XI. Ojos Rojos.
Le falta el aliento.
Ese cuidado y obediencia extrema dentro de su Reino ahora le está pasando factura.
Su cuerpo no está acostumbrado a cabalgar por horas, sin descansos apropiados para alguien de su alcurnia, ni menos a viajes extenuantes. Se odia por ser tan delicado como huraño. Además, valerse por sí mismo es mucho peor, increíblemente laborioso. Zenitsu pudo soportar la convivencia junto a Haganezuka pues, aparte de tener su experta mano de apoyo, durante gran parte de ese tiempo anduvo albergando en esa comunidad viajera y, a pesar de carecer de la comodidad que ama, logró sobrellevar la travesía.
Pero andar sólo es una terrible odisea.
Ese gorrión, que disque está para protegerlo y acompañarlo, tan siquiera tenía una única utilidad: juzgarlo.
Aquel enclenque plumifero rebate y desdeña cada uno de sus lamentos, osado en infravalorar los disgustos que le aquejan. ¡Jamás en su vida se imaginó sufrir tal irrespeto! Mucho menos viniendo de un animal. Pfff, está seguro que, cualquiera que lo tratase con tal despotismo, tendría su puesto merecido en las mazmorras de El Catatumbo, o un longevo encierro en La Cantera, o la familia entera del ofensor perdería la gracia de Agatsuma; condenados al exilio.
Recuerda en historias que una vez un hombre impulsado por efectos de estupefacientes, machista se atrevió a insultar a la princesa en ese entonces. ¡La tildó de ramera! Una ofensa sin duda alguna severa, cuya condena la equipara en creces.
Aunque sea drástico y muy salvaje para su gusto refinado, el castigo recibido por tal afrenta a la corona fue nomás que la horca. Lo colgaron como un estandarte, izado al público: una advertencia.
Chuntaro merece un destino semejante, desplumado de una forma lenta y dolorosa por manos audaces. Continuamente desollado, para luego ser sal condimentado al gusto junto a una marinara mezclada con salsa barbiquiu y parchita. ¿Y qué pasaría después? Le depararía un horno que lo dejara en término medio dispuesto a un plato de cena.
—Te odio, ave de mal agüero. —Quizá el gorrión rodó los ojos con fastidio, quién sabe, son tan diminutos que Zenitsu bien lo pudo imaginar.
~Ay, pequeño, pobre y estúpido Zenitsu ~se lamentó con falsa condescendencia. El rubio le molestó el tonito~. Dejá de ser tan caprichoso ~aconseja como todo un sabio milenario. El muchacho entrecierra los ojos, pensando: «No tienes nada de sabio»~. Además, mi estimado príncipe, esos pensamientos ornicidas son demasiado profundos para esa vacía cabecita tuya. ¡Pío! ¡Pío!
—¡Deja de menospreciarme, ave de los avernos! —Replica indignado—. Tú mismo lo dijiste, ¡Soy un jodido príncipe! ¡Así que trátame como tal! —Exige.
Chuntaro lo contempla en silencio, bastante tranquilo mientras aletea. En cambio, un Zenitsu agitado, respira aprisa con el rostro en alto en un claro intento por demostrar autoridad. El ave quiso levantar una ceja, pero no tiene, lo único que atino hacer fue:
~¡Pío! ¡Pío! ¡Pío! ¡Pío! ¡Pío! ~Carcajearse de diversión.
—Eres de lo pe~. ¿Oyes eso? —Frunce el ceño—. ¡Cuidadooo! —El rubio reacciona precipitado, tomando entre su puño a la insolente ave quién se queja por la rudeza.
Zenitsu apenas nota como una estela veloz pasa aún lado, dónde su gorrión parlante llegó mantenerse en vuelo, para ver como un individuo desmonta ágilmente una liana justo enmedio del camino, interrumpiendo el avance de su corcel.
