II. La Llegada del Invierno. Part-2
Cada aldeano sabe que ese dueño de la única tienda en la aldea, es un hombre solitario.
Se dice que hace años perdió a su mujer y a uno de sus hijos en un trágico accidente. Nadie sabe con exactitud lo que ocurrió, pero lo cierto es que a raíz de ello, el hombre entró en una depresión agresiva e infundada paranoia.
El único hijo con vida que le quedó, después de muchos años fracasando rotundamente a intentar avivar los ánimos de su padre, se mudó a la capital del Reino de Agatsuma por un mejor trabajo y futuro para ambos. Le va bien, aparentemente. Él, desde la distancia, apoya a Saburo enviándole dinero que de seguro no llega completo, o mandándole buenas raciones de comida que, quizá, en el viaje también se pierde gran parte.
Es cierto que al comensal no le falta nada. No obstante, a entendimiento del burdeo, el desamparo en el señor resultó cuan peor que la falta de bienes materiales. Sin nadie querido con quién conversar o desahogarse, el hombre iba hundiéndose en su miseria, sin nadie que le dé una mano para salir a flote.
Es triste.
Ver al abandono consumir a un alma herida que puede sanar, al de cabello rojizo le causa pena.
«Vendré con mis hermanos para hacerle compañía al Señor Saburo. Así no se va a sentir tan perdido. Quizá le hagamos bien para su salud; quizá, sólo quizás, olvide esa idea de los demonios y sepa que puede estar tranquilo, que no existen esas criaturas devora almas». Sonrió ante sus pensamientos y observó como el señor les daba un recorrido en el interior de su vivienda con dirección a las habitaciones.
—Aquí dormían mis hijos —dijo abriendo una puerta de madera—. Hace mucho ya que dejó de ser usada. Pueden descansar tranquilamente —indicó con una melancolía disfrazada de cortesía, que para la nariz de Tanjiro no pasó desapercibida—. En unos minutos habrá comida en la mesa —y se retiró con lo dicho.
Los hermanos detallaron el dormitorio. Era simple, nada ostentoso. Con dos camas de robles pegadas a las paredes a extremos opuestos. Una alfombra de piel de oso en medio de ambas cómodas, daba prórroga a una pequeña mesita olvidada en el tiempo, dónde una vela a mitad de su vida no ha tenido más que polvo y telarañas durante años.
El olor a guardado que desprende la habitación, fue la prueba fehaciente para que Tanjiro comprendiera que ese espacio no ha visto cambio desde la partida del hijo de Saburo. Aunque no era necesario tener un olfato prodigio para llegar a tal conclusión. Era obvio para la vista de Takeo.
Mientras que inevitablemente el burdeo siente lástima por la situación de quién les dió hospedaje, bien el pelinegro se decanta de ello.
—¡Mira Tanjiro! ¡Uno para tí y otro para mí! —exclamó emocionado.
La concentración de Takeo yace centrada en la felicidad de notar que, después de bastos años compartiendo colchón con su hermano mayor, por primera vez en la vida tendría un espacio propio.
El mayor le sonrió en respuesta.
Procedieron a sacudir toda partícula de polvo y telarañas de las camas, preparándolas para el uso.
—Hermano, acompañaremos en la cena al señor Saburo y vendremos a dormir para partir temprano por la mañana —Takeo asintió conforme a las indicaciones.
Salieron de la habitación y a pasos firmes, rústicos dados por la vida en el bosque, llegaron al pequeño comedor cercano a la puerta de entrada. Allí el propietario de la casita y dueño de la tienda, alistaba la mesa con la comida que había preparado con manos ágiles y veloces.
Los aromas inundaron la vivienda, atrayentes y gustosos; causó el vergonzoso gruñido en los estómagos por el hambre.
Algunos minutos posteriores, los tres (3) presentes degustaban de tan rico manjar, sentados lastimosamente envueltos en un ambiente incómodo, al menos para los hermanos.
Esos que comparten más que la sangre, se sentían tensos sobre sus sillas de roble, al jamás haberse separado de su familia ni pensar tan siquiera en comer sin ellos, aquellos de mirada carmín no estaban acostumbrados ha convivir de tal forma junto a personas ajenas. Aunque se esforzaban.
En cambio, Saburo ignoraba la intranquilidad a su alrededor, sumido en sus pensamientos al rememorar cómo en esa misma mesa alguna vez disfruto con su mujer e hijos, felices y dichosos, los días y las noches.
