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Capítulo 9

 No estaban.

Las cartas habían desaparecido.

Y yo podía considerarme muerta.

De acuerdo, no iba a caer presa de los nervios. Los papeles no podían irse volando de la nada. Y, a menos que el rey en persona hubiera entrado en mi habitación y revisado mi cajón, mi vida estaba relativamente a salvo. Abrí otra vez todos los cajones, busqué sobre y debajo de la cama, en el baño, en el ropero. Pero sabía con antelación de que no iba a encontrar nada.

Frustrada, me dejé caer sobre la cama. Todavía temblaba ante la idea de que alguien pudiera haberlos tomado. No sabía que me esperaría entonces. Me maldecí otra vez por ser tan descuidada e inconsciente; si no hubiese tomado lo que no me pertenecía, no me encontraría en esta complicada situación. A decir verdad, ser descuidada e inconsciente me habían metido en bastantes líos.

Mi mente estaba trabajando a la velocidad de un rayo, sospesando opciones, descartando posibilidades y rezando. Intenté serenarme, ya que nada lograría a esas alturas de la noche. Dudaba que alguien se encontrara despierto.

Así que contaba con unas preciosas horas para decidir qué haría a continuación.

No pretendía quedarme dormida, pero los días que había pasado en el campamento de refugiados me habían dejado agotada. Cuando me desperté era temprano, gracias a Dios; pude llegar temprano a mis clases con Gyandev. Todo el castillo parecía revolucionado; hoy el rey Sivan y Lady Brianna oficiarían la ceremonia de Alianza. Y por todo el esmero que estaban poniendo en esto, no parecía poca cosa.

La mañana se pasó bastante rápido, y William y Kalen no aparecían en ningún lado.

Por la tarde, antes de la ceremonia, Anna y yo arreglamos encontrarnos en su cuarto para prepararnos. Yo me encontraba realmente nerviosa para disfrutarlo, pero mi amiga parecía bastante entusiasmada.

—Me he informado acerca de la ceremonia—dijo mientras me arreglaba el pelo en una trenza—. Es un rito muy antiguo.

—¿Ah, sí?

—Creo que es una gran idea, esto de la alianza. Por lo menos el reino no estará solo. Aunque Will no parece muy convencido.

—¿Will?—pregunté, arqueando una ceja.

—William—se corrigió—. Dice que esto podría suponer un ataque contra el Reino Oeste y causar más daño.

—No cambies de tema. Puedo verte sonrojada en el espejo—repliqué con una sonrisa.

—¿Tan evidente es?

—Un poco, sí.

Anna terminó de arreglarme el pelo y contempló satisfecha su resultado. Como yo carecía del refinado arte de la peluquería, ella misma comenzó con su peinado.

—¿Es un poco raro, no te parece?—preguntó en su susurro.

—¿Qué tiene de raro que te guste el príncipe?

—Justamente eso. Es un príncipe.

—No veo que a él le importe. Vamos, Annie, estas diferencias ya no son tan importantes...

—...en la Tierra—dijo con tristeza.

—¿No pierden nada con intentarlo, o sí?

Anna no contestó, pero parecía estar pensando. Ella merecía ser feliz, y si William podía contribuir con eso, yo no iba a oponerme de ninguna manera.

La chica dejó caer las horquillas que tenía en la mano, sobresaltada, cuando alguien llamó a la puerta. Me apresuré a abrir, con los nervios a flor de piel, para ver en el umbral a un hombre petizo y algo regordete con aspecto de estar muy ansioso. Se frotaba las manos y parecía tener un tic en el ojo izquierdo.

—¿Señorita Hale?

—Sí, soy yo— por supuesto, eso ya lo sabe.

—Necesito que me acompañe.

—¿Sucedió algo malo?—dije en un susurro. Dios, ya podía ir despidiéndome de mis amigos, de mi vida... el rey había encontrado las cartas.

—¡No, nada de eso!—el hombre me dedicó una sonrisa reconfortante—. Me llamo Rafael. Soy el que se ocupa de organizar las ceremonias. Estoy encargado de la ceremonia de la Alianza.

—Por supuesto. Voy en un minuto.

Y, esperando no mostrarme muy aliviada, cerré rápidamente la puerta en sus narices. Me dejé caer contra la pared y me concentré en respirar. Uno... el rey iba a encontrar mis cartas, dos... Kalen se enteraría de que le mentí, tres... tal vez podría morir, cuatro...

Bien, creo que no estaba funcionando.

—Arleen, ¿sucede algo? No, no me contestes, es evidente que sucede algo. Dime que es—dijo Anna sentándose en mi lado.

—No puedo—contesté con un hilo de voz, a punto de echarme a llorar.

—No me vengas con esas estupideces. Esa regla no se aplica a las mejores amigas.

Y como Anna tenía razón por cuestiones universalmente conocidas referidas a las mejores amigas le conté todo. Absolutamente todo. Acerca de Kalen, del rey, de las cartas que había perdido. Ella solo emitía un "mmm" o un "ya veo" ocasional. Terminé de hablar, y ya me sentía un poco mejor. No había solucionado nada, pero poder contarle a alguien me había sacado un gran peso de los hombros.

—¿Qué debo hacer?—pregunté débilmente.

—¿Qué es lo que crees tú?

—No sé.

—¿Disfrutas escondiéndole el secreto a Kalen?

—¡Por supuesto que no!

—¿Y por qué no se lo has dicho ya? El rey no tiene por qué enterarse. Como no se enterará de esta conversación. Creo que vale la pena correr el riesgo.

Todavía no podía entender como había tardado tanto en decidirme. Claro que le contaría a Kalen. No podía aguantar un minuto más. De repente, me pareció totalmente injusto el ocultarle algo así.

—Voy a buscarlo—decreté.

—Me parece bien.

Pero toda mi determinación no sirvió de nada, ya que cuando abrí la puerta, Rafael, que había estado caminando de un lado a otro mordiéndose las uñas, exclamó un "¡por fin!" y me arrastró hacia el jardín, donde estaban preparando todo para la ceremonia. Habían fabricado un camino de piedras, y al final de este se encontraba una gran hoguera sin encender, formada de piedra y una madera que era negra, no marrón. Había leído sobre eso. Era una madera muy rara y cara, y los árboles se encontraban solo se encontraban en un solo lugar de Aden, en uno de los límites del desierto de Enelda; estos no parecían poder reproducirse, por lo que su madera era usada solo para ocasiones muy, muy especiales. Como esta.

Rafael me indicó donde posicionarme, en que parte de la ceremonia hacer cada gesto y pronunciar cada palabra. Intenté memorizar todo, pero mi mente seguía buscando a Kalen. Después de la Alianza tenía que hablar con él, y no estaría tranquila hasta que lo hiciera.

Cuando terminamos con la instrucción, el crepúsculo se había hecho presente, y la mayoría de las personas ya se ubicaban a los costados del camino. Yo me encontraba frente a la hoguera, por lo que tenía vista a todo el lugar. Distinguí a Kalen en las primeras filas, y sentí que me quedaba sin aliento. Creo que podría verlo con traje todos los días sin problema. Vi que la mayoría de los hombres los usaban. Claro que los trajes de Aden distaban mucho del esmoquin blanco y negro de la Tierra.

Busqué su mirada a través de las personas, pero está enfocado en otra cosa. Parecía estar en otro mundo. Era inútil intentar llamar su atención, así que solo me concentré en mirar al frente. Gyandev se posicionó a mi derecha. Vestía, como siempre, una túnica morada, pero esta parecía estaba perfectamente bordada y reflejaba los colores del crepúsculo. Mi vestido escarlata estaba también bordado, y me hubiese maravillado del mismo si no pesara tanto.

De un momento a otro, el gran Maestre de Ceremonias avanzó hacia la hoguera. De espaldas a los presentes, comenzó a hablar.

—Bienvenidos sean todos. La ceremonia de Alianza ha dado inicio, con el Sol como testigo. Que su fuego de verdad, justicia y fortaleza arda entre nosotros.

Y diciendo esto, toda la hoguera se prendió del fuego más rojizo que vi en mi vida. Tuve que tener cuidado de no retroceder unos pasos ni cubrirme la cara, a pesar de que este no emitiera calor. Las llamas se alzaban, implacables, hacia el cielo manchado de morado, rosa y naranja. Nunca había visto semejante espectáculo en mis diecisiete años. El fuego parecía bailar, tener vida propia.

Todos los presentes, a pesar de estar absortos por el fuego, voltearon cuando el rey Sivan y Lady Brianna aparecieron al fondo del pasillo. La mujer parecía ser una extensión del mismo, que se reflejaba en sus ojos. El blanco inmaculado de su vestido contrastaba con su piel oscura, y llevaba lo que supuse eran cientos de joyas doradas que reflejaban el brillo de la hoguera. No había sonrisa ahora, sino una expresión solemne y seria a medida que avanzaba hacia el maestro de ceremonias.

El manto sobrenatural del rey Sivan se había incrementado, y casi costaba mirar en su dirección. Seguía usando su capa y guantes—que al parecer nunca se quitaba—escarlatas, que iban a juego con mi vestido.

Ambos avanzaron por el pasillo, elegantes y solemnes, como si fueran dos dioses. Al llegar a donde se encontraba el hombre que presidía la ceremonia, se detuvieron. Tuve que recordarme que era una Alianza, no un casamiento.

—Su Majestad Sivan, hijo de Aden, deberá de ahora en más proteger, servir y defender los territorios del pueblo de Onnia como si fueran propios, siendo esta su Alianza y por lo tanto su deber jurado. ¿Lo acepta?

—Lo hago—respondió solemne el rey.

—Su Majestad Brianna, hija de Onnia, deberá de ahora en más proteger, servir y defender los territorios del pueblo de Aden como si fueran propios, siendo esta su Alianza y por lo tanto su deber jurado. ¿Lo acepta?

—Lo hago—respondió con su característico acento, y luego en su idioma natal, llevándose una mano al corazón.

—Que así sea.

Ahora era nuestro turno. Tan Gyandev, William (que se había colocado silenciosamente a mi lado) y yo, así como otros tres hombres de Onnia, debíamos manifestar públicamente que apoyábamos esta Alianza. Primero fue el turno de mi mentor.

—Yo, Gyandev, hijo de Aden y súbdito de su Majestad el rey, acepto y bendigo esta Alianza—Gyandev se retiró y yo me aproximé a donde se encontraba el maestro.

—Yo, Arleen Marie Hale, descendiente de Lady Darianna y Oráculo de Aden, acepto y bendigo esta Alianza—sorprendentemente, mi voz sonó firme pero calmada, y cuando volví a mi lugar, atrapé a Kalen mirándome con ¿orgullo, quizá? Sin embargo, tan pronto como nuestros ojos de encontraron, apartó su mirada.

—Yo, William, príncipe heredero del Reino Oeste, hijo de Aden, acepto y bendigo esta Alianza.

Luego los tres hombres de Onnia hablaron en su idioma, pero no intenté entender lo que decían porque quería saber porque Kalen hacía monumentales esfuerzos por esquivar mi mirada. O algo tenía, o el rosal a su derecha se había vuelto de repente sumamente interesante.

A continuación, el rey y Lady Brianna dieron una vuelta alrededor del fuego, y cuando regresaron a su posición inicial Sivan sacó de su cinturón mi daga, con la cual cortó con delicadeza la palma de la monarca, quien dejó caer su sangre en la hoguera. Cuando llegó el turno del rey; este entregó a Tahaiel y se sacó el guante de la mano derecha, dejando ver una leve quemadura. Me pregunté cómo se la habría hecho. Lady Brianna cortó la palma del rey, y cuando este colocó su mano sangrante frente al fuego, su mirada se perdió en él. Como si estuviera contemplando algo, o a alguien. No supe identificar su mirada.

Y, de esta manera, el gran Maestre dio por terminada la ceremonia.

—Que el Sol nos proteja.

La pareja se retiró, y una vez que entraron al castillo, la multitud comenzó a festejar y aplaudir. Percibí que alguien me felicitaba, pero yo estaba concentrada en no perder de vista a Kalen, que desaparecía entre la multitud rápidamente en dirección al castillo.

Corrí tras él y tardé bastante en darle alcancé, ya que era condenadamente rápido. Cuando por fin se detuvo, yo me encontraba sin aliento.

—Gracias... por detenerte...

Cuando Kalen volteó, preferí que no lo hubiese hecho. Sus ojos me miraron casi con frialdad, y yo me estremecí.

—Tengo que contarte algo...

—¿Estas segura? ¿No prefieres esperar otra semanita más?—dijo, cortante. Dicho esto, se sacó las cartas del interior de su chaqueta y las dejó caer frente a mí.

—¿De dónde las sacaste?—pregunté con un hilo de voz.

—De tu libro de cuentos, Arleen. ¡Pero ese no el punto! ¿Cuándo pensabas decírmelo?

—Kalen, yo...

—Para dos personas que están es una relación, lo mínimo que puedes esperar es confianza—no me estaba gritando, lo que era peor de alguna manera—. ¿Cómo puedo tener confianza en una persona que me ocultó algo tan importante? ¿Algo como esto? Se supone que íbamos a resolver los problemas juntos.

—Yo... lo lamento... el rey...—no iba a llorar. De ninguna manera podía llorar.

—¡Esto no se trata del rey! ¡Se trata de nosotros! ¿Acaso no crees que podríamos sacar esto adelante nosotros solos? ¿Tan poca fe nos tienes?

Demonios, ahora estaba llorando.

—No es eso—dije intentando calmarme—. No podía arriesgarme a correr el riesgo de que el rey te hiciera algo.

—Creí que sabías, Arleen, que vale la pena correr algunos riesgos.

No sabía que decir, porque tenía razón. Y recién ahora podía ver cuanto lo había herido, y mientras se alejaba por el pasillo, lo único que quería era alcanzarlo y quedarme en sus brazos hasta que todo estuviera bien, pidiéndole que me perdonara.

Pero no lo hice.

Cuando amaneció, me sorprendió ver a alguien a mi lado en la cama. Tardé unos segundos en recordar que Anna se encontraba aquí por mí, y que había pasado toda la noche soportándome, permitiendo que me descargara.

Intenté no verme tan mal como me sentía, pero no tuve mucho éxito. Gyandev notó que no obtendría nada conmigo esa mañana, por lo que me despidió temprano. Vagué por el castillo con el objetivo de encontrar a Kalen, pero este no apareció por ningún lado. Intenté seguir con mi día como si fuera cualquier otro, pero también fracasé en eso. Ya ni siquiera me importaba que hiciera el rey cuando se enterara que yo había tenido sus cartas.

Ya de tarde, me encontraba yo intentando no hundirme en la autocompasión en mi cuarto, cuando llamaron a la puerta. Me puse en guardia en seguida, porque cabía la posibilidad de que el rey hubiera enviado a sus soldados a buscarme o algo así. No, el rey Sivan sería mucho más silencioso.

—¿Arleen, estás ahí?—me quedé como piedra. Era Kalen—. ¿Quieres venir a dar un paseo?

¿Un paseo? Kalen sonaba definitivamente mejor hoy, por lo que tal vez quería que volvamos a hablar. Un rayo de esperanza hizo que me apresurara a salir de mi habitación. Kalen ya se encontraba caminando por el pasillo, así que lo seguí.

Salimos del castillo y nos internamos en el bosque, que siempre me había parecido sacado de un cuento. El sol ya comenzaba a ocultarse, por lo que supuse no demoraríamos mucho. Todavía no sabía dónde quería llegar Kalen, pero me limité a seguirlo. Ambos permanecíamos en silencio, y no quise forzarlo a hablar. Sin embargo, a medida que seguíamos avanzando, me empecé a preocupar.

—¿A dónde vamos?—pregunté, sin aliento, saltando una raíz. A pesar que solo podía ver la espalda, noté que sonreía.

—Que impaciente eres. Ya lo verás.

—¿Queda muy lejos?

—¿Acaso te preocupa que nos quedemos en el bosque durante la noche sin poder salir?—se burló.

—Bueno, sí. Un poco.

—¿No confías en mí?

—Kalen, para—dije, firme, apoyándome exhausta contra el tronco de un árbol—. Si quieres hablar, hazlo ahora. No actúes como si nada hubiese pasado. Sé que estás enojado y dolido y...

—No estoy enojado, ¿Por qué habría de estarlo?

—... pero déjame decirte que tienes toda la razón. Fue estúpido pensar que podía sacar adelante esto sola; y tu tenías derecho a saber quiénes eran tus padres, y más aun siendo quienes son, y lamento... Un segundo, ¿Qué dijiste?

—No estoy enojado, deja de disculparte. Hiciste lo que tenías que hacer y punto. ¿Te dijeron que hablas mucho?

Fruncí el ceño. Estaba actuando bastante raro. Agarré su brazo para que voltease y me mirase, pero el chico que sonreía petulante no era Kalen. Unos ojos azules eléctricos me devolvieron la mirada.

Kalen no tenía los ojos azules.

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Perdón por la demora, estuve de gira de egresados   -R

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