaca, pero el intentarlo, sería un suicidio. Los vampiros solo descansan, pero no duermen. El sol. Exponerlo al sol los destruye inmediatamente. La sal. Se le puede encerrar usando una buena cantidad de sal y tal vez matarlo, si se logra introducirla en su cuerpo. Por eso no suelen viajar mucho por mar. Pero este se arriesgó.
Es cuidadoso, seguirle el rastro no fue fácil, pero los rumores de muertes extrañas se amontonan sobre él, son sus huellas y serán sus... sus...
—¡Despierta! — la voz del hombre que persigue.
Lucas Black, reacciona intentando levantar la escopeta, pero el frío le ha entumecido el cuerpo. Los temblores, no le dejan controlarse, pero el odio por ese hombre le imprime algo de fuerza. Si tan solo fuera la suficiente para disparar.
—Hace tiempo que no nos encontrábamos frente a frente Black — le dice en ese acento británico, suave y relajado —. ¿Cuánto hace? ¿Diez? ¿ Quince?
La mirada de odio de Lucas, es toda la respuesta que recibe y con sus ojos fijos en el vampiro, sus manos buscan la forma de mantener el arma elevada y lograr disparar. Sus dedos se sienten hinchados y apenas logra moverlos.
—Así que no hablas — dice Moss viendo como la leve escarcha del frío se confunde con los mechones canosos en la barba de Black —. Tal vez te anime el regalo que te traje.
Al decir esto, Talbot asoma la mano que ha mantenido detrás de él y deja caer frente a Lucas lo que trae en esta. Lo que era rueda un poco sobre el piso y el horror se apoderó del único humano en la habitación al ver que se trata de las cabezas de Jake y Jeremiah.
Los ojos en el rostro de Jake están en blanco y su boca abierta en un grito silencioso que Lucas escuchó en su mente.
—Detesto a los que te abandonan cuando las cosas no salen como esperas.
—Hijo... de... puta — musita Black desde la esquina con los ojos fijos en los de Talbot.
—¡Hey! Te escuché. Lo escucho todo — replica Moss —. Tal como escuché cuando estos dos cobardes te reclamaron al ver la cabaña vacía.
El dedo en el gatillo de la escopeta, comienza a tener algo más de movimiento. Y las imágenes de su familia se hacen presentes; tan presentes que puede oler la sangre derramada. Pero es la sangre de las cabezas las que despiden ese olor.
—La verdad, estaba bajo la cabaña — Moss sonríe al ver que los ojos de Lucas se abrieron por la sorpresa —. Sí. Nunca se tu hubiera ocurrido.
El silencio de Lucas impacienta a Talbot que trata de entrar en una conversación con él y se acuclilla para tenerlo al mismo nivel.
—En cierto modo te admiro Lucas — manifiesta con sinceridad antes de continuar su explicación.
«Me has estado siguiendo por veinte años aun cuando la ley te persigue a ti. Te lo digo en serio, admiro esa persistencia. Creo que me has estado siguiendo desde esa noche. Y esa sensación de que la muerte me persigue, es muy estimulante para mí. Por eso no te he matado Black; porque no recuerdo la última vez que el frío aliento de la muerte sopló sobre mi cuello. »
«Claro que sabrás que no le temo. Pocas cosas son capaces de matarme. Y créeme eres el único mortal que ha sido capaz de llegar tan cerca de mí con la intención de hacerlo.»
«Tanta perseverancia es admirable, pero...»
Talbot Moss se yergue con ese orgullo que Lucas ha llegado a odiar.
—¿Te tomaste tiempo para llorar a tu familia?
La pregunta sorprende y avergüenza a Black. Incluso en el funeral de su esposa y sus hijas, solo se limitó a pensar en las miles de formas en que mataría a su asesino.
—Mírate Black — Moss le concede una mirada de lástima que enfurece a Lucas en su interior —. Has envejecido lleno de rencor, en lugar de hacerte de una nueva familia y rehacer tu vida.
Su dedo comienza a hacer presión. Odio. Odio es todo lo que siente; y recobra la sensación en su dedo índice, que comienza hacer presión sobre el gatillo.
—Debiste tomar todo como un lamentable accidente — continúa hablando Moss —. Como si las hubiera atacado un oso o lobos. Debiste, llorar tu pérdida y hacer luto por ellas.
«Debes entender, que no soy humano. Vivo por la sangre de la que me alimento. No voy a disculparme por eso, Black. Necesitaba sangre y la tomé de la primera fuente que tuve a mi disposición. Te aseguro que no fue nada personal. Si hemos de culpar a alguien, culparía a mi pupila que me jugó sucio. Pero ya tendrá su castigo.»
—No quiero matarte Black —. Las palabras de Talbot se escuchan sinceras —. Es hora que dejes tu cacería absurda y entres en luto.
La escopeta estalló y se le hubiera caído a Lucas de no haberla tenido sostenida por el hombro, algo que le dolió mucho.
—Pero ¡qué! — Era la segunda vez que Talbot Moss era sorprendido.
Los perdigones de la escopeta van a dar a su hombro y ante brazo y le provocan un insoportable ardor. Lucas ve satisfecho como el vampiro se hinca en una rodilla y se lleva su otro brazo al herido; y un vapor emana de los agujeros por donde los perdigones penetraron; le estaban quemando por dentro.
—Que listo eres Black — musita Moss adolorido —. Piedras de sal en lugar de perdigones en el cartucho. Sin embargo, sobreviviré a esto.
—¿Tú crees? — por fin articula Lucas mirando al vampiro con una sonrisa de triunfo en su rostro.
Volvió a disparar. Esta vez, Talbot Moss da un grito de agonía y cae al suelo abatido al parecer por el segundo impacto de las piedras de sal. "Tiro de lleno al corazón"; pensó Lucas.
Moss no se mueve. Al fin a vengado la muerte de su familia y puede descansar. La habitación se oscurece, pero no por falta de luz en la lámpara, sino porque sus ojos se cierran lentamente. Está cansado, soñoliento. Ya no tiene frío y la escopeta desciende deslizándose por su cuerpo sentado en la silla.
—¡Papá! — escucha llamar a su amada Betty.
Reuniendo sus fuerzas se levanta de la silla, abre la puerta y afuera brilla el sol. Sus hijas y su esposa le miran sonrientes con la alegría de verle bien. El campo de trigo se extiende hacia el horizonte, con todas las espigas cargadas.
Y Lucas Black corre hacia su familia para darles el abrazo, que desde hace mucho extrañaba.
Talbot Moss se levanta y se sacude el polvo de su abrigo. Mira hacia la pared en la que han pegado las piedras de sal y lanza un silbido.
—Estuvo cerca — murmura examinando los agujeros en su ropa —. Verdaderamente admirable.
El vampiro se voltea a ver el cadáver de Lucas Black, sentado en la silla, su cabeza descansa sobre su hombro y una leve sonrisa se asoma en sus labios. Talbot no pudo evitar sentir algo de lástima y orgullo por el valor de este hombre.
Mas tarde, afuera observa como la cabaña se quema con el cuerpo de Lucas Black en su interior. Las cabezas de sus acompañantes a sus pies, como los perros que se enterraban con los guerreros vikingos. Un final digno para un guerrero.
Se ajusta el abrigo y comienza a caminar la larga travesía para encontrar a su pupila. Tiene mucho que enseñarle a esa niña engreída.
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