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X. Canción de Sol y Luna

¡Mirad la capa del rey en el Levante

Y disculpad su atrayente personalidad

Pues aunque ella entre escarcha brille de plata

El dorado tiende a destacar mucho más!

¿Quién diría qué la vida de fugitivo sería tan complicada?

Puede que la respuesta sea obvia, pero Zenitsu debió imaginarlo o considerarlo detenidamente con mayor inteligencia. Subestimó lo que sería de él al huir. Es lo que más le frustra, tener que mendigar como un vil delincuente. Aunque tampoco es que tuvo demasiadas alternativas.

Nunca antes ha invertido un verdadero esfuerzo, en El Catatumbo sólo debió preocuparse por dar una orden o por qué vestido usar para contentar a Kaigaku. Nada trascendental. Nada que amerite trabajo. Bien mantener su estado emocional fue una ardua labor.

Al principio la experiencia de ser independiente, sin la ventaja de su título, fue diferente, incluso interesante, pero ahora es odioso.

Adiós a las camas imperiales capaces de abarcar a cinco (5) individuos a la vez para dormir en las nubes; hola futones incómodos en suelos irregulares o telas sin colcha tan siquiera para una persona. Adiós a los baños tibios de burbujas con cremas y jabones aromáticos; hola ríos helados con nomás que el olor del agua y la humedad. Ew. Adiós a los festines exquisitos de variados gustos y sabores, colores y formas; hola a comida insípida sin sazón apenas cocinada. Adiós a la comodidad.

—¡Ay, ya estoy cansado Chuntarooooo! —Se queja por undécima vez desde que retomaron el camino; hace quince (15) minutos específicamente.

El ave silbó de fastidio.

~No de nuevo, Zenitsu. Descansamos hace nada. No seas infantil.

—¡¡Pero sí ésto es agotador, pajarraco insensible!! Apiadate de mí.

~¡Pío! ~Reclamó~. ¿Y qué te agota? ¿Cabalgar? ¿Estar sentado sobre un cuadrúpedo qué hace todo? ~Arremete exasperado. «Como si eso no adormeciera el culo y la entrepierna», rebatió el rubio internamente, pero no lo dijo~. No sé si se te olvida, pero te recuerdo que puedo leer tu mente, así que deja de pensar idioteces.

—Y yo te recuerdo a tí —señala—, que no eres nadie para juzgarme... Soy un príncipe —infla el pecho, egocéntrico—. Además, no tienes moral en la cual atenerte. Ni siquiera vuelas para decir que haces algo, pajarraco. ¡Te quedas en mi hombro de holgazán todo el rato!

~Deja de quejarte ~desdeña el animal, hastiado de la discusión~. Veo porque el señor Haganezuka se largó y te abandonó a tu suerte, eres un puto parásito en las plumas del culo, pío.

Golpe bajo. Zenitsu abre la boca, ofendido y fulmina con la mirada al ave, quién conciente del efecto de sus palabras, le importa poco menos que nada. ¡Mezquino es Chuntaro!

—¡Él no me dejó! —Contradice contundente. El rubio se retuerce y menea la mano para sacudirse al plumifero de encima.

Obligado para no recibir un manotazo, Chuntaro alza el vuelo silbando con molestia.

~¡Casi me pegas con esas horripilantes manos de bruja decrépita, tarado!

—El señor Haganezuka tuvo un importante compromiso en su aldea natal. —Continúa ignorando el insulto, aún ofendido por lo anterior dicho—. ¡Tú mismo viste cuando llegó el cuervo con la misiva! ¡Encantadora! Esa si era un ave dulce y educada, superior a tí eso sí es seguro —añade.

~Ajá, ya quisieras que fuera así de estúpido, para equiparar tu estupidez.

—¡Además, me protege pájaro malagradecido! —Se desentiende, una vez más, los comentarios del gorrión.

~Repitelo cuántas veces quieras, a ver si te lo crees ~dice indiferente. Chuntaro, volando, retomó el camino interrumpido sin perturbarse por la afrenta.

—¡Deja tu cinismo, ave chocante! Se preocupó por mí al prevenirnos que el camino a su aldea lo lleva a atravesar territorios valorenses, el Reino vecino de Agatsuma. —Zenitsu se estremece por un repentino escalofrío—. De seguro el Rey Gart Eudéo IV de Valoran está colaborando con el Rey Kaigaku Kuwajima —se mofa—, mi hermano, en mi búsqueda y captura afín de estrechar lazos políticos. —Un nuevo escalofrío y el pensamiento del posible castigo de su hermano al hallarlo asaltó su mente—. ¿¡Ya entiendes!? No creo que deba explicártelo.

En efecto. Chuntaro también sintió un temor fríolento recorrer cada una de sus plumas. No sabe por qué, pero algo en los recuerdos de aquel precoz e insano Rey alerta al gorrión de sobremanera. Es una sensación macabra.

~En eso concuerdo contigo, mi estimado príncipe prófugo ~acepta, aún ataviado por los sentimientos del muchacho~. Aunque cabe destacar que, al ser un ave y algunos piensen eso de la migración, vivir de nómada no me resulta atractivo... ¡Que Raijū me libre! ~Zenitsu asiente, igual de renuente. En la pusilánime experiencia que lleva huyendo de su Reino, todo ha sido pésimo. Nada de lo que sentirse fascinado~. ¡Nos estableceremos en una granja y viviremos de la siembra de Cannabis, Ayahuasca, Mandrágora y demás plantas mágicas!

—Chuntaro, ¿Enserio crees que los habitantes en esa aldea del Reino de Ambrosía nos quieran recibir? —Cuestionó, a pesar de haber hablado sobre la hospitalidad de esas comunidades con anterioridad con Haganezuka.

Pensar en el riesgo de ser rechazados y expulsados duramente de la aldea. Humillados... Le evoca recelo.

~¡Pío! ¡Pío! ¡Pío! ~Chuntaro se carcajeó~. A mí sí, estoy seguro. Soy una ternura, ¡Me recibirán de brazos abiertos! ~Decreta muy arrogante~. No sé a tí...

—Idiota.

~•~•~•~•~

Los paisajes lejanos, admirados desde períodos en el que su infante mente empezaba a comprender la existencia de otros rumbos y aún ahora, son tan desconocidas para él que, en algún momento, llegó ha preguntarse con aventurera ensoñación «¿Qué ha de encontrarse allá?» en el horizonte. Ignora los encantos del continente, Taisho; sus reinos y ciudades, antigüedades y culturas, principalmente, sus maravillas naturales.

Puede que viva en el mundo, pero es tan ajeno a él.

Desconoce fronteras y sus bellezas, que idealiza, en su ingenuidad, la altivez de Wisteria. Superior en aspectos culturales, tecnológicos, sociales, médicos, bélicos e incluso arquitectónicos; cataloga al reino del eclipse y la gliscinia como el más grandioso entre sus semejantes. Podría tener razón. No hay duda que es majestuoso. Sin embargo, esa opinión no quita lo injustificado de su favoritismo.

Para su defensa, lo despampanante de sus edificios se quedaron grabados en su retina, además de todos esos encantos sutiles, de los cuales, a cortesía del Rey Oyakata Ubuyashiki, parece hacer hincapié. ¡Dispuso a todo espadachín novicio uno de esos vehículos suspendidos por ingravidez! ¿Cómo no creer que Wisteria es el mejor de los reinos con tales avances científicos?

Es fascinante. Aquel transporte automatizado poseía clase, con una estructura ovoide aerodinámica, su interior tapizado de techo a suelo como paredes laterales por un cuero borgoña, destaca detalles dorados que llegan a distribuirse en sus asientos acolchados cubiertos de seda. Por medio a cristales unidireccionales, puede presenciar el avance silencioso, perpetuo, atravesando superficies escarpadas, empinadas y desiguales, sin tocarla de cualquier modo, pasando ante sus ojos con tal velocidad que apenas si se perciben.

He iba veloz. Lo que en condiciones comunes durarían semanas y más tardar un mes en atravesar la Cadena del Atlas, esas extensas distancias comprendidas en caminos irregulares cuyos picos ascendentes y descendentes en vértices peligrosas, se resumieron a horas.

La mañana amaneció con la noticia de una misión inscripta en gemas mensajeras y, apenas entrando al mediodía, lo que debería ser la mayor distancia del viaje, fue la más corta.

—Ha resultado un viaje pintoresco, ¿No te parece? —Comenta casual, pero fue ignorado.

Hace poco, el vehículo aparcó en la entrada de un complejo de caballerizas al encargo de una modesta familia; una humilde morada localizada al pie del Monte Ventura en territorios sin reino, cumpliendo el deber bajo la protección de La Orden de mediar corceles u cualquier otro transporte para el uso de sus miembros.

Tanjiro observa a su hermano por encima del hombro, procurando su bienestar.

Takeo se muestra firme como una estatua e igual de inalterable. No ejecuta gestos ni un signo de emoción. Adusto. Neutral. Desconcertante a ojos rojos.

Entró en ese estado de suspensión estática desde el encargo otorgado. Apenas si comió, pero ni una queja a dicho, o una oposición, o una palabra. Nada. Actúa como una máquina y es extraño, porque el aroma a disgusto se adhiere a su alrededor.

El burdeos tiene una leve sospecha del motivo a su peculiar actuar.

—¿Y por qué elegirnos Parasaurolophus*? —Sigue en la tarea de establecer una conversación, distraerlo y hacer del viaje ameno—. Aunque muy buena elección. La resistencia y el cabalgar de estos reptiles son superiores al de muchos otros animales, y su avance constante es más rápido —añade—. No obstante —prosigue—, guíar las riendas a dinosaurios resulta difícil comparado a un caballo, un burro... u otro mamífero. Son reacios a los jinetes y a veces no acatan órdenes; han habido muchos accidentes en consecuencia, pero me doy cuenta al elegirlos que... mejor dicho, cuando los elegiste, que son unos animalotes muy dóciles y~.

—¿Por qué enviarnos juntos en una misión? —Interrumpe la verborrea, interactuando al fin. Pese a ello, su rostro no denota expresión, continúo férreo, inescrutable por ende.

—¿Por qué somos hermanos...?

Aquel pelinegro se haya molesto e indignado de haber sido encomendado a una misión con el mayor. Le frustra.

Después de la muerte de su padre, Takeo adoptó a Tanjiro como una imágen paternal e inocentemente, no hubo momento el que no fuera a donde él iba y copiara lo que él hacía. Lo veneró cuál ejemplo a seguir.

Era dulce de ver, cómo el pequeño quería igualar a su hermano y parecerse. Sin embargo, después de su prueba en la Selección Final, se permite cuestionar el si acaso tiene una personalidad propia o es una burda imitación de Tanjiro.

Repetía lo que él hacía, como cortar madera o quemar carbón, barrer o ayudar a su madre, hasta pensar y tomar decisiones; ¡No pareció actuar por voluntad propia! Inclusive envidio que su hermano le agrade a toda persona y él se esfuerce por ello, por sobresalir. Quizá hizo lo mismo al volverse un Espadachín, tal vez, aunque lo niegue en voz alta y se mienta constantemente, su terco orgullo se rehusó a qué el mayor fuera el único héroe vengador de su familia y siguiera sus pasos.

Si es el caso, igual no se arrepiente de su decisión, ya hace bastante tiempo que había aceptado su destino, porque es lo correcto, aún así, por muy mal que suene, tenía la impetuosa necesidad de alejarse de aquel con cabellos burdeos.

Mientras esté entorno a Tanjiro, creciendo a sus espensas y destacando a cuenta de él, se sentirá marginado a su sombra, brillando por una luz prestada. Siempre ha sido así y está seguro que así será.

Quería independencia, quería reconocimiento. Su anhelo es destacar, no por ser hermano de alguien, sino por su nombre... Parece que no es una posibilidad.

Esa es la carga que pesa en sus hombros. Tal cual como La Dama, cuya belleza en el cielo ha de ser alabada, pero que el Astro Rey opaca con aquel exigente fulgor.

Notando el humor en su hermanito e inhlando cada gramo amargo exudado por él, Tanjiro larga un sonoro suspiro, rendido. «Debo ser sincero» y piensa.

—Horas antes que nuestro Señor, Odín, asome su radiante corona... —empieza diciéndo. Es irónico, no hay que negarlo. Takeo sonríe ante las palabras, una sonrisa agria. ¡Oh, pobre de Iah, la Eterna Vigilante Nocturna! Lo dicho, inocente, era como la prueba fehaciente que daba la razón a la analogía que recién surcó su mente—, bajo la quietud de los ancestrales pasillos de la Fortaleza Magna, —continúa sin notar el gesto—, acudí al encargado de distribuir las misiones a los nuevos Espadachines Místicos —fue cauteloso exponiendo sus palabras, precavido como quién le habla a una bestia para apaciguar su ira.

—¿Qué? —Y el menor de los Kamado frunce el ceño, contrariado. ¡Al fin un gesto en su endurecido rostro!—. ¿Cuál fue la naturaleza de la conversación?

Sospecha. ¡Claro que lo hace! El escrutinio en la inquisitiva mirada rojiza de Takeo era evidente. Tanjiro lo sabe, ¡cómo no si es quién más lo conoce! Así que largó un nuevo suspiro de pesadez, para atreverse admitir:

—Le pedí el favor que se nos entregara ésta misión para ambos.

El primogénito de los Kamado había anticipado una rabiosa exaltación cargada de reproches, pero nunca llegó. En cambio, hubo silencio. Un sórdido silencio. Sin respuesta ni acción. He inquieta.

Voltea a verle. Lo descubre tenso sobre la montura del reptil herbívoro, concertando esa máscara de indiferencia en sus facciones. Falsa. Adopta nuevamente ese estoicismo angustiante.

—¿No dirás nada? —Insiste, honestamente preocupado por su enojo suprimido.

—¿Cambiaría la situación? —desdeña tajante—. ¿Acaso es relevante?

El disgusto era tanto que le era imposible disimular el brillo carmesí en su mirada flamante, aún así no rebate ni reclama absolutamente nada. Guarda su frustración bajo candado y opta por el pensamiento de ignorarlo hasta que pueda verle la cara sin estar presente ese intenso deseo de romperla a puñetazos.

—¡No tienes ni por qué dudarlo!

Con la vista fija en el camino, renuente en dedicarle una mínima ojeada, sus comisuras se arquean por impulso, sin permiso, incapaz de ocultar una sonrisa cargada de sarcasmo.

—Por supuesto —he ironiza.

Arremete con las riendas y dando el tema por concluido, adelanta el trote rebasando el pasó del Parasaurolophus de su hermano.

—Takeo, espera —pide amablemente viendo cómo tomaba distancia—, no te alejes así. Debemos hablar~.

—No quiero ser grosero contigo, Tanjiro, pero te pido por favor que suprimas esa insistencia patológica por hacer sentir bien a los demás, ¿Puedes al menos hacer eso? ¿Puedes? —Takeo lo observó con rudeza e impavidez—. Necesito calmarme solo, por mi cuenta.

Tanjiro lo contempla con una expresión afligida. Son pocos los casos donde han discutido y en ningún momento Takeo llegó a reaccionar con ese nivel de irritabilidad. Normalmente se entendían, pese a tener personalidades y puntos de vistas diferentes, llegaban a un común acuerdo, sin embargo, en ese caso en específico, le estaba resultando difícil. No lo comprende, ¿Qué le disgusta por demasiado? Sabe que se equivocó, que no tomó en cuenta su opinión, y sí, ese impulso sobreprotector le ganó y obligó a interferir con las misiones, se arrepiente y quiere disculparse, pero son sangre de una misma sangre; jamás pensó que le ofenda tanto.

Siente que tiene una actitud por demás exagerada, pero omite tal pensamiento. Lo molestaría claro es. Opta por respetar su silencio.

—Descuida —acepta sin ningún tipo de oposición.

Sonríe con gentileza, una genuina sonrisa carente de cualquier artimaña oculta y asiente con la cabeza, comprensivo.

Takeo bufó y apartó la mirada. Aunque se siente más tranquilo.

Ahora instaurado un silencio, dónde revolotea la resignación, de repente con voz urgente se escucha:

—AYUDA... ¡AH! ¡SUÉLTENME POR FAVOR! —Acompañado de carcajadas llenas de burla y malicia, haciendo que ambos hermanos se vean con la confusión tallada en la mirada.

~•~•~•~•~

Todo lo que brilla no es bueno, ni todo lo sombrío es malvado. El mal o el bien no discriminan luz u oscuridad. Sólo existen.

(...)

En antaño creció rodeado de riquezas, en una posición privilegiada de una familia ilustre, pero helo allí, obligado a sentir un hambre voraz para fortalecerse, ¡Que burla es esa! Deber vagar en las sombras porque el Astro le debilita, dependiendo de almas cuándo debería ser autosuficiente; cuándo debería ser perfecto...

Sino fuera por esa maldición que le encadena a limitaciones mortales, ni los mismísimos Creadores podrían detenerle.

Maldita sea esa mujer que le arruinó. Malditos sean Los Titanes. ¡Maldita sea toda Kimetsu! Malditos sean los Espadachines Místicos que osan interferir en sus planes.

Su vasto repertorio de enemigos han sabido aprovechar esa debilidad durante siglos, ¡Pero ésto ha de cambiar! ¡Pronto no habrá nada ni nadie que se interponga! Ni hambre alguna. Y para que ésta nueva era se concrete debidamente, ha de extirpar cada una de las imperfecciones no sólo en él, sino en su ejército entero.

No hay lugar para los débiles en el mundo que ha de crear. Mucho menos entre sus relucientes Diamantes. Por ello, sus siniestros ojos observan críticos al individuo hincado a sus pies, perforando con la mirada a su anatomía.

—¡Que vergüenza! —dice despectivo. No gritó y, pese a no alzar la voz, la contundencia en sus palabras era tanta que el pobre ser tembló de pavor—. Vagando en Kimetsu desde la primera horda y con esos milenios no haz incrementado tu poder... —Endureció aún más la mirada y, aunque no era vista, la sangre negra del siervo se heló al sentirla—. Patético. Y pensar que nuevos Demonios ya han superado e incluso eclipsado el mediocre poder que posees. Verdaderamente patético.

—¡Mi señor, si usted~!

—¡Ha callar! —aseveró y su energía negativa, descomunal, arropó todo la zona con una violencia apabullante. Quién arrodillado no pudo evitar sentirse minúsculo—. Aún cuándo dí de mi sangre e hice de tí un Diamante, ¿Crees que mereces más, cuándo no he recibido de tí resultados satisfactorios durante quinientos (500) años? —Lo observó con desprecio—. Mereces comparecer por tal insolencia.

»Pero no voy a desperdiciar el tiempo invertido en tí, matándote —confiesa lúgubre—. Aunque ya no me sirves como Diamante, Kyogai, así que perderás el privilegio de ser llamado como tal.

—¡Señor, aún puedo serle eficaz! ¡Hacerme más fuerte! No me prive~. ¡Aaah! ¡Aargh! —Gritos de sufrimiento rasgaron desde lo profundo de su garganta, quemando órganos y llevándolos a la ebullición. Le escocia el alma. La agonía en sus lamentos crecía con cada segundo transcurrido, con cada milisegundo, tanto o más hasta tornar sus gritos en gorgoteos, ahogándose con su propia sangre.

¿Misericordia? ¿Compasión? Hacer sentir más que morbo al verdugo es una misión imposible. Su trastornada mentalidad fue así antes de la Negatividad e imaginarlo después, ahora, es pensar en una criatura ajena a bondad o empatía. La concepción verdadera de un monstruo.

—Solamente doce (12) comandan mi ejército e indudablemente deben ser formidables; tu puesto ya ha sido suplido en éste instante. —Da la espalda al abatido, indiferente, ni siquiera con sus duras palabras sintió ni una ínfima emoción; nada mayor al desprecio—. Procura serme útil.

Con el eco de sus pasos retumbando sobre el fino suelo de mármol, diluyéndose en la extensión de aquel ostentoso salón vacío, marchó con el repudio interno y, a pesar de su ausencia, su presencia terca se empeña en conservarse entre las altas paredes, abrumando cada recoveco de la inmediación.

~•~•~•~•~

*Parasaurolophus: Dinosaurio herbívoro del período Cretácico. A continuación dejo una imagen de referencia de lo que sería su apariencia de no estar extinto:

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