—¡Oh! El pequeño tiene reflejos —dice el tipo con una sonrisa burlesca en la cara—. Pero me da curiosidad, ¿Cómo supiste que venía, hormiguita?
«¿Hormiguita...? Chuntaro, si me oyes, dime tú sí ese no es un intento de insulto de una mente ignorante», le transmite.
~¡Pío! ~exclama el plumifero, una reprimenda para oídos del rubio o un simple trinar para ajenos. «¿En serio esa nimiedad rondó tu cabeza, tarado? ¡No pienses tonterías! Míralo. Es peligroso. Busquemos la forma de librarnos de ésta sin necesidad de mi intervención o salir heridos».
Chuntaro tiene razón.
Apenas ver a ese hombre, lo amenazante de su porte salta a la vista. Carece de armadura para ser un caballero, ni porta ningún estandarte característico, no es un noble, ¿Y cómo sería uno? Su cabello castaño hasta los hombros, revuelto y enmarañado, acentúan su pobreza.
Y, el atuendo usado, es por demás humilde, precario a ojos del rubio. Consta de un camisón de lino ocre, combinado con un pantalón café y unas botas de piel.
Se nota el desgaste por el constante uso de las prendas y las manchas secas de fluidos dudosos. «Tan antiestético».
No obstante, lo que más destaca en su apariencia es un cinturón negro, ancho, dónde reposa un hacha al costado izquierdo y una hilera de kunais al derecho. Es un criminal. Esa revelación cobra más sentido al verlo jugar con un sai en su mano diestra, mientras la zurda sostiene la pareja del arma.
Hay un diminuto margen de equivocación, pero a juzgar, basándose por la impresión dada, que cada implementó en su arsenal, y sin obviar la vestimenta, fue hurtada de quién sabe dónde, bajo quién sabe qué circunstancia.
El hecho de fijarse, en una vista superficial, cómo esas ropas deslucidas se ciñen a los músculos de su bárbara anatomía, se incrementa el riesgo para el pobre Zenitsu de culminar apaleado o peor aún...
Traga saliva temeroso.
—Ha-hace... Hizo mucho ruido, señor —responde incómodo, observando a todos lados con ojos miedosos.
Aquel ladrón larga una risotada, divertido de la cobardía del muchacho. Una risa cuya percusión estridente incrementa la ansiedad del príncipe, quién cohibido aprieta las riendas con pánico.
—¿Señor? —remeda burlesco—. Mucho ruido dices, que ocurrencias. —Ese hombre, seguro de su habilidad en el arte del sigilo, le causa gracia que el rubio siquiera insinuara tal desfachatez. ¿Advertir su cercanía? ¿Él? Es absurdo.
Robó a cambiantes, vampiros, elfos... perdió la cuenta de las diferentes especies; pese a ser humano, ha salido impune a sus delitos, airoso, sin levantar pista alguna. Tal acusación, ahora, puede resumirse a un claro chiste.
Y le divierte.
—¡Jo! Basta de juegos, no desvariemos más. —Le apunta con un sai, imponiendo seriedad. La presión de su mirada intimidó al fugitivo, quién se removió incómodo sobre la montura de su corcel—. A lo importante. Házme entrega inmediata, por las buenas, de todas las ganancias que cargues y no intentes dártela de listo, mercader, si sabes lo que te conviene.
¿Mercader? ¿Ha de confundirle con un humilde mercader? Puede concebir que le deseen robar, es comprensible, pues dónde destila la clase, se cree brillar la riqueza. Y es tentativo. Aún así, envés de ser visto cuál noble que es, verse catalogado de mercader le ofende invariablemente.
Ingenuo, cree poder remediar el malentendido, diciendo:
—¡Se equivoca, señor! ¡No soy ningún mer~!
—¿No fui claro acaso? ¿Es qué hablo en un idioma incomprensible? —vocifera abruptamente. Zenitsu, en consecuencia, hizo silencio; los sonidos que aquel hombre desprende lo paralizaron—. He dicho que no intentes ser listo... A veces trato de apelar por la amabilidad y robar sin tantas amenazas, pero no la ponen fácil —niega con la cabeza, decepcionado—. ¿Por qué oponer resistencia?
—Pero~.
—¿Dame toda la mierda de valor que lleves encima, sino quieres un sai atravesado en la cuenca del ojo? —aseveró con voz fuerte y demandante—. Sin hablar.
Le cree que saldrá herido, por supuesto que lo hace. Ese miedo papuperrimo que le agobia y hace que su corazón salte desbocado cuál semental de carrera no mienten. Empera, oye la sinceridad en sus palabras.
—No tengo na-nada de valor para sus bolsillos, puros cacharros.
«Cállate, humano, lo vas a enfadar», oye la voz de Chuntaro en su mente.
«¡Ayúdame entonces! ¡Haz algo! Me siento desprotegido» implora atemorizado. «¿Dónde te has metido?».
—No tienes instinto de supervivencia, ¿Verdad?
Aquel hombre empezó a caminar hacía el chico al borde de un ataque de nervios. ¡Acercarse! Aquel se alarmó todavía más si es posible.
—No, no, no. Dónde está es bueno, ahí sereno y gallardo... entre lo que cabe. —Si debía apelar a la prudencia, Zenitsu ni se esforzaba. Lo irrita—. Quédese allí, mi estimado, mientras yo —se toca el pecho, aludiéndose y luego apunta hacía atrás, para decir—: puedo volver por dónde vine~.
Cerró la boca de ipso facto. Sus ojos se abrieron tan grandes que lucharon por escapar. Apreció la trayectoria a baja velocidad con su cuerpo en parálisis y, justo como había prometido que haría, el filo del arma se incrustaría sin remedio en su globo ocular, sino fuera por un destello electrizante que apartó el kunai al último instante.
—¡Chuntaro! —gritó aliviado. ¡Pudo quedar tuerto!
—¿Cuánto pagarían por un pichón de thunderbird domesticado en La Calle al Templo de la Victoria? —Cuestionó el hombre observando al animal que a sus ojos salvó a su amo. Indiscutiblemente asombroso. Su mirada brillo en codicia y una sonrisa malvada adornó sus labios.
Zenitsu balbuceó. Sus pensamientos eran tan confusos, llenos de culpa y de remordimiento, y al intentar comprenderlos, aturdía a Chuntaro.
—Y con las joyas que pueda trasladar éste jóven remedo de viajero, ganaríamos, tal vez, una pieza de diamante o seiscientas (600) piezas de oro —habló, pero para el desconcierto del muchacho y su gorrión, parecía no dirigirse a ninguno de ellos—... Actúen.
Ruidos raros empezaron ha oírse en el follaje, junto al crujir de ramas y hojarasca. Respiraciones agitadas y el tamborilear acelerado de corazones, indicó una y varias proximidades. «¡Hay más individuos!» se concluyó. Y antes de que el príncipe pudiera reaccionar en medio de su desespero, ya estaba rodeado.
Uno de los sujetos, chimuelo y con pinta de vagabundo, sujetó el brazo izquierdo de Zenitsu, y aunque intentó luchar por soltarse, a pesar de la desnutrición del hombre, éste se aferraba al rubio y lo jalonea con fuerza. Maltrata su brazo.
—¡No! ¡Suélteme!
Chuntaro, viendo aquello, se preparó para intervenir. Su cuerpo se vistió de electricidad y se imaginó como un caballero de armadura reluciente, mientras acudía al rescate del necesitado; bajó la guardía, no notó un miembro de los bandidos, un hechicero, hasta que un domo pigmeo hecho de Arcana lo aprisionó.
El ave se alarmó. Intentó fracturar el escudo mágico tacleando sus paredes, pero la contención incluso le hacía sentirse lánguido, un letargo audaz; le drenaba.
—¡Déjenlo! —Imploró Zenitsu, viendo cómo su amigo perdía las fuerzas.
Aquel hombre lo bajo de un tirón del corcel, mientras que otro sujeto incapacitó el brazo libre, impidiendo que batalle.
—¿No qué no tenía nada de valor? —El segundo hombre muestra de su cuello al collar con la gema en forma de rayo. Pensar en perderlo lo aterró.
Luchó, quiso soltarse y escapar. Lágrimas salían de sus ojos y aunque se removía como una serpiente, esos delincuentes no aflojaban, la fuerza de sus agarres crecía y le herían.
—¡Quédate quieto! —Quién parece ser el líder, ese que interrumpió su camino a primeras instancias, le pegó. Se paralizó.
La mejilla la sintió caliente y palpitante. La impotencia le arraigo el cuerpo entero, colmada de pánico, pero un pánico familiar. Una sensación de acecho y dominación que pensó ingenuamente no volver a percibir nunca más, pero he ahí su equivocación.
Empieza a sudar a mares.
Empieza a hiperventilar.
Empieza a sentirse sumamente nervioso.
Y recuerda. Indudablemente recuerda. Desgraciadamente recuerda.
Se vió en ese espléndido castillo de su niñez a merced de aquella tempestuosa mirada azulada. La manifestación de sus más oscuras pesadillas. Y le aprisionó un terror horrido del cual no puede deshacerse por más que huya.
—¡Ha ver qué tenemos aquí! —Las manos de ese hombre se acercaron a su cuello. Iba a quitarle su tesoro más preciado.
¡No lo permitirá!
Aunque el miedo tense su cuerpo y le restrinja, vivo no accederá a entregar el obsequio de su mamá.
—AYUDA... ¡AH! ¡SUÉLTENME POR FAVOR! —Fue más violento que hace unos instantes, sus movimientos eran desesperados, ya ni le importaba que le hicieran daño.
Intentó morder, intentó patear al menos a uno, pero era inútil. Un golpe en el estómago lo dejó sin aire. Se burlaron de él, solo aspiró a la humillación.
—Muere si no vas a cooperar —declaró el melenudo líder. Lo iba asesinar con su sai.
Zenitsu, sin ánimos de atestiguar el ataque, cerró los ojos aguardando por el impacto fulminante. Se lamentó por su vida, una vida de encierro; se disculpó con su madre, con su padre, con su abuelo por no haber sido valiente o fuerte; y le imploró al Lobo de los Relámpagos, el Titán Raijū, que lo llevará junto a esa familia anhelada en los Jardines de la Klavaht. No obstante, la Duat jamás llegó a reclamarlo.
En cambio, una melodía suave y armoniosa se superpuso a la orquesta estridente emitida por los asaltantes. Un sonido tan cálido que sosega el alma y le evoca al joven rubio un sentimiento de seguridad.
Extrañado, abrió sus dorados ojos, encontrando una imagen inesperada que lo dejó perplejo.
Un hombre fornido sostiene, con una calma imperturbable, la mano que empuña el sai de aquel líder de asaltantes.
Lo vio de espaldas y notó su porte caballeresco, pese a no cargar una armadura tan rebuscada u ostentosa como muchos otros que llegó a ver en su castillo, vino por color tal cual su cabellera, con unos sarcillos bastantes curiosos y una capa a cuadros verde con negro. Lucía imponente.
De repente, una mirada inyectada en sangre observó al rubio por sobre el hombro con interés y precaución, analizando su estado. El muchacho aguantó la respiración.
—¿Estás bien? —Zenitsu se estremeció.
Su voz masculina le inspiró una placentera calidez, como los primeros rayos de Sol en una mañana de primavera. Lo dejo sin aliento. La sensación sobrecoge su cuerpo, le lleva a relajarse y a erizar sus vellos.
—Ss-si... —atina a decir, asintiendo con la cabeza.
Aún así, esas perlas carmesí se fijaron en su rostro, con serio interés. Zenitsu supo entonces que el golpe en su mejilla había dejado marca, sintió vergüenza a pesar de no ser culpa suya.
Bajó la mirada e inconscientemente se abrazó, frotando sus antebrazos con sus dedos, nervioso.
No obstante, detuvo su acción al instante, consternado. ¿Acaso dos hombres no lo tenían sujetado? ¿Cómo pudo abrazarse entonces? Confundido vió hacía los lados. En efecto, ninguno de sus captores le sostenían, ¿Qué pasó con ellos?
—Seis hombres armados contra un agotado viajero y para variar, desarmado, ¿No crees que es algo cobarde? —La rudeza de una voz inflexible sobresaltó al príncipe.
Ahí está el dueño de esas palabras, a pasos por detrás.
Tal como el caballero anterior, vestía una armadura ligera. Es de un tono ceniza oscuro, un metal que por más se pula poco reluce; y una capa clámide a cuadros turquesa de cuello alto, ocultando su brazo diestro, además, pudo entrever un hacha al cinto en el sentido izquierdo.
El rubio se impresionó al ver cómo los bandidos yacían a los pies de ese hombre, algunos inconscientes y otros quejándose adoloridos. «¿Cuán veloz fué?», se preguntó.
—¡Suéltame imbécil! ¿De dónde saliste? ¿De dónde salieron? —se safo del agarré, alarmado—. ¡Es imposible que hayan detenido a mis hombres así de rápido! —gruñó el líder de los ladrones, absorto de esa arrogancia con la que había abordado a Zenitsu en un principio.
—He de comprender la ardua labor que es hallar los recursos económicos necesarios para sobrevivir —concede el burdeo con voz genuina—; la situación en algunos reinos es complicada, lo sé, pero eso a acechar, intimidar y atentar con la vida de los desprotegidos —hizo una pausa—, es imperdonable. —Zenitsu podía dar fe de lo intimidante que sonó la reprimenda. Ese sonido característico en el ladrón fue una prueba irrefutable de su acobardamiento—. Lo siento, pero tengo el deber de entregarlos a las autoridades correspondientes.
—¡No permitiré que hagas tal~!
De repente, el maleante cae inconsciente con los ojos abiertos y una exagerada expresión de frustración.
El rubio se desconcertó. ¿Acaso alguien lo golpeó? No está errado. Imperceptible a la vista, el de ojos dorados fue incapaz de notar cualquier movimiento ejecutado por el caballero de capa a cuadros, quién está inmediatamente próximo al maleante. Pero sí, en un palmeó contra la zona posterior a la oreja, entre la nuca y el inicio de la cabeza, lo dejó noqueado de manera inmediata.
Fue indoloro. Piadoso para ojos del pelinegro.
—¿Y ahora qué hacemos con éstos... Individuos de poca monta? —Cuestiona aquel entonces con notorio desagrado. Suprime la gran cantidad de insultos que mora en su mente, lo reprime.
El burdeo da media vuelta, confrontando al príncipe, más interesado en él que en su hermano.
—Ya todo pasó —confortó y, Zenitsu, absorto en sus ojos, solo asiente de manera automática. Creyó oír a alguien bufar—. Tu ave está débil, le estuvieron drenando la Arcana, pero su aroma me indica que estará bien.
«¿Ave...? ¡Ooh claro!», abrió sus ojos y buscó a su compañero gorrión.
—¡Chuntaro! —El nombrado se encontraba tirado en la camino de arena, inconsciente. El rubio se alarmó—. ¡Oh no! ¿¡ESTÁ MUERTO...!? No puedes morirte Chuntaro, condenado pajarraco, dijiste que querías pasar tus días como granjero sembrando toda clase de hierbas y plantas mágicas y muerto no puedes vivir, ¿Me entiendes? —le gritó al animal y lo zarandeó—. Levántate, vuela, lo que sea...
Las dos miradas carmesí se encontraron en reacción al desespero del chico auxiliado, visiblemente demostrando dos emociones diferentes. Una transmite preocupación y curiosidad, mientras que la otra no tiene más indiferencia y tintes de obstinación.
—Ey, ey... Chico, tu animalito estará bien, tranquilo —interviene el de la capa a cuadros verde, quién empatiza con él.
—¿Cómo lo sabes? —Se lamenta por lo bajo, cabizbajo.
Aquel caballero se agacha a su altura y con delicadeza, toma su mentón entre sus ásperos dedos, para hacerle levantar la mirada y tener contacto visual. Le sonríe, una sonrisa cálida impregnada de su belleza hegemónica. Es hipnótico para el rubio.
—Sólo lo sé. —Toca la punta de su nariz, cómico—. Ella nunca miente.
Ese gesto simple y desinteresado calmó a Zenitsu, incluso sonreír le hizo. Aún así trató disimularlo, enfocando la mirada en el gorrión innerte en sus manos.
—Eso espero. —Suspira compungido. Ver a Chuntaro opuesto a su actitud impertinente de costumbre le angustia—. Es muy buen amigo...
Entonces su oído oye. Presta total atención a un movimiento leve de su torso, una especie de contracción. Una acción poco natural para parecerle a Zenitsu inconsciente. Tal cual estuviera reteniendo un impulso, disimulando una carcajada quizá.
—¿Chuntaro...? ¿Te estás haciendo el muertito? —Cuestionó indignado, con el veneno de los insultos en la punta de la lengua.
~¡Pío! ¡Pío! ~Sorpresivamente, el gorrión tomó vuelo en medio de chispas eléctricas~. Sabía yo que eres un cursi de lo peor ~se jacto, burlesco~. ¿«Muerto no puedes vivir»? Nah, ¿Tú crees? ~ironizó.
—¿Cómo hiciste para no generar ni un minusculo sonido? —pregunta consternado. No le responde, «Es un secreto, oh Zeni», es lo único que dice y para variar, telepáticamente—. ¡Eres simplemente detestable, Chuntaro! —le grita, pero no paraba de trinar.
~Pero aún así «soy muy buen amigo», ¿O no fueron tus palabras? —instó pretencioso.
Fue fulminado por esos ojos dorados, pero el avecilla lo ignoro.
—Wow... —interviene el burdeo, viendo al gorrión con expresivos ojos colmados de admiración—, puedes comunicarte con palabras así como nosostros. Es asombroso. —El ave se regodea, engreído.
~Lo soy ~afirma sin una pluma de humildad. Zenitsu blanquea los ojos, exasperado con el animal, todavía resentido~. Ya que las cortesías se perdieron ~el rubio, comprendiendo, se ruboriza por la indirecta~, por parte de ambos, extiendo el agradecimiento por su ayuda, estimado caballero. ~Impresiona el formalismo con el que se desenvuelve~. Mi nombre es el Asombroso Chuntaro y éste remedo de compañero es Zenitsu —presenta.
El rubio iba a objetar el modo borde y denigrante con el que se dirigió hacia su persona, pero ver al caballero realizar una breve reverencia respetuosa hacia el ave, el muchacho se contrarió.
—Fue un grato placer socorrerles, noble ave —Le respondió tal cuál se dirigiera un feudo o mayor aún, un rey o un príncipe... Zenitsu se indignó.
Recordó esos momentos en el reino donde era tratado con tal educación. Se disgustó que el pajarraco tuviera tal dicha y era absurdo. ¡¿Es qué acaso ese hombre no ve que es un animal? Por amor a los Titanes!
—E igual a usted, Zenitsu. —Esos ojos rojos lo vieron con atención, lo hizo olvidar su desazón—. Un gusto conocerlos, mi nombre es Tanjiro Kamado —prosigue, presentándose amable— y él es mi hermano —señaló en dirección contraria—, Takeo Kamado.
—Ya sabiéndose quién es quién... —interrumpe una voz impávida, haciendo sobresaltar al príncipe por la firmeza de su acústica—. ¿Por fin qué haremos con éstos sujetos? —Le dignaron una mirada al segundo caballero por detrás.
Tanto para el gorrión como para el agatsumiano, les fue imposible no sorprenderse al hallar al pelinegro ejecutar un nudo, culminando así su trabajo de atar una cuerda alrededor de cada unos de los maleantes, incapacitados por si llegasen a recobrar la conciencia.
«¿Cuándo los ató? ¿Ese no es el líder de los ladrones? ¿Cuándo llegó allá?», pensó impresionado, abriendo sus dorados orbes algo alarmado. «No ví ni siquiera el momento que los agrupó... ¡Es bastante veloz!», Chuntaro concuerda con el sentimiento. «¡Estos dos no son para nada normales!», concluyeron al unísono.
—Los llevaremos a la Capital de Ambrosía para que sean juzgados debidamente —Obtuvo como respuesta sensata—. No podemos dejarlos abandonados a su suerte —agrega con un dejo de consideración.
—Tsk claro —desdeña el pelinegro sin hacer expresión alguna; un rostro masculino, semejante a Tanjiro, pero asombrosamente tajante en comparación a su hermano—. No seremos tan infelices como la escoria.
Tanjiro negó con la cabeza, desaprobando la forma de expresarse del menor. Aún así sonrió. Pese a ese comportamiento inflexible que deja entrever, sabe bien que él no sería capaz de abandonar a estos sujetos a los peligros de la intemperie, sean la basura que sean. Esa careta inmisericorde no puede ocultarle su naturaleza justa y correcta.
Eso comparten ambos hermanos, su deber para con la justicia.
El Kamado mayor se concentra en los recién conocidos. Nota curioso lo exclusivamente elegante del rubio, un porte implícito en los modales educados en familias acaudaladas, como el príncipe Kiriyima Ubuyashiki. Comprendió el porqué de ser objeto de un intento de saqueo, por si no fuera poco, su aroma dulce es atrayente aún de forma indirecta; es una presa fácil a decir verdad.
Una presa dispuesta para el ataque de seres todavía peores que esos o cualquier ladrón.
—Disculpen mi osadía —empieza con un tono suave, produciendo una sensación de sosiego—, ¿Puedo preguntar a dónde se dirigen? —Curiosea y ladea su cabeza cuál cachorro.
Los gestos bonachones y la sinceridad en la voz de aquel caballero, le resultó a Zenitsu sumamente dulce, a pesar de ser un hombre imponente. «¡Aw! Es lindo».
—Nu~nuestros pasos nos llevan a una aldea en Ambrosía... llamada... Jummm... —Observa a su emplumado amigo, algo desubicado y después al galante chico—. No me acuerdo —revela apenado—, ¿Cómo era el nombre, Chuntaro?
~Adoquín, retardado.
—Si... Adoquín —concede asintiendo, aún cohibido. El gorrión sintió pena ajena—. Es una pequeña aldea al noroeste de la Capital...
—¡Vaya coincidencia! —exclama en una mirada breve, inadvertida para quién no es Takeo y significativa, acto seguido, dedica una encantadora sonrisa a los viajeros. Inevitablemente, el príncipe se ruboriza, ¿sintió nervios?—. Mi hermano y yo también marchamos hacia esos territorios, pero no por razones permanentes o placenteras, desgraciadamente... —murmuró aprehensivo. Ese aire de misterio, magnético, resultó intrigante, enigmático—. Nos inspira el deber —prosigue—. ¿Qué tal si les hago una propuesta?
»Permítanos viajar junto a ustedes. —El segundo heredero de la Casa Kuwajima no pudo evitar ahogarse con su propia saliva por lo inesperado de la oferta; disimula tosiendo—. Me resultan agradables y no estaría mal la compañía. —Tanjiro, conservando su sonrisa acogedora, no aparta sus ojos rubí de Zenitsu, un gesto honesto, sin intenciones ocultas, pero altamente persuasivo de manera inconsciente—. ¿Qué dicen? —insiste.
—Opino que... —murmura, levemente avergonzado—. Creo que estaría bien.
Lo cierto es que no había necesidad de sopesar la respuesta.
Ésta breve aunque amarga experiencia, le enseñó al príncipe y a su emplumado amigo, subyugando cualquier duda, sobre los peligros habidos en viajar por cuenta propia, mayor todavía en aquellos que deben aprender a defenderse. Confiados, jamás imaginaron vivir tales instantes de miedo e incertidumbre. Ganas pocas tienen de atravesar por lo mismo. Tal que, razonables, han notado lo expuesta de su situación en zonas donde carecen de leyes o norma alguna, tierras libres dónde fácil es ocultarse y emboscar a viajeros despistados; aún desconociendo los terribles males que acechan y no se satisfacen lucrando. Insensato fuera desaprovechar la destreza y la fuerza del dúo de caballeros que, con generosa amabilidad, propiamente piden continuar el sendero como camaradas.
—Entonces —dice el pelinegro cuya vibra amenazante y sinfonía de justicia retumban por cada uno de sus poros. Le ven, tres pares de ojos sobre él, mientras del cinturón al costado izquierdo toma su hacha con la mano diestra y con la zurda, hace gala de la compañera, ella oculta bajo la clámide—, no hay problema en darle un uso a la carreta que llevan vacía —comenta o más bien recrimina.
Habilidoso, Takeo hizo girar el arma en su mano derecha. Elegante. Finalmente, tan impávido y frío como se ha conservado, no titubeó cuando las hojas de sus hachas se encontraron en una fricción chirriante.
Como si una estática constante cargara al ambiente, Zenitsu y Chuntaro, ambos atónitos por la dilación de sus sentidos, estaban tan abrumados para percibir el incremento en la corriente de aire hasta que empezó a manifestar los vestigios de un remolino alrededor de los ladrones. Abriendo los ojos a modo de asombro, en segundos le vieron adquirir la estabilidad digna de un tornado en miniatura.
Ese viento concéntrico alzó al grupo del suelo y, ajeno a consideración alguna, lo impactó sobre la superficie de la carreta, finalmente, envueltos en un domo conformado por torbellinos indivisibles.
~¡Pío! ~el trinar de Chuntaro se oyó y batió sus alas, incrédulo, intentando, efectivamente, ir contra el viento que lo atrae.
—¿Aeromancia? —Tradicionalmente, los Prospectos del Maestro Urokodaki tienden a ejercer su mismo elemento y para Tanjiro, ver a su hermano controlar el aire con la Arcana con tal habilidad, también fue una sorpresa.
—¿Qué te sorprende? —dice sin verle, rudo—. Jamás he querido ser del común denominador y lo sabes. —Se aleja de la carreta, para acercarse al parasaurolophus—. No me entusiasma tratar de igualar al maestro —«Ni a tí». Dando un salto impulsado por una pequeña corriente de viento, subió al lomo del reptil.
—¡Si!
«¡No son para nada normales!», pensaron con mayor determinación y seguridad en vista del trato que poseen.
«Viendo el lado positivo...», añade el gorrión entre la conexión mental con Zenitsu, «Viajando con ésta gente rara tendríamos mayor seguridad».
Y así en la inmensidad de un mundo peculiar, plagado de incertidumbre, plagado de sorpresas, plagado de peligros, los primeros pasos en el camino de éste grupo se encontró, pero no ha empezado todavía. No. Incompleto, las piezas faltantes poco a poco encajarán en su lugar para formar los primeros remanentes de una justa sensacional.
~•~•~•~•~
Espero que el capítulo haya quedado bien. Admito que fue complicado. Bueeeno, dejo aquí una foto de cómo imagino las hachas de Takeo con la diferencia de que ese azul cromado previo al filo debe ser de turquesa también cromado.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro