VII. Arcana.
‼️Advertencia: capítulo extenso. 9783 palabras. Sorry 😅

Al abrir los ojos, estos destellaron por la refracción de la luz solar que apenas ingresó por las derruidas cortinas, adquiriendo un dorado refulgente, como oro pulido.
Se puso de pie, quejumbroso, sintiendo agujas de acero incrustar en sus músculos. Detesto dormir sobre un superficie rústica.
Mediante lamentos ininteligibles, radicados en la tensión en su espalda y en un bostezo pesado, aún aletargado, salió de la reducida carpa que le servía de vivienda.
Afuera, el Sol le encandiló, pero poco tardó en recomponerse.
Tiendas semejantes a la suya se muestran como miembros de un conjunto de hogares temporales, separadas entre sí con la distancia suficiente para conservar la privacidad, pero que aún así no dificulta la rápida intervención de ser necesario.
Era una comunidad nómada multiétnica.
¿Quién lo diría? ¿Él habitando en esas condiciones? ¡Y no puede decir que lo disfruta! «Pero esto es mejor que el miedo a Kaigaku y obvio la boda».
Observó a niños corriendo de aquí para allá, riendo en sus juegos. Sonrió ante esa imágen, lo más interesante que ha visto después de un largo tramo de bosque, ríos y nada.
Infantes vampiros huían entre carcajadas a velocidad vertiginosa, acechados por una manada de cambiaformas (tigrillos, lobeznos, oseznos, cachorros de zorro) que les seguían la pista a pesar de la rapidez de sus presas; seguían las órdenes e indicaciones que decían un dúo de ángeles a sus respectivos equipos mientras eran sobrevolados.
Le agradó ver esas almas jóvenes convivir sin discriminación.
Es un hecho que Agatsuma es un reino liberal, pluricultural, dónde habitan y han de relacionarse gran cantidad de especies en comunidad. Sin embargo, saberse que está, tener o creer que algo se halla en determinado sitio, es muy diferente a verlo de primera mano. Le infunde veracidad. Confianza.
—Joven Zenitsu... —una voz jocosa a la diestra llamó su atención.
Volteó enseguida, observando al hombre alto que, en la semana acompañándolo (huyendo mejor dicho), no le ha visto sus facciones más que esa máscara silbante y sonrojada.
—Señor Haganezuka —saludó cortés—. ¿Desea algo?
—Sígame, muchacho. ¡Venga, venga! —instó con florituras con su mano, para que fuese con él. Se nota la emoción en sus acciones, como impaciente. El rubio arqueó una ceja—. ¡Le tengo un obsequio!
«¿Un obsequio?», curioso como él ninguno, fue detrás del mayor dando saltitos para intentar ver un indicio de lo que sea que le vaya a dar.
No veía nada.
Después de atravesar el Bosque de la Centella y llegar al Reino de Valoran, una extenuante semana viajando con el hombre enmascarado, y, pese al nulo incapié de éste por mostrar su rostro, Zenitsu no ha hallado un motivo convincente para recelar de él y desconfiar en esa situación. Todo lo opuesto. Afirma sin cabida a equivocarse que es confiable. El hombre es excéntrico, indudablemente posee unos gustos y comportamientos extravagantes, aún así le ha demostrado ser una persona de valores honestos e inquebrantables.
Las tiendas de la pequeña comunidad nómada apenas si se ven a la distancia y cada vez se alejaban más. Aunque, con su confianza depositada en el hombre, le confunde no saber el sitio al cual le está guiando.
—Ehhh... ¿Señor Haganezuka...? —el nombrado, al frente, fue alcanzado al trote por el menor—, ¿Cuál es el obsequio? ¿Qué me va a dar? —cuestionó impaciente, pretendiendo obtener una idea aunque sea la más mínima para mitigar su creciente ansiedad—. ¿Dónde estamos?
Sin que el rubio se diese cuenta, llegaron a un arroyo chiquito interno en el bosque, muy fresco y floreado, lleno de vida y de tantas melodías juntas. Mágico. Le encantó.
—Su Alteza... ¿O no debo ser tan formal? —y la impresión del lugar quedó eclipsada. Se atragantó de golpe con la saliva. Sintió un bajón de la tensión y falta de oxígeno. Tosió sin reparo.
Tuvo ganas de vomitar de repente.
«¿Cómo...?».
—¿Cómo...? —fingió amnesia, ¿O demencia? Total, en su perspectiva, ambos términos son aplicables.
Teme. Aún con depositar su afinidad en Hotaru, teme que, al saberse su descendencia noble y ligada al trono, el mayor olvide la «amistad» que han creado para entregarlo a su hermano, para así cobrar la exorbitante recompensa que Kaigaku dió a por Zenitsu o mejor dicho Zenko. Por ello, desde que se enteró que el rey montó en cólera explosiva por recuperarlo y movilizó tanto a las tropas reales como a mercenarios de poca monta, se ha estado haciendo el desentendido del tema con un miedo perfectamente oculto, intentando lucir lo más tosco y masculino posible y así pasar desapercibido.
No obstante, siente que Haganezuka sabe más de lo aparenta y le aterra.
—Me ofende, Su Alteza, que crea usted que soy tan crédulo para no ver lo obvio.
—¿Ah? No entiendo de lo que habla —observó de lado a lado, nervioso, esperando un milagro que le librarse de caer en evidencia.
«¡¡AYÚDAME SEÑOR, RAIJŪ, APIADATE DE ÉSTA ALMA!!».
—¡Oh, yo confío en la gracia y la sabiduría de los Titanes! —exclamó con un tizne de devoción e ironía en la voz—. Y es curioso como suceden sus designios, ¿No es así? —continuó sarcástico. Zenitsu no supo que responder, aunque, Haganezuka no necesita respuesta alguna—. Fíjese usted, desaparece la princesa de Agatsuma el día que conoce a éste pobre mercader —finge pensar—. Mi humilde linaje me impide ostentar un título nobiliario, pero tonto no me caracterizo y considero demasiada la coincidencia para evitar no relacionar ese hecho con usted.
—Pe~pero... Es la prin~princesa y yo soy ho~hombre.
—Y recuerdo haberlo conocido vestido de mujer.
—Yo... Yo... —quedó sin argumentos para refutar, mudo.
—Si, si, si, muchacho, no te perturbes que tampoco hay que hacer escándalos —restó importancia, como si su linaje le importara menos de lo que vale un cobalto, dejando a Zenitsu turbado—. Lo siento, ¿O prefiere que le diga «Su Alteza»? No me dijo si le agrada ser tratado con propiedad o no, así que luego no se enfade —aclaró apuntado con el dedo, acusador—. No lo hice venir para hablar de asuntos que no me incumben, ¡Así que no me distraiga! ¿Ok? —«¿Yo? ¡Si apenas hablo!», pensó el rubio indudablemente ofendido—. Ahora bien, ¿Sabe usted qué es un Catalizador?
—¿Eh...? ¿Cataliza qué? —Zenitsu se mostró contrariado por el cambio de la conversación—. Eh... No, creo que no —titubeó confundido.
—Los Catalizadores son objetos ancestrales que se sincronizan a la arcana sin necesitar de rituales complejos, afín de defender a su portador ante una amenaza.
Proceso la información; por alguna razón su habilidad de análisis estaba retardada. Las palabras en su cabeza se oían con un lenguaje impropio, lejano a su comprensión, eso que, por su posición en la corona, ha aprendido varios idiomas por cortesía burocrática. Hasta que, pasado un par de minutos, cayó en cuenta a lo que se refería.
—Soy humano, mi arcana no alcanzaría el nivel adecuada para~.
—Se equivoca —frunció el ceño por su frustrada conclusión. Antes, allá en el Palacio del Catatumbo, su hogar, se consideraba una grave ofensa interrumpir su hablar; su palabra era oída, considerada y respetada, por supuesto, por todos excepto Kaigaku; ahora era desplazado como si fuese un ser ignorante, no el culto príncipe que es. Supone y ese es el precio de la libertad—. La Realeza Kuwajima ha mantenido su linaje intacto para no perjudicar el Don que corre por sus venas... Usted es un brujo como yo —y toda la frustración y molestia se disipó por tal revelación—, pero no como yo, Su Alteza, sino uno bendecido por el Todopoderoso Raijū; es un electromante.
Era increíble tal afirmativa.
Falacia es renegar del comportamiento que ha practicado su familia durante generaciones y despreciar la verdad en ello. Recuerda la historia, ¿Cómo no si de niño sus padres la relataban cada noche antes del accidente? Con misticismo hablaban de la leyenda venerada por Agatsuma, los orígenes del Reino, lo cual tilda de sólo eso: una leyenda, un cuento de niños.
¡Aún así, las palabras del enmascarado concuerdan! ¿Por qué otro motivo dos individuos que habían crecido como hermanos se juntarian románticamente? ¿Por qué era normalizado tal hábito en su Reino? ¿Por qué esas actitudes eran inculcadas desde infante como una necesidad?
En sus veintiún (21) años de edad no había reparado en ahondar en el asunto con mayor interés. Se mentiría a sí mismo por no aceptarlo. Bien duda que en todas las generaciones anteriores, no han de haber existido parejas obtusas a esta unión, obligados por el deber, reprimidos tan siquiera públicamente, en amar a un ajeno de la Casa Kuwajima y el único sentimiento por el otro es la complicidad fraternal.
Falacia, también, es negar esa posibilidad.
—Mi her... Kai... ¡Argh! El Rey es el único electromante de la familia... —vaciló evidenciándose. Ya no tenía la certeza de nada y continuar con su farsa sería un absurdo—, creo.
Previó a volverse el cruel dictador que es actualmente, Zenitsu admiró la habilidad que poseía Kaigaku para hacer gala de la bendición del Titán; él jugaba risueño en ese entonces. Era como si fuese nato del pelinegro manipular la electricidad. A diferencia del rubio que ni una chispa manifestó comparado con su hermano, quién, según cuentan, en el parto presentó fuertes descargas eléctricas.
Por ello Kaigaku era temido en Agatsuma, al igual que otros Reinos. Si, es cierto que las tropas en su mando intimidan a cualquiera, ingenuo sería subestimar el poderío militar de su nación, pero el poder del Rey es todavía peor y despiadado. Es casi divino para la consternación de los Devotos.
—Pues la herencia mística no sirve como usted imagina —dijo, restando importancia al tema—. Entonces, Su Alteza Real, por la poca fe en su arcana y el básico, por no decir nulo, conocimiento de las implicaciones, sospecho que no la ha entrenado, ¿No es así? —asintió en respuesta, simultáneo al mayor darle la espalda, irrespetuoso. Una vez más Zenitsu se ofendió—. Por consecuencia —de entre el follaje, oculto en matorrales, Haganezuka descubrió un cofre con ruedas de cedro muy bien cuidado, tal vez nuevo. «No había visto ese cofre en todo el tiempo viajando juntos, ¿De dónde lo sacó?»—, aún con un Catalizador, usted, jovencito, está a merced de bestias malvadas, así como los famélicos Demonios —destapó el objeto, dejando a la vista todo tipo de pócimas fluorescentes, minerales (piedras, metales desconocidos y gemas preciosas), flores exóticas y desperdicios de criaturas específicas—, así que, le regalaré una armonía.
—¿Una armonía?
—¿Sabe? Nunca he hecho esto antes —concertó inspeccionando el cofre—, sé que hay que invertir mucho poder para lograrlo... Jummm, ¿Que materiales uso? —sostenía frascos, rocas, metales, hasta garras y colmillos, concentrado en ello, mientras el rubio lo veía desconcertado—. Como lo que haré es muy complejo, ¡Duh! ¡Lógicamente se necesitan materiales complejos! ¡Es obvio! —Con una idea más clara o el pensamiento vago de lo que sería una, el enmascarado tomó un saco empolvado para verter su contenido en el suelo—. Carbón de roble consumido por las llamas de Drakantropo —explicó—. ¡Esta es mi armonía por cierto! De acuerdo a mi arcana, ¿No cree? —mostró un collar el cuál consiste de un cordón sosteniendo un semicírculo hueco de color negro—. ¿Pero qué hace? ¡No me distraiga, Su Alteza, que debemos terminar! Calladito, ¿Ok?
El menor boqueó.
En cambio, su guía disponía un grupo de rocas alrededor del carbón; un cortafuego. Piedras fatuas eran esas. Son un mineral costoso, semejante a la obsidiana, pero de un espectro morado, que incrementan el tiempo de vida de una llama. Son usadas para la iluminación en los hogares... Templos y Palacios sí vamos al caso.
—Señor... ¿Puedo saber qué hace?
Cómo en veces anteriores, no lo oyó o siquiera le interesó, se hallaba inmerso en erráticas acciones. Zenitsu vió suspicaz esos actos.
Haganezuka se arremangó las mangas de su túnica dejando a la vista una piel marcada por tatuajes de alguna tribu del Salvaje Aūdeom y arrancó el dije de aquel collar, para, mediante raros ademanes de mano, sus tatuajes brillarán haciendo que el pequeño objeto creciera hasta parecer un vajilla azabache de tamaño medio.
«Es cómo un caldero viejo».
—Fragmento mineral caído de El Empireo... ¡Adiós cariño! ¡Adiós inversión! —se lamentó dramático al colocar una roca tornasol en el interior del caldero. «Curioso», pensó el otro—. Polvo cósmico recolectado del Pico Colosus... —un polvo cristalino cuál vidrio, el contenido de un frasco, lo vertió junto al meteoro—, los Adoradores me colgarán de las pelota por malgastar su polvo —encogió sus hombros.
»Pétalos de glicinia, pluma de Thunderbird... —fue agregando materiales—, piel de basilisco vuelta latón... —tomó ésto último con un claro repudio usando el pulgar y el índice, ¿Y cómo no? Era piel muerta de un reptil y gallo a la vez, endurecida—, ¡Iugh! Que asco de animal... —sufrió un escalofrío o lo simuló—. Y, para que sea caro, ¡Cuatro (4) piezas de oro! ¡Ahora maravillate con las llamas boreales! ¡Ah! —arrojó contra el carbón un envase vítreo con una flama multicolor en su interior, generando una explosión de fuego que sobresaltó al rubio y casi quema al enmascarado.
Por el acto, éste último empezó a reír como un desquiciado, quizá nervioso por su falta de cuidado o, tal vez, la carencia de cordura.
—No entiendo nada —y allí, el menor, dudó de su seguridad junto a ese hombre.
—Eso fue premeditado, por supuesto, no un accidente, ufff nada que ver —mintió descarado con voz atropellada. Zenitsu asintió claramente en desacuerdo—. Para que la forja funcione necesito la conexión física con el portador, así que...
Un cuchillo apareció en su mano de quién sabe dónde y en un rápido movimiento, atacó al príncipe.
—¡Ay! ¡Oiga...! —hizo un corte superficial en su brazo izquierdo.
—Con su sangre bastará —una gota carmesí hurtado por la hoja de la cuchilla fue a parar sobre los materiales aglomerados en el interior de lo que nombró su armonía. Gustoso y aplaudiendo de satisfacción, el brujo hizo flotar con la mente el caldero, colocándole con telequinesis sobre la ardiente fogata. «¡Que emoción! ¡Que emoción!», pensó mientras veía como el calor hacia derretir los metales—. ¿No le parece emocionante? —volteó a su acompañante, quién observaba su brazo con espanto—. Dejémonos de tragedias que no se desangrara.
—¡Me cortó! —recriminó incrédulo.
—Ajá, si... —el príncipe le dedicó una mirada fruncida, colérico—. Arcana de Transmutación Mineral —exclamó de repente. Se intensificó la iluminación en los tatuajes tribales y con la palma de sus manos abiertas, el enmascarado apuntó al caldero, invirtiendo una especie de presión invisible—, Novena y Última Forja —los metales alcanzaron una temperatura súbita, al rojo vivo, fundiéndose los unos a los otros en un caldo ardiente—: ¡Presente de los Titanes! —conjuró con una voz estremecedora.
Fue así que en un torrente de energía proveniente del caldero, el líquido metálico entró en furiosa ebullición, burbujeante con tal fuerza que se tambalea sin control. Incrementó su brilló incandescente, según Zenitsu, como los mismísimos rayos de Raijū.
En su cautiverio, nunca ha sido testigo de una conjuración de arcana y menos una tan peculiar como aquella. Siempre lo aislaban de tales espectáculos. «Es muy peligro» decían y sin opciones se limitaba a vagar en su alcoba, pero ver cómo el contenido de aquel caldero, progresivamente, abandonaba su puesto para agruparse en una esfera a metros sobre él, se asombro.
—¡Wow! —podía sentir la fuerza que de allí emitía, tan íntimo, tan atrayente, como un imán al metal. «¿Ésto es lo que dicen sincronización?».
—Príncipe, aún no está completo, sólo falta una cosa —informó, pero notó tardío cuando lo tuvo de frente sosteniendo la joya en forma de rayo de su «Catalizador» entre sus manos.
—¿Qué har~? —de imprevisto y por primera vez en su vida, su cuerpo generó descargas eléctricas, una corriente que va de cabo a rabo por su anatomía, no tan bestiales como a Kaigaku, eso sí, pero no menos orgullosas.
—Con ésto será suficiente —soltó su collar, teniendo dominado en la mano una chispa, dinámica e impertinente, moviéndose sin control aparente—. Catarsis —recitó lanzando la chispa contra la esfera caliente.
Aquel fundido de materiales reaccionó, vistiendo electricidad como una bobina de Tesla. La energía a diestra y siniestra sobresaltó al más bajo y cuendo los rayos se dirigieron a él, el miedo lo embargó. No obstante, fue basta su impresión al ver cómo las chispas en su cuerpo se conectan con las impropias, como si fuesen partes de una. Lo sintió. La fuerza, el poder fluyendo, la embriagadora adrenalina, «Ésto sí es la sincronización», afirmó catártico.
El espectro amarillento de los metales a alta temperatura, fue tornándose pálido hasta ser un bola de blanco fluorescente. Su forma circular se deformó, luego se contrajo y empezó a moldear una nueva apariencia. Y al final, rompiendo la mística iluminación cuál quiebre de vidrios, surgieron las alas canelas, el pico y patas rubios de un hermoso pájaro de ojos dorados.
—Es un gorrión... —su mandíbula cayó. No dió cabida a lo que presencia. Fue tanto su estupor que obvio la desaparición de los rayos a su alrededor y el estado de shock de Hotaru a su lado—. ¡Que lindo! ¡Hola pequeñito! ¡Hola! ¡Yo soy Zenitsu!
~¡Y yo Chuntaro! ~habló el ave y Zenitsu lo analizó y lo proceso, todo en una ínfima de segundos.
—AHHHHH —sus ojos se abrieron de par en par, parecían salirse de sus cuencas—. ¿PUEDE HABLAR? ¡PUEDE HABLAR! —apuntó al animal atónito, impactado, desorbitado, desorientado—, ¿¡POR QUÉ UN AVE PUEDE HABLAR!? BUAHHHHHHH —y salió corriendo en círculos jalando las hebras de su cabello.
—Impresionante... Una armonía sintiente e inteligente... —dijo Haganezuka analítico, reiniciando sus funciones inteligentes, ignorando el escándalo del otro—. Simplemente extraordinario.
—¡Si, si, si lo que diga! —Zenitsu se escondió del gorrión detrás de la espalda del mayor—. ¿Yo que hago con eso ahora? ¿Para qué sirve?
~¡Oiga! No me trate como si no pudiera oírlo o un objeto ~amonestó. A lo que el rubio sólo pudo verlo suspicaz~ ¡Y yo estoy para defenderlo, Su Alteza Tarada! ~observó al animal con un exagerado gesto de indignación. Nadie, jamás, lo había insultado de tal manera ni con ese atrevimiento.
—¡TE DESPLUMO! —y corrió detrás del emplumado animal dispuesto a dejarlo sin alas.

Su silencio era incómodo.
El peso en su espalda le hacía revivir esos días de mandadero en los que cargaba sacos de frutas, sacos de ropa, sacos de madera, sacos de acero... Cualquier saco necesario. Fue un esclavo sin más ornamentación.
Y siente la presión creída olvidada, palpable aunque irreal. Le desagrada como un acceso en la axila.
A cada breve lapso dirige una mirada de soslayo, viendo consternado como su acompañante guarda un silencio perpetuo y una sempiterna sonrisa, tétrico si le preguntan, «Quizá, de tanto sonreír, los músculos de su rostro se pasmaron en ese gesto... ¿Será qué tiene calambres?», pensó con los nervios a flor de piel.
Hace dos noches que dejaron las ruinas pecaminosas a merced de la naturaleza, luego de atestiguar como Neith desataba la furia de sus hijos en La Sabana. Destruida por las bestias para ser borrada de la existencia por la propia Zoí. Fue siempre su destino.
Nadie la recordaría con ojos de añoranza, eso es seguro.
La cuestión recae en su viaje en corcel de regreso al Reino de Bablion, el paraje más próximo a las tierras Sin Reinos del Oeste, al Sur de La Sabana. Sus esfuerzos por tener una convivencia amena han sido rotundamente frustrada, por más que intentó establecer una conversación, bromear, compartir experiencias, y quién sabe, desarrollar un futuro romance (porque estaría loco al tomar abúlico la gracia de su acompañante), ninguna de sus artimañas surtió efecto.
Obtenía silencio, sólido e irrompible. Ni le ocasionaba ni una diminuta reacción atípica fuera de esa sonrisa espeluznante. Absolutamente nada. Era como si estuviese ante una estatua, insensible.
—Eh... —carraspeó llamando la atención de la fémina—, dígame, ¿Cómo usted, una señorita con su juventud —«y belleza»—, quedó ligada a Paladines renombradas como la Maestra Shinobu y la Maestra Kanae?
«Ésta despiadada existencia material es un intrincado entramado de causalidadades coincidentes; mil senderos que determinado por las decisiones, buenas o malas, conllevan a una misma meta, conectados con otros caminos y otras vidas y como dependiente del destino, los Titanes me han dispuesto el mío y yo sólo me limito a seguirlo, sin objeciones, sin resistencia, solo persistiendo, resistiendo y reviviendo los recuerdos bellos, para no caer en demencia», pensó, pero lo único que Murata obtuvo en respuesta fue la falta de palabras y un inclinado de cabeza.
Suspiró rendido, dejando caer sus hombros abatido. «Es imposible concertar una interacción sana, ay lloro...».
“Hace ya tiempo en el Preludio
La Dama traicionó a su Amor
Bajó feroz hacia la guerra
Y el Maligno Resurgió
Bestia cruel de maldad pura
Invadió sin piedad
Al pueblo de brillante as
De la pena no se logró salvar”.
Se escuchó una voz entonar una melodía bárbara, armonizando las notas con indudable precisión, sin desafinar ni mucho menos, como si se tratase de un maestro del canto, grave, acústico y resaltado por el eco del bosque. Era atrayente inclusive.
¿Será una sirena...? ¡Absurdo! No hay que ser un genio para determinar que el solo proviene de una voz masculina. Y los tritones no pregonan esa capacidad como sus contrapartes femeninas.
¡Oh! ¿Quién será ese que canta como los mismísimos ángeles? ¿O acaso es eso? ¿Un serafín perdido de su orquesta, lejos de su gente, de su pueblo, de su Reino? Un hermoso angelito alado, varado con la compañía de su música, de su sin igual melodía, en medio de la nada.
¿Quién es? Quisieron saber. Una necesidad mayuscula nació en su piel por descubrir al autor de dicho concierto privado que ellos, atrevidos, oyen fascinados, un anhelo por cumplirlo, un deseo irrefrenable. No saben si es obra de una arcana insidiosa o de algún efecto hipnótico, pero inconscientemente movieron las riendas guiados al orígen de la canción, al cantante; guiados a orillas de un río cercano.
“Arrasa tierras sin descanso
Aliado el Zeverux de él es
Y entre la muerte crece ejércitos
Conquistan, matan, sin cuartel”.
A metros interno en las mansas aguas del río, un hombre desnudo sumergido hasta la cintura con su ancha y atlética espalda en dirección a ellos, talla sus músculos definidos sin pudor alguno, arrojando líquido con sus manos para bañar su cuerpo, esmerado en su labor, ajeno a las miradas fijas en sus acciones.
O eso es lo que ellos creen.
Los músculos de la espalda de aquel hombre se contorsionaron por el movimiento de sus brazos, ante el indiscreto análisis, tomó agua entre sus manos para arrojarla en los largos mechones de su cabello azúl. Y dió la vuelta, dejando a la vista su torso marcado, entonando aún mientras avanzaba:
“Bestia cruel de maldad pura
Invadió sin piedad
Al pueblo de brillante as
De la pena no se logró salvar”.
Su canto finalizó y clavó sus ojos esmeraldas en aquellos que le observaban sin apartar la mirada.
A paso lento salía del río, en ningún momento despegó el contacto visual. La superficie del líquido fue desvistiendo su anatomía poco a poco. Surgió el ombligo seguido de piel y piel hasta dar acto de presencia el vello púbico de su vejiga, hebras azuladas que cubrían hasta la base de su virilidad, la cual, pese a su letargo, posee buenas proporciones.
Continuó saliendo para llegar a un punto que Inosuke no dejó nada a la imaginación. Fue allí que los espectadores cayeron en cuenta de lo que hacían.
Murata se escandalizó. Todo color en sus ojos se volvió negro, un abismo profundo y sus colmillos se extendieron de ex abrupto, revelando su naturaleza vampira.
Kanae resultó un poema. La sonrisa imperturbable en su rostro, esa que en años no ha cambiado ni un ápice, se convirtió en una mueca exaltada en un rostro rojo, abrumado, mientras sus alas de mariposa se extendían de manera involuntaria, iridiscentes.
Sorprendente para el pelinegro.
Inosuke pasó de ellos. No les dedicó ni el más mínimo interés. Anduvo descarado por la orilla, pregonando (o al menos así lo creyó el vampiro) sus atributos masculinos.
—¡Oye! ¡No es bueno que vaya por la vida exhibiéndose así como así! —reprochó apartando la mirada, sonrojado—. ¡Menos al frente de una dama!
—No me vean entonces —respondió despectivo, caminando en busca de algo en el suelo.
—¡Obvio no! ¡Nosotros no queremos estar viéndote las pelotas! —rebatió Murata, tenso—. ¡No seas presuntuoso!
El híbrido, concentrado en sus asuntos, recogía lo que sería una prenda inferior hecha de tela barata; unos pantalones desgastados. Ocultó su desnudes en ellos y calzó unas alpargatas.
—¿Y por qué lo hacían hace unos momentos, cuándo estaba dentro del agua? —superpuesto a su fornido torso, una especie de chaleco de piel peluda, parda, sin mangas y que apenas cubría la espalda, vistió su pálida dermis—. ¿Acaso veían mis pelotas? —clavó su profunda mirada sobre los pelinegro, desnudando el alma—. ¿Querían verlas?
Tal vez las palabras selectas poseen un alto grado de vergüenza para los espadachines, infecciosas como una saeta envenenada por la mortal toxina de una quimera; la realidad es que ni el tono desvergonzado de voz o el significado de lo dicho causó tanto revuelo como la intensidad de esas orbes verdes cuál bosque cándido.
Sólo esa ojeada estremeció la compostura de Murata y la estabilidad de Kanao.
Todavía más si fuera posible, el rojo en sus mejillas níveas se extendió a las orejas y clavículas, ambos apenados hasta la médula.
—N~no... ¡No di~digas esas cosas...! —reprendió el vampiro con voz tartamuda. «¿Qué me está pasando? ¿Por qué actuó así, si es un hombre... Con un rostro muy apuesto, ¡Pero es un hombre!? Yo nunca he tenido estás inclinaciones...», aspiró una bocanada de aire, intentando serenarse y disipar los pensamientos confusos—. En todo ésto, ¿Se puede saber quién eres tú?
Sus pectorales voluptuosos junto a su definido abdomen se elevaron con arrogancia, destacando aún más. Inosuke alzó la cabeza con una sinuosa sonrisa en su rostro. Muy orgulloso. Muy presumido. Muy gallardo.
—¡Pues escuchen atentamente y prepárense para alucinar! —dijo condescendiente, peinando su cabellera con un gesto seductor—. Tienen la dicha de estar ante el grande y fabuloso Campeón y Libertador de La Sabana... El grande y fabuloso Inosuke Hashibira —la presión en su mirada duplicó su intensidad, despertando piel que debería seguir dormida—. Ahora postrense súbditos.
—¡Yo no me voy a arrodillar ante un tipo tan egocéntrico como tú!
—¡Yo no soy egocéntrico, excremento con patas! ¡Yo soy Inosuke Hashibira! Te lo acabo de decir.
—...
Dato curioso. El híbrido, curiosamente, puede alardear de un léxico fluido de palabras complejas, expresándose con total desenvolvimiento en una conversación o discusión, en pro de su instinto. El habla le sale espontáneo. Aún así, ello no significa que sepa u comprenda el significado de muchas de esas palabras; sólo entiende de adjetivos calificativos sensacionales, más no los despectivos (eso que los utiliza) como lo son: «arrogante, egocéntrico, cretino, idiota, imbécil, convenenciero y entre demasiados».
—Ya... —ha Murata se le iluminó el rostro de entendimiento y dejó caer el puño derecho contra su palma izquierda, cayendo en cuenta de una revelación—, eres un inculto.
«No, no es un inculto, ha visto mundo. Es un espécimen de la naturaleza criado entre lágrimas y sufrimiento; un semental magullado por las heridas de la vida con cicatrices que lo han hecho formidable; un hombre magnífico, delicioso, sabroso, salvaje, cuya innata seducción, líbido magnético e inocencia apetecible de corromper causan que todo poro de mi cuerpo se active así sin más», le contradijo a Murata, observando que él, al igual que ella, estaban abrumados por la presencia.
—¡YA TE HABÍA DICHO QUE ME LLAMO INOSUKE HASHIBIRA! —gritó perdiendo la paciencia.
—PUES NO ME INTERESA —también elevó la voz—, ¡Y NO ME GRITES, SALVAJE!
—¡¡YO LE GRITO A QUIÉN SE ME PEGUE LA GANA, CUANDO SE ME PEGUE LA GANA, IMBÉCIL COLMILLITOS!!
—¿¡COLMILLITOS!? —se escandalizó indignado—. ¡Discúlpate animal exhibicionista!
—¡Tsk, yo no sé que es un exhibicionista! —cruzó de brazos y apartó la mirada, una actitud inmadura.
—Pareces un niño... —agregó el pelinegro, levantando una ceja.
—Claro que no —replicó de vuelta el íncubo-jabalí. Devolvió la vista y descruzó los brazos—. Si soy todo un hombre, ¿Que no me ves?
«¡Uff! Claro que te veo y te ví todito... ¿¡En qué carajos estoy pensando!?», se reprendió mentalmente por sus pensamientos embarazosos y fuera de lugar.
—¿Adónde te diriges, Inosuke? —de repente, una voz dulce tuvo acto de presencia, encantando al vampiro por su delicadeza.
Por primera vez desde hace tiempo, Kanae había roto su voto de silencio.
—La cara e' loca habló... —su atención se dirigió a la chica, curioso—. Pensé que era muda.
—¡Eres un falta de respeto! —Murata no podía dar cabida de lo irrespetuoso que se desenvolvía el peliazul, como si no hubiera tenido ni la más mínima pizca de educación. Inaudito—. ¿Cómo te atreves a dirigirte con tal majaderia ante guerreros reconocidos? —le gritó señalándole molesto—, Soy Murata y ella es la formidable, Kanao Kocho, somos Espadachines Místicos... ¿Es qué acaso no has escuchado de nuestra Orden?
—No —se rascó el oído, completamente desentendido del tema.
—¿Ah? —el espadachín recuperó la compostura con extrañeza, tomando color en la piel, replegando los colmillo y volviendo sus ojos a la normalidad. Observó consternado a su camarada y ella, a su vez, ocultaba sus alas—, ¿Pero si hace unos instantes entonabas una canción relacionada a los Demonios? —puntualizó—. Y si sabes de Demonios, sabes de nosotros—el peliazul sólo se limitó a encogerse de hombros.
Es bien sabida que La Orden de Espadachines Místicos no es enteramente conocida por todos en Kimetsu. Hay quienes creen, inclusive, que son mitos urbanos. Del este de Taisho al oste, de norte a sur, he inmediato a las islas en la región del archipiélago de Ōa, habían individuos escépticos.
Aunque así fuese y muchos renieguen de tales guerreros y tal amenaza creída ficción, los reyes y las cortes de los nueve (9) Reinos Originales, y los Reinos Emergentes, están al tanto de la problemática, al igual que los grandes Feudos. ¡Hasta colaboran con la causa!
Por consecuencia, han de haber rumores, pigmeos u extraordinarios, el que sea, pero cualquier comentario ha de haber sido divulgado, más en un lugar tan inmundo como lo fue La Sabana, sitio qué, según entendieron los viajeros de las palabras dichas por Inosuke, él provenía de allá. Sin embargo, contradiciendo el hecho, aquel ojiverde se presenta honestamente ajeno y es intrigante.
—¿Por qué yo debería saber de ellos o de su «Orden», sea lo que sea?
—¿Por qué es de grandes héroes que se han enfrentado a grandes males al rededor del mundo? —se preguntó, confundido.
—Tsk, no tengo ni una remota idea.
—¡No puedo creer que no sepas nada! —cuestionó suspicaz—. De dónde dices que vienes, es imposible que no hallas oído de los poderosos guerreros que somos los Espadachines Místicos o de lo terriblemente mortales que son los Demonios devora almas —acusó.
—¿Qué es «los Demonios devora alma»?
Esa pregunta, respuesta a sus palabras, casi hace que Murata caiga de su caballo. Quiso gritarle lo idiota e ignorante que era ese hombre, decirle en todas las lenguas que tenía en su conocimiento.
—Son infernales pesadillas sádicas maldecidas por la nociva energía negativa proveniente de un universo de caos y muerte, que se entretienen al encauzar sufrimiento indiscriminadamente en todo ser emocional, para deleitarse de su terror, de su desesperanza, de su agonía y así sumir a Kimetsu en una eternidad de austera mortandad en el que puedan regir fuera de la gracia de los Titanes —nuevamente, Kanao intervino. Esa vez con un matiz sombrío en la voz, un rictus en los labios y una mirada ida, mientras apretaba las riendas con fuerza—. Por ello existimos y luchamos, para evitarlo.
Murata se vió estupefacto por la faceta descubierta. «Esconde tantos sentimientos en esa sonrisa...». Desde allí empezó a ver a la guerrera con ojos empáticos. «¿Cuánto no habrá sufrido?», y se entristeció con el pensamiento.
—¿Has luchado con esos Demonios devora almas, Maraca? —la voz grave de Inosuke sacó al pelinegro de su estupor.
—¿Ah? ¡Ah! Claro, claro —asintió por puro impulso—... Un momento —hasta caer en cuenta de algo fundamental—. Mi nombre es Murata, animal, no Maraca —aclaró con el ceño fruncido.
—Entonces pelea conmigo y así sabremos quién es más fuerte —empuñó entusiasta enfocado en ello, obviando lo demás.
—¿Qué? ¡No!
—¿Por qué no? —chilló consternado, afectado en realidad.
—Porque no pienso rebajarme a tu nivel —dijo de brazos cruzados y la mirada indiferente, altiva, burlista, una condescendencia que hizo hervir la sangre del híbrido.
—¡Tsk, tú lo que eres es un cobarde! —un impulso nervioso atacó el ojo derecho de Murata ante la acusación, y jura sentir una vena palpitar en su sien, neurótico.
—¡Yo no soy ningún cobarde! —explotó en cólera—. Que te quede claro que he enfrentado a muchos demonios y jamás he huido, he —el pelinegro empezó así a enumerar los honores de sus actos valerosos siendo miembro de La Orden; relató de los enemigos terroríficos que ha enfrentado; alardeó de las personas que había salvado; ahondó en sus destrezas como espía encubierto en el Desierto de Aarames, en el Imperio Vespertino... Decía tanto, mientras Inosuke poseía una expresión de fastidio.
Y eso era lo que avivaba la molestia del espadachín.
—¡Cállate, idiota y pelea! —demandó aquel Íncubo-jabalí con una notaría prepotencia.
Cómo el vampiro quería tomarle la palabra, ¡Cuántas ganas no tenía de reventarle su perfecta cara a golpes! Pero se abstenía, debía hacerlo, mantenerse calmo y ecuánime, sin flaquear, sin caer en tentativa, por más deseos que su cuerpo le exigiese. Luchaba consigo mismo, es impresionante su fuerza de voluntad.
Y Kanao se percató de ello... Si seguían así, tarde o temprano Murata e Inosuke entrarían en conflicto.
—No puede —y volvió a romper su silencio para interceder en las exigencias del ojiverde. «En éste día la voz ha salido, mañosa, por cuenta propia. Las circunstancias lo exigieron... Ni con mis hermanas he hablado tanto»—. Nosotros como Espadachines Místicos hemos jurados jamás usar nuestras habilidades adiestradas contra civiles o algún compañero —informó plácida—. Sólo damos todo, hasta la vida, contra los Demonios.
Puede que sea un juramento banal, si se piensa que en dado caso algún maleante con una arcana peculiar ponga en riesgo a un espadachín. ¿Qué va hacer él? ¿No defenderse? Obviamente se debe proteger, responder al ataque de ser necesario, pero nunca sin privar la vida o abusar de su poder. Ellos tienen bien inculcado el valor del honor y la justicia.
Además, permitir que Inosuke y Murata luchen sería por mero deporte. El peliazul, sin ufanar su capacidades, es claramente un fuerte peleador que al proponérselo puede ser un peligroso adversario. Murata, a pesar que no goza de una masa muscular semejante al otro, es un experimentado espadachín y aunque su verborrea de logros parezca ridícula, los tiene bien merecido. En conclusión, una pelea entre ambos no sería bueno ni bonito, si toman en cuenta que podrían echar al pelinegro de La Orden por incumplimiento del juramento.
Por ello el vampiro respiró hondo y se serenó. Se niega a cometer algo que luego se arrepentirá.
—Tiene toda la razón, Srta. Kanao —movió las riendas, colocando al equino de costado con la atención en la mujer—. Debemos seguir adelante, hay una misión que cumplir —le recordó a lo que ella asintió de acuerdo. Después llevó su vista una vez más a Inosuke. «¿Qué le pasa?», se preguntó al ver cómo el hombre se veía absorto, sumergido quizá en pensamientos y era extraño, era como si su cuerpo se congelara completamente para cumplir esa función, como si su cognición se desconectara y dejará de estorbar al razonamiento—. Que raro —susurró—. Cómo sea, hasta nunca, animal.
—¡Ya sé! Jajajaja —en un veloz movimiento suyo, el gladiador estuvo aun lado del caballo de Murata, tomándolo por sorpresa.
—Oye, qué~. ¡Bájate en éste mismo instante! —de un salto se había montado en el lomo del corcel y acomodado en la silla, apegando el cuerpo al ajeno, pelvis con pelvis, pecho con espalda, boca con nuca, demasiado cerca, demasiado unidos—. ¿Qu~qué haces...? Alej~aléjate de mí —apenas tartamudeo sofocado, cuando el musculoso brazo derecho del salvaje actuó con una velocidad apremiante, arrebatando las riendas del caballo de las manos inestables del vampiro, dominando aún más su espacio personal.
Lo enclaustro entre su herculeo físico y le aturdió el juicio por la nula distancia. «Caliente... Demasiado calor, UwU, frambuesa... Caliente, mermelada, UwU», era como si estuviera intoxicado.
—¡Muy bien, Canoa, tú ve adelante y guía! —ordenó—. ¡Yo te seguiré! ¡Me convertiré en un Espadachín Místico y le patearé el culo a todos esos Demonios fascistas!
Kanao no podía apartar la mirada de ambos hombres. Verlos así, extremadamente juntos, ceñido el uno al otro, siente como un calor impropio se apodera de su cuerpo de abajo hacia arriba. Su respiración se altera, su concentración se nubla y suda. ¡Era desesperante! Envés de estar incómoda por la osadía del peliazul, observa con atención, analizando cada minúsculo acto; cómo el cuerpo de Murata sube y baja ante su hiperventilación; cómo Inosuke casi cubre al más chico; cómo saltan por los esporádicos movimientos del caballo; cómo contraen sus músculos; ¡Veía todo con sumo detalle...! La lascivia en la cercanía, la dominación de los masculinos... ¡Le parecía malditamente erótico!
»¡Capao! —el híbrido chasqueó los dedos frente a la cara de Kanao, haciéndole salir de su lapsus.
—¿Ah? —exclamó confundida.
—¿Oíste lo que dije? —preguntó con un gesto molesto, al parecer no le gusta que lo ignoren. Ella negó avergonzada de la película mental que se había inventado, atípico en su comportamiento. A lo que él bufó disgustado—. ¡Presta más atención, mujer! Dije que guíes, iré con ustedes ha volverme Espadachín Místico.
Los ojos lila del hada no se pudieron haber abierto más de lo que los abrió. «¿Hablá enserio...?», pensó preocupada.
Aclaremos, le tiene sin cuidado su inclusión, pues, algo dentro de ella le dice que será un gran aliado, sino que le aterra el destino del camino que les depara. Aún les queda mucho por recorrer, juntos, los tres (3) solitos y siente que algo se avecina. Sabe que dijo que estaba de acuerdo con lo que dispusieran los Titanes, pero ahora anda en una encrucijada. Se contradice.
Y bien fundamentados estuvieron sus presentimientos.
Puede ser que lo haya previsto, como una vidente o una bruja, dicho vulgar. El hecho es, que en ese viaje, aunque relativamente corto, traerá consigo fuertes interacciones que marcará a éste trío singular. ¿Qué ocurrirá?

El murmullo de la brisa acaricia sutil cada rincón de aquella modesta habitación, un flujo delicado, contínuo, apenas perceptible, pero refrescante.
Los suaves aromas a infusiones de plantas inundaban la alcoba. Lavanda, canela, manzanilla, hierbabuena, eucalipto; la reunión de olores en sus fosas aéreas, agradables, sobrecogían el cuerpo de aquel solitario individuo, extasiado, hincado y cabizbajo, con ojos cerrados y manos recostadas en la superficie de un futón caqui, encorvado en una parábola respetuosa, recitando a voz monocorde, devota, oraciones de protección, salud y voluntad frente a un altar condecorado por la representación dádiva de diez (10) excelsos relicarios.
Flanqueados por cinco (5) ceniceros de cuarzo arcoíris, lugar de orígen de los respectivos aromas que pululan en la habitación; y cinco (5) velas cuyas llamas magenta danzan al son del ritmo del viento, plácidas e hipnóticas, un seductor movimiento sinuoso; sobre la superficie rocosa de un podio solemne con forma de espiral doble, una galaxia, reposan las estatuas en miniatura de las Todopoderosas deidades que dieron forma y creación a lo existente, al infinito universo... al mundo de Kimetsu.
Aún postrado, incapaz por mucho que desee alzar la mirada, jura sentir como los Titanes le observaban con sumo interés, atendiendo, quizá, a sus oraciones. Le bendicen con su presencia.
O eso quiere creer.
—Pido disculpas por interrumpir tu estado de supraconsciencia, hermano —reconoció la voz grave a su espalda sin necesidad de voltear.
—Sabes bien que todavía no he logrado el corpus astral —dijo, aún con vista al altar, obtuso en irrespetar a las excelsas personalidades al marcharse enseguida—. Arckenv Empireo Tittaw —recitó dichas declamaciones de despedida en un susurro neutral y con una reverencia, se puso de pie.
—Estás en lo correcto, justamente —aceptó con una mirada condescendiente—. ¿Pero ello desmiente el hecho que tú y sólo tú, eres el novato más allegado a la inducción? —pese a ser una interrogante, su voz no contuvo ningún ápice de duda. Una afirmación camuflada, con un leve e inconfundible aroma a vanidad e idolatría.
Se volteó y encaró al menor.
Él con veinte (20) años, apenas sí reconoce a su hermano, ahora con dieciocho (18). Él cambió muchísimo, tanto en el físico como en su personalidad.
Ante sus ojos, su hermano había crecido bastante. Su cabellera azabache destaca por su ondulado volumen, mal recogida en una coleta alta, desaliñada, que brilla con la intensidad de una perla negra. Aquellas joyas carmesí que antes lucían en un lienzo blanco e infantil, destacan por la rigidez con la que ven, endurecidos por el paso de los años, en un rostro tosco, rebelde, fruncido pese a sentirse relajado. Ganó estatura y corpulencia, dejando la niñez atrás para volverse un hombre hecho y derecho, viril y fornido, pero inmaduro.
Dejó de ser ese niño intenso que le discutía para llamar su atención y que le seguía incondicional por todas partes, lo sabe perfectamente. Sin embargo, todavía palpita firme esa lealtad, afecto, compañerismo y apoyo mutuo que se les inculcó con amor.
Le dedicó una mirada amistosa y sonrió con gentileza.
—¿Necesitas ayuda en algo, Takeo? —se ofreció con ánimo desbordante, eludiendo la pregunta con otra, nada sutil, descarado. El pelinegro rodó los ojos por el acto.
—Yo, nada —aclaró—. El Maestro Urokodaki solicita discutir asuntos en persona con todos los prospectos.
El burdeo afirmó con un asentimiento lento de cabeza, emitiendo un aura pasiva, tácita y estática, nada violenta, concertada por esa expresión de serenidad inscripta en sus facciones; un estado sin lugar a dudas aburridisimo para la perspectiva del menor.
Takeo bufó por el gesto que le dedica su familiar.
—Pues no lo dejemos esperar —emprendió rumbo aún con esa sonrisa plasmada en el rostro, a sabiendas del disgusto del menor.
—La modestia es una virtud increíble que muchos deberían hallar —dijo cuando el mayor alcanzó su distancia, hombro a hombro—, pero es absurdo despreciar lo que se ve a simple vista y de lo que deberías sentirte orgulloso —ambas miradas se hallaron.
Takeo siempre ha poseído un carácter fuerte e indómito; terco indudablemente y lo ha mantenido. Ha forjado sus propios conceptos y principios a raíz de su percepción de la experiencia, sólidos e independiente a las decisiones que haya llegado a tomar el mayor de los hermanos. Muy a pesar de éste.
En un principio, Tanjiro trató en vano de inculcar en su hermano motivaciones de una vida cálida, ajenas a un carácter bélico, vendiendo y revendiendo cada que pudo el concepto idílico de forjar una familia: paz, alegría, mujer e hijos. Aunque él mismo haya tomado la decisión de ser miembro, cueste lo que cueste, de esos Espadachines Místicos del que Saburo, en su tiempo, llegó a nombrar; jamás pretendió arrastrar consigo al menor.
Siempre procuró lo mejor para Takeo.
No obstante, la determinación inamovible con la que se vistió, impulsó sus deseos por proceder junto a su hermano, a su par, su igual; ser lo que él aspira y anhelarlo también, alcanzar lo que él ambiciona y esforzarse a su vez, vestirse en combates como él y procurar justicia a todo aquel; tomó una conclusión inapelable a lo que el burdeo sólo pudo persignarse.
Lo vió sangrar y llorar. Crecer y aprender. Por más apremiante que le pareciera el entrenamiento por el que atravesaba, ambos, y del que un niño a su edad no tenía necesidad de sufrir, respetó su compromiso, se resignó durante años, cuatro (4) desde el deceso de su familia, cuatro (4) de haber conocido al Espadachín que les salvó, cuatro (4) de haber llegado al Reino de Wisteria y ser acogido bajo la tutela del ilustre Maestro Sankoji Urokodaki.
Era quién era y debía aceptarlo.
—Padre alguna vez dijo que el ego y la confianza son comportamientos similares, pero muy diferentes —contó al reanudar sus pasos y rompiendo el intercambio visual, mientras era seguido de cerca—. La vanidad hace de los hombres impertinentes y descuidados, ¿Sabes? Como un castillo deslumbrante, cuyo único bloque mal puesto en su estructura, eventualmente ocasione su colapso —le dedicó una mirada de soslayo, una expresión divertida, como si de burla se tratase. Insólito para Takeo ver tal gesto en Tanjiro: la persona más empática y gentil que alguna vez haya conocido—. Y yo confío en mis habilidades, pero no me vas a ver haciendo alardes de ellas, hermanito.
Quedó mudo. ¿Qué decir ante la actitud inesperada? Ni en sueños desquiciados hubiese anticipado tal acomdedia del burdeo. ¿Acaso se golpeó la cabeza? ¿O la mezcla de aromas herbales le infundió un estado alucinógeno?
En cuanto a Tanjiro, congraciado de haber consternado a su hermano, una sonrisa disimulada le adornó sus labios. «Quizá así capte el mensaje» pensó entre jocoso y apremiante.
Atravesaron el umbral de la capilla, recibiendo un panorama plagado de belleza encomiable.
Un abundante conglomerado de árboles de glicinias bordea el lateral izquierdo de la montaña, al norte de su ubicación; creciendo a hectáreas por detrás de la capilla y extendiéndose hasta más allá que puede presenciar, dando forma a un impresionante océano rosado. Magistral. Su embergadura se interrumpe a la vista por un conjunto de inmensas estatuas en fila, guerreros antiquísimos inmortalizados en roca y el principio de la edificación imperial que ha albergado durante los últimos años.
Despreocupados, ambos hermanos rodearon un jardín de tulipanes cuidado con experta dedicación y siguiendo un sendero de adoquines, volvieron al espacio abierto del Palacio.
La cálida mirada del pelirrojo recorrió el campo de extremo a extremo, ensoñador.
La maravilla arquitectónica de un Palacio Imperial se cierne sobre ellos. Inmenso. El jardín posterior dónde yace la capilla y está más en comunión con el bosque de glicinias, antecede al área de entrenamiento: un campo al aire libre interno y resguardado en sus murallas. A la zurda del campo que carece de paredes laterales, destacan estatuas de mantícoras cabalgados por jinetes armados con espadas, lanzas y arcos, apuntando hacia el exterior, ubicados al borde de una cascada que fluye de la cima, recorriendo por bajo la fachada del suelo y cayendo al vacío. De frente al campo, se eleva la imponente contrucción que alberga a cientos de aprendices; muros de rocas metamórficas grabadas con trazos místicos y esotéricos, pintados de blanco y dorado con lirios ornamentales, constituyen la estética trasera del castillo, nada sorprendente a su anverso.
—¿Dónde nos espera el Maestro Urokodaki? —cuestionó el burdeo sin apartar la mirada de adelante.
—En el Salón del Caleidoscopio.
Asintió apenas oyendo.
Su atención estaba enfocada en los grupos de jóvenes que entrenaban sus habilidades al combate, esmerados en su labor. Sintió nostalgia. Se sintió identificado.
El recuerdo de sus días de instrucción retornaron a su cabeza, tan vívida película en su mente.
Aún recuerda aquel lejano y vil invierno, frío e implacable. Páramo árido dónde sus sueños y felicidades hallaron eterno descanso. El peor invierno de su vida.
En ese entonces, el luto de la pérdida eclipsó sus días y sus noches. Aún revivirlo le pesa en el alma.
Recuerda aquel vacío en su pecho y el dolor incesante que sintió bajo las miradas de lástima que le dedicaron los aldeanos de ese lugar que vio nacer uno a uno a los que fueron integrantes de su familia: sus hermanos después de él.
El rumor de la masacre en su hogar se corrió como río embrevasido en la aldea y sus adyacentes. Dijeron de un asesino portador de una arcana siniestra que mataba por mero deporte, dijeron de una criatura sanguinaria que aterrorizaba otras aldeas, dijeron de un grupo tribal de caníbales, dijeron de espíritus errantes que para continuar diambulando en este plano han de jactarse de almas; dijeron tantas cosas, a veces fuera de la realidad y otras tan próximas, pero en el que todas y cada una culminaba de igual manera: homicidio múltiple.
Empatizaron con los hermanos. Tanjiro, aún en su depresión, recuerda haber recibido la ayuda de sus conocidos. Facilitaron alimento, mantas, un corcel de nombre Boris y todo lo que pudieron haber necesitado. Aunque no fue mucho, fue lo suficiente para que él y Takeo alistaran esa carreta vieja donde vendía carbón, para emprender su viaje al Reino de Wisteria.
Un recorrido que en circunstancias ordinarias debería tomar cuando mucho dos semanas desde su ubicación, se prolongó casi un mes, gracias al incipiente invierno que incorregible dificultó el avance.
Aunque no volvió a encontrarse cara a cara con un Demonio y aún en la actualidad no ha vuelto a ver a otro, Tanjiro sabe que ese peregrinaje en el que recorrió junto a su hermano fue peligroso. Partieron de Agatsuma, atravesando lugares icónicos del Reino como su Capital, el Valle del Lobo, la Ruina de los Devotos y otras tantas. Superando dificultades a falta de suministros, a veces con la ayuda desinteresada de terceros, arribaron a los Reinos de Valoran y Tempestro; conocieron parajes hermosos, exóticos, sagrados y atemorizantes, todos imponentes; como las aguas serenas del Lago de Cristal o el terrorífico Cañón de las Sanguijuelas.
Cuando al fin llegaron al Monte Sagiri, allá en el extremo lejano de Wisteria, allá en la cadena montañosa de Atlas, descubrieron una aldea tan poblada para ser una ciudad.
La primera impresión fue el asombro, ¿Cómo no? A pies del Sagiri, la montaña más alta en esa parte del Atlas, así como el Titán homónimo que une al cielo y la tierra, cuyo aliento ciclónico causa céfiros y sus pasos estremecen al suelo; destaca los hogares de cientos de familias escalando por su ladera, concluyendo en la arquitectura de un increíble castillo.
Níveo como las nubes, casi en la cima tal cuál, recuerda presenciar un palacio magnífico con dos imponentes estatuas de caballeros hincados, devotos, armados de Claymore y Alabardas, ubicados en los laterales de la siempre abierta puerta levadiza como pilares al muro de roca; soldados a la orden. Fue tanto su estupor que le impidió increpar en las heráldicas de su diseño, sólo atinó ver un vitral hermoso, boreal, resplandeciente, en forma del Blasón Real: la flor de glicinias.
—Los estuve esperando —había dicho una voz al apenas ingresar al Templo—, jóvenes, veamos si tienen lo necesario para ser Espadachines Místicos.
Así conocieron a Sankoji Urokodaki, el gran maestro de los humanos en el arte de la arcana. Uno de los pocos guerreros con el conocimiento ancestral. Un hombre entrado en años vestido con una túnica celeste y una máscara Tengu borgoña, armado con un Flissa puntiagudo, y vasta sabiduría, les recibió amnostico, predispuesto a ponerles a prueba.
Desde entonces, Urokodaki, los instruyó al arte del combate mano a mano: estilos marciales, conocimiento práctico de diferentes biomas, agudeza mental, estrategia, manejo de armas (blancas y de fuego); las enseñanzas adquiridas en la batalla se amalgamaron a las constantes prácticas de la supraconsciencia y la armonización material, cósmica, titanica; la magia en su esplendor general o la conocida arcana.
—Maestro, usted puede explicarnos con profundidad lo qué es la arcana —preguntó el pelirrojo una vez hacía tiempo, sin poder acallar su curiosidad—. A diferencia de mis compañeros, mi hermano y yo no la conocemos.
—ARCANA... es como se le llama a la energía esencial que existe a nuestro alrededor —le había dicho luego de un prolongado silencio—. Las plantas, los animales, el aire, el agua, los seres inteligentes... ¡Todo en el universo fue dotado de arcana! Un presente de los Titanes —en ese entonces, ante la mirada asombrada de sus prospectos, Urokodaki hizo una demostración creando agua de la nada como una serpiente que repta por su brazo—. Es dañina, aunque benigna; da y también quita, ¡Es mística y ancestral! Y es diferente para todo aquel aunque compartan características —mientras hablaba, el agua tomó diferentes formas; una esfera; un jarrón; una rosa; un hipopótamo; una espada... Lo hacía con ademanes sin ningún tipo de oposición, controlando el líquido con fluidez—... La única arma contra la Negatividad —y en un chasquido, hizo caer una breve lluvia bajo la ensoñación de los menores.
Posterior a lo que fue esa conversación, los estudios continuaron con mayor intensidad que en el pasado, al menos para Tanjiro, quién adquirió una actitud proactiva, esforzándose día y noche por mejorar a partir de ese entonces.
Y todavía busca crecer, avanzar.
De tal manera, ese bastión enfocado al adiestramiento de humanos, la raza con la peor receptividad a la arcana, han surgido jóvenes competentes para acoplarse en las filas de los Espadachines, «Como los miembros de mi generación».
Abandonando el ayer, los pasos del hoy llevaron a Tanjiro y a Takeo a su destino... una recámara extensa, interna en las inmediaciones, decorada con soberbios artilugios y pinturas, dueña de un patrón estrellado de mosaicos en el suelo y jugando con una iluminación de tonos cálidos y fríos en una fusión heterodoxa, enardescente, movibles por la trayectoria del Astro cuyo fulgor sobre el enorme vitral límite de fondo, forma el espectáculo y la ilusión de hallarse en medio de un caleidoscopio multicolor.
A ello el nombre de la habitación.
En medio del salón, justo debajo de la cascada de colores que le da personalidad, se hallan cinco (5) personas, cuatro (4) de ellos sentados en fila frente a Urokodaki y a la espera de la llegada de los hermanos.
Con un silencio inquebrantable, los ojirubí tomaron debido asiento con la atención centrada en el maestro.
—Hace dos mil quinientos (2.500) años —empezó relatando—, en plena Era Rihukiu, Muzan Kibutsuji, hambriento de poder, acudió a Los Caídos para obtener eterna energía y ser capaz de cumplir sus megalómanas ambiciones... Desató El Caos del Universo Negativo en Kimetsu —entre nubes húmedas, el Ilustre Maestro levita en el aire, contando con voz solemne y plausible—, pero algo salió mal.
La nube en la que reposa empezó a llover y con un movimiento de su mano, borbotones de agua bailaron a su alrededor, simultáneo a un grupo de tentáculos, curiosos, jugar entre los prospectos, explorando.
»Dicen que se equivocó en el ritual, dicen que la Negatividad fue basta para corromperlo; tantas especulaciones, pero nadie afirma con certeza lo que ocurrió en aquel nefasto día —asegura—. Lo cierto fue que, para mantener e incrementar su poder, una maldición le obliga a consumir almas —revela impasible. Inmediatamente, los tentáculos y borbotones cayeron formando un charco estático—. Eh inició la Era Obscura.
En un ademán de mano, el maestro hizo del charco una película. Muñecos en miniatura hechos de agua; dragones, magos, caballeros, grifos, ogros, ¡Reinos enteros! Entre muchas otras imágenes fueron apareciendo, mostrando a detalle una sangrienta guerra, dónde dos bandos se enfrentaban a muerte.
»Durante cien (100) años, el ejército de Muzan creció, se multiplicó y cada uno sin liberarse de la misma maldición —el bando con mayor fuerza, los Demonios, consumían y devoraban a gente inocente, destruían aldeas, causaban sufrimiento—. Pretendieron gobernar a Kimetsu, doblegarla en su yugo y casi lo logran —en medio del escenario emergió una garra gigantesca, destruyendo todo a su paso entre terremotos y ríos de sangre—, sino fuera por la irrupción de nuestros creadores: los Titanes.
El agua cayó nuevamente, ahora cristalina cuál espejo.
»El Astro Rey, Odín, y la Dama, Iah, concibieron a su hijo por nosotros —en el reflejo del líquido, por primera vez, aparecieron los Titanes que jamás se tocan y jamás se ven, convergiendo, uniéndose, amándose. Iah sobre Odin, la noche ardió, dando orígen a un eclipse lunar, el primero de su tipo—. Eklipto nació y en la furia de su claroscuro regresó la esperanza perdida —el agua regresó a la nube y la condensación desapareció—. Él, misericordioso, dejó un regalo ante los derrotados hijos de sus padres, una posibilidad para sus hermanos, una fuerza contrapuesta a la amenaza que hizo retroceder a los Demonios y casi vencer a Muzan... Él dejó la armonía.
Caminó frente a sus prospectos, estoico.
»Desde ese entonces, cada cinco (5) años, los Titanes, Odín e Iah, convergen en el lecho y Eklipto los suple por unos instantes —lleva sus manos en la espalda, señorial—, un fugaz momento en dónde a cada guerrero digno le da una armonía única a su arcana —culminó el relato, observando los rostros de sus discípulos y las diferentes expresiones que denotan el comportamiento—. Hizashi Yamada, Shōta Aizawa, Hisashi Midoriya, Makomo Tomioka, Takeo y Tanjiro Kamado; El Palacio del Eclipse es el destino, allí deberán demostrar su valía ante el titán —cada uno levantó la mirada con clara determinación—. El Regreso se llevará acabo y la Selección Final ha de ser la prueba que deberán superar.
»Sean valientes, alumnos míos, recuerden que la oscuridad no es totalmente mala y la luz totalmente buena —asintieron, ignorando que, detrás de aquella máscara Tengu, los ojos de Urokodaki, sabios y experimentados, no apartaban la vista del pelirrojo, fijos en sus altas expectativas.
(...)
“Estimado Maestro, Sankoji Urokodaki.
Espero con el corazón que goce de buena salud e inmensa prosperidad.
Acudo a usted con todo el respeto que merece un ilustre Espadachín de su categoría y aunque lamentablemente no tuve el placer de tenerlo como instructor, la fama en sus días de gloria le precede, al igual de su buen criterio para incorporar guerreros audaces en la Orden. Y, con las maravillosas referencias que el amor de mi vida, fiel alumno a sus doctrinas, da de su talento para descubrir joyas, no dudo en haberme dirigido a la persona indicada.
He conocido a dos jóvenes hermanos, con su familia asesinada cruelmente. La matanza vino de la mano del mismísimo Muzan Kibutsuji, lo cual de antemano ya es muy raro para dejarlo pasar. Están muy dolidos, sé bien lo que el luto llega a causar, de todos modos vi en ellos la determinación por obtener justicia, ví potencial.
Aparentan ser humanos comunes y corrientes, sin nada especial a simple vista, aún así noto algo diferente, algo increíble. Llámese corazonada o intuición, pero presiento que esos jóvenes esconden más de lo que siquiera ellos mismos son capaces de vislumbrar en cualquiera de los sueños más ambiciosos que puedan tener, tan significativos para que Muzan, después de quinientos años de haber huido de su prisión eterna, salga de su escondite. Le ruego que los entrene o que al menos los juzgue y les de una oportunidad. Tengo fe en que no le defraudarán.
Con su debido respeto,
Kyojuro Rengoku”.
~•~•~•~•~
Asistentes Administrativos, me disculpo. Fue muy largo el capítulo, lo sé, es que ufff las cosas se fueron un tantito de la tangente. ¿Qué les pareció? Si gustan, déjenme aquí sus opiniones, me complacería saberlas.
Fue un capítulo lleno de muchas revelaciones, emociones heavys e información de importancia. Jejeje Aunque estaba tratando varias perspectivas de la historia, intentaré no hacerlo tan largo en un futuro. I promess.
Sin más que decir, Dobles A, si les gustó el texto, porfa, voten, comenten y compartan.
Un besote y hasta luego 💖
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