Fue así que Tanjiro omitió sus inquietudes al percibir el aroma a tristeza que surgía del hombre mayor.
—Eh... Señor —y habló luego de haber tragado la porción en su boca—, esos demonios que usted dice, ¿Pueden entrar a las casas? —buscó conversación, por muy inverosímil que fuese el tema. A diferencia de su hermano cuya pretención era ocupar la mente del hombre, Takeo tuvo curiosidad.
—Por supuesto —aseguró—, son capaces de ingresar a menos que el hogar en cuestión esté protegido por un conjuro especial que los ahuyente.
—¿Y qué se necesita para ese conjuro? —intervino el pelinegro.
—Muchos objetos y pócimas místicas que bien son complejos de recolectar, poseen un precio exorbitante —llevó un trozo de carne a su boca y masticó.
—¿Cómo hacen entonces todos aquellos que carecen de recursos monetarios para obtenerlos? ¿El Rey dejaría a sus ciudadanos a la suerte? —indagó consternado, frunciendo sus rojizas cejas a medida que hablaba—. Si es así, estos demonios devorarían reinos enteros —derivó al percatarse lo que significaría la existencia de tales seres, como si fuese obvio.
—Tranquilo. Los Espadachines Místicos nos salvaguardan al cazarlos... —fueron esas palabras en el aire que dejaron con todavía más incógnitas, si es posible, a los parientes—, siempre lo han hecho.
Finalizada aquella efímera plática, la cena continuó en silencio, no hubo voz alguna que lo interrumpa.
Desde muy temprano en la mañana y como en rutinas anteriores a esa, los hermanos se han levantado con la frente en alto, honrados, predispuestos ha trabajar duro para sobrellevar el día a día. Por consecuencia, al volver a la habitación provisional que les facilitó el comensal y apenas tocar el colchón con sus cuerpos, el agotamiento de los venció, cayendo en un profundo sueño.
~•~•~•~•~
Tal como Tanjiro indicó, esa mañana despertaron temprano, antes del amanecer.
Alistaron sus camas y, por la reciente experiencia, no aguardaron por la cortesía de obtener algún desayuno; optaron por despedirse del Señor Saburo y por fin partir con rumbo a su hogar.
El clima en el exterior era frío, peor que el día anterior. Apenas si era soportable. Las constantes calderetas de viento, esas que en su vigor bailaban violentas las ramas de los árboles, hacían del ambiente aún más frigorífico, penetrando la piel hasta los huesos.
Avanzando en medio de esa baja temperatura, los hermanos de ojos de un anormal vinotinto, se abrazaban a sí mismos en un vano intento por mantener calor.
Los minutos transcurrían paulatinamente, y, cuando Tanjiro calculó que debería maravillarse con el Astro recién haciendo gala de su presencia, grande fue su sorpresa al hallar un cielo despojado del titán, hallar un trono baldío oscurecido por la agrupación de nubes ennegrecidas.
Olfateó su ambiente, percibiendo la inefable proximidad de una nevada. «El invierno se adelantó este año~», pensó en busca de conclusiones lógicas, pero se interrumpió abrupto, al igual que detener sus pasos en seco... Había llegado ha captar otro aroma, más crudo e inquietante, desencadenando la preocupación en el burdeo.
—¿Ocurre algo hermano? —Takeo notó la pausa del mayor y se inquietó al ver la expresión en su rostro.
Tanjiro no respondió de inmediato. Se concentró en inhalar profundamente y definir las multitudes de olores que ingresaban a sus fosas nasales. Y esa vez, esclareció sus dudas.
—¡Huele a sangre!
Corrió dejando a un aturdido Takeo atrás. Corrió y corrió, aumentando su velocidad conforme pasaban los segundos al ritmo de sus pasos. Es presa del miedo.
Reza en su interior por que ese aroma no provenga del lugar al que se dirigía con tanta desesperación. Reza conteniendo las lágrimas y que esas ideas negativas rondando en su cabeza no sean reales.
Sin embargo, lo eran y cuan peor de lo que en su falta de malicia pudo haber imaginado.
El rojo de sus córneas se contrajo mientras sus pupilas se dilataban del espanto. Aquella cantera que les proporcionó carbón, calor y trabajo, lo halló destruído, con sus piezas esparcidas por todos lados. Su hogar mostraba notarias señales de agresión, voluminosas, colmada de huecos y enormes rasguños. Pero, lo que más le impacto, fue ver el cuerpo sangrante de su madre frente a la entrada del hogar, tirada en el suelo inherte cuál despojo.
Acelerado, corrió hacia la mujer que le dió la vida en un grito histérico.
—¡Mamá! ¡Mamá! —se arrodilló frente a Kie, sin importarle mancharse con su sangre, sin importarle rasgar sus rodillas. Ignorando todo menos a ella—. No, no, no... ¡No! —gritó con pánico, abrumado, sin saber qué hacer ni cómo proceder— ¿Qué pasó aquí? ¿Cómo sucedió ésto?
Intentó asistirla. Tocó su yugular con la esperanza de captar el más mínimo signo vital, enfocándose en ello y ¡En efecto! ¡Seguía con vida! La respiración errática y el pulso débil de su madre se lo demostraron.
—Ta-ta... Ta-tanjiro... —la voz trémula de Takeo hizo levantar la mirada de su hermano, llevándola hacia sí. El pelinegro daba ligeros espasmo, observando en dirección al interior de la casa—. ¿Hanako? ¿Shigeru...? ¿Rokuta? —y el burdeo vio a dónde el contrario veía.
La escena le causó un estremecimiento en el cuerpo y un vacío asfixiante encapsular su espíritu.
Sus hermanos menores estaban muertos. La linda Hanako se presentaba sin su hermosa sonrisa, crucificada con estacas de madera en la pared al fondo de la habitación; una muerte lenta y dolorosa. Shigeru, en cambio, falleció con brutalidad, cuando fue un chico animado e inteligente, culminó descuartizado, con sus miembros desperdigados por doquier. Y el pequeño, adorable y consentido del menor en la familia, Rokuta, mostraba en su dulce rostro una expresión de terror, demostrando el inmenso miedo que sintió antes de perecer.
Quiso vomitar. Un mareo repentino le movió la realidad desde sus cimientos.
Lloró desconsolado con un dolor agudo en el centro del pecho, pero no se lanzó a morir, el tiempo era escaso y su madre podría vivir si lo aprovecha. Se permitió calmarse y pensar con más claridad. Tenía que salvarla.
Intentó cargar la fina figura de Kie. Volteó su cuerpo para un mejor acceso, hallando sus ropas rasgadas con un profundo corte que lacera su barriga.
Reprimió un jadeo.
—¡Oh, no, no, no, no!
¡Se desangraba! Mientras más minutos deje pasar sin detener la hemorragia... No quiere ni imaginar lo que inevitablemente podría culminar toda esa historia.
»Todo... —tragó grueso—, va ha estar bien, madre —trató de hacer presión sobre las heridas en el abdomen—. ¡Takeo, ayúdame! —exigió desesperado—, mamá sigue con vida...
Con eso último, un click pareció hacer conexión en la cabeza del menor, haciéndole reaccionar. Se apresuró en auxiliar a su hermano en lo necesario con las heridas sangrantes de su progenitora.
—Hi-hijo... Ah... Tanjiro —la voz convaleciente de Kie, apenas audible, tuvo acto de presencia.
—No, madre, shhhh —detuvo sus intentos de hablar—. No te esfuerces, por favor. Estás gravemente herida. Ahorra tus fuerzas —intentó convencerle, asustado.
—No-nos encontró —susurra de manera forzada—. Fue él —desvaríos, o al menos eso lo que cree el burdeo. Culpa su condición crítica para orillarle a pronunciar incoherencias.
—Madre, por favor ya —suplica—. Relájate, no desperdicies energía.
—Tanjiro... —jadea adolorida. Observa los ojos de su primogénito, triste por abandonarlo, triste por aceptar su destino. Esa mirada lila, fraternal y siempre cálida de su madre, demuestra tantos sentimientos que el corazón del chico se estrujó en su pecho, llorando en lágrimas de sangre—, hijo mío... —con dificultad, posó su mano en la mejilla de su retoño. Una última caricia—. Los Aretes Hanafuda han... argh... Sido un tesoro de la familia... —y rompe el contacto, para dar entrega de los objetos resguardados entre sus manos manchas por su cruor carmesí, y que han visto incontables generaciones a su paso—. Eres el mayor, tú deber es heredarlos... Ahhh... ¡Mmmm...! Portarlos con orgullo... y convicción —gime del suplicio, alarmando a los hijos. Pero aún así, la sonrisa no se borra de su rostro—. Se fuerte —apenas se escuchó decir. Y, por breves instantes, toma el tiempo en dedicar una mirada pacífica colmada de amor infinito hacía el pelinegro, quién devastado, lloraba mares de lágrimas. Un «adiós» mudo que repitió con el burdeo—, protege a Takeo y salva a Nezuko~.
Se hizo el silencio y con él, el primer copo de nieve que dá la llegada al invierno, cayó en una danza fúnebre.
Ese brillo de vida y compasión que Kie siempre portó como algo característico en su persona, se extinguió de su mirada. Murió.
En un grito desgarrador, Tanjiro se aferró al cadáver de su madre, abrazándola con anhelo intenso, importandole poco ensuciarse con tierra, sangre o cualquier otra cosa. En cambio, Takeo, drenado de voluntad o siquiera fuerza para ejecutar alguna acción por pigmea que fuese, se dejó caer de rodillas, con las piernas flácidas e inútiles. Y ambos lloraron sin consuelo, ambos sufrían.
Perdieron a su familia.
Sin previo aviso, el estruendo de una burlesca carcajada resonó por sobre el llanto, ofensiva sin cabida a dudas.
—¡Oh, dichosa la sabiduría de mi amo! —alabó una voz fría, carente de emociones. Cruel y cínica. Los hermanos observaron en dirección al repentino vocero—. Habla mucho de su generosidad al dejarme vigilando, después de haber cumplido su disfrute, para que yo también me entretenga —una criaturas humanoide, tan pálida para siquiera estar vivo, se expresaba jocoso, con una ancha sonrisa de dientes afilados—, pero eso es peripecias para ustedes, niños, no tienen que preocuparse, pronto estarán con su familia muerta.
«Esa cosa posee una vibra maligna y amenazante... ¿A caso...? ¿A caso es un demonio como dijo Saburo? Y su olor, ¡Ese olor que desprende es repugnante, como un mismísimo cadáver en putrefacción!». Estaba intimidado. No sabía de lo que ese monstruo era capaz de hacer. Sus alcances. Por si fuera poco, el incremento de su rancio aroma y la determinación en la mirada asesina de la entidad masculina le dirige al pelinegro, le confesaron a Tanjiro sus nefastas intenciones.
El pelirrojo observó a quién es su hermano, un Takeo tan aterrado y vulnerable. Su único pariente. Su hermanito. Su responsabilidad.
Aquel ser de un instante a otro, desapareció en el aire.
Con una advertencia clara y anticipando lo que proseguirá, Tanjiro dejó el cuerpo de su madre aún lado. Actuó precipitado, con prisa, y tacleó al pelinegro contra al suelo. Justo al instante que el demonio se abría camino dónde estuvo de pie, siguiendo de largo como una ráfaga, para colisionar en la vivienda y ocasionar alboroto al colapsar.
—¿Estás bien? —interrogó ojeando la condición del menor. En respuesta, Takeo asintió aturdido.
—¡Fuiste rápido, mocoso, pero esta vez no escaparán! —bramó el demonio emergiendo de los escombros. «¿¡Cómo es que sigue intacto luego de ese impacto!? ¿Ésta cosa de dónde salió?», se levantó con su hermano aferrado, observando con pánico al ser malvado. Para la diversión cómica de la entidad, vio al pelirrojo anteponer su cuerpo en medio de su camino y el pelinegro, protector como si pudiera detenerlo—. Mueran.
Repitió el acto de la vez anterior, sin modificaciones. Pareció esfumarse en el aire. Sin embargo, Tanjiro comprendió que se movió ha alta velocidad.
En una mano sostenía los aretes, aprisionados en su puño y la otra mano se sujetaba a las prendas de su hermano, un esfuerzo por aún sentirlo. Cerró los párpados con fuerza, sabiendo que no podría esquivar el golpe que se avecina.
Por otro lado, ajeno al hogar de familia recién reducido a desperdicios, un cuerpo se trasladaba a un ritmo increíble, avanzando con una velocidad superior a la de aquel demonio o muchos otros; corría constante por el bosque; estaba cerca.
«Son patéticos» se burló el demonio en su acercamiento. Los vió tan inútiles y resignados a morir, aferrados entre ellos y a ojos cerrados, desesperados, como si eso fuera a salvarlos.
Saboreó su aperitivo, extrajo sus garras preparado para atravesarlos. Sin embargo, no contó con que el peli bermellón se recubriera por unas brillantes llamas carmesí al estar tan cerca, ni que ellas quemarán tanto, como si estuviese bajo el Sol.
Fue forzado apartarse con un alarido lastimero.
Extrañados por la carencia de violencia, los hermanos abrieron su rubíes cuál ojos, pero al hacerlo sientieron al mundo dar vueltas, inestable. Sufrieron un agudo dolor de cabeza. Una debilidad repentina se arraigo en sus anatomías. Y, cuándo creyeron que todo se desvanecía entre el vacío de las sombras, pudieron oír:
—¡Me sorprende lo bajo que caen al atacar a niños indefensos!
~•~•~•~•~
«Flotaba.
Parecía estar bajo la gracia de hallarse en compañía de las nubes, cuál colchas y del Astro en un brillo leve, pero placentero. Sentía plenitud y sosiego. Una confortable sensación.
~Tajiro... perdona por abandonarte ~dijo una voz dulce y armónica en un susurro lejano, etéreo. ¿Su madre?
~Lo siento, hermano ~lamentó un niño, entristecido, muy familiar. ¿Shigeru?
~Se fuerte, hermano mayor ~una aguda voz, de niña tal vez, intentó darle apoyo. Es Hanako.
~Te quiero... her-hermano ~y habló una voz infantil, casi torpe e inexperta. Es el pequeño Rokuta.
~Hijo mío. Cuida de Takeo. Rescata a Nezuko... Recupera lo que por derecho es de la familia».
El burdeo se sentó alarmado y confundido.
Sintió como alguien se quejaba a su lado y rápidamente llevó su mirada para cerciorar que tratase de su hermano menor. Para su tranquilidad, ¡Era él y estaba bien!
Suspiró aliviado.
—¿Ya despertaron? —tal inesperada voz tomó por sorpresa ambos menores.
Se percataron que yacían en el suelo, ¿Por qué? ¿Qué les pasó? ¿Por qué duele tanto la cabeza? ¿Por qué hace calor cuándo está nevando? Estaban confundidos. No logran entender lo que sucede o el motivo de tener el cuerpo pesado, como si hubiesen corrido grandes distancias sin descanso o talado árboles por un día entero. Sienten fatiga.
Sin embargo, no pasan tantos segundos, para el regreso de los recuerdos.
Asustados, buscan de lado a lado al demonio con frenesí, preocupados de ser nuevamente atacados.
»¡No teman! ¡Ya eliminé al demonio! —reveló aquella voz con ímpetu, sin intención alguna de mentir.
Impresionados, se concentraron en el sentido dónde provenían las palabras.
Allá, recostado en un árbol en una postura relajada, con sus brazos cruzados al nível del pecho, Tanjiro y Takeo descubrieron la imponente imágen de un caballero. Portaba una armadura sublime que le hacía verse aún más altivo, dueña de un bermejo radiante con heráldicas doradas de escamas, llamas y un dragón, quizá de oro lustrado con afán; y una caperuza blanca de bordes rojizos en forma de picos.
El hombre apartó la capucha dejando ver su abundante y rubia cabellera, además de una mirada única de pupilas rojas con bordes ámbar. Les obsequió una amigable sonrisa.
Pese a ser un desconocido, Tanjiro le creyó. Capta de él un fuerte olor a sinceridad y justicia que le hizo sentirse seguro y en confianza.
De todos modos, cautos, los hermanos se levantaron manteniendo el silencio. Sacudieron el exceso de nieve de sus atuendos y analizaron su alrededor, por si acaso. Lo que descubrieron los asombró al grado de abrir sus ojos de sobremanera, una reacción exagerada. A una distancia sustancial, prudente, se presentaban cuatro (4) montículos de tierra recién removida. Eran tumbas.
—¿Usted... Usted enterró a mi familia? —preguntó Tanjiro, obteniendo un firme asentimiento de cabeza como respuesta, mientras se ergüía fuera del árbol, dejando parcialmente visible, por el movimiento, una espada al cinto resguardada en su vaina.
«Además de vencer al demonio, tuvo tiempo de cavar fosas para mi familia y enterrarla. ¿Cuánto dormimos o cuán rápido es?». Se cuestionó el burdeo, asombrado.
—Lamento sus pérdidas —dijo el hombre con pena.
Ahí los ojirubí cayeron en cuanta de la cruel realidad y cualquier otra emoción, fue suplantada por la agonía de la perdida.
Si quisieron responder a sus condolencias, las palabras no salían de ninguna manera, se ahogaban en la inexistencia y el caballero comprendía sus penas.
A pasos torpes y tambaleantes, los hermanos encararon la tierra mortuoria dónde descansan y descansarán esos parientes con los que tuvieron un sinfín de momentos maravillosos, ahora condenados a la memoria y eventualmente al olvido.
—Siempre los tendré en mi corazón —aseguró el pelinegro con un rostro bañado en lágrimas agrias, contraído del dolor.
—Descansen en paz por toda la infinidad en el resguardo del divino Astro —Tanjiro cerró los ojos y guardó respetuoso silencio, rezando por las almas de su familia—. Y venerado padre, cuida a mi madre a tu lado y besa a mis hermanos, Hanako, Shigeru, Rokuta y... —callo, en ese instante, esos hermanos en luto, captaron la falta.
—Nezuko... —Takeo se levantó en busca de su hermana, viendo con impaciencia hacia cada ángulo—. ¿No la ha visto? —se dirigió al hombre expectante, apartado a unos metros por detrás.
—¿Qué? ¡Por los alrededores no había ninguna Nezuko! —dijo para el pesar de los jóvenes—. ¡No hallé más cuerpo, sino esos! ¡Lo siento!
«¿Se la comieron completa?» el mórbido pensamiento retumbó en ambas mentes, tan difícil de aceptar y asimilar.
La impotencia los abrumó.
Tanjiro creyó recibir un peso enorme sobre sus hombros, una extraña sensación que grita a voz airada y potente que deje de autocompadecerse y se levanté, porque la vida todavía continúa. Por otro lado, Takeo sentía culpa, remordimiento, ya que, si se hubiera quedado como su hermano le había indicado, quizá todos estuvieran vivos o tal vez él muerto, pero todo sería diferente.
»¡Percibo en ustedes la voluntad e intensa impotencia! —la calidez del caballero aclamó la atención. El burdeo, afligido, volteó a verle. El pelinegro, cabizbajo, se limitó a oír—. Si desean hacer justicia y proteger la vida —alentador, expresó apasionado, carente de duda o desconfianza—, vayan al Templo del Monte Sagiri en lo recóndito del Reino de Wisteria. ¡Busquen al Maestro Sankoji Urokodaki y díganle que van de parte de Kyojuro Rengoku!
Así en un fugaz chasquido, quién simula un parpadeo calórico, se esfumó.
El caballero desapareció en ese instante y con aquellas formidables palabras; dejó paso al frío cuya sola presencia mitiga y una devoción en el pecho que implica grandes responsabilidades.
¿Qué puede esperar ahora en adelante? Por quienes trabajó tanto, se esforzó cada día de su existencia, fueron brutalmente masacrados. ¿Ahora qué hacer con su vida? En plural, ¿Qué aspiran para el futuro, uno que se ve en penumbras?
Hubo quietud. En ese intersticio de inactividad, Tanjiro se dió el lujo de pensar en lo ocurrido. «Si no me equivoco, ese demonio se expresó de un "amo" antes de atacarnos y si mí olfato no falla, además de su olor, puedo sentir un aroma distinto. Otro demonio estuvo aquí». Con aquellas deducciones en mente, su perspectiva cambió a ciento ochenta grados (180°). Se levantó frente a las tumbas, dedicándoles una última mirada.
Si existen más de uno y si hay personas, seres, ¡Familias completas como la suya! Padeciendo por los demonios. ¿Va a quedarse de brazos cruzados sin intervenir?
—¿Hermano? —el menor frunció el ceño al ver la expresión del mayor: un gesto de total determinación.
Observó a su hermanito. No puede ser egoísta y obligarle a seguir sus pasos, y jamás plantearía tal ideología. Al menos puede optar en ponerle a salvo, promover un nuevo hogar y un porvenir reluciente. Le sonrió a su atenta mirada, para apaciguar los tormentos que le han de agobiar.
—Vamos, Takeo, la vida sigue y nosotros debemos seguir también.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro