IV. Alcanzar la Libertad. Part-2
«¿¡MATRIMONIO!?».
Zenitsu se escandalizó mentalmente. Sintió náuseas. Sintió que el suelo bajo sus pies era sacudido por un temblor despiadado. Quiso gritar. Quiso negarse a la barbaridad que sus lindos oídos habían escuchado, «Pero hay peores condenas que la muerte», ergo, la furia de Kaigaku por el rechazo.
Guardó silencio, aturdido por la revelación.
¿Cuándo su hermano se lo propuso? Ni siquiera le consulto o informó con antelación. ¡Y LO OFICIALIZÓ!
—¡Usted no para de sorprenderme, Su Majestad! —clamó quién sabe quién con júbilo—. ¡Una unión sólida refuerza su imágen ante el pueblo y los Reinos vecinos! —continuó elogiando sin mesura para el disgusto del rubio—. ¿Y qué mejor opción que la princesa Zenko Kuwajima?
Dichas estás palabras, las voces de los señores feudales no tardaron en hacerse oír. Felicitaban a la joven pareja utilizando oraciones tan elaboradas sacadas del enorme repertorio que miembros de la alcurnia gozan con poseer y hacer gala cada que pretenden ufanar su porte hacia sus iguales. Adulaban al monarca con veneración y jactancia dedicando deseos que a oídos de Zenitsu se les hicieron vacíos e hipócritas.
Es un hecho que tan sólo anhelan congraciar con Su Santidad Real.
He hicieron silencio. Fue la mano alzada de Kaigaku que impaciente aplacó el alboroto.
—Lords Cardinales —se dirigió a los miembros de buena familia en su reino—, la asistencia de cada uno de ustedes, fue un básico protocolo para legitimar mi boda —desdeñó con prepotencia, haciendo enrrojecer la cara de muchos con molestia—, así que ya pueden desalojar mi hogar y cuánto antes mejor. Debo atender asuntos de suma prioridad con la Corte Real.
Acatando el dictamen de Su Majestad, uno por uno, el salón se fue desahogando, pronto abandonando las inmediaciones del impoluto Palacio del Rayo, hasta que ya no hubo ninguno.
»Distinguidos miembros de la Corte, aguarden en la sala de juntas, debo conversar con mi querida prometida —«¿PROMETIDA? TODO ÉSTO ESTÁ PASANDO EN SERIO. ¡QUISIERA QUE AHORA MISMO SE ABRIERA LA TIERRA Y ME DESECHARA EN LAS FAUCES DEL INFRAMUNDO!», se alarmó. Y entonces comprendió tan ostentoso vestido que el mismo Kaigaku le exigió usar... ¡Estaba luciendo a Zenitsu cuál objeto!—. Querida Zenko... —un escalofrío le obligó a voltear
El azabache se hallaba tendiendo su brazo para que el rubio se sostuviera, mientras le observaba fijamente con una mirada profunda, poco agradable. Cayó en cuenta. ¡Se había concentrado tanto en su monólogo interno que no notó que Kaigaku le está esperando!
Maldijo internamente su despiste.
—Lo la-lamento... —se aferró con premura a su hermano.
Tragó grueso, haciendo acopio de las fuerzas que le abandonaron para seguirle el paso.
Zenitsu despedía nerviosismo en cada uno de las acciones que debían ser orgánicas, cuál forzaba. Su sudoración le hacía pegar la tela de sus guantes, al igual que la de sus pantis. Agradece tener tanta ropa encima para que ésto pasé desapercibido. Segregaba demasiada saliva y todavía no comprende cómo no se ha ahogado de tragar más de la cuenta. Parpadea y parpadea, y sigue parpadeando, frenético. Aguantó de repente la respiración. Estaba en pánico.
Teme la reacción del mayor, es innegable, pero lo peor, lo que le tiene intranquilo, es que no actúa, agrede, demuestra alguna emoción... camina a su lado con pasos poderosos, aparentando serenidad.
«Pero está furioso... Lo sé. Lo oigo».
Quizá esté exagerando, ¿Verdad? Posiblemente esté siendo trágico y Kaigaku se halle plácido, envés de explotar en cólera, ¿¿Verdad?? Tal vez, en un remoto caso, confundió la realidad con las pesadillas y soño lo que creyó vivir en el salón del trono ¿¿VERDAD??
Que el azabache no haya hecho ningún desplante, lo tiene alterado.
Ansioso, observó a una que otra guardia cumpliendo su labor en zonas específicas del Palacio.
Eran mujeres aguerridas, poco femeninas que digamos. Iban armadas y vestidas de caballero, envueltas en un aura cauta con miradas estoicas y posturas rígidas e imperturbables, como si no tuviesen voluntad. Por dónde sea que pasase habían sólo mujeres, ningún hombre en las inmediaciones destacaba aunque se esforzase en buscarlo. Incluso la servidumbre consta de mujeres mayores y poco agraciadas.
Aún tiene en su mente el día que Kaigaku prohibió la entrada de cualquier espécimen masculino en el castillo que no fuese miembro de la Corte o por defecto alguien que permita su presencia. Según alega: para impedir las tentaciones con su «adorada» Zenko. «Como si no me pudiese fijar en una mujer, tsk».
Envueltos en un ambiente tenso, llegaron de nuevo a la recámara de Zenitsu, el refugio del rubio. Suspiró, dando gracias a todos los Titanes que oyeron sus plegarias, librandose de la pesadez en su cuerpo. Sin embargo, festejó antes de tiempo.
No previno estampar la espaldas contra la puerta, ni mucho menos pensó verse atrapado entre el cuerpo fornido y muy bien definido de su hermano, apropiando su espacio personal.
Se tensó al tenerlo tan cerca y bajó el rostro debido al peso que esa profunda mirada iracunda, puesta en su persona, le propinó.
—¡Oh, amor mío! —acarició la mejilla del menor con brusquedad—. No sabes cuánto deteste que los insectos feudales hayan gozado ante tu belleza —lamentó siseando cuál víbora—, yo ahí mismo hubiera arrancado sus ojos y obligado a comerlos —sonrió sádico ante la idea. No obstante, borró el gesto en una expresión siniestra—. Pero lo que más me disgustó, fue que te hayas visto tan amistosa y servicial —Kaigaku sujetó su mejilla con firmeza, obligando a verle a los ojos.
Zenitsu aguantó un jadeo por la brusquedad con la que le alzó la mirada. Sintió los ojos arder, pero le prohibió a las lágrimas salir. No quiso verse vulnerable, aunque así se sentía.
—Ka-Kaizilla... yo-yo~.
—Te lo perdono esta vez, querida Zenko —le regaló una sonrisa dulce, ocultando sentimientos perversos detrás de ella—, ¿Que prometido sería si no lo hiciese? —soltó el rostro opuesto y acercó el suyo—, pero te advierto, que no vuelva a ocurrir... con nadie. ¿Quedó claro? —demandó.
Siendo Kaigaku una persona tan voluble e impredecible, capaz de causar un genocidio contra las mariposas por su simple aleteo, el rubio no hizo más que asentir, sumiso, sabiendo que, quizá, aplacaría el aspecto dominante de su hermano y así librarse de él.
»Quiero oírte. ¡Responde! —se sobresaltó ante la agresiva orden.
—S-si... —apenas logró farfullar con prisa. Inhaló y exhaló, calmando su acelerado cuerpo—. Si —repitió haciendo acopio de su voz para no flaquear.
—¡Que buena chica! —rebosando satisfacción, acarició las marcas dejadas en la piel pálida del rostro ajeno—. ¿Tienes preguntas sobre nuestra boda? —cuestionó de imprevisto. Usó con él una voz suave y cautivadora, como si de verdad le importase la opinión del rubio—. Hazlas ahora que puedes. Anda cariño —alentó. Zenitsu parpadeó por la bipolaridad demostrada.
¿Qué sí tiene preguntas? ¡No, ¿Cómo él cree?! No se pregunta siquiera el repentino arrebato de contraer nupsias. ¿Él? ¡Para nada! Es tan normal ser soltero y de un instante a otro comprometerse con su propio hermano. ¡Ufff, súper casual!
Aunque el problema no radica en casarse con un familiar.
Es común en el Reino de Agatsuma que se perpetue la consagración en matrimonio entre parientes, son naturales esas uniones incestuosas. Aunque para muchos estás prácticas se les antoje depravadas, éste ha resultado la manera ancestral de mantener el linaje Kuwajima puro durante incontables generaciones.
Así como sus difuntos padres, que fueron hermanos inmediatos y príncipes.
—T-te vas... a casar conmigo... si yo... si yo soy~.
—Shhh —interrumpió—. ¿Esa es la duda que te carcome, querida Zenko?
Una inquietud válida.
Un tema muy diferente es el casarse entre parientes de sexo opuesto, al de contraer matrimonio individuos de un mismo sexo.
¡No es algo malo ni mucho menos!
El Reino de Agatsuma es flexible e indiscriminado con el amor sincero, no importa ser poligamo, monogamo, o de otras razas; con tal de haber afecto mutuo, nada más es necesario.
No obstante, hay que tener en cuenta que tratamos con la realeza, los monarcas de una nación que depende de ellos. Los cuales tienen la obligación de dejar descendencia para validar el futuro, y allí el problema es, por si no es obvio, que dos hombres son incapaces de procrear.
«Aunque también es por el hecho de tu psicótica bipolaridad», pensó, pero ni loco lo dijo.
Así que... ¿Qué planea el ojiazul con oficializar la boda?
Bien Kaigaku esté haciendo todo aquel espectáculo social por puras apariencias. Quizá engendre bastardos para hacerlos pasar por nacidos en el matrimonio. ¡Sería un rotundo engaño para el pueblo! Sin embargo, algo en Zenitsu descarta tal probabilidad, la anula, como un terrible presentimiento que le advierte las intenciones del mayor.
—Mi Kaizilla... es que~.
—No te preocupes por eso, amada mía —restó importancia con desdén—, ese asunto pronto dejará de ser un problema, por siempre —y se accionaron las alarmas en el rubio.
Oh no.
«¿Cómo qué ya no será un problema? ¿Qué hará? ¿Que significa "por siempre"? ¿A qué mierda se refiere? ¿Por qué todo ésto me causa escalofríos?», se alarmó.
—¿Si nos descubren? —trató de usar un tono de voz bajo.
—Todo estará bien, tranquila —quiso calmarle. ¡Pero por todo lo que es bueno! ¿Quién calma a Zenitsu?—, o de lo contrario, puedo mandar a ejecutar a todos los que sea necesario —esa revelación para nada le aplacó sus tormentos, lo empeoró.
—¿Qué? ¡No, Mi Kaizilla! ¿Y si...? —no teme por lo que digan los demás, teme por lo que su hermano haga. «Una vida entera con el psicópata de Kaigaku... ¡Ugh!».
—Descuida, Zenko, deja todo en mis manos —dijo ya harto de la situación.
—Pero~.
—¡Ya no debatas! —le silenció con brusquedad. Kaigaku, furioso por las oposiciones de su Zenko, le acorraló contra la puerta y sujetó de nueva cuenta su rostro, con una fuerza superior a la anterior—. ¡Conmigo son inadmisibles las quejas! Nadie refuta, nadie desobedece. Se hace lo que demando y listo —sentenció liberando involuntariamente descargas eléctricas por todo su cuerpo, hiriendo al rubio por la exposición de la corriente—, y querida, no serás la excepción —aclaró tosco, incrementando la energía que fluye de él—. ¡Así que deja de hacerme enfadar!
La incontenible emisión eléctrica de Kaigaku quemaba la piel de Zenitsu y agrietaba con un simple toque la superficie en paredes cercanas. No podía aplacarse. Y el tacto en el rostro del menor, que va a dejar marcas que de seguro permanecerán por días, transmitía una descarga estremecedora que invade cada recoveco de su menudo cuerpo.
Toda esa combinación de sensaciones entumece sus extremidades, o quizás, la intrusión le afecta el sistema nervioso, u por el miedo que le causa la situación. Lo cierto es que encogió su estatura y se hizo un ovillo vulnerable ante el tirano.
Fue la expresión aterrada de Zenitsu que hizo entrar en razón al azabache.
»¡Lo siento! —se apresuró a separase y mermar los rayos que salían de su anatomía. Observó arrepentido los daños que causó en el menor.
El hermoso vestido estaba hecho un desastre, perdió ese encanto burgués y moderno. Algunas áreas en la falda yacían quemados: con hoyos pronunciados de bordes calcinados que permitían la visión a las piernas tambaleantes de Zenitsu; y parte de los encajes se desprendieron de la tela colgando inservibles. Ahora eran harapos.
Pero era lo de menos. Dónde Kaigaku sujetó, destacaba una enorme marca rojiza casi amoratada con la forma de sus dedos. El maquillaje de Zenitsu se escurría por sus incontrolables lágrimas, simultáneo al temblor impulsivo con el que tiritaba, cuál si tratase de un animalito asustadizo.
La poca agradable imágen le hizo sentirse una mierda.
Suspiró, tocándose el puente de la nariz, para despejar la mente y permitirse prudencia.
»No quise lastimarte, pequeña —habló con suavidad e intentó acercarse otra vez, pero se detuvo al ver la reacción del rubio, un deplorable intento por hacerse menos. Volvió a suspirar, resignado—. Me marcho —no obtuvo respuesta y lo menos que quería era irse dejándole en ese estado—. Sé que disfrutas recorriendo el jardín... Te permito visitarlo sin escoltas. Nos veremos en el almuerzo.
Solo, oyendo aquellos pasos alejarse a cada segundo, Zenitsu al fin pudo desahogar su llanto, deslizándose lentamente por la puerta de su alcoba con un sentimiento de derrota y abandono.
~•~•~•~•~
No era ni el fantasma de lo que alguna vez fue. Estaba más... muerto.
Todavía recuerda esa lejana primavera, allá a sus cinco (5) años de edad, cuando recorría aquel jardín acompañado de su madre.
En ese entonces, una arboleda prolongada relucía con abundante follaje, viva, colmada de todo tipo de preciosas flores coloridas y animalitos agrestes. Se destacaba por el vestido rosa primaveral en el que se cubrían los duraznos en esas temporadas, cuyas flores caídas se esparcian por el suelo dándole una toque mágico y feerico. Majestuoso.
Pero a quince (15) años después, ese jardín que le parecía mítico, perfecto para fabulas y leyendas, perdió casi toda su encanto. No había duraznos floreciendo, no se escucha ni el murmullo de un animal, la hierba dominaba los caminos y destacaban los cadáveres en descomposición de plantas marchitas. Se notaba el desamparo.
Lo único bello que allí perdura, es la memoria y la nostalgia.
Quiso impregnarse con esas emociones, para despejarse, dejar de sentir miedo al menos por un efímero intersticio y hallarse en su lugar feliz. Descansar de tanta amargura.
Vestido con atuendos cómodos: una camisita de tirantes negra, acompañada de una anaranjada falda larga de tela suave, un par de sandalias de correas negras y una gabardina entre dorado y naranja decorada con triángulos blancos, y accesorios (joyas de platino con incrustaciones); anduvo por los senderos otrora espectaculares, imaginándose junto a su madre, disfrutando de la naturaleza viva.
Oía atentamente un relato con gracia, como si fuese real, como si su progenitora estuviese allí hablando a un lado de él.
Le contaba una historia de antaño, muy divertida y llena de ensoñación. Decía de su bisabuela, la madre de Jigoro, una mujer de carácter solaz y testarudo, quién fue la Reina Primogénita en ese entonces. Contaba el como ella había obligado al que se haría su futuro esposo, su hermano menor, a plantarle un jardín con doscientos (200) árboles de durazno y ciento treinta (130) especies de flores diferentes, con un tiempo límite de un mes.
Está por demás decir que lo logró. El pobre hombre acudió a un batallón de jardineros y trabajó junto a ellos por treinta (30) días y veintinueve (29) noches para completar tal demandante labor. Esa noche fue de recompensa, en el jardín que con esfuerzo le obsequió a su amada, contrajo nupcias con la Reina y procrearon a Jigoro.
Rememorar ese romance, le aplacaba las penas. En pasado. Ahora es agrio, ya que siempre soño con demostraciones así de afectuosas, ilusiones que veía lejanas.
Recorrió la arboleda de duraznos, inmerso en sus cavilaciones. Pensaba en posibilidades, en «tal veces» como si existiesen: su vida si tal vez sus padres no hubiesen muerto; su vida si tal vez nunca hubiera aceptado vestirse de mujer; su vida si tal vez su hermano hubiera compartido el dolor envés de apartase. Pensaba en nada y en todo a la par.
Demasiadas cosas rondaban por su consternada cabeza, que no notó su llegada a un área inexplorada del jardín.
—¿Dónde estoy? —observó ha ambos lados del sendero, buscando la manera de regresar. No había prestado la mínima atención a su andar, «Ya me perdí», pero no se lamentó. Total, era mejor eso que casarse con Kaigaku—. ¿Qué es ese sonido?
Salió del camino y se guío por un débil silbido, adentrándose aún más en el bosque Real si fuese posible. Hasta que sus pies, a metros próximos al enorme muro que bordea al Palacio, ocasionaron un crujido.
«¿Ah?».
Curioso, apartó maleza y arena de enmedio. Se sorprendió por su hallazgo.
Encontró un tabla grande ceñida al suelo boscoso, que, por como sonaba el aire que escapaba de ella, concluyó que se trataba de una compuerta secreta.
—¿Adónde llevará ésto? —con la curiosidad a flor de piel e ignorando las posibles repercusiones que ésto tendría al ser descubierto, abrió la compuerta con mucho esfuerzo.
Ingresó a un hueco completamente oscuro, cuidadoso de no caer. No era profundo, la entrada en el techo quedaba a un extender de brazos. Cerró la compuerta con delicadeza, precavido de no encerrarse dentro de por vida, «Aunque fuese mejor destino morir aqui que casarme».
Decidió investigar la penumbra.
Sabía que el lugar estaba vacío, sin ningún ser viviente que pudiese herirle. Su oído lo destacaba. Aún así podía sentir como una leve corriente de aire le alcanzaba acariciar. Siguió el eco que generaba la brisa para saber en donde terminaba aquel sitio.
Caminó y caminó por el extenso pasaje. Era como una especie de túnel polvoriento con suelo plano, sin desnivel, y paredes de roca. «¿Desde cuándo existirá éste túnel? ¿Será que Kaigaku tendrá conocimiento de él?», fueron sus únicas interrogantes, porque todo lo demás concerniente, lo estaba dispuesto a descubrir.
Retorcía los dedos de sus manos en un juego de nervios. Sentía la emoción transmitida por la adrenalina y el misterio, como si estuviese haciendo algo indebido. ¡Y lo disfrutaba!
En cada dos por tres en las que daba un paso, gritaba por alguna telaraña en su rostro. Luego corría asustadizo, para al final minimizar la velocidad, precavido por cualquier cosa que pueda estar oculto y no se dé cuenta.
Así anduvo por más de media hora aproximadamente, hasta captar un débil halo de luz en su norte que le dió un punto al cuál dirigirse.
Buscó llegar al orígen de la iluminación, y en su afán de investigador, desembocó en una especie de salida sellada por un grupo de tablas carcomidas por el tiempo, que mal clavadas en la abertura pendían al borde del colapso.
—Aquí voy. Aquí voy —tomó vuelo y posterior a un breve trote, pateó un grupo de tablas ubicadas en la parte inferior de la salida, apartándolas efectivamente de enmedio.
Salió a cuclillas del túnel, ingresando en una edificación en ruinas que, al reparar en su arquitectura neoclásica y vaga decoración con rayos, Gladius y Spathas entrecruzadas, y feroces lobos; pudo determinar que se hallaba en una especie de antigua catedral dedidaca al Titán Raiju.
—¿Por qué habrá un túnel que conecte está Catedral con el Palacio?
Eludiendo escombros en su camino, con la mente imaginando las generaciones que ha de tener ese pasaje secreto que da a lo que alguna vez fue su hogar, Zenitsu llegó al exterior.
La luz cálida del Astro le encandiló. Tuvo que esperar breves segundos para poder adaptarse al cambio.
Al ver con certera nitidez, se asombro al darse cuenta que no se hallaba ni cerca de los lindes del Palacio.
Tal soberbio castillo estaba a su diestra, en el corazón de la Capital, alzándose a pies de altura en la cima de la mítica colina Catatumbo, allá ha bastos kilómetros de separación. Fue inevitable su sorpresa. Buscó otra punto de referencia en la ciudad y, para su fortuna, ubicó a la distancia al Coliseo del Trueno, una impresionante estructura hexagonal que siempre por las tardes detallaba desde la soledad de su balcón.
—Si el Coliseo está al noreste de la entrada al Palacio —determinó apuntando de un edificio a otro—, entonces debo hallarme al sureste de la Capital de Agatsuma —realizó su cálculo aproximado tocándose la barbilla en un gesto pensativo, y en efecto—, específicamente dicho en las zonas menos poblada y pobres de la ciudad —concluyó y al analizar su alrededor, pudo estar satisfecho con su precisa deducción.
Entonces le atacó un repentino nerviosismo. Cayó en cuenta de algo muy grave... ¡Está al aire libre, apartado de vigilancia! Sintió miedo de que Kaigaku se llegue a enterar que salió sin su consentimiento.
Su corazón se aceleró de tal forma que pretendía taladrar su pecho hasta salirse de él. Se alarmó. Se hiperventiló.
—¿Por el Señor de los Rayos y las Tormentas! ¿Qué hago? ¿QUÉ HAGO? —se jaloneo mechones de su rubia cabellera al grado de arrancarse algunos, desesperado, sin saber cómo proceder ya que había salido de su jaula de oro—. ¿Me hago el desentendido y regreso con...? ¿¡Qué estupideces estoy diciendo!?.
Está en el exterior, fuera de las cuatro paredes que le han recluido por incontables años, lejos al fin de las nocivas manos de Kaigaku, ¿Y acaso pretendía volver con el causante de sus desgracias, tristezas y pesadillas? ¡No! Definitivamente no.
Sus pies actuaron por voluntad propia en pro de su beneficio personal y corrió lo más rápido que pudo de ese lugar, en sentido opuesto al Palacio. Corrió con todas sus fuerzas, siendo el motivo de intriga de muchos ciudadanos.
No le importó la atención que recibía, lo único que le importó es alcanzar la libertad fuera del yugo de su hermano, y para ello debía enfocarse para no volver a ser atrapado.
Era un hecho que no podía quedarse en la Capital. No tardaría mucho para que Kaigaku mueva cielo y tierra para encontrarlo. ¡Tenía que irse a lo más recóndito de Kimetsu! Alguna aldea o algo, quizá cualquier otro de los Nueve Reinos dónde vivir en paz.
—Mi Kai~. Kaigaku no tardará en notar mi desaparición y armar el peor de los escándalos para tenerme de vuelta... —un escalofrío le recorrió la columna, sólo imaginar estar de nuevo en sus garras le provocó un pánico mayúsculo—. ¡No, no regresaré con él! ¡Jamás! ¡JAMÁS!
A un buen tramo de correr sin pausas o descanso, su fuerza empezó a flaquear. Sintió las piernas débiles, la respiración errática, sediento, a punto de desfallecer. No estaba acostumbrado a mantenerse en movimiento por tanto tiempo. Así que se oculto en un viejo establo.
—¿Señorita, le puedo ayudar? —se tensó ante la voz a su espalda. «Señor del Rayo, que no sea un caballero por favor o una mala persona». Lentamente, se dió la vuelta, quedando cara a cara con un hombre que lleva una máscara Hyottoko.
—¿Ah? —apenas gesticuló.
—¿Desea algo? —el desconocido tomó las riendas de un caballo, supongamos que suyo, para ajustarlo en una carreta de transporte espaciosa.
El hombre tenía alistado en la carreta una multitud de objetos extraños como pócimas, gemas, metales, hierbas, entre otras cosas que le daban una apariencia de mercader preparándose para partir.
Y el relámpago de la esperanza iluminó el rostro de Zenitsu.
—¿Señor, usted ha adónde se dirige? —el hombre, cuyo rostro era una incógnita bajo su máscara, le observó por cortos e incómodos segundos, para continuar con su labor.
—Mi nombre es Hotaru Haganezuka y mi destino es la Aldea de la Centella colindante al Bosque Thor —respondió sin verle. «Está a días de aquí y cerca a los límites del Reino. ¡Es perfecto para librarme de mi carcelero!».
—¿Mi nombre es... Zenitsu, Señor Hotaru, podría de llevarme con usted?
—A cambio de una de sus prendas de platino, lo hago —no dudo en agregar. Cabe destacar que el hombre, con ese efímero análisis, supo con qué clase de personas estaba lidiando e iba ayudar, pero nada es gratis.
—¡Hecho! —y a Zenitsu, que toda su vida ha vivido en lujos y comodidades, no le importó deshacerse de una de sus joyas.
—Bueno joven, hay que dejar en claro algunas cosas —puntuó dándole atención, cruzando los brazos—. Primero. Si no quiere destacar y huir, debemos hacer algo con su... vestimenta, pero déjamelo a mí —le restó importancia—. Segundo. No acepto quejas sobre la comodidad durante el viaje. ¿Queda claro? —el rubio asintió de acuerdo. No podía exigir cuándo sería su salvador—. Y tercero... ¿Usted es un hombre o una mujer?
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