Estaban vivos.
Gyandev y mi papá estaban sanos y vivos. Ambos se encontraban en el gran comedor, conversando tranquilamente en la larga mesa que ocupaba el sector derecho del salón, cuando los guardias anunciaron nuestra presencia. Abracé con fuerza a mi papá y tardé un buen rato en soltarlo; supongo que es el sueño de todo padre, que su hija adolescente se comporte otra vez como una niña de cinco años.
—Creo que vas a asfixiarlo—sugirió Kalen a mis espaldas.
—Cállate.
Me alegré también de ver a mi tutor, pero suponía que no era de los que le agradaran los abrazos. El hombre que nos había recibido nos invitó a sentarnos a la mesa, la cual estaba siendo colmada de tanta comida que con solo verla ya te sentías satisfecha, a pesar de que por ahora éramos únicamente cinco personas.
Me senté junto a Kalen, quien parecía bastante distraído viendo la gran luna a través de los ventanales gigantes que daban al jardín. Había viajado mucho, y había visto la luna desde distintos lugares, a veces más grande, a veces más brillante. Pero, puedo asegurarlo, nada como esta. ¿Tal vez estaba alineada con algún planeta?
—...beber?
—¿Disculpe? —pregunté algo desconcertada al sirviente que se encontraba a mi izquierda.
—¿Desea beber un poco de vino?
—Si, por favor.
El hombre llenó mi copa y se retiró, y yo me percaté de que la felicidad de tener a mi padre conmigo me había hecho olvidar el preguntar como... bueno, como era que estaba aquí conmigo. Cuando se los mencioné, Gyandev sonrió.
—Nathaniel es muy orgulloso, y quería demostrar de lo que era capaz. Muchas veces deja que el orgullo lo ciegue y...bueno, pierde el control de la situación. Solo basta con sacarlo un poco de sus casillas. Además, aunque mi hermano sabe muchos trucos, los años hacen la experiencia, y él es todavía muy joven.
—Más sabe el diablo por viejo que por diablo—concluí.
—Hubo mucha luz esa noche—comentó mi padre, con los ojos algo perdidos. No tuve tiempo para alarmarme cuando volvió en sí—. Tuvimos mucha suerte. El rey fue muy amable en hospedarnos.
—¿Y los deja quedarse... así como así?
No me malinterpreten, estaba eufórica de que pudieran quedarse con nosotros, pero yo había tenido que ofrecer mi daga y mis servicios como pago por la estadía.
—No exactamente. El rey me ha solicitado continuar con tu educación lo antes posible—repuso Gyandev—. Y por lo antes posible me refiero a mañana. No te atrevas a resoplar, Arleen.
—No iba a hacerlo.
—Seguro que no. No en frente de usted, por lo menos—comentó Kalen, ganándose una patada debajo de la mesa.
—En cuanto a mí, digamos que ya conseguí trabajo.
—Nunca me lo hubiera imaginado—unos meses de encierro no habían disminuido el carisma de mi padre ni la capacidad de ganarse a la gente—. ¿Pero que es lo que...?
—Ya lo descubrirás.
La puerta se abrió y William entró al salón, con Anna del brazo. Parecían haber arreglado sus diferencias bastante rápido, y el cambio de ambiente no parecía haberlos afectado. Era de esperarse en William, ya que había nacido entre nobles y lujos y coronas, pero la Anna que yo conocía se hubiese atrincherado en el cuarto, armando una barricada con todos los muebles y gritando amenazas a quienes se atreverían a entrar. Pero esta era una Anna algo... distinta. Y me gustaba bastante.
Se unieron a nosotros y tuvimos una cena bastante tranquila, tocando temas triviales como el lujo del castillo, la comida y la extravagante ropa (Hablando de ropa, seguramente habían quemado mis pantalones para que no pudiera volver a usarlos). Kalen era el que menos hablaba; reía cuando tenía que reír y respondía cuando alguien le preguntaba, pero parecía distante. Tal vez, perdido en una realidad que nunca podría volverse verdad.
Más tarde le pregunté sobre eso, y se limitó a encogerse de hombros.
—Solo siento algo... extraño con este lugar. Con el rey. Con todo esto.
—¿Crees que estamos haciendo lo correcto?
—¿Podrías decirme con exactitud qué es lo correcto en este momento? —replicó, con una sonrisa algo amarga—Supongo que a la larga lo sabremos, ¿no es así?
—Espero que no sea demasiado tarde para entonces.
—Antes hubiera dicho algo como "nunca es tarde" —dijo con voz apagada.
Continuamos en silencio el camino hacia mi habitación, con el peso de sus palabras sobre los dos. Kalen se despidió se mí con un rápido beso en los labios, que me dejó algo aturdida. Pero aturdida de una buena manera.
—Arleen, ¿quieres despertarte de una vez?
—No.
—El hombre alto de túnica violeta ha estado preguntando por ti hace media hora.
Suspiré y puse la almohada sobre mi cabeza. A Anna y a mí nos habían asignado habitaciones diferentes luego de la cena, pero eso no impedía que se sintiera con derecho de actuar como mi despertador.
—Dile al hombre alto de la túnica violeta que hoy es mi día de descanso. Dile que estoy adaptando al cambio de horarios.
—No voy a hacerlo. Hasta yo lo considero una escusa pobre.
—Bien. Ya voy—exclamé —. Dile a Gyandev que lo veo en un minuto. Solo dame mi tiempo para ponerme en condiciones.
--Ponte el vestido que dejé sobre la silla.
Yo suspiré, derrotada, y hasta puedo jurar que Anna rio malvadamente.
El castillo del rey Sivan no tenía una única biblioteca, sino pequeños estudios repletos de libros. Elegimos uno en el ala este oeste del castillo. Parecía que nada había cambiado, pero a la vez todo había cambiado. Nosotros, principalmente.
Podía ver que Gyandev también estaba sufriendo una gran tensión, lo notaba por la postura de sus hombros, por como caminaba.
—Y ahora que se ha pasado al... otro lado, ¿deja de ser parte del Consejo de los Sabios? —pregunté, intrigada.
Gyandev rió.
—No, se es Sabio de por vida. El voto del rey tendrá un gran peso en la elección de los miembros, aunque no será el definitivo.
—Así que ustedes solamente tienen... ¿elecciones?
—No en realidad. Se debe ser merecedor del puesto, y debes probarlo. Tuve que pasar por varias Pruebas antes de poder ser miembro del Consejo de los Sabios.
—¿Pruebas como...?
—Tenemos varios secretos. Las Pruebas son uno de ellos—Gyandev guardó unos papeles en el cajón del escritorio—. Ahora basta de mí. Aprender sobre el Consejo de los Sabios no es una prioridad en este momento, aunque lo harás eventualmente.
Me resigné a que esa sería la única información que tendría por el momento. Pregunté si el hechicero del rey, Nathaniel, habría fallado las Pruebas. Supongo que sí.
Durante las siguientes dos horas Gyandev me dio una clase teórica de las funciones que desempeñaba el Oráculo desde los tiempos posteriores a Sadoc hasta la actualidad. Al principio, el Oráculo (terminología que compartían con los griegos, aunque no creía que estuviese poseída por el espíritu de Delfos exactamente) había servido de ayuda a la hora de predecir las crecidas del río, las inundaciones, las sequías, los momentos que serían adecuados para la siembra. Algo bastante aburrido, diría yo. En las épocas oscuras, de mucha tensión entre los reinos vecinos, podía aportar datos sobre los ejércitos enemigos. El Oráculo sería una gran aliada entonces. Eso era un poco más interesante. Con práctica, aseguraba mi maestro, podría llegar a extender mi "campo de visión" cada vez más lejos, es decir, ver las cosas mucho antes de que sucedieran.
Mis visiones acerca de Dariana seguían siendo una incógnita, aunque parecían haberse detenido. De igual manera, Gyandev se aseguró de escribirlas, para que no quedaran en el olvido. Dariana intentaba decirme algo con ellas, estaba segura. La cuestión era qué.
—¿Alguna pregunta? —dijo Gyandev cuando hubo terminado.
—¿No voy a tener que predecir el clima, verdad?
—No creo que eso sea lo que el rey estaba buscando.
—¿Y tiene alguna idea de lo que pueda ser? —pregunté.
—Tengo algunas teorías.
—¿Va a compartirlas conmigo?
—No por ahora.
Antes me hubiera molestado que se negara a hacerme partícipe de algo así, pero sorprendentemente estaba bastante animada para que eso opacara mi día. Por primera vez en mucho tiempo podía pasar toda la mañana sin tener que preocuparme de que alguien me mate o de escapar de algún lado, o de guardar las apariencias. Además, tenía a Kalen y Anna y papá y...
—...en una semana. ¿Queda claro?
—Si, por supuesto. —me apresuré a responder, a pesar de que no tenía idea de lo que había dicho. Pero reconocer eso antes Gyandev equivaldría a... algo malo.
Alguien tocó la puerta, y Kalen se asomó por ella. Parecía mucho más despierto que el día anterior, y eso me alegró. Me dirigió una sonrisa antes de hablar.
—¿Puedo robármela unos minutos? Rafael quiere arreglar unos asuntos para el evento.
—Terminamos por hoy—coincidió Gyandev—. Pueden encontrarme aquí si se presenta cualquier inconveniente.
Me despedí de mi maestro y me sentí muy agradecida de poder estirar las piernas, que ya estaban prácticamente acalambradas. Kalen y yo nos dirigimos hacia los jardines, que me hicieron acordar a los de la Reina Roja. El sol brillaba con fuerza, y otras pocas personas también habían salido a disfrutarlo. Algunas nos miraron de reojo, pero hice caso omiso.
—¿Aquí debemos encontrarnos con el hombre que mencionaste?
—No había ningún hombre—se encogió de hombros—. Pero ya llevabas como tres horas ahí.
Algo muy típico de Kalen.
—Así que supongo que tampoco hay ningún "evento".
—¿Gyandev no te lo dijo? —preguntó, algo extrañado—Habrá algo así como un baile en una semana.
Mi cara se tornó blanca, ya que no congeniaba mucho con eso de "bailar".
—¿Y con que motivo? —susurré.
—¿Te acuerdas de tu presentación en el Festival del Solsticio?
—Oh, no. Otra vez no—rogué.
—No será como la vez pasada. Nada de discursos. Solo tendrás que saludar a unos cuantos nobles y sonreír a quienes te sonrían.
—Creo que puedo vivir con eso.
—No será difícil. Aunque siempre podemos desaparecer en algún momento—yo reí.
—No resultaría muy educado.
Kalen y yo seguimos caminando en silencio por unos minutos, hasta que encontramos un banco de piedra algo avejentado por los años.
—Arleen, ¿te llamó la atención algo del rey? —preguntó lentamente.
—¿Comienzo a enumerar?
—No, me refiero a... es difícil de explicar. ¿No lo sientes...
—¿Familiar? —la mirada de Kalen indicaba que le había leído el pensamiento. —Desde el primer momento en que lo ví, además del poder y la amenaza del momento, sentí algo así como que lo conocía. Es como cuando vez un actor en una revista pero no sabes donde lo has visto antes.
—Por lo menos no soy el único que lo veo así.
Cuando nos dimos cuenta de que seguramente era hora del almorzar, nos encaminamos hacia el gran salón donde habíamos comido la noche anterior. Antes de entrar al castillo, de dije a Kalen.
—Voy a preguntarte una cosa, y quiero que seas totalmente sincero, ¿de acuerdo? —Kalen arqueó una ceja—¿Has estado antes en el castillo, o robado alguna cosa? ¿Has dejado que el rey te viese?
—Ni una vez—repuso, algo confundido—. ¿Por qué?
—Por nada. Solo preguntaba.
Y con la cabeza hecha un lío, entramos al castillo.
Nos encontramos con el rey Sivan en un pasillo cercano al salón. Iba del brazo de una joven mujer, que supuse no superaría los treinta años, y al verla me quedé sin aliento.
Si alguna vez hubiese existido alguna diosa, tal vez hubiera sido así.
Tenía la piel oscura y un pelo aún más negro, que caía hasta su cintura. Llevaba puesto un simple vestido blanco, como el que había visto llevar en África, que dejaba al descubierto parte de su estómago y caía hasta el piso. Usaba brazaletes dorados como el oro en el brazo y las muñecas. Una simple corona en forma de vincha, también dorada, indicaba que pertenecía a la realeza.
Estaban absortos en lo que parecía una cordial conversación, y en cuanto nos vieron, ambos se detuvieron. Kalen hizo una rápida reverencia y yo le imité. El rey se dispuso a presentarnos, pero cuando lo hizo no pude evitar notar que solo me miraba a mí.
—Les presento a la reina de Onnia, Lady Brianna. Lady Brianna, le presento a Arleen Hale, Oráculo de Aden, y a Kalen, que por el momento se encuentra a mi servicio.
—Majestad—saludó cortésmente Kalen, aunque pude comprobar que su voz temblaba un poco. Se había quedado tan anonadado como yo.
—Un placer—respondió la exótica mujer, con un fuerte acento, llevándose la mano al corazón—. Espero tener oportunidad de conoceros en estos días.
Hicimos una rápida reverencia como respuesta y cada pareja siguió su camino. Cuando llegamos al comedor, Kalen y yo soltamos el aire contenido, y no pude evitar reírme de lo ridículo de la situación. Kalen, que nunca se quedaba sin palabras, estaba mudo.
—Nunca había visto a alguien como ella—comenté.
—¿Me suena a celos?
—Tal vez un poco. No me puedes decir que no parecía alguna diosa maya.
—No se quienes son los mayas. Había escuchado hablar de la reina de Onnia antes, pero pensé que exageraban—dijo tomando asiento en la mesa, todavía vacía.
—¿Qué es Onnia?
—El reino que limita con el Reino Este al sur. Es bastante chico, pero muy rico. Son unos buenos aliados comerciales.
—¿También tienen magia? —Kalen negó con la cabeza, como si fuera obvio. —¿Qué hacía aquí entonces? Dijo "me gustaría conoceros en los próximos días"
—No tengo idea.
Anna llegó unos minutos después. Había tenido una mañana muy interesante recorriendo el pueblo, y me prometí a mi misma que la próxima vez la acompañaría. William no había podido ir con ella ya no resultaba conveniente que el príncipe del Reino Oeste, enemigo declarado del rey Sivan, se encontrara de compras en Dar Lamis, la capital del Reino Este. Pero ella no parecía desanimada por haber tenido que ir sola, y nos relataba maravillada los mercados y las plazas, que yo había tenido poco tiempo de apreciar la primera vez que pasé por allí.
William se presentó poco después de que termináramos de almorzar, y se dejó caer en la silla, exausto.
—¿Pasa algo malo? —preguntó Anna, preocupada.
—Han encontrado a una caravana masacrada a unos kilómetros de Enegan, al límite del Reino Este. Han encontrado los cuerpos hoy temprano.
Se me hizo un nudo en la garganta. Seguramente no era la misma caravana en la que yo había estado, pero me imagina a familias enteras, la mayoría de magos, muertas en el desierto de Enelda. ¿Quién habría sido tan desafortunado como para encontrar tal panorama?
—¿Se sabe quiénes fueron los que los asesinaron?
—Soldados de mi padre, según tengo entendido. Nunca le agradaron las caravanas de magos y media-sangre. Pero nunca había llegado a esto.
Nadie dijo nada, porque no había nada que decir. ¿Por qué yo no había visto nada? ¿Por qué no había sido capaz de advertirles a tiempo? ¿No era lo que se suponía debía hacer? Esto me dejó con una sensación horrible en el estómago por el resto del día, lo que a la vez sirvió para que bloqueara mi don. Me esforzaba por ver algo, pero a la vez no sabía que se suponía que debía ver.
Fui a consultar a Gyandev al respecto, pero solo me dijo que no me frustrara, que lo que debía ver iba a ser visto, y que esperara a las indicaciones del rey. No me quedé muy conforme con la explicación (lo cual demostré con un no tan intencionado portazo) y me dirigí a mi habitación.
Kalen entendió que quería estar sola el resto del día, lo cual valoré, ya que no tenía humor para ver a nadie. Necesitaba escaparme. Desconectarme. Agarré un libro que tenía sobre la cómoda, me tiré en la cama y me sumergí en sus páginas hasta que el sol abandonó el cielo.
Sarah me estaba llamando.
Sentí que se me helaba la sangre cuando me apresuraba a correr fuera de mi habitación, siguiendo su voz. ¿Acaso nos había engañado Nathaniel? ¿Había hecho lucir a la niña como si estuviera muerta? ¿O era solo una ilusión? Pero era su voz. No pude contener la emoción que sentía en ese momento. Kalen se pondría eufórico. ¿Significaba eso que Elainne también estaba a salvo? Me concentré en poner en orden mis pensamientos. Sarah estaba viva.
Estaba viva y estaba pidiendo mi ayuda.
Corrí por los pasillos oscuros y vacíos, y mis pies parecían de plomo. No sabía donde me dirigía, solamente que tenía que llegar allí rápido. El castillo, de noche, parecía un laberinto que amenazaba con tragarme si no avanzaba lo suficientemente rápido. Así que no me detuve.
¿Dónde estaba Kalen? ¿No la estaba escuchando? Llegué finalmente a la sala del trono, y me encontré con cientos de ojos mirándome desde las paredes. Escuché un sollozo, y vi a Sarah escondida tras el trono. Cuando ella me vio, se arrojó a mis brazos, llorando más fuerte. No podía creer que la tenía otra vez conmigo. Pero era ella: su mismo pelo rubio, sus mismos ojos marrones llenos de lágrimas su misma estatura.
De repente supe que algo andaba mal. Sarah parecía aterrada. Me arrodillé a su lado, temblando.
—Sarah, ¿Dónde está Kalen?
La niña rubia señaló a una esquina oculta en las sombras.
Me aproximé hacia allí, ordenándole que no se moviera, y lamenté no tener a Tahaiel conmigo. A medida que me acercaba, la horrible sensación en la boca de mi estómago iba en aumento.
—¿Kalen?
Él no respondió. Y unos pasos más me mostraron el por qué.
No podía hacerlo porque su cuerpo se encontraba en el suelo, con sangré cubriéndole el pecho. Me cubrí la boca con la mano para ahogar un grito, y los ojos se me llenaron de lagrimas. Primero Elainne, después Sarah y ahora Kalen. No iba a poder soportarlo. No otra vez.
Me di vuelta rápidamente al sentir a alguien a mis espaldas. El rey Sivan miraba con ojos vacíos el cuerpo de Kalen, y me percaté que llevaba mi daga en su mano izquierda. La sangre en su hoja combinaba con sus guantes carmesí. Retrocedí con horror, al darme cuenta de que había sido engañada por segunda vez, y esta vez Kalen había pagado el precio.
El rey miró la daga, y cuando me miró, parecía otra persona. Transfigurado
—Yo... no lo sabía.
Y fue ahí cuando me desperté.
Me quedé abrazada a mi misma en la cama, temblando y cubierta de un sudor frío. El libro estaba tirado al costado de la cama, entreabierto. Di gracias a Dios por que no había sido real. Solo una pesadilla. Pero sabía, muy en el fondo, que las imágenes del cuerpo ensangrentado de Kalen nunca me abandonarían.
Me lavé la cara, pero no volví a la cama por miedo a dormirme otra vez. El pasillo estaba vacío y oscuro, como en mi pesadilla, pero solo era...un pasillo. No sentía la sensación asfixiante que había sentido antes.
Caminé sin rumbo durante una hora, hasta que llegué a una recámara que no había visitado antes. Tenía unos silloncitos y una mesa, y un gran cuadro tenuemente iluminado. Me aproximé a él, para ver de qué se trataba.
Era una mujer.
—Mi difunta esposa.
El corazón dio un gran salto al ver al rey Sivan a mis espaldas. ¿Cómo no lo había oído aproximarse? El no me miraba a mí, sino al cuadro, con una profunda nostalgia. ¿Podría sentir él nostalgia? Contemplé a la mujer que alguna vez había estado casada con el rey.
Era muy hermosa, pero eso no me llamó la atención. Tenía el pelo caoba, que le caía por la espalda, y sus intensos ojos verdes mostraban una expresión amable. Solo había visto esos ojos verdes en otra persona antes.
En Kalen.
—No es posible—susurré, alejándome el Sivan, observándolo realmente por primera vez. Y de repente muchas cosas tenían sentido. El odio del rey Ezran. Los poderes de Kalen, algo anormales para un media-sangre. La evasión del Sivan cuando lo vio por primera vez.
El rey me miró.
—Yo... no lo sabía.
Ohhh si -R